Cultura

Américo Montero, el actor que nunca pudo escapar de José Gregorio Hernández

El beato de Isnotú comenzó a ser recreado por la TV desde 1964, encarnado por Américo Montero, quien se mimetizó tanto en el personaje e irradió tanta verosimilitud, que llegó a hacer para Rctv varios programas y una serie, además de una película en coproducción con España. Hoy lo recuerdan como el intérprete por excelencia del rol que marcó su carrera, por encima de Mariano Álvarez y Flavio Caballero, otros dos notables actores que se metieron en la piel del llamado médico de los pobres.

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En su larga trayectoria de cuatro décadas de actuaciones en cine, teatro, radio y televisión, el actor Américo Montero interpretó diversos personajes, tanto en Estados Unidos como en México y Venezuela. Pero solamente un personaje lo marcó para siempre y por él se le recuerda: el del doctor José Gregorio Hernández, el “Médico de los pobres”,  quien el Vaticano acaba de declara beato -el paso previo a la santidad.

Si algún elemento distintivo tuvo la ceremonia y sus días previos,  fue que unió a todos los venezolanos por encima de cualquier diferencia, un verdadero milagro en un país tan polarizado como Venezuela.

Desde que interpretó por primera vez en 1964 al personaje que lo encumbró a la fama, Montero, nativo del estado Trujillo, al igual que José Gregorio, poco a poco en su vida personal se fue mimetizando en el ejemplar hombre que tan devotamente encarnó.

El actor Américo Montero en una icónica imagen como José Gregorio Hernández. Ese papel nunca lo abandonaría

Historia del doble

Llegó a convertirse prácticamente en un doble de José Gregorio. Por encima del parecido físico -que lo había, y muy remarcado-, también copió su estilo de vida ascético y religioso. Iba por ahí permanentemente ataviado de traje y sombrero negros, tal como luce el llamado Siervo de Dios en su iconografía más conocida.

De Montero, sus amigos, compañeros de trabajo y hasta en su vasta legión de admiradores se decía -algunas veces socarronamente y otras no tanto- que en no pocas ocasiones “no se sabía quién era quién”.

Tanto fue la impronta que dejó, que Mariano Álvarez y Flavio Caballero, los otros dos actores que interpretaron en televisión al beato, ambos profesionales de primerísimo rango, nunca lograron igualar a su veterano colega en términos de recordación y ascendencia popular ante el público.

Vidas paralelas de un actor y pianista

Américo Alejo Azuaje Montero, que así era su verdadero nombre, nació en Boconó en 1928, aunque muy joven se iría a vivir a Barquisimeto, la capital del estado Lara,  donde ya terminado el bachillerato le otorgan una beca para estudiar piano en Nueva York, un instrumento que tocaba con particular habilidad.

En Manhattan hizo también cursos de arte escénico, que para aquel momento no lo entusiasmaba tanto como la música, sino como un complemento de cultura general. Dos años después, se marcha a México, donde vivió una década y trabajó como pianista y como actor en varias películas, una faceta que cada vez le interesaba más.

Durante tres años estudió en el Instituto Cinematográfico de México con el prestigioso dramaturgo, académico y director de cine Celestino Gorostiza, a la par que cursó canto y vocalización bajo la égida de José Pierson, cantante lírico, declamador y forjador y descubridor de grandes talentos, como Pedro Vargas, Juan Arvizu, Jorge Negrete, José Mojica y Alfonso Ortiz Tirado.

Pianista en Nueva York

En cine la primera oportunidad se la dio el realizador español Jaime Salvador, quien lo incluyó en su cinta de 1950 Mi marido, con Rita Macedo y Armando Calvo y allí empezó a utilizar su nombre artístico de Américo Montero.

Luego hizo otros filmes, como Los pobres van al cielo (1950), con Evita Muñoz y Los huéspedes de la marquesa (1951), con Amalia Aguilar, el mismo año en que se lució en un mano a mano en el piano con el cubano Juan Bruno Tarraza (el eterno pianista de Olga Guillot), en una movida secuencia acompañando a las Dolly Sister. Fue en la cinta Al son del mambo, de Chano Urueta, en la cual demostró que sus habilidades en el teclado provenían de los movidos ritmos antillanos, gracias a su experiencia como ejecutante en night clubes y salas de fiesta en los que trabajó durante sus años neoyorkinos.

