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La comida callejera en Bangkok, tradición convertida en tendencia

El gusto por la comida callejera, poco a poco se ha convertido en tendencia internacional a pasos de gigante, es una de la tradiciones más arraigadas de Bangkok, donde proliferan los puestos gastronómicos en las aceras

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Texto y Foto: Leticia Pastor
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Hablar de Tailandia no significa únicamente paseos en elefante, playas paradisíacas o grandes templos budistas.
La afición por su comida local se ha convertido en uno de los mayores reclamos turísticos del país, cuya capital, Bangkok, cuenta con 38.000 puestos de comida callejera y se gasta en ello una media de 50.868 millones de euros anuales, según el diario Bangkok Post.
En el mercado Wat Khgek, ubicado en el distrito financiero de esta megaurbe asiática, el soi 20 (bocacalle en la jerga local) se transforma cada mañana en un largo y estrecho pasillo repleto de vendedores ambulantes que ofrecen productos frescos y comida preparada por doquier.
Al amanecer se cuelan por sus rincones intensos olores a curry, especias o pescado recién traído de la lonja, mezclados con el bullicio de las charlas entre vendedores y clientes.
En sus puestos conviven productos de todo tipo, desde verduras y hortalizas recién traídas del campo, pasando por gallinas aún vivas para ser degolladas o platos típicos listos para llevar en bolsas de plástico con asas fácil de llevar.
Ratthana tiene 70 años y lleva 28 al frente de su puesto de postres tailandeses, en el que vende unas 400 raciones diarias de gelatina de coco y hoja de plátano, al precio de 30 bat (menos de 1 un dólar).
Enfrente de ella, Aor y su cuñada, que regentan el mercado desde hace solo tres años, se esfuerzan en servir con diligencia y rapidez sus bolsitas de pescado dulce con arroz, «especialidad de la casa», aseguran sonrientes.
En los días festivos que celebran los budistas, marcados por el calendario lunar, el mercado se convierte en una verdadera fiesta.
Los budistas se apresuran a salir a la calle en busca de coloridas guirnaldas de flores y comida para ofrecer en los templos a budas y monjes, mientras los vendedores compiten unos con otros repitiendo sus precios en voz alta una y otra vez.
Al otro lado de la ciudad, el soi 38 fue durante décadas uno de los enclaves de visita obligada en la capital por su ambiente festivo, desenfadado y abarrotado de gente local, aunque desaparecerá este enero por la construcción de un edificio de apartamentos de lujo.
«Crecí correteando por estos callejones entre los puestos de comida y me da mucha pena marcharme de aquí. El 38 es un icono de esta ciudad», asegura apenada la dueña de uno de los puestos.
Pero en esta callejuela en vías de extinción todavía se ven las columnas humeantes del arroz recién hecho, un ingrediente que no puede faltar en cada una de las hasta seis comidas que los tailandeses hacen al día, incluido el desayuno.
Otro ingrediente fundamental en la cocina local, el chile o guindilla, fue importado por primera vez a Tailandia en el siglo XVI, gracias a los misioneros portugueses que lo introdujeron en el país tras su paso por Sudamérica.
Igualmente, no fue hasta el siglo XVII cuando Tailandia empezó a recibir la influencia de otras cocinas, como la francesa, la japonesa o la china, de la que heredó el gusto por la fritura, hoy en día muy extendida.
A pesar de la fama y proliferación de la comida en la calle, restaurantes de alta cocina como Nahm (Bangkok), han sido reconocidos internacionalmente como uno de los mejores del continente, según Asia’s 50 Best Restaurants 2015.

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