Vida sana

La sala de espera de un psiquiatra nutricional

En el marco del Día Mundial de la lucha contra los trastornos alimenticios, compartimos con nuestros lectores la realidad que viven los pacientes que batallan con esa silueta que se refleja en el espejo y el cuerpo ideal que se proyecta en su mente

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Desde el año 2012, a través de Facebook un grupo de personas escribían sus experiencias, consejos y progresos frente a los Trastornos de Conductas Alimentarias (TCA). De ahí se iniciaron las conversaciones para establecer el 30 de noviembre como el día internacional para promover la lucha contra esta problemática que afecta a miles de personas del mundo, en su mayoría del sexo femenino.
Los TCA han sido definidos por la Asociación contra la Bulimia y Anorexia (ACBA) como trastornos mentales caracterizados por un comportamiento patológico frente a la ingesta alimentaria y una obsesión por el control de peso. Son trastornos de origen multifactorial, originados por la interacción de diferentes causas de origen biológico, psicológico, familiar y sociocultural. Son enfermedades que provocan consecuencias negativas tanto para la salud física como mental de la persona.
En el consultorio de Carmen Elena Silva, médico psiquiatra especializada en las conductas alimentarias, llegan casos de trastornos obsesivos-compulsivos, depresión, ansiedad, pero sobre todo pacientes con TCA. Hasta hace cuatro años, la visitaban principalmente niñas de 11 años que desde los seis ya estaban asistiendo a nutricionistas y que al acercarse a la adolescencia el comportamiento fue tornándose delicado. Sin embargo, las estadísticas en Venezuela y en el mundo han cambiado y han aumentado los casos de mujeres adultas, ya licenciadas y hasta madres que vienen arrastrando problemas desde la juventud y que con los años ya se han ido afianzando.
La mayor dificultad al atender a niñas que presentan estos trastornos es hallar la raíz de su problema. ¿Por qué surgieron estas conductas? A veces la respuesta está en su entorno. Muchas madres solo están pendientes de las notas de la boleta o muchas otras quieren vivir sus sueños a través de sus hijas y crear en ellas un cuerpo para una futura miss, bailarina, atleta, o una simple silueta esbelta. Desde los siete años, por tener una hija “gordita” empiezan a llevarla a nutricionistas, a limitar su alimentación y esto puede la puede acercar a estos trastornos de conducta.
Así fue el caso de Emma García, que a sus 30 años de edad nos reveló su historia: “toda mi vida he tenido tendencia a engordar” y mi mamá, que es una mujer muy flaca y que cuida su apariencia, desde los siete años me llevó a nutricionistas y me ponía a dieta –no estrictas pero sí sumamente saludables, cosa que para un niño es una tortura.
La presión no solo venía del hogar. Para una niña de 14 años que estudiaba en un colegio de monjas y unisex era difícil no compararse a diario con las más delgadas del salón, con las que no compraban empanadas o pastelitos en la cantina sino manzanas verdes para desayunar y así mantener la silueta. Ante la ansiedad, Emma recurría a comer dulces y chucherías a escondidas. Indudablemente el azúcar hizo de las suyas y se revelaba no solo a través de la ropa sino en los cachetes, brazos y en esas zonas indeseables que muchas ocultan a causa de los cauchitos o kilitos de más.
A medida que se sumaban las preocupaciones de la mamá por el peso de su hija y la influencia de un segundo año de bachillerato con puras niñas “firifiris”, Emma empezó a dejar de comer. Durante diez meses su desayuno y cena fue una lonja de pan integral con yogur light y un almuerzo balanceado pero reducido en porciones. Esto también fue acompañado por dos meses de bulimia que, sin duda, la llevaron a perder esos kilos que la mamá buscaba eliminar visitando a varios nutricionistas. Esto la llevó a pesar 39 kilos y a tener principios de anorexia. Fue en este punto que, contradictoriamente, la mamá le pedía que comiera porque ya estaba muy flaca. El problema es el que espejo de Emma no decía lo mismo.
Silva, recomienda a los padres prestar atención a señales como: constante falta de apetito, que los niños ingieran pequeñas raciones de comida, que dejen de sentarse a la mesa para comer en familia, que hagan ejercicio en exceso, que guarden chucherías para comerlas a escondidas, que tengan un desenvolvimiento extraño con sus amigos, que presente caída del cabello, piel seca y ausencia de la menstruación.
Aunque cada paciente sean un reto, Silva agrega que los nuevos casos de mujeres adultas representan una dificultad más y es que ellas ya son independientes, los padres no tienen el control de sus decisiones o acciones así que el tratamiento puede quedar en el camino si no pone de su parte o si a pesar del seguimiento o citas pautadas la persona no asiste a su consulta.
Silva cuenta con orgullo cincos casos que han progresado significativamente y que presentan estas características. Son pacientes que tienen entre 19 y 25 años, tuvieron sobrepeso en la infancia, recibieron burlas por la forma de su cuerpo, tenían familiares delgados y que a través de las redes sociales veían siluetas perfectas, esbeltas y definidas. Cada una había visitado a diez nutricionistas, por lo menos, presentaban lesiones, bajos niveles de potasio, sodio y pesaban 30 kilos.
Una vez que el cuerpo deja de recibir los nutrientes necesarios para el organismo empiezan las fallas. Primero es el sistema endocrino y así el resto de los órganos. Una consecuencia difícil de revertir es el problema óseo que se genera una vez que el calcio deja de ser asimilado. De las cinco pacientes antes mencionadas, tres padecen de osteoporosis avanzada en su columna vertebral.
Del 100% de las pacientes, 60% se cura pero siempre se mantienen al cuidado de su peso al igual que de una recaída y deben llevar un control con sus especialistas. El 20% se mantiene estable pero tienen algunas repeticiones y el otro 20% son casos que deben tratarse en intervenciones en hospitales.
En las salas de espera del consultorio las pacientes comparten sus consejos, conversan sobre sus experiencias, se trasmiten sus trucos para reducir la cintura, para las maniobras purgativas se intercambian información de productos en los mercados, mañas, etc. Esto, a la par de las redes sociales, representa una amenaza constante para estas pacientes que de por sí están expuestas a caer y que a lo largo del proceso no solo padecen estos trastornos sino también problemas de autoestima, dificultades para desenvolverse en la sociedad, depresión, ansiedad.
Estas personas sufren mucho y quienes se recuperan viven con la preocupación de no engordar pero tampoco de volver a atravesar este proceso.


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