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El rey Momo también reinó en Caracas

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 En la capital venezolana, el carnaval tuvo épocas de barbarie, derrape, de curioso recogimiento religioso y de fastuosidad, hasta llegar a lo que es hoy. El cronista Alberto Veloz hace un recuento sobre lo que fue esta fiesta en la Caracas de antes.

La celebración del carnaval tiene como denominador común la alegría desbordada, pero diferentes maneras de manifestarse. Está el elegante y pausado de Venecia; el esplendoroso y creativo de Río de Janeiro; el folklórico, religioso y pagano de Oruro; el multitudinario y popular de Tenerife; el desenfrenado en Nueva Orleans; los satíricos de Colonia; el animado y florido de Niza; el alegre de Veracruz y el cultural y tradicional de Barranquilla, pero ¡aunque usted no lo crea! Caracas también tuvo épocas de esplendor carnavalesco.

Esos son algunos de los carnavales internacionales más celebrados que atraen a millares de turistas de todos los rincones para participar del jolgorio, la belleza y para admirar carrozas, disfraces, máscaras y comparsas, mientras bailan al ritmo de la música y entonan canciones populares o las nuevas composiciones con fuertes denuncias políticas.

El carnaval es tiempo de libertad y libertinaje, desenfreno, locura festiva, permisividad, pero también belleza, creatividad, alegría sana y contagiante. El origen del nombre se pierde en el tiempo entre ritos, mitos y ceremonias de la antigüedad y logró superar el tiempo y adaptarse a las modas. Ejemplo de ello es el que celebró Caracas, saturado de alegría.

Carnaval en El Silencio - Caracas 1956

La Sultana del Ávila conserva en los anales de su historia, memoria de grandes carnavales, quizá un tanto pueblerinos, pero con derroche de fantasía, arte e ingenio. Caravanas y comparsas llenaron las calles del centro de la capital donde el pueblo se volcaba para ver pasar los desfiles y los niños desaforados gritaban: aquí es… aquí es… y desde las carrozas las bellas reinas y su séquito les lanzaban caramelos, confetis, serpentinas y juguetes. Este cronista todavía conserva un juguete producto de uno de esos episodios.

Foto: Títere que el cronista Alberto Veloz, en su infancia, atrapó en los carnavales de antaño
Foto: Títere que el cronista Alberto Veloz, en su infancia, atrapó en los carnavales de antaño

Carnaval Elefantes

Barbarie y desenfreno versus devoción cristiana y oraciones

Pero, anterior a ese carnaval elegante, culto y creativo, en el siglo XVII y bien entrado el XVIII, pocas eran las diversiones en ese pueblo grande llamado Caracas y sus vecinos esperaban con ansias la llegada del carnaval para dar rienda suelta al desenfreno y, en medio del libertinaje y la “aceptación de ciertas diversiones”, entregarse al juego con agua, lanzar huevos podridos, embadurnar al contrincante con harinas y el desagradable negro de humo obtenido del hollín quemado de maderas, así como lanzar pintura tanto a las fachadas de las casas como a los vecinos.

Carnaval con agua El Palacio de Libro 1955 El Silencio Caracas

En algunos sectores de la capital estos abusos y diversiones de mal gusto y poca cultura eran más acentuados que en otros, pero casi toda la ciudad estaba sitiada por los bárbaros juegos y el salvajismo. Finalizado el carnaval un aspecto desagradable y caótico marcaba la fisonomía de algunas zonas.

Como bien señala el historiador Arístides Rojas en su crónica al referirse al carnaval antiguo de Caracas:

“… Desde épocas remotas, cuando la barbarie estableció que había diversión en molestar al prójimo, vejarlo, mojarlo, empaparlo y dejarlo entumecido… hasta las paredes de los edificios participaban de este baño de agua limpia o sucia, pura o colorida, pues el entusiasmo no llegaba al colmo sino después de haber ensuciado, bañado y apaleado al prójimo, dando por resultado algunos contusos y heridos, y degradados todos”.

