Curiosidades

En tazas de porcelana

En nuestro lenguaje diario usamos, sin ser muy conscientes de ello, numerosas figuras retóricas, especialmente la metonimia, fundamentalmente en el sentido de usar el continente para designar el contenido; es el caso de "tomar una taza de té", cuando está claro que lo que nos tomamos es el té y no la taza

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Texto: Por Caius Apicius | Composición: Ligia Velásquez
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La taza es, seguramente, una de las primeras piezas de la primitiva vajilla. Era necesario un recipiente en el qué verter los líquidos, y en la naturaleza hay muchas cosas que pueden desempeñar esa función, empezando por las valvas de grandes moluscos.
El diccionario nos informa de que una taza es una «vasija pequeña, por lo común de loza o de metal y con asa, empleada generalmente para tomar líquidos». Pero nos constriñe al uso de tazas de loza, olvidando la mejor de las tazas para, como indicábamos más arriba, tomar el té. O el café: la de porcelana.
¿Con un asa? En mis años universitarios en Galicia, los estudiantes, después de clase y a la hora del aperitivo, nos íbamos «de tazas»; pero nuestras tazas, de loza, no tenían asa, y si las llenaban de vino, que era lo normal, hacía falta cierta práctica para beberlo sin verterlo. En gallego no existe la palabra taza, que se traduce como cunca, emparentada con cuenco.
Pero volvamos a nuestra taza de té. Es evidente que si uno se toma un té en la barra de una cafetería normal le darán té «de escapulario», es decir, de bolsita, con agua caliente procedente de la cafetera, con el consiguiente sabor metálico. Y se lo servirán en una taza vulgar, de paredes gruesas, pongamos que de loza. Si es su primer té, normal que sea también el último.
Dejemos aparte el proceso de selección y preparación, por supuesto en cerámica, del té. Si usted pone cuidado en ello, ¿por qué no ponerlo en el recipiente del que lo va a beber? Un buen té necesita una taza de porcelana. Diría lo mismo del café, pero aquí la permisividad es mayor. De todos modos, no sabe igual un café en taza gruesa que en taza fina.
Porcelana, entonces. La inventaron los chinos, como tantas otras cosas útiles. Al parecer, la porcelana actual nació alrededor del siglo VIII. En el XIII, el veneciano Marco Polo dio a Europa las primeras noticias de la porcelana, cuya importación comenzó el siglo siguiente hasta que, ya en el XVIII, los europeos empezaron a elaborar auténtica porcelana.
Y la primera fábrica, rodeada de secretismo, surgió en Meissen, en Sajonia (Alemania), pero pese a todas las precauciones, la fórmula y el proceso pasaron a Italia y al resto del Viejo Continente, aunque se seguía importando porcelana china.
En ese siglo nacieron las fábricas de Capodimonte (Italia), el Buen Retiro (España) o Sévres (Francia). Pero los ingleses, tan amantes del té, tuvieron algo que decir y desarrollaron unas magníficas porcelanas, como la de Wedgwood, que data también del siglo XIII. Eso, por no citar otras prestigiosas fábricas y no hablar de las delicadas porcelanas chinas o japonesas.
Insistiré: hay un mundo de tomarse un buen té en una taza de porcelana a hacerlo en un recipiente basto, y no digamos en vasito de plástico.
Eso sí: la porcelana tiene un problema que hay que considerar. Si recuerdan la película ‘Memorias de África‘ (‘Out of Africa’) protagonizada por Meryl Streep y Robert Redford, recordarán que cuando la Baronesa Blixen llega a Nairobi encarga a su criado Farah cuidado con la porcelana, y le pregunta: «¿Sabes qué es la porcelana?», a lo que Farah responde: «Si, Msabu (señora); se rompe».
Y es que, parafraseando a Billy Wilder, nadie -ni nada- es perfecto.

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