Crónicas de alimentación y resiliencia

Mi mesa está vacía

Años noventa, el comienzo del siglo XXI, el boom tecnológico, el mar de información que nos brinda internet, la globalización en todo su apogeo; un período de grandes cambios y procesos culturales que abrieron campo a nuevos modelos de preparación, cocción y elaboración de platos Como bien es sabido, a finales de esa década se inició un proceso político, social y económico que, para ese momento, implicó una visión innovadora, atrayente, diferente, que idealizaba una nueva Venezuela, y para un pueblo con grandes déficit -desempleo, inflación y otros fenómenos sociales que afectaban la vida cotidiana-, renovaba sus deseos de cambio y de aceptación.

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Por Adriana C. Godoy O. del Diplomado Alimentación y Cultura UCV |Foto FREEPIK
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Estas son, en resumidas cuentas, las características generales del ambiente social, político y económico para entonces. Una chica como yo, nacida a principios de la década de los 90, he vivido y experimentado todo ese proceso “revolucionario” que el Proyecto de Nación del chavismo ha implantado en nuestra vida. A 17 años de este gobierno, mi generación y las posteriores, hemos vivido, o mejor dicho sobrevivido, a base de nuestra fuerza de voluntad y como decimos coloquialmente: “somos echados pa’lante”.

Pero la crisis de alimentos y de otros rubros de necesidad básica, que en estos últimos cinco años han ido escaseando con más fuerza, se convierte ahora, en protagonista de las anécdotas y cuentos entre familiares y amigos: relatos nostálgicos de los placeres y gustos que antes nos dábamos y ahora extrañamos, anhelamos y soñamos con volver a probar, ya sean productos manufacturados como embutidos, chucherías o extravagancias importadas, etc., que hemos aprendido, a golpes, que no representan un alimento indispensable ni necesario en nuestra despensa.

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La madre tierra bendijo nuestro territorio con tantas posibilidades de obtención de alimentos que desde tiempos históricos hemos visto producir, pero no mantener. Fuimos, somos y espero que no sigamos manteniendo esta idea monoproductora y monoexportadora. Deseo que empecemos a echar manos a la tierra para sembrar nuestros alimentos porque terreno tenemos bastante.

Espero que mi generación y las siguientes, podamos vivir las experiencias que nuestros padres, tíos y abuelos nos cuentan de cómo era Venezuela, de cómo era pasear por el bulevar de Sabana Grande en las noches y tomarse unas cervezas, unas tazas de café en los locales de la calle sin el miedo detrás de nosotros; o salir de rumba con los amigos a las discotecas o bares sin el terror a ser robado, lastimado o peor aún, asesinado.

GRAN CAFE, SABANA GRANDE

“La vida se me va en este país”; “No tengo futuro”, típicas frases que escucho entre mis amigos(as), primos(as), sobrinos(as). Somos el pueblo joven que debe dar rienda al futuro del país, pero la impaciencia, el miedo, el deseo de vivir sin inseguridades, dio como resultado que familias se separen, se dividan por la ida de uno o varios de sus integrantes.

Curiosamente, esta generación, que ha conocido la solemne comida familiar de todos los días y la cuidada elaboración artesanal de los alimentos —función que cumplen en gran parte nuestras madres, abuelas, tías y toda mujer de la familia—, siente nostalgia por los viejos ritos de mesa y, con frecuencia, los cultiva durante el fin de semana. “Los domingos familiares”, típico evento del venezolano, que disfruta la preparación de un desayuno-almuerzo o un gran almuerzo en compañía de amigos y familiares. Donde nunca falta ni se cansan de un buen “sancocho”, los demás platos pueden ser opcionales, pero que en la actualidad, se ve cada vez más afectado por la carencia de esos seres queridos y la escasez de alimentos. Aunque todo ello no termine de eliminar este importante ritual.

SANCOCHO

La forma de comer vincula con el propio grupo y su historia. Sobre todo, vincula íntimamente con la casa, la familia y tiene una fuerza enorme de evocación de vivencias íntimas y primigenias. El venezolano culturalmente es un grupo muy unido a su núcleo familiar materno. Siempre los hijos volverán al nido de la madre y todo evento que signifique reunión será realizado en el dulce hogar de nuestras madres.

Es hermoso vivirlo y entender cómo nos relacionamos con nuestros seres queridos en la mesa y los significados ocultos que los alimentos traen. Pero tristemente en las mesas de una gran parte de las familias venezolanas, una silla está quedando vacía: el acto de comer en nuestras familias lo están alterando y la nostalgia nos invade, lo que hasta hace poco era una realidad común en nuestra vida diaria, ahora lo rememoramos con la esperanza de que nuestra situación país nos brinde dentro de poco, una mesa nutrida y generosa y que esas sillas vacías, sean ocupadas de nuevo por nuestros seres queridos.

Se despide, una chica con esperanza.

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