Entre los dos “estilos” apareció el “carnaval” religioso, cuando el obispo Diego Antonio Díez Madroñero tomó posesión de la Diócesis de Caracas. El prelado hizo un estudio del comportamiento de los ciudadanos e invitó a los magnates, hacendados, comerciantes, industriales, curas de parroquia y les dijo con toda la autoridad que ejercía firmemente: “Voy a acabar con esta barbarie, que se llama aquí carnaval: voy a traer al buen camino a estas mis ovejas descarriadas, que viven en medio del pecado; voy a tornarlas a la vida del cristiano por medio de oraciones que les hagan dignas del Rey nuestro señor y de Dios, dispensador de todo bienestar”.

Con la venia de la asamblea, el prelado lanzó su famoso edicto el 14 de febrero de 1759 donde prohibía el carnaval. Se acabaron los bailes, juegos indecorosos, contactos de manos y acciones descompuestas (sic) e invitaba a toda la población, sin excepción alguna, a que “se radiquen más y más las virtudes y buenas costumbres y aumenten en los piadosos estilos”.

Durante los diez años en su ejercicio como guía espiritual de los caraqueños, el carnaval se acompañó de procesiones santas, cantos litúrgicos, rosario diario, golpes de pecho para mostrar arrepentimiento, rezos a la virgen, en especial a la advocación de Nuestra Señora de la Luz de quien era devoto y el agua bendita purificaba las calles.

El historiador Lino Duarte Level escribía: “Caracas se convirtió en un santuario. Nada de música profana, nada de paseos de luna, las mujeres olían a incienso y los hombres a cera, pues puede decirse que en vez de bastón usaban un hachón”.

Por su parte, el diplomático y periodista Abraham Quintero en sus crónicas Lecturas, yantares y otros placeres se refiere al obispo Díez Madroñero así: “Con celo apostólico trató de reformar las costumbres díscolas de sus ovejas con decisiones que marcaron por mucho tiempo el espíritu y costumbres del obispado”. Fue así como el obispo puso freno a las almas descarriadas. Al morir el Obispo las ovejas se salieron del redil, no hubo más sermones y, poco a poco, la sociedad caraqueña volvió a las carnestolendas festivas y derrapadas. El rezo del rosario fue sustituido por charangas y volvió el carnaval de antaño, quizá con menos ímpetu.

Carrozas, comparsas, bailes y flores

El diario La tribuna liberal del 6 de mayo de 1878 describe en una crónica de edulcorada narrativa y plena de halagos, el carnaval de ese año. El país estaba bajo el mando de Antonio Guzmán Blanco quien instauró el juego de carnaval elegante, colorido y floral. Un solo párrafo de este votivo texto lo dice todo:

“Sería imposible hacer una reseña completa de estos tres días inconcebibles. En ellos ha dado Caracas un ejemplo de cultura, de civilización y de espiritualidad que la vuelve a colocar en el rango de la capital más ilustrada del continente, de donde la habían destronado las locuras civiles y la autocracia porque pasara nuestro pobre país”.

Carnaval 20 Carroza de circo

En otro punto señalaba hacer justicia al empeño del Ilustre Americano para que el carnaval de 1878 fuese lo que había sido “la más espléndida y popular fiesta de cuantas había celebrado Caracas en este género. Para ello no ha omitido medio alguno y se ha visto aprontar los recursos necesarios para todo, música, fuegos, carruajes, impresiones, premios, grajeas, confites, flores, ramilletes…”.

Alberto-humboldt

A comienzos del siglo XX las fiestas se refinaron, se celebraron rumbosos bailes de disfraces en casas particulares y clubes sociales, como el recordado Club Venezuela de Mijares a Jesuítas.

Posteriormente los hoteles abrieron sus puertas, el Majestic fue escenario de grandes fiestas. El pueblo llano bailaba al son de orquestas populares en los famosos templetes de parroquia. Las comparsas temáticas aumentaban sus integrantes y se refinaban las llamadas “carreras” con carrozas más elaboradas acompañadas de los antiguos landós, calesas, quitrines y carruajes.

Hotel Majestic carnaval 1930

El historiador y cronista, José García de la Concha en su libro Reminiscencias ofrece una muy vivida narrativa de aquella Caracas de principios del siglo XX cuando comenta: “El carnaval es una fiesta donde se puede apreciar claramente el grado de cultura y de ingenio de un pueblo. Caracas en esto se iba superando. Ya no se jugaba, como antaño, con agua, harina, almidón o azulillo. No, el agua era de colonia, los polvos de arroz, las serpentinas, los confetis, confites y caramelos reemplazaron aquellos”.

Carnaval 9 Carroza La Quinta Paila

Imposible no citar la descripción que hace García de la Concha de un baile en la casa particular de una dama caraqueña, a quien le solicitaron realizar la fiesta en su hogar: “Esta vez tienen pedida la casa de Lulú Francia, de Salvador de León a Coliseo, número 20. Las luces de las arañas de cristal se multiplican en los espejos; las losas del piso de mármol de patios y corredores brillan por la esperma rayada para que deslizara suavemente en el baile el pie perla y flor de las damas. En el segundo patio en amplio corredor está instalado el «buffet» con grandes torres de emparedados colocadas en platones, recipientes de cristal con «boule» y sangría, el imprescindible sifón de cerveza y la botella de brandy…».

“A las nueve de la noche, hora anunciada, revienta en el portón la orquesta de Lagonel con el vals «Espigas de Oro», y van entrando junto con la comparsa otros amigos invitados. Es de rigor que el presidente baile la «Introducción» con la dueña de la casa. Vienen las cuadrillas y lanceros y poleas. Los valses también se suceden y a las doce de la noche en punto se abre el suntuoso comedor adornado de candelabros de plata y en la mesa de riquísima vajilla de porcelana se servía el pavo trufado y las ensaladas de gallina y los riquísimos jamones, todo preparado por las Urdaneta, y luego los dulces. Las tortas de las Roque, los confeccionados por Isabel Díaz Smith, el bienmesabe, la chipolata, caspiroleta, torta moka, alsacianas y platillos de plata con finos chocolates y bombones, y todo aromatizado con buenos vinos. Ya para las tres de la mañana, después de haber tocado Adios a Ocumare y haber taconeado lo suficiente el joropo final, todos dicen: ‘Adiós, Lulú; qué gozar, y muchas gracias’. Y se van las mascaritas. Así gozaban los jóvenes de entonces el carnaval caraqueño”.

Las 100 primeras negritas gratis

En el Ávila es la cosa, era el grito de carnaval de las décadas del 50 al 70. Si se buscaba gozadera de la buena, era imprescindible la ceñida malla negra de algodón que cubría absolutamente todo el cuerpo con máscara a juego, de manera que era imposible adivinar quién estaba detrás del atuendo de “negrita”, el más popular de los disfraces en todo el país. Encima de ese apretado mono negro, la creatividad del carnavalesco hacía de las suyas en cuanto a la vestimenta donde imperaban ropa interior y diminutos bikinis, la boca era de un rojo encendido, grandes collares y exagerados zarcillos completaban el ajuar, pero cualquier aditamento era bueno para sugerir e insinuar al posible “levante” de turno.

Disfraz de negrita
Más de uno se llevó “un chasco” cuando llegado el momento cumbre de la noche, o mejor dicho de la madrugada, ya pasados los tragos y la bailadera y en la intimidad descubrían que la “negrita” no era tal, sino que resultaba un “negrote” o un “catirote”. Muchas historias, cuentos y leyendas se suscitaron alrededor de estas situaciones de confusión, que generalmente terminaban en una gran reyerta, con golpizas incluidas, donde la “negrita” tenía todas las de perder, pero no siempre, ya que en muchas ocasiones el supuesto galán podía haber intuido de qué se trataba aquel levante.

El “mamarracho” era otro disfraz muy popular y su objetivo era vestirse de la manera más ridícula posible, tratando de emular a personajes conocidos o simplemente con un atuendo grotesco y disparatado, siempre con máscara para no ser reconocido y poder burlarse o crear cierto desasosiego y confusión en el público. La frase obligada era: A qué no me conoces

La competencia entre los hoteles, cabarets, dancing y clubes sociales era feroz para tratar de atraer al mayor público a sus fiestas y contratar a tiempo, por toda la temporada, a las grandes atracciones artísticas. Lo que más se promocionaba eran las orquestas de fama, entre las que descollaban Billo´s Caracas Boys, Los Melódicos, Luis Alfonso Larraín, Orquesta Aragón, Lecuona Cuban Boys.

