Divagaciones gastronómicas

Encuentro con manjares ajenos

Eso que en nuestra época llaman "globalización" y aplican a la economía y a las comunicaciones, también ha incidido en la gastronomía, haciendo que nos familiaricemos con la comida de otras sociedades. Todos conocemos, aun cuando sea de referencia, los platillos chinos, hindúes y árabes, pese a que corresponden a sociedades muy distantes de nosotros. Pero no siempre fue así. En tiempos preindustriales las distintas culturas gastronómicas estaban aisladas y cuando los viajeros, por las características de entonces aventureros, se sentaban en mesas exóticas, las sorpresas eran grandes. El encuentro con "el otro" significaba reparar de inmediato en sus costumbres que se juzgaban extrañas, exóticas, fuera de los patrones habituales del intruso

Ilustración: Andreína Díaz
Publicidad

El encuentro entre europeos y americanos a fines del siglo XV no podía escapar de esa regla y así las crónicas de los descubridores y los testimonios atribuibles a los aborígenes americanos están llenos de hondas impresiones de experiencias alimentarias.

Desde las Cartas de Colón hasta las relaciones de los misioneros escritas en las postrimerías de la Colonia, se repiten las quejas causadas por esos choques gastronómicos.

Los indios rechazaban los condumios europeos, como gráficamente lo describe Girolamo Benzoni al relatar el banquete que un conquistador español diera a unos caciques centroamericanos, quienes al pasear la vista por la opípara mesa vestida con manteles largos y platos repletos de viandas aderezadas a la europea las probaron con reticencia, para de inmediato rechazarlas casi intactas, dándoselas a sus servidores, que a su vez, riéndose de tal comida, la dieron a los perros. Clara imagen de un repudio alimentario que supo captar con realismo Teodoro De Bry en uno de los grabados con que ilustró su famosa edición de crónicas de interés americano. Los aborígenes se extrañarían, no sin razón, al no encontrar en aquel convite bollos de maíz, frijoles, yuca aliñada con ají.

Bernardo Vargas Machuca, experimentado conquistador que hizo parte de su carrera en Venezuela, nos dice en su Milicia indiana (1599), cómo los indios «de comer nuestras comidas por lo que participan de la sal, mueren de cámaras sin escapar ninguno, por haberse hecho largamente la experiencia de ellos», para añadir como comentario surgido de su cautividad cultural: «Por cierto es cosa de gran admiración». Sorprendía al capitán español, hasta el punto de encontrarlo inexplicable, el efecto malsano que en aquellos «bárbaros» producía la comida de los cristianos.

Por otra parte, están llenos los anales de aquellos remotos tiempos de la reacción de asco de los europeos ante el carrasposo casabe o el horror que les producía la oferta de gusanos u hormigas como apetitosos manjares.

Estos rechazos mutuos nunca cesaron, pues se repitieron a lo largo de tres siglos en la línea de las avanzadas del poblamiento europeo en nuestro continente. Sin embargo, a medida que se iban asentando las ciudades y se intensificaban los intercambios, muchas veces espueleados por la necesidad, otras estimulados por el gusto adquirido, se dio un mestizaje alimentario del cual es producto nuestra culinaria. Durante ese proceso se fue formando una jerarquía de valores en la cual los alimentos europeos quedaron como superiores, y los americanos como inferiores. Como suele suceder se impusieron los patrones culturales del más fuerte y, si españoles y criollos consumieron, por ejemplo, maíz y yuca en abundancia, nunca los conceptuaron como superiores al trigo.

Publicidad
Publicidad