Memoria gustativa

"No quiero oro ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata"

Fotos cortesía: "Chile" Veloz y Alberto Veloz
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cumpleaños feliz

Son las 4:00 de la tarde y ellas ya llegaron con sus primorosos vestidos de tafetán, organdí o piqué que cubren los armadores y marcan la cintura con enormes lazos; zapaticos blancos de charol y hasta sombreritos con carteritas a juego.

En lugar opuesto, nosotros, nos distanciamos de las niñas como lo hacía Toby, el inseparable amiguito de la pequeña Lulú. Llevamos pantalones cortos o largos de gabardina de algodón o kaki, camisas bien planchaditas y almidonadas, impecables; algunos con corbaticas de lazo y repeinados con copete y raya a un lado. A pesar de la corta edad reina cierta formalidad, aunque salpicada de curiosidad.

La timidez apenas nos deja hablar, tampoco ayuda a que nos despeguemos de las faldas de mamá. Vemos de reojo a los otros convidados porque ya atisbamos quiénes serán nuestros contendores en la hora cumbre, cuando cada uno esté al frente de la piñata, la protagonista de los cumpleaños infantiles caraqueños de las décadas 50 y 60 del siglo XX.

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Para romper el hielo, los anfitriones proponen juegos infantiles como Ponerle la cola al burro y, para hacerlo más difícil, nos tapan los ojos con un pañuelo, nos hacen girar para desorientarnos, nos confunden y somos objeto de burlas. Terminamos pegando la cola en la oreja del Platero, dibujado en un cartón pegado a la pared.

El ambiente se llena con nuestras voces cantando A la víbora de la mar por aquí podrán pasar…, que por cierto se convierte en nuestro primer acto de sufragio porque debemos escoger entre pera o manzana y dependiendo de la respuesta pasamos a engrosar la fila que representa cada fruta para luego medir fuerzas físicas. Siguen los divertimentos de la tarde en el patio posterior de la casa: la silla, que sin ser la presidencial, todos queremos quedarnos con ella y por eso empujamos y hasta hacemos trampa; la “ere” paralizada, el escondite, la gallinita ciega, carreras de saco. A veces competencias de metras, perinolas y yoyos.

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Cuando la celebración coincide con el Carnaval, la fiesta se convierte en un espectacular desfile de disfraces, donde se mezclan las reinitas y los zorros (no el animal sino el espadachín justiciero de California) con Superman, Batman, el hombre araña, pordioseros, jeques árabes, payasos, indios apaches, marcianos y damas antañonas, ocasión perfecta para hacer concursos del más original, el más lujoso, el más divertido o el más extraño. Así eran los cumpleaños infantiles de esa mitad del siglo XX.

El clímax: La piñata y la torta

Desde hace rato los pequeños “estudian” ese objeto inanimado, que es la protagonista del momento cumbre de la fiesta: La piñata. Colocada en el centro del patio adornado con bombas de colores y cadenetas de papel de seda, se bambolea por el viento o porque el tío del anfitrión está arreglando, siempre a última hora, la polea que la hace subir y bajar como un yoyo gigante para evitar que la agredan.

“Hay que tumbar la piñata antes de que oscurezca…” es el plan de los adultos, porque los niños no medimos el tiempo. Alguien pronuncia la frase y los anfitriones buscan el objeto que torturará a la piñata que emula a cualquier personaje de Disney. El palo destructor no se decoraba sino que pasaba de mano en mano con su aspecto vil y austero. Entonces aparecía el pañuelo (el mismo de la cola del burro) y comienza la euforia y la algarabía. Los niños más creciditos saben que los primeros en pretender destripar la piñata son los más pequeños quienes a veces no llegan ni al primer año de vida y obviamente no cumplirán el cometido. Uno tras otro lanzan intentos fallidos, hasta que llega el turno de los “mayorcitos”. La cosa se pone buena y los adultos deben resguardarse de un futuro chichón al intentar recuperar el palo.

cotillon

Dale, dale, dale… pero la venda en los ojos no permite atisbarle a la caja de cartón forrada de vivos y coloridos papeles crepé y de seda, o a la figura del personaje u objeto elegido por el cumpleañero que bien puede ser un avión, un barco o un cohete. La imaginación de los piñateros es casi infinita como lo muestran el techo de La Piñata, el Bazar Delgado y La Mina, otrora tiendas de juguetes, o las muchas especializadas en el ramo que todavía perduran en la Plaza San Jacinto, justo frente a la Casa Natal de El Libertador, proveedoras de este artilugio festivo.

El cartón está muy duro y ni la panza de Mickey Mouse ni la falda de Cenicienta se abren para liberar su contenido, por lo que papá se ve forzado a romperla para que caiga y comience la auténtica rebatiña de pitos estridentes; maracas susurrantes; carritos miniaturas; juegos de pulsera, collares y sortijas en colores fosforescentes; indios con penachos; vaqueros de piernas arqueadas; juegos de jacky; caballitos azules y amarillos; yoyos y perinolas en versión liliputiense; muñequitas decapitadas por efecto de los agarrones. A este mundo lúdico hecho casi todo de plástico se suman cientos de caramelos y chupetas, figuritas de marshmallow, sorpresas con pepitas dulces multicolores, monedas de chocolate, frunas, súpercrema, papelillos y serpentinas.

chucherias

Todos gritan al unísono, algunos lloran inconsolables porque no agarraron suficientes “coroticos”. Las niñas, avezadas y acaparadoras, con sus amplísimas faldas abarcan la mayor cantidad de pacotilla. Algunas madres -mal educadas- también se lanzan en la feroz competencia con los infantes y recogen parte del botín para que su niñito no siga con la “periquera”.

Los lloriqueos continúan largo rato. Baja la intensidad en el ambiente. No hay más juegos infantiles. Los mini invitados nos hemos declarado la guerra. Alguien pretende arrebatar al otro algún juguetico, lo que sea. Los más chicos miran atentos con angustia y nerviosismo, pero no se dejan “caribear”.

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Durante toda la tarde y para calmar la sed y el calor, nos ofrecen una fresca tizana con las frutas picaditas en su más mínima expresión, que ha reposado pacientemente en una hermosa tizanera colocada en lugar preferente del comedor. También circulan bandejas con Pepsi Cola o Coca Cola, Hit de naranja o piña, Grapette de uva, Green Spot y Seven Up que los invitados acompañan con cheesewhiz o Pepitos; chicharrones Jack´s; paspalitos Savoy; galleticas Ritz; sanduchitos serpentinas, de piso o triángulos con la consabida mezcla de Diablitos Underwood, kétchup y mayonesa con una ruedita de aceituna rellena como adorno; también los hay untados de queso crema con cebolla; de Sándwich Spread de Kraft; cremas de queso, mantequilla y huevo sancochado; salchichitas con salsa rosada solas o dentro de un pirulí con mostaza; bolitas de carne y de queso y los infaltables tequeños. Esta vez se ofrece ensalada de gallina con pan de banquete para los mayores.

TEQUEÑOS, TEQUENOS, PASAPALO, TENTEMPIÉ, ABREBOCAS

En el medio de la mesa del comedor está el otro objeto del deseo: La torta. Inmensa, colorida, adornada con mucha crema o de pastillaje, algunas temáticas. La autora puede ser la abuela o la tía solterona, pero en su defecto se encargan a la pastelerías de moda del momento que son la William´s en El Paraíso; Ideal y Carmen en Sabana Grande; Real en La Florida; El Parque en Chacao y la Tívoli de Las Palmas, estas dos últimas únicas sobrevivientes de la época. La torta, amenazada constantemente por los dedos de los más traviesos, la rodean hermosas compoteras con suspiritos y merenguitos blancos, azules y rosados. Bandejas con monedas de chocolate, galletas Carlton y Susy, Ping Pong o Miramar, polvorosas y almidoncitos.

merenguitos, canela

La mesa está cubierta por el mantel más fino de la celosamente guardada lencería de la casa, pero las servilletas son de papel, para ser más práctico, además no hay que recurrir a bachaqueros porque no existen. También está de moda traer del Norte los manteles de papel, con sus servilletas, platos, cubiertos y vasos de cartón con asa, todos impresos con los más disímiles temas infantiles, mucho color y dibujo, que también van a juego con la piñata y los adornos del patio.

gelatina

La gelatina “decorada” y el quesillo todavía no han llegado a la mesa, esperan pacientes y nerviosos en la nevera. Hay que aguardar para saber si se servirá el delicado chantilly que aparece justo después de apagar las velas, precedido por el “Cumpleaños Feliz, te deseamos a ti…” Todavía no se cantaba “Hay que noche tan preciosa”, del compositor Luis Cruz e inmortalizada por Emilio Arvelo.

A la madre ingeniosa se le ocurrió colocar en bolsitas de plástico unos caramelos y jugueticos iguales a los que salieron de la piñata para regalar a todos los invitados a la salida. Este es el cotillón criollo: el agradecimiento por haber asistido y para que los mocosos llorones no se queden sin nada.

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Convites del siglo XXI

Mucho distan las fiestas infantiles actuales de todo lo que vivimos. Solo perduran los cumpleañeros, la piñata, la torta y el quesillo, porque la gelatina pareciera que con la llegada del nuevo siglo se dio a la fuga.

Un sarao de niños actualmente es igual a una gran boda, tanto en planificación como en altísimos costos. Empresas especializadas ofrecen todo lo inimaginable, comenzando por las invitaciones. Desde un simple arco de globos y carritos de perros calientes hasta máquinas de algodón de azúcar y cotufas; centros de bateo; pistas de hockey, paredes para escalar; carruseles; trencitos; camas elásticas y castillos inflables, casas gigantes de muñecas, mini spa con peluquería, manicure y masajes. Cuentacuentos y magos, pinta caritas, globoflexia, mini Karaoke, sonido, iluminación y películas.

Payasos profesionales, animadores y recreadoras sustituyeron a las ingeniosas mamás y a las demodé Payasitas Ni Fu ni Fa quienes vivieron su momento de fama hacia finales de los años 80. En cuanto a la oferta gastronómica, ahora se encargan tortas de diseño confeccionadas y decoradas por reconocidos chefs; estaciones de pizzas, sushis, hamburguesas, shawarmas, cupcakes; fuentes de chocolate con frutas y helados de todos los sabores para finalizar con un espectáculo de fuegos artificiales.

Para los padres pragmáticos, que no se quieren complicar la vida o sencillamente el espacio del hogar no es adecuado para recibir a unos cuantos niños gritones y saltarines, pueden recurrir a los lugares de comida rápida, específicamente a

Mc.Donald´s donde con un «tarjetazo sensacional» resuelven absolutamente todo. Tan solo deben llevar la torta con las velitas y los mini invitados la pasarán de maravilla con hamburguesas Big Mac, papitas fritas, refrescos gigantes con hielo frappé, batidos, helados y postres.

A pesar de las grandes diferencias en el tiempo, espacio y posibilidades económicas, lo importante es que podamos recordar nuestra infancia como aquellos años felices donde una de las preocupaciones era tumbar la piñata.

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