Lecturas sabrosas

Cerezas de Navidad

De esto hará aproximadamente medio siglo, allá a mediados de los años sesenta. Tenía en mis manos un ejemplar de la revista francesa Paris Match, algo no demasiado sencillo en aquella España, y uno de sus anuncios se me quedó grabado en la memoria; era un anuncio de una marca de sábanas

CEREZAS, CHERRIES
Texto: Caius Apicius
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Con buenas fotografías, se nos decía que el lujo era viajar en un Rolls Royce, poseer una isla en el Pacífico y comer fresas en Navidad, además, claro está, de dormir entre sábanas de la marca anunciada.
Fresas en Navidad. Entonces podía ser un lujo; hoy comer fresas no sé si en Navidad, pero sí en enero (hablo del hemisferio norte) es algo que no ofrece mayores problemas. Que apetezcan, y ya vale.
Me acordé de aquel anuncio hace unos días, cuando me hice en una buena frutería con cerezas. ¡En diciembre! Eran cerezas chilenas; por allá, diciembre es el equivalente a nuestro junio, temporada de cerezas.
El responsable de la frutería, que me conoce bien, incluyendo mis debilidades, insistió en que las probase. Eran bonitas, de un rojo brillante; su textura era excelente. Me las llevé.
Cerezas. Son una de las frutas con más historia ilustre. Se cuenta que las introdujo en Europa el general romano Lucio Licinio Lúculo, como parte del botín de su guerra contra Mitrídates, rey del Ponto, en la costa norte del Asia Menor, la actual Turquía.
CEREZAS, CHERRIES
Siglos después, el dramaturgo francés Jean Racine escribió una obra con ese argumento, obra que sirvió de base al libreto que musicó Wolfgang Amadeus Mozart en su obra «Mitridate, Re di Ponto», estrenada en Milán en 1770.
Las cerezas tienen además un halo de belleza. Ver un campo de cerezos en primavera, cuando florecen y sus ramas se cubren de flores blancas, es un espectáculo maravilloso. Con razón los japoneses celebran la fiesta de la floración de los cerezos, lo que ellos llaman «hanami», cuando estalla la primavera boreal.
Las cerezas, aparte de ser consumidas tal cual, se prestan a multitud de usos culinarios. Hay recetas estupendas que las ligan con algún tipo de ave; las más exitosas son las que las combinan con el pato y con la codorniz.
De las cerezas procede el aguardiente llamado kirsch, cuyo origen se sitúa en la Selva Negra (en alemán, cereza se dice «Kirsche»). Y ¿quién no ha tomado nunca una piña al kirsch?
Pero vamos a hacer un postre, perfectamente adecuado para la Navidad austral, sin que ello signifique renunciar a los clásicos turrones. Un poco de fruta siempre viene bien.
Así que preparamos las cerezas: las lavamos, les quitamos los rabitos y les extraemos los huesos, cuidando de recoger cuidadosamente el jugo desprendido en esta operación. Ponemos las cerezas en una cazuelita y las regamos con un chorrito de moscatel; pueden usar, si es su gusto, Oporto.
Añadimos azúcar; calculen una cucharada sopera para medio kilo de cerezas. Lo usamos moreno, para subrayar el toque acaramelado. Finalmente, añadimos el jugo de una naranja grande.
Llevamos la cazuela al fuego; tres o cuatro minutos bastarán. La retiramos, dejamos reposar y servimos las cerezas con su jugo, aún tibio, sobre un fondo de yogur cremoso, yogur tipo griego. Una verdadera delicia.
Hay variantes. Pueden sustituir el azúcar por mermelada de frambuesa, una cucharadita; en ese caso, escurran las cerezas y añadan la mermelada al jugo, caliente. Disuélvanla, pero fuera del fuego, y cuelen el líquido resultante. Vuelvan a poner las cerezas y continúen. Si no son amantes del yogur, pueden sustituirlo por nata.
También pueden servir el postre frío, en vez de tibio. E incluso pueden usar el conjunto para rellenar unas crêpes. En cualquier caso, serán unas cerezas dignas de la mejor mesa navideña.]]>

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