De nuevo en Venezuela

Regresa al país en 1954, contratado para filmar en Maracaibo Festín para la muerte, una coproducción venezolano-mexicano-española, financiada por Nicolás Vale Quintero, propietario de la emisora Ondas del Lago. La dirigió el realizador español José Miguel de la Mora y su protagonista fue Stella Inda, laureada estrella mexicana de filmes legendarios como Los Olvidados, de Luis Buñuel y El rebozo de Soledad, de Roberto Gavaldón.

Después de este rodaje decide quedarse para comenzar a trabajar en la naciente industria cinematográfica nacional, en títulos como Tambores en la colina (1956), de César Enríquez y Papalepe (1957), de Antonio Graziani.

Pronto se le vio en las tablas caraqueñas. En el Teatro Nacional compartió escena con la actriz mexicana Patricia Morán en Vida con papá, comedia de los estadounidenses Howard Lindsay y Russell Crouse. Igualmente, formó parte del elenco del Teatro Reducto, con las piezas venezolanas El puntual y El pueblo, ambas de Víctor Manuel Rivas. Allí conoce y entabla amistad con el escritor y director Pedro Felipe Ramírez, quien a partir de entonces ejercerá sobre él una influencia definitiva y lo acompañará en el nuevo rumbo que emprende el actor, que lo llevaría, alboreando la sexta década del siglo XX, a la televisión.

De Hilario Guanipa al Venerable

Obtiene su mejor oportunidad como actor en la TV, al encarnar el personaje de Hilario Guanipa, en la primera adaptación a la pequeña pantalla de la novela de Rómulo Gallegos La trepadora, con la prometedora actriz Olga Henríquez como Victoria Guanipa. En esta producción de la desaparecida Televisa, Canal 4 (hoy Venevisión), ambos resultaron muy favorecidos por la crítica.

Con este aval, Américo Montero llega a Radio Caracas Televisión de la mano de su mentor, Pedro Felipe Ramírez, que al término de una exhaustiva investigación monográfica en torno a José Gregorio Hernández, la estaba procesando para utilizar parte de sus datos en un unitario con el título de La vida de José Gregorio Hernández. Fue la primera aproximación que escritor y actor hicieron para la televisión sobre el tema.

Una fusión real con el personaje

La interpretación del actor resultó tan verosímil, que en el canal no dudaron en adjudicarle la protagonización de Los favores del doctor José Gregorio Hernández, que apoyada en la misma investigación de Pedro Felipe Ramírez y por la receptividad que obtuvo el unitario, se transmitió posteriormente en una serie de 70 capítulos, de media hora cada uno, que se emitían los martes en la noche. Se estrenó el 7 de marzo de 1967.

En el reparto participaron Adelaida Torrente, Dante Carle, Eva Blanco, América Barrio, Guillermo González, Manuel Poblete, Mahuampi Acosta, María Teresa Acosta, Orlando Urdaneta, Miguelángel Landa, Chumico Romero, Domingo del Castillo, Ninón Racca, Ana Castell, Agustina Martín, Henry Zakka y Arturo Calderón.

Pedro Felipe Ramírez lo había escogido por su parecido físico con el beato. Pero Américo Montero fue mucho más allá, pues se mimetizó tanto con el personaje, que lo trasladó a su manera de ser y a su vida personal. No pocos de sus allegados decían que a veces no sabían diferenciar quién era quién.

De la pequeña a la gran pantalla

A estas alturas era inevitable que del suceso televisivo pasara al cine. Es así como ese mismo año de 1967 surge El siervo de Dios, una taquillera coproducción venezolano-española, con un elenco integrado por destacadas estrellas de entonces, entre ellas, Bárbara Teyde, María Luisa Lamata, la niña Carmen Julia Álvarez, José Luis Silva, Jesús Maella, Arturo Calderón, Hugo Pimentel, Jorge Palacios, Abraham Esayag, Humberto Tancredi y Nuria Torray. La dirección estuvo a cargo del español Agustín Navarro, con textos de Pedro Felipe Ramírez, adaptados por Juan Corona y Federico Muelas.

Vale decir que la película, filmada entre Venezuela y España, tuvo notable receptividad en Iberoamérica e inclusive propició que Radio Caracas TV se montara en la cresta de la ola con otro programa, Los favores del Venerable, escrito, por supuesto, por Pedro Felipe Ramírez.