Carnaval Hotel Caracas Hilton

La emblemática Sonora Matancera con la estrella de todos los carnavales, la gran Celia Cruz que en aquella época era presentada como la “Primerísima guarachera del mundo” para convertirse posteriormente en “La reina de la salsa”. Al grito de “azúuucar” todas las canciones se volvían éxito del Hit Parade. Los principales escenarios del carnaval caraqueño como el Club Las Fuentes, hoteles Tamanaco, Ávila y Caracas Hilton se engalanaron con la presencia de la cubana más famosa.

Carnaval Club Las Fuentes Celia Cruz

Durante varios años surgió un fenómeno en estos encuentros de “destape” y diversión. A determinada hora de la noche-madrugada, sin aviso alguno, aparecían dos esculturales mujeres enfundadas en enormes abrigos que les cubrían todo el cuerpo y en un momento álgido de la fiesta gritaban a todo pulmón: “Relámpago”, acto seguido abrían los pesados abrigos de piel y dejaban ver por breves momentos, como un mismo relámpago, sus naturalezas corpóreas al desnudo. Así como llegaban desaparecían, sin que nadie supiera sus identidades porque las máscaras eran sus cómplices que daban clandestinidad a los rostros. Esto sucedió, entre otros lugares, en el cabaret Tony 65 en la Plaza Venezuela.

Si algo distinguió al carnaval de Caracas, de los demás, fueron los majestuosos y muy alegres bailes con orquestas y artistas de renombre: la legendaria Josephine Baker quien se presentó en el Club Pasapoga en la avenida Urdaneta y también compartió escenario con Celia Cruz en el Coney Island de Los Palos Grandes.

Coney Island Josephine Baker y Celia Cruz

En 1957 Aldemaro Romero y su orquesta de mambo animó los carnavales del hotel Ávila, mientras que Benny Moré hizo lo propio en el club Al Claro de Luna, ubicado frente al Coney Island, en Los Palos Grandes.

Tito Rodríguez y su orquesta estuvo en el carnaval de 1962 en Puerto Azul, como testimonio grabó un long play de colección. Daniel Santos, “El inquieto anacobero”, se presentó en El Cimarrón, night club ubicado en la Torre Sur del Centro Simón Bolívar. Allí compartió escenario en la temporada de 1966 con el cuarteto de Las D´Aída, Panchito Rizet y la orquesta Concepción. De nuestro patio el tenor de Venezuela, Alfredo Sadel actuó en El Jacal, en El Rosal. También para las fiestas del mismo año hizo su debut en Caracas la simpática y jacarandosa cantante cubana Emilita Dago, contratada por el empresario Guillermo Arenas. La primera presentación de La Lupe en Caracas fue en el carnaval de 1967 cuando actuó en la Zona Rental de la Plaza Venezuela donde hizo alarde de su desenfreno gestual al quitarse los zapatos y lanzarlos al público o despegarse las enormes pestañas postizas y contonearse como “poseída”. Los célebres Tito Puente y Dámaso Pérez Prado animaron esas fiestas carnavalescas con sus éxitos de la época.

Alfredo Sadel en el Club Casablanca

Hotel Tamanaco Tito Rodríguez carnaval 1966 Tito Rodríguez en Puerto Azul
Otros personajes que hicieron las delicias de los asiduos al carnaval caraqueño fueron figuras de renombre como Miguelito Valdez, el Negrito Chapuseaux, Bienvenido Granda, Carlos Argentino, Luisín Landáez, Rolando Lasserie el rey del guaguancó. Agrupaciones musicales que imponían éxitos entre ellas la Orquesta Aragón con su cha cha cha El bodeguero. El grupo femenino Anacaona; Fajardo y sus Estrellas; Chucho Sanoja y su orquesta con Chico “Sensación” Salas, quien hizo de Lamento Náufrago el éxito de la temporada y la Siboney que marcaba el ritmo antillano.

Muchos lugares abrían sus puertas para que el público se divirtiera como el Club Las Fuentes, Centro Gallego y Centro Asturiano en la urbanización El Paraíso; Club Casablanca en Maripérez; Bar Restaurante del Teleférico El Ávila; El Gran Botellón; El cariño es el mismo, de Padre Sierra a Muñoz; Dancing Club Cha Cha Cha, de Madrices a Ibarras; Salón Can Can, de Pedrera a Marcos Parra o el Terminal de Pasajeros de La Guaira donde el Club Pampero organizaba bailes populares. El maestro Billo Frómeta tuvo un club con su nombre en la avenida Los Pinos de El Paraíso.

Carnaval 1955 Club Las Fuentes

En los bajos del Puente 9 de diciembre, que une la avenida San Martín con El Paraíso, existió un enorme galpón, con techo a dos aguas llamado El Monumental donde la gente se agolpaba, junto a las famosas “negritas” para ir a bailar. En ese corralón de diversión non sancta había un apartado para el público gay, que en la época no se le tildaba así, donde los levantes corrían a “tres por locha” y se unían jóvenes y no tan jóvenes de la alta sociedad caraqueña con sus homólogos de las barriadas populares. Generalmente el “casual” encuentro terminaba en algún apartamento del este capitalino, que la prensa sensacionalista, como el diario Últimas Noticias, llamaba “ballets rosados”.

La alternancia orquestal en un mismo salón de baile era el propio delirio. En clubes como el Paraíso o el Caracas Country Club, la Billo´s Caracas Boys hacía duelos con Los Melódicos. La primera con sus mosaicos bailables, mix musical que comenzaba con el romántico bolero y finalizaba con la guaracha más guapachosa, mientras que la orquesta dirigida por Renato Capriles centraba la atención con su cantante Emilita Dago, enfundada en un traje rojo brillante de corte sirena para imponer El ladrón, Que gente averiguá y Canuto. Concursos de disfraces y comparsas también se realizaban en las fiestas de los clubes Valle Arriba y Los Cortijos.

Carnival with Billo 2

La diversión era igual en los templetes de las parroquias, siendo los más renombrados por alegría y popularidad los de San Juan, La Pastora y el del malecón de Macuto. Para las nuevas generaciones debo comentar que el templete sería lo que hoy conocemos como tarima, armado en medio de la calle principal de la zona, donde actuaban las orquestas populares con cantantes de renombre. Los parroquianos se agolpaban alrededor del mismo y bailaban toda la noche los ritmos de moda. La decoración era de festones y cadenetas de papel de seda de todos los colores y largas filas de bombillos que daban ambiente a la calle.
Carrera de carrozas

Este cronista recuerda la gran carroza que llevaba a la recién electa Miss Mundo 1955, Susana Duijm Zubillaga, quien desde lo alto de un enorme globo giratorio que simulaba el mundo, la más bella y recordada de nuestras misses (sin cirugías y al natural), saludaba a la multitud agolpada en las calles de Caracas por donde pasaba la “carrera” de carnaval.

Carnaval carroza Miss Mundo 1955 Susana Djuim La Venezuela Inmortal Ileana Beatriz Bello Rojas

Cientos de miles de juguetes, matracas, pitos, antifaces, máscaras, caramelos y confetis eran lanzados desde las carrozas, construidas con una gran creatividad que representaban alguna entidad o comercio y eran adornadas profusamente. Se caminaba sobre una alfombra de papelillos y serpentinas que no permitían ver el asfalto.

Carnaval 2 Carroza de Coca Cola

Carnaval Los Dos Caminos

Con la llegada de la democracia el juego con agua permaneció acompañado de azulillo, negro de humo, huevos podridos y bombitas de agua congeladas, pero confinado solo al martes de carnaval. Al día siguiente las cenizas del miércoles redimirían todos los excesos, pero la revancha era la octavita, cuando las orquestas rezagadas y algunos artistas volvían a presentarse, para clausurar el carnaval, fiesta que en la actualidad quedó relegada a los niños.

Carroza de Polar - Caracas 1955

Carroza del Hipódromo Nacional

Cientos de reinitas, príncipes, mendigos, zorros, súper héroes, vaqueros, Supermán, Batman y hasta donde la creatividad alcance, deambulan por el decadente bulevar de Sabana Grande, sin misses de verdad que les lancen un juguetico desde alguna carroza. Recuerdos que quedaron congelados en el tiempo.

Fotografías

Obtenidas por Alberto Veloz de:
Crónica de las mujeres que inquietan a los hombres, Nicomedes Febres.
Caracas en Retrospectiva.
La Caracas Inolvidable.
Henry Rueda.
María Filomena Sigillo Gianeto.
Víctor Hugo Morales Avilán.

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