De temporada

Cambiar el hambre de arepa por apetito de ciudadanía

La nutricionista Susana Raffalli hace un stop en la letanía de noticias desalentadoras sobre la desnutrición en Venezuela y presenta siete reflexiones para no olvidar la batalla civil que hay que dar a largo plazo: sustituir el modelo del “agarrando aunque sea fallo” por un sistema de seguridad alimentaria en el que el Estado deje de meterse en lo que no sabe hacer

Publicidad

Sentimos hambre por no saber qué vamos a meter de relleno dentro de la arepa, sí, pero sobre todo sentimos hambre de ciudadanía”, enfatiza la nutricionista venezolana.

La también consejera en seguridad alimentaria trasciende el papel habitual de su profesión durante la actual crisis: alerta en los programas de radio sobre los estragos de la desnutrición y propone sustitutos para la harina de maíz o la proteína animal desaparecidas.
También ha hecho un stop en el reporte diario de malas noticias para recordar el marco teórico que regula hoy al derecho a la alimentación en el mundo, y que dista mucho del que existía cuando Michael Jackson y su combo grabaron We Are the World a beneficio de los niños africanos en el hueso.

Lo que vivimos en Venezuela, por repetitivo que sea, no se nos debe convertir en algo normal: es posible soñar con otra realidad. Aquí, siete reflexiones que propone Raffalli para tener en cuenta acerca de uno de los derechos humanos fundamentales:

1. Es mucho más que llenar estómagos

“Hay una diferencia clave entre ser objeto de caridad y convertirse en sujeto de derecho”, subraya la nutricionista. El derecho a la alimentación consta de un titular (el ciudadano que debe realizarse integralmente como ser humano) y un garante principal, es decir, el actor que controla la mayor cantidad de recursos: el Estado. El garante tiene tres obligaciones:

  • 1. Facilitar el derecho (si se va a sustituir el mercado habitual “capitalista” de suministro por una modalidad alternativa estilo CLAP, debe comprobarse la eficiencia de esta última).
  • 2. Proteger al titular de posibles amenazas externas: desde una sequía hasta la caída de los precios petroleros, pasando por una presunta “guerra económica” o una de verdad-verdad.
  • 3. Respetar el sistema establecido de producción y distribución de alimentos, sin agredir a los eslabones públicos o privados de la cadena.

2. El ciudadano debe participar en las decisiones

El derecho a la alimentación, al menos como es concebido de manera moderna, consta de siete principios:

  • 1. No hay discriminación por género, preferencias políticas o sexuales, color de piel u otros motivos.
  • 2. El titular accede a los alimentos sin menoscabar su dignidad.
  • 3. Los alimentos a los que accede son consistentes con su identidad y patrones culturales.
  • 4. El titular del derecho (el ciudadano) participa de manera activa en la toma de decisiones y paulatinamente se empodera.
  • 5. El garante (el Estado) rinde cuentas al titular de manera periódica.
  • 6. El ciudadano recibe información y cifras transparentes acerca de la situación de su sistema de alimentación.
  • 7. El modelo alimentario está sujeto al estado de derecho y a lineamientos legales y técnicos reconocidos.

“Aunque todo esto suene demasiado abstracto en la Venezuela de 2016, es importante recordar que nunca es normal que el ministro de Defensa sea colocado al frente de una misión nueva de abastecimiento que no aparece en el ordenamiento jurídico vigente, sin que eso se le consulte a la gente; o que los alimentos hayan sido suministrados por un terminal de número de cédula, afiliación a un consejo comunal o números tatuados en la piel”, advierte Raffalli.

3. Un garante que asume el papel de víctima es un garante que no ha sido eficiente

En el supuesto de que el Estado venezolano haya enfrentado una conspiración internacional o una catástrofe climática al estilo El Niño, de todos modos, como garante del derecho de la alimentación, estaba obligado a tomar las previsiones necesarias para evitar su impacto sobre la población. “No nos sirve un garante que se hace pasar por víctima, que dice que el que produce alimentos es un pelucón, que el que vende es un especulador y que el que come en un consumista. Es adecuado que el Estado haga campañas para promover una alimentación más sana y variada, pero no puedes venir a decirme en plena crisis de abastecimiento que debo sustituir la harina de maíz o el pan de trigo, cuando se trata de alimentos que forma parte de mi herencia como venezolano”, indica Raffalli.

4. Al caballo sí se le puede mirar el colmillo

El enfoque de las ciencias sociales para evaluar si un país lo está haciendo bien ha experimentado un cambio radical de fórmula óptica en las dos últimas décadas. Medidores de “pobreza” como el NBI (necesidades básicas insatisfechas) quedaron ya desfasados ante nociones como el Índice de Desarrollo Humano. “Ya no hablamos de satisfacer necesidades, sino de ejercer derechos. En el primer caso, la alimentación es vista como un favor: te pongo la comida en la boca o te llevo la bolsa patriota a tu casa, porque como reza el dicho: a caballo regalado no se le mira el colmillo.
O puesto en criollo: agarrando aunque sea fallo. No te puedo exigir ni normar. Los derechos humanos son tratados de manera compartimentada, cuando en realidad son integrales e indivisibles: ‘No te cumplí con la comida, pero no te quejes mucho porque te di una vivienda’. En contraste, en el segundo enfoque, demando la realización de un derecho. Como ciudadano, monitoreo, exijo, interpelo y denuncio.