Esta vez se dramatizaron hechos que fueron consignados ante el Vaticano como pruebas de milagros realizados por José Gregorio, para ser avalados por la Santa Sede con miras a su canonización. Otra vez Montero estuvo respaldado por un reparto de lujo, integrado por Agustina Martín, Manuel Poblete, Domingo del Castillo y Hermelinda Alvarado, entre otros, con narración del locutor Rafael Cabrera y dirección de José Jordá.

Una escena de la película “El siervo de Dios”, con Américo Montero, Humberto Tancredi, la niña Carmen Julia Álvarez y María Luisa Lamata.

“El médico de la bondad”

Tan compenetrado estaba el histrión Américo Montero con el llamado Siervo de Dios, que en junio de 1969, con motivo de los actos del cincuentenario de su muerte, se hizo presente en Isnotú, acompañando al doctor Gustavo Briceño Hernández, sobrino del beato e hijo de Hercilia, su hermana menor. Y no solo eso, todavía ese mismo año lo encarnó en la producción televisiva El médico de la bondad.

Ya en los años postreros de su trayectoria, con otros aires más renovadores soplando sobre los dramáticos de la TV, especialmente en Radio Caracas Televisión, participó en varias telenovelas de este canal, aunque en roles menores, en títulos como El desprecio y Por estas calles.

Así como José Gregorio Hernández permaneció célibe de por vida, igual lo hizo el actor que tan fielmente lo interpretó, hasta la llegada de su muerte, el 26 de abril de 1993, por causas naturales, al fallarle el corazón mientras dormía.

Venerable en nuevos tiempos

En la década de los 90, un período floreciente en la televisión venezolana, las dos televisoras rivales que lideraban el rating -Rctv y Venevisión- sacaban su artillería pesada de novedades para encabezar la sintonía. En materia de producciones dramáticas descollaban en aquel momento los unitarios y las miniseries, como eficaces complementos de las telenovelas. Solían realizarse con cuidados recursos técnicos y artísticos y en ellos participaban las figuras más relevantes de ambas televisoras.

En medio de la batalla por el rating, cada canal le dedicó en 1990 su propia miniserie a José Gregorio Hernández. En La Colina escogieron a Mariano Álvarez para el rol estelar de El siervo de Dios, con un guion escrito por Omer Quiaragua, Claudio Nazoa y Armando Rivero; mientras en Quinta Crespo Flavio Caballero fue El Venerable, creado por Leonardo Padrón.

Ambas interpretaciones resultaron muy aplaudidas en su momento, pero nunca alcanzaron la admiración que la audiencia televisiva le tributara a la caracterización de Américo Montero.

Del fallecido Mariano Álvarez llegaron a decir que su interpretación estuvo muy teñida del papel de Nicolás Feo, el cáustico villano que el año anterior interpretó en la exitosa telenovela de Venevisión Paraíso.

El personaje y el actor

Álvarez, en una entrevista con el periodista Marcos Salas, definió a Nicolás Feo como “ un rol extraordinario y sumamente rico en posibilidades. Está muy bien escrito. En TV he visto pocos malos como él. Es loco y manipulador y, por supuesto, inteligentísimo. Además es sumamente culto: conoce la obra de los griegos, habla como cuatro idiomas”.

Algunos de los rictus característicos de su Nicolás Feo, como el toque malévolo de su sonrisa y su mirada mordaz, también aparecieron en su interpretación de José Gregorio Hernández, debido a que, según decían quienes lo cuestionaban, “todavía no había terminado de desprenderse del personaje de villano en Paraíso” que lo hizo tan popular.

Semanas antes, ya Rctv había transmitido El Venerable, que para más señas fue el primer guion para TV escrito por Leonardo Padrón. Junto a Flavio Caballero, impecablemente sobrio en su actuación, participaron actores de la talla de Carlos Villamizar, Roberto Lamarca, Karl Hoffman, Carlota Sosa, Omar Gonzalo, Amílcar Rivero, Lourdes Valera, Hilda Abrahamz, Gledys Ibarra y Vicente Tepedino, entre otros.

Padrón construyó su relato como un flashback de la vida y obra del médico trujillano, que comienza con su trágica muerte, y en la retrospectiva se puede conocer sobre su cotidianidad detrás del hombre santo, y paralelamente todo lo que representa para Venezuela su figura.

Estas dos miniseries, que hoy forman parte del apreciable legado de la época de oro de la televisión venezolana, son ejemplos más que dignos de la TV que perdimos y que, en espera de mejores tiempos, ansiamos recuperar.

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