De exportación

"Pequeños" bocados marabinos en Palermo

Desde que llegué a Buenos Aires me ha sorprendido la diversidad cultural que se respira en sus calles. Es común caminar y deleitarse con algún músico -o bailarín- interpretando piezas clásicas o modernas. Lo mismo ocurre con la gastronomía: en una misma cuadra pueden coexistir ofertas de comida italiana, árabe o francesa

Texto y fotos: Oswaldo José Avendaño
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Recientemente decidí salir a disfrutar una noche porteña. Me decanté por visitar la plaza Serrano en Palermo Soho, un lugar donde el principal atractivo es la cantidad de nacionalidades que confluyen en los locales. Este barrio (como se le llama a las urbanizaciones en Argentina) es tradicionalmente descrito como el “epicentro de una explosión bohemia” en Buenos Aires desde la década de 1980.
La fuerte brisa fría, característica del paso de verano al otoño, me acompañó por las calles de Palermo Soho. Me reconfortaba pensar que quizás era la misma vieja brisa que susurraba al oído del escritor  Jorge Luis Borges cuando caminaba por esta misma zona durante su niñez.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando pasé por el frente de un local de comida en que colgaba una bandera de Venezuela en su fachada. Se me aceleró el corazón y leí rápidamente el menú para descubrir que la sazón de la comida rápida de mi país no estaba tan lejos como lo pensaba.
Entré a Chiqui´s Food and Drinks, un modesto establecimiento que te da la bienvenida con una pizarra de tiza de colores en la que se lee: “Si crees que puedes es porque ya estás a medio camino”. Detallé el menú y mis papilas gustativas empezaron a salivar. La mayoría de sus opciones tenían una marcada tendencia maracucha: tumbarranchos, patacones y arepa agüita e’ sapo.
Al sentarme me atendió una señora de tez morena, sonriente,  que no había perdido su  agradable tonada marabina. Me preguntó con la cordialidad propia de los venezolanos qué quería cenar y me tendió la carta. Al escuchar mi forma de hablar, me hizo las preguntas de rigor:
– ¿Eres de Caracas, verdad? ¿Cuánto tiempo llevas  en Buenos Aires?
– Sí, de Caracas. ¿Ustedes del Zulia, no?– cuestioné adivinando mentalmente la respuesta y señalando al staff de cocina, cuya conversación se escuchaba en mi mesa.
– Sí señor, tenemos más de un año acá en Argentina– dijo.
– ¡Qué suerte la mía!, porque estando en Venezuela nunca probé comida maracucha. Ahora estando afuera es que lo haré– exclamé entre risas.
Nos reímos y me dejó con mis amigos para que estudiáramos la carta. Esa noche nos acompañaba un argentino que decidió explorar los sabores de mi país. Entre tres personas le presentamos un atisbo de la sazón venezolana a través del menú del local. Le explicamos que ese en particular ofrecía platos propios del estado Zulia porque no había comida de Los Llanos como las cachapas o de Los Andes como las arepas andinas.
Después de tanto pensar hubo consenso, las decisiones fueron las más acertadas.
Los cuatro pedimos una ración de tequeños. La masa estaba como debía: crocante y dorada por fuera, sin estar quemada, y jugosa por dentro gracias al queso blanco. El sabor terminaba de complementarse con la guasacaca casera y la salsa de ajo que pusieron a nuestra disposición para untar en cada bocado. Lo curioso de estos tequeños, además de su marcado sabor venezolano, era el tamaño de cada uno. No eran los pequeños tradicionales, pero tampoco llegaban a ser los “tequeñones” de las cantinas de los colegios. Eran cinco tequeños de unos 12 centímetros aproximadamente cada uno.
Después de preparar el terreno con la entrada, llegaron los cuatro principales. Lo que vimos en los platos nos animó a empezar a comer.
Nuestro amigo argentino fue, sin duda, quien hizo la mejor elección para cenar: la Tequeburguer. Se trataba de una hamburguesa doble carne con tocineta, queso chédar, tomate, cebolla  y cinco mini tequeños gruesos en el relleno. El pan era de un inusual color rojo que hacía contraste con las papas fritas que venía incluidas en el plato. El secreto del llamativo color se encontraba en la composición de la masa del pan, un dato que descubrimos más adelante.
palermo red
El gocho del grupo se fue por lo clásico: una Reina Pepeada. Me comí visualmente la arepa de mi amigo porque su perfecta forma redonda y el relleno cremoso del aguacate con el pollo que se desbordaba te invitaban a hacerlo. Tan solo con el primer mordisco que le dio, así como el prolongado “mmmm” de satisfacción, fue suficiente para darnos a entender que la arepa sí era como las reinas de nuestro país: sabrosas.
reina pepada en chiqui palermo1
Por su parte, el oriental quiso agasajar su sentido del gusto con fritura. El patacón de su plato era enorme. El relleno de cerdo desmechado con lechuga, tomate y bastante queso blanco también se desbordaba del tostón perfectamente frito y crocante. Como buen venezolano, pidió la guasacaca casera para terminar de completar su antojo.
Yo probé algo nuevo: un tumbarrancho. Para las personas que hagan dieta y quieran romperla, este plato puede ser su cuerda de escape. Una arepa frita totalmente crocante y rebozada, rellena con mortadela, queso blanco, repollo, pernil y tomate.
Terminamos de comer con un buen regusto en la boca. Aproveché la oportunidad para felicitar al chef, Joel. Él se acercó y conversó con nosotros. Nos comentó que desde que inició el año 2018 los comensales argentinos se han interesado más por la comida venezolana.
También nos explicó que la masa de la harina que utiliza para las arepas y empanadas del local no es la típica marca PAN. Sino que emplea la de un emprendimiento de venezolanos en Argentina de nombre Manuelita.
“Para nosotros es importante ayudarnos entre emprendimientos, ellos son unos que hacen harina, la materia prima que nosotros necesitamos. Así nos damos trabajo mutuamente”, expresó el chef.
Hablamos sobre el menú. Confesó que lo había modificado cinco veces. Allí descubrimos por qué no había perros calientes o los típicos salchiquesos de la Tierra del Sol Amado. “No tenían tanta rotación y para mí suponía pérdida. Es más, las arepas ni siquiera estaban en el primer menú, las incluí en el segundo. Las empanadas siempre han estado y se mantienen”, detalló Joel.
La conversación con Joel se extendió porque nos explicó cómo había escogido cada uno de sus platos. También compartió otras modalidades del local. En las mañanas ofrecen desayunos criollos, un valor agregado para la comunidad de venezolanos que quieren escaparse de las comidas dulces matutinas propias de Argentina: las facturas y las galletitas.
Antes de irnos también nos convidó una muestra de las salsas de su creación, la más impresionante fue la de mango verde con sal. La salsa al probarla sí sabía como esos mangos con sal y comino que venden en cualquier calle de Caracas o Maracaibo. Asimismo, confesó que el color rojo del pan de la tequeburguer se debe a que la mezcla la hace con tomate. “Pero no les diré como porque es secreto de la casa”, manifestó entre risas.
Me fui de Chiqui´s Food and Drinks con buen humor. Finalmente entendí que la gastronomía es uno de los elementos que componen a la cultura de un país. Lo había leído en bibliografía de temas de sociología, pero no lo había internalizado hasta vivirlo en un contexto diferente. La gastronomía ciertamente es una arista cultural que nos recuerda de donde venimos. La gastronomía es mágica. Nos puede llegar a transportar a la tierra donde quisiéramos estar con tan solo dar un bocado y cerrar los ojos.

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