Se cambia el concepto de ayuda alimentaria por el de seguridad alimentaria, que es un sistema sostenible a largo plazo, en el que se cumplen normas técnicas y éticas. El garante poco a poco se va haciendo innecesario y solo interviene como regulador. En otras palabras, tengo derecho a mirarle el colmillo al caballo y decir: esto no me sirve, no estoy comiendo, no me estás protegiendo, como Estado no lo estás haciendo bien”, apunta la nutricionista.

5. Preocúpate por el hambre de hoy, pero sobre todo por la construcción de un sistema de libertades civiles

Raffalli llama a manejar con cautela términos como crisis humanitaria y hambruna, que pueden convertirse en armas de doble filo. Lo que no equivale a desmentir que Venezuela pasa por una situación crítica. “Ya hay daños nutricionales irreversibles en algunos sectores vulnerables, que deben documentarse y denunciarse. Pero es importante recordar que el apellido ‘humanitario’, que a veces usamos para poner la cosa más fea y más grande, quiere decir de vida o muerte a corto plazo, lo que paradójicamente da excusas al Estado para tomar medidas excepcionales poco deseables, por ejemplo, decretar estados de excepción o subordinar ministerios civiles a la Fuerza Armada.

Se necesitan medidas inmediatas para satisfacer esas emergencias, pero nuestros problemas como sociedad no se van a resolver con una donación de comida lanzada desde un avión de las Naciones Unidas, que con toda probabilidad no incluirá Mazeite, caraotas negras o Harina PAN, sino una carne enlatada que no es consistente con nuestra identidad cultural. No podemos gastar todas nuestras energías ahí. Paralelamente, hay que demandar un derecho más abstracto, complejo e integral: seguridad alimentaria sostenible en el tiempo”.

6. No te quedes esperando por la FAO

La pregunta de las mil lochas: ¿por qué no ha habido una actuación más enérgica de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), cuyo representante en Caracas acaba de reafirmar recientemente que el país no está en “condición de ayuda humanitaria”? Ha quedado la impresión de, en materia de velocidades, los problemas sociales en Venezuela han viajado como un jet, la respuesta política en lomos de burro y las salidas diplomáticas como el crecimiento de las uñas.

Al respecto, Susana Raffalli solo puede especular: “Hay que recordar que la FAO solo trabaja con información oficial que le aporta el Estado venezolano, y la que está usando este último no es técnicamente adecuada, pues no está midiendo si los alimentos están llegando de manera efectiva a las mesas de los ciudadanos.

Además la FAO no puede actuar de manera independiente con respecto al que, al fin y al cabo, es su principal interlocutor y socio de trabajo. En todo caso, no cabe duda de que la actuación de la FAO nos ha decepcionado a todos los que trabajamos en el área, porque hay protocolos que no se han aplicado para naciones políticamente frágiles como Venezuela”.

¿Qué hacer?

Aunque suene a utopía, no queda otra que arremangarse, armarse de paciencia y persistir en reclamar las irregularidades ante las autoridades competentes. También mantenerse informado y, sobre todo, no actuar solo: ubicar a las organizaciones preferiblemente no politizadas que están formulando denuncias en bloque. “Engranarse en una sinergia colectiva”, en palabras de Raffalli, que agrega: “No debemos esperar una situación catastrófica, basta cualquier falla en un Programa de Alimentación Escolar para que nuestro derecho se active. Seis países de Latinoamérica ya han sentado jurisprudencia internacional con casos relacionados con violaciones al derecho a la alimentación”.

7. No vamos a una catástrofe alimentaria global… No por ahora

Uno de los argumentos repetitivos de las autoridades venezolanas es que la escasez no es aislada, sino que responde a un contexto global en el que cada vez los recursos son más escasos.

“Pero con excepciones como ciertas regiones del África subsahariana, en general la mayoría de los países han venido on track, es decir, hay un buen desempeño en la disminución de la desnutrición. Por supuesto, existen amenazas: un ligero calentamiento global ha sido positivo para la producción de alimentos en el hemisferio Norte, pero dejará de serlo si aumentan unos cuantos grados centígrados más.

La población mundial sigue creciendo y abandonando los cultivos por las ciudades, y algunas grandes trasnacionales actúan de manera poco ética para desplazar a los agricultores pequeños. Pero en general, a pesar de en Venezuela sigamos manejando conceptos obsoletos como los conucos tecnificados, en la Tierra estamos mucho mejor que hace unos años.

Presidentes ideológicamente afines a Venezuela, como Evo Morales o Lula, han aplicado programas exitosos de reducción del hambre en Bolivia y Brasil, pero partieron del reconocimiento de los actores privados y trabajaron en conjunto con ellos. Lo que necesitamos son gobiernos más responsables, que se dediquen a regular y no se metan en lo que no saben hacer: producir alimentos. Quizás el premio que acaba de entregar el Basque Culinary Center para María Fernanda Di Giacobbe por sus iniciativas como promotora del cacao venezolano sea una noticia mucho más trascendente a largo plazo que las que nos agobian a diario”, finaliza Raffalli.

Publicidad
Publicidad