Permiso para pecar

Comer con las estrellas: la fórmula secreta de Robert De Niro

Come bien. Hace plata. Se divierte actuando con naturalidad. A contracorriente de la mayoría de las estrellas del cine, Robert De Niro es mirado con respeto en el extendido negocio de vender platos, fama e ilusiones

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No improvisa. Mientras sus colegas de Hollywood venden lo mismo y quiebran, a él le va muy bien. Un año sí y el siguiente también. “Trabajar con Bob es una delicia” me contó Nobu. El famoso chef Nobuyi Matsuhisa (al que no pocos consideran un emperador de la cocina japonesa fuera de Japón) es además de su fan número uno, su socio.

Encuentro con la leyenda
El tipo que se creía Robert De Niro con enormes gafas negras, llegó corriendo, con el glamour golpeado. Lo perseguía una legión de señoras que no pasaban hambre. Todas de los 40 hacia arriba, mezcladas con hermosas flacuchentas, profesionales del fogonazo del flash, cazadores de autógrafos y tuiteros especializados en Instagram.

Casi todas vestían de negro y blanco. De Niro, con su habitual desaliño, también. Pero calzaba un zapato deportivo blanco, y uno marrón.

Las admiradoras ya habían atropellado a los dos gallegos gordos, cómplices del famoso que fungían de guardaespaldas. Estaban a punto de atraparlo a él, casi al final de la alfombra roja. ¡One moment! ¡One moment! Se las voy a dar” gritó De Niro. Y todo se detuvo.

Como en las películas, la escena se congeló por unos segundos antes de que estallaran voces femeninas de victoria. La leyenda, con gesto teatral, se quitó los enormes lentes de sol negros y los puso con una reverencia en el suelo. Después corrió.

Estábamos en el Festival de Cine de San Sebastián. Unas fans habían llegado por las películas, otras por los actores y un servidor y sus colegas para comer y beber. Porque felizmente para las aventuras del gusto, el festival coincidía con un acto en el Basque Culinary Center, la primera universidad gastronómica de España (la segunda de Europa. La primera desde 2006, es la del Slow Food, en la Emilia-Romagna).

Entretelones del antojo
Las estrellas de cine comen mal. Pero no hay cientos sino millones de personas que piensan lo contrario, y quieren almorzar o cenar como ellos.

A contracorriente de la mayoría, Robert De Niro tiene fama de comer bien. Es más. Es el único famoso de Hollywood que, sostenidamente, ha hecho fortuna incursionando en el negocio de la gastronomía. Tiene como socio al chef estrella japonés Nobuyi Matsuhisa, con quien posee más de una veintena de restaurantes distribuidos por el mundo donde hay comensales con dinero.

Las fanáticas de las dietas persiguen a las estrellas del cine para que les mientan y les cuenten qué comen. A ver si algo se pega. Si comparten algo.

Ese es el momento en que los creadores de imagen inventan las dietas de hambre de los famosos. Algunas son para verse despampanante, conectarse con el cosmos, vivir en armonía o simplemente, disfrutar la fama. Esto último es lo que pasa con Robert.

No era Bob, era Jesulito
La policía intervino para poner orden en la alfombra roja y proteger al famoso de sus fans, a quien en el primer tumulto le tumbaron los lentes negros. Pero de inmediato lo intentaron nuevamente, como en un partido de rugby. Fue entonces cuando Jesulito, cantaor de flamenco, buscado por trigamia y averiguaciones varias, quedó en evidencia. Era un falso De Niro.

Se cubrió el rostro con una imitación de las famosas gafas de sol de Robert, Jesulito buscaba hacerse una pequeña fortuna explotando su gran parecido corporal con el actor. Los dos enormes gordos gallegos (arañados y golpeados por las fans en euforia y trance) que simulaban ser sus guardaespaldas resultaron ser pescadores de Vigo, en paro.

“Lo tenían bien montao” comenta un colega mientras almorzamos en una marisquería de la playa de La Concha. Jesulito con sus espalderos presumía en sitios claves de San Sebastián, y vendían a precio módico las falsas recetas de las comidas preferidas de De Niro.

Ese año, en la ciudad del festival, Federico Fellini, Naomi Campbell y Sarah Jessica Parker saludan a los peatones casi en cada esquina. A Fellini lo homenajea y rescata del olvido la gente del cine, la Campbell vende perfumes y fragancias usando posters con su figura en el pasado y la Parker vestida de torero, exhibe sus huesos y angulosidades en promoción que anticipa la última temporada de Sex on the City.

Fellini hacía gala de saber comer, la dieta secreta de Naomi están a la baja porque subió unos kilos y Sarah Jessica vive momentos de gloria.

“Trabajé el personaje a conciencia, como lo hace Al Pacino, contó el falso Robert De Niro. Pero quizás cometí una imprudencia”, admitió al ser liberado. No midió el impacto de recomendar “poder mental, poder mental” cuando le preguntaban en el lobby del hotel, antes de provocar la estampida, por “el secreto para mantenerse en forma, vivir mucho y bien”.

Después de ayunar tres días, las cinco fanáticas que encabezan el grupo revoltoso en la alfombra roja lo perseguían no para besuquearlo, sino para quedarse con algo suyo. Así consta en el acta policial que en la noche contaron los organizadores del Festival, pasado el susto. “Eso ocurrió – explicó en Canal Plus la experta Monique Theron, porque Jesulito, el imitador, no había leído la máxima de los grandes magos de las dietas: “no venda sacrificios, venda esperanza”.

Eso es lo que hacen famosos nuestros restaurantes, comenta Nobu. Asociado con De Niro desde 1993, entre ambos poseen una cadena de 33 restaurantes en 28 países. “Bob es un socio estupendo”. Ayuda en los detalles, no molesta pero siempre está allí. Su fórmula secreta es dejar que el chef sea el chef. Él aporta la fama. En el menú, huye de los fuegos artificiales: pide respeto por el comensal.

Además de la cadena con el actor, el cocinero japonés hoy de 67 años, dirige otros cinco restaurantes Matsuhisa en Beverly Hills, Aspen, Munich, Mykonos y Atenas. Nobu buscará en el 2016 su revancha en París, donde fracasó una vez. Abrirá en el Hotel Royal Manceau, uno los sitios más elegantes de la capital francesa.

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