Así somos, con gusto

Cuando la fe dice que creciste

Las religiones tienen momentos que determinan el crecimiento de la persona y alrededor de determinados rituales de fe, giran recuerdos, moda y gastronomía.

Fotos: Colección Veloz Navarro
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El paso de la infancia a la adultez es un acontecimiento de importancia en la vida de los seres humanos, digno de ser festejado y recordado. A través de la historia, y desde hace muchos siglos, en las sociedades siempre han existido rituales de iniciación de todo tipo y tenor. En algunas, ancestrales y muy tradicionales, las ceremonias suelen ser bastantes crueles, casi inhumanas; en otras la carga simbólica domina la escena, sin afección física para el iniciado.

Esta etapa de transición generalmente está ligada a la vida espiritual, pero también para demostrar que ya se ganó la fuerza, destreza, valentía o madurez que debe caracterizar la edad adulta. El tema que nos ocupa es eminentemente religioso y las tres creencias monoteístas imperantes en el mundo: judaísmo, islamismo y cristianismo tienen sus ceremonias para marcar esta iniciación.

Judíos, musulmanes y católicos

En el judaísmo, la más antigua de las religiones monoteístas, el Bar Mitzvá es un rito que se celebra con una gran fiesta plena de fe, solemnidad, pompa y alegría donde el joven, a sus 13 años se ha iniciado como adulto en su comunidad, pero previamente le ha sido impuesta la Filacteria, pequeñas cajas y correas donde están escritas, en diminutos pergaminos, pasajes sagrados de la religión judía contenidos en la Torá.

Este es un día que los Bnei Mitzvá y sus familiares recordarán toda la vida. Comienzan sus responsabilidades y obligaciones religiosas y a partir de ese momento tendrá derechos y deberes como todos los adultos. Para las niñas al llegar a los 12 años la celebración es el Bat Mitzvá. Estas edades no son un capricho sino que están contempladas en la Torá como inicio de la edad adulta. Otra gran celebración es el Berit Milá donde el niño es circuncidado a los 8 días de nacido.

En el Islam no existe una ceremonia específica para marcar la mayoría de edad, pero la participación en el primer ayuno del mes del Ramadán, realizado en la época que los jóvenes llegan a la pubertad, signa esa importante etapa de transición del ser humano.

Existen otros acontecimientos importantes en la vida de un musulmán como el nacimiento de un niño o de una niña, cuando es obligatorio que un varón adulto le rece al oído el adhan, oración que debe ser el primer sonido que escuchen los recién nacidos, como iniciación en el Islam. Otro gran festejo es el momento de la circuncisión que se debe realizar entre los ocho días de nacidos y los siete años de edad. Desde el punto de vista religioso, que es lo que domina casi toda la vida en esta creencia, los niños reciben clases de fe desde muy pequeños.

En el cristianismo, gracias al don del Bautismo, los niños pasan a ser hijos de Dios. El catecismo de la iglesia católica expresa textualmente: “Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión”. Esta ceremonia es celebrada por todo lo alto al igual que el rito de la Primera Comunión donde los primocomulgantes comienzan a tener responsabilidades en la práctica de su fe.

Recuerdos imborrables y tema para coleccionistas

En antaño y hogaño es de suma importancia dejar constancia física de las celebraciones cristianas de iniciación. En el Cristianismo antiguamente una hermosa y hasta modesta tarjeta con los datos del recién nacido o el primo comulgante, los nombres de los padres y padrinos y fecha del acontecimiento era suficiente.

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Siguiendo la frase en latín: “Verba volant, scripta manent” (las palabras vuelan, lo escrito permanece) esta costumbre no se ha perdido, pero ahora hay que agregarle que todo es fotografiado, filmado, grabado y, gracias al mundo cibernético, también es exhibido en Facebook, tuiteado e “instagramado” hasta la saciedad.

Las tarjetas de bautizo como recuerdo del acontecimiento se conocen desde hace varios siglos y fue en el Renacimiento cuando se popularizaron. Con el tiempo esta celebración se hizo cada vez más importante y en la actualidad ha adquirido ribetes de gran festejo, lo mismo que las primeras comuniones con sus correspondientes tarjetas y recuerdos.

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Al hacer un repaso a las tarjetas de bautizo, y también de primeras comuniones, desde principios del siglo XX en la sociedad venezolana, se pueden observar diferentes estilos de impresión, papel y formatos.

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En cuanto a las imágenes se nota una gran diversidad, siempre dentro de un marco que emula al catolicismo porque van desde querubines, serafines y ángeles hasta niñitos “desnuditos” en señal de pureza, sin faltar cigüeñas, altares, copones, crucifijos, además de flores variadas y hasta paisajes de casitas campestres que no tienen nada que ver con el tema, pero quizá los creativos y dibujantes, en un arrebato bucólico, les pareció que era una conexión con la fe.

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Después de hacer un análisis de cientos y cientos de tarjetas, las de primeras comuniones son más sencillas y no tan “creativas” como las de bautizo y hay que decirlo, algunas son muy elegantes y “distinguidas”, otras originales tanto en su presentación como en textos y algunas rozan en lo kitsch.

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Las hay lujosas por la calidad del papel y la impresión que hasta llegan a semejar obras de arte con tintas doradas y elementos metalizados, troqueles complicados y muy elaborados, telas y plumas adosadas, cartulinas de hilo o rugosas. Generalmente impera la tipografía cursiva en diversos estilos y todas las variaciones de gótica o algeriana.

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En un momento se puso muy de moda “pegar” en las tarjetas de bautizo una moneda de plata equivalente a 0,25 céntimos de bolívar llamada popularmente “medio” o “mediecito”. Si la tarjeta corría la suerte de caer en manos de algún joven miembro de la familia, el recuerdo quedaba mutilado pues sigilosamente se arrancaba la moneda con la que compraba un chocolate Savoy de leche en la cantina escolar.

Por supuesto a los niños les encantaba coleccionar muchas tarjetas con el dispendio de plata para juntarlas y reunir hasta un bolívar, que equivalía a cuatro “mediecitos”. También aparecieron los dijes y figuritas adosadas a la tarjeta con una cinta que invariablemente eran azules o rosadas, dependiendo del sexo del recién nacido.

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Aparte de las tarjetas, que son imperativo repartir como recuerdo del gran día y protocolarmente se entregan al momento en que los invitados se retiran de la fiesta, también se acostumbra obsequiar otros “recuerditos” que han ido variando a través de los años.

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Misales, rosarios completos o una decena de ellos fabricados con los más variados materiales, pequeñas figuras de santos y vírgenes, un diminuto Niño Jesús en su lecho de paja, cajitas contentivas de almendras plateadas o en su defecto bolsitas hechas con tul ilusión y las mismas almendras pero de colores, también azules o rosadas, colores identificativos del sexo del bebé.

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Celebraciones para todos los gustos y bolsillos

Si es bautizo generalmente la celebración se hace en la tarde, aunque eso ha variado. En cuanto a las primeras comuniones las horas de la mañana son las pautadas por la iglesia para recibir, por vez primera, el cuerpo de Cristo porque se debe guardar ayuno previo, que antiguamente era de 12 horas. En este caso, una vez concluido el ceremonial, se servirá un desayuno que variará en abundancia y calidad, siempre dependiendo de la cantidad de “miles de mediecitos” con que dispongan los padres y padrinos.

En los estándares fiesteros matutinos el desayuno será criollo con caraotas negras, carne mechada, revoltillo, arepas, empanadas, cachapas, bollitos aliñados, quesos frescos, embutidos variados y frutas en almíbar. Como bebidas el chocolate es infaltable; la tisana, aunque casi en desuso, todavía se sirve en hermosas tisaneras; amén de jugos variados donde la escala de los amarillos de la naranja, la piña y la lechosa hacen una interesante combinación cromática. Generalmente todos estos condumios son “made in casa”.

La mesa del comedor ostenta la gran torta colocada sobre una base de espejo circundado con papel crepe rizado, que en el caso de las primeras comuniones puede coronar con un altar donde unas figuras simulan a los primo comulgantes, o un copón con hostias, espigas, palomitas y angelitos merodean en algún lugar del pastel que suele ser cubierto con pastillaje, fondant o una capa de muselina. Como decoración de filigrana el “punto perdido”, guirnaldas, rejillas, flores de pastillaje y cuanto adorno, acorde con la ocasión, que se le pueda ocurrir al creativo pastelero o alguna tía de la familia.

Alrededor de la torta los niños atacan sin piedad las bandejas rebosantes de suspiritos o merenguitos, yemitas, papitas de leche con un clavo de olor, almidoncitos, monedas de chocolate, gomitas de variados colores y sabores, todo en diminutivo para hacerlo más “cuchi” e infantil.

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Estos festejos se han modernizado o actualizado sin dejar lo tradicional. Ahora las agencias de festejos se encargan de todo y agregan al condumio criollo estaciones de huevos al gusto, perico o revoltillo, omelettes, ceviches, salmón ahumado, crepes y waffles con mermeladas de diferentes sabores, carritos de helados, amén de grandes toldos y un ejército de mesoneros. Igualmente ocurre con la mesa de la torta, donde un profesional chef pastelero se ocupa de su montaje cuidando detalles del ornamento para jugar con las alturas de los postres, bombones en combinación de colores y manteles.

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En este particular la celebración del Bar Mitzvá, después de la larguísima y ritualista ceremonia en la Sinagoga, tiene ribetes de gran espectáculo donde la mesa central de los dulces ocupa la atención de los invitados debido a su decoración que se logra con una “mise en scéne” llamativa por la disposición artística de la infinita cantidad de postres que van desde bombones de chocolate decorados a mano uno a uno, golosinas caseras y de manufactura industrial, cup cakes con llamativos y coloridos toppings, hasta la más grande variedad de tortas y pasteles de diferentes texturas y sabores, algunos elaborados con recetas familiares que conservan la tradición culinaria del pueblo judío.
De marineritos a mini novias
Por supuesto que en tan magno día los protagonistas deben lucir un atuendo acorde con la celebración. El faldellín o traje de cristianar es lo más tradicional, especialmente porque suele ser heredado de padres a hijos y entre hermanos. El origen de este primer traje de gala se encuentra en el paño bordado con el que se envolvía a los niños cuando el bautizo se hacía por inmersión.

Este largo atuendo que les cubre desde la cintura hasta los pies generalmente es elaborado en telas como organdí o batista de fino algodón. Los adornos suelen ser puntillas, encajes o bordados a mano. Algunos faldones se complementan con una capota para cubrir la cabeza del bebé, pieza que simboliza la llegada del Espíritu Santo. También pueden llevar cintas de colores rosadas o azules, en ocasiones se utiliza el beige.

Para recibir el cuerpo de Cristo por primera vez, los trajes de los niños han variado en el tiempo. Desde marineritos con aplicaciones de anclas y gorra hasta la clásica chaqueta o blazer azul marino a juego con pantalón beige claro o gris. Complementa el traje un lazo bordado o pintado con una imagen religiosa y medalla a manera de brazalete prendido a la manga. Las manos cubiertas por guantes blancos sostienen un misal engastado en nácar con estampas metalizadas y una enorme vela tallada y labrada en dorado, símbolo de la luz y el espíritu.

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Ellas, siempre descollando en atuendos, llevan trajes muy elaborados, que también han tenido cambios significativos y hasta una semi prohibición por lucir fastuosos vestidos que casi parecían novias infantiles y hacían que la envidia, pecado capital, se engendrara en algunas de las compañeritas, lo que no es muy acorde con la ceremonia que protagonizan.

Debido a esa situación de no vestir a las niñas con tanta pompa, ya que se trata de un rito religioso donde debe privar la sencillez y humildad, se puso de moda utilizar hábitos de monja, siendo los de las carmelitas los más llevados, pero “carmelitas calzadas” porque andar sin zapatos no es muy conveniente. Sigue siendo optativa la escogencia y el ampuloso traje tradicional continúa presente en estas ceremonias.

Raso, organdí, piqué, batista, organza, siempre en blanco níveo o marfil, son los géneros más requeridos para la confección de los vestidos. Los adornos varían según el gusto de los padres y de la modista, pero también dependiendo del grado de personalidad de la niña que impone su criterio. Los recursos más usados siguen siendo las aplicaciones de puntilla de encaje, caireles, plisados y las alforcitas, propias de la costura española, reina en estos menesteres. Completa el arreglo, el velo de tul ilusión o una mantilla en encaje de seda y los mismos guantes blancos, el misal en nácar muy brillante, rosario y vela. Un bolsito, conocido como limosnera, atado a la banda de la cintura, guarda algunas de las tarjetas de recuerdo.

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En épocas recientes estas celebraciones se han convertido más en un sarao para adultos que de niños porque ahora circulan bebidas espirituosas, lo que antes no existía, ya que lo único cercano al espíritu era el acto religioso. Con estas nuevas versiones fiesteras aparecen los tequeños, la música, la rumba, la pachanga y el jaleo. Los niños, bien gracias, ya están dormidos y bendecidos.

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