Crónicas de alimentación y resiliencia

Salvador está flaco... muy flaco

Lo miré cuando entraba al baño. El interior le queda flojo. Salvador está flaco, pensé, muy flaco. Tiene la cara larga, los ojos hundidos Recordé aquel poema de Andrés Eloy Blanco:

Por Mina Carlota Vivas Diplomado Alimentación y Cultura en Venezuela UCV
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Yo no le acataba el pliegue, / yo no le miraba el hueso; / como yo me enflaquecía, / lo medía con mi cuerpo, / se me iba poniendo flaco / como yo me iba poniendo

Y me asusté. No me había dado cuenta y se me engurruñaron las entrañas. Él se volteó y sonrió, con su mirada alegre, optimista y cómplice. Intuyó mis pensamientos. Me dijo «Tranquila Mina (no me llama mamá) estoy bien» y entró a bañarse.

arepa integral

Pero no está bien, parece un Quijote. Se desayuna avena hecha sin leche, una arepa de masa artesanal que no lleva incorporada vitaminas como la harina precocida, un tazón de café, a veces un huevo o unas lajitas de jamón barato y un queso popular que no se derrite al calor; le agrega yerbas del mini huerto que montó en la platabanda. Sé que eso no es suficiente.

Él está pendiente de que yo desayune. Desde pequeño, es especial conmigo. Si nota que estoy preocupada, con solo poner su mano en mi hombro, me alivio. Cuando estuve hundida en la depresión, lloró muchas veces junto a mi, mientras respirábamos para lograr relajarme. Verlo tan flaco me parte el alma. Nosotros ya estamos en la vejez, pero él está en la mejor edad de su vida. Lo oigo tararear “Imagine”.

En los últimos seis meses y de forma violenta, la crisis económica nos ha despedazado la vida. Recuerdo cuando leía sobre los horribles conflictos en países lejanos y pensaba que la gente no se percata, que quizás de forma repentina, podemos llegar a una circunstancia parecida.

Sin embargo, nuestra historia geopolítica es diferente. Pero al igual que las enfermedades, sin darnos cuenta o dándonos, un día los venezolanos nos sentimos atrapados en una situación muy parecida a la guerra, donde el Segundo Jinete del Apocalipsis, montado en un caballo rojo –nada es casual-, comenzó a quitarnos la paz para que nos degolláramos unos a otros. A este le siguió el Tercer Jinete, sobre un caballo negro, como la desesperación y el hambre. El cuarto, y último Jinete, se acerca en un corcel enflaquecido, con el color pálido y enfermizo de un cadáver.

jinetes-del-apocalipsis

En el almuerzo trato de servirle a Salvador más proteínas, pero sé que no le doy suficiente. Se termina llenando con arroz o yuca y vegetales. A veces comemos granos pero están carísimos. No hay merienda, no podemos con ese gasto. Para tranquilizarme pienso: quizá está tan delgado porque se mueve en su bicicleta que él llama “Rocinante”, pero le veo las costillas en la espalda y noto con angustia, que tiene poca masa corporal.

Me fui con él a ver la obra de su grupo teatral libertario “DireActores”, donde todos los chamos integrantes, igual de flacos, son actores y codirigen. Nos piden hacer cola para entrar y allí afuera comienzan la función, dura y golpeante. Adentro, atacan fuertemente al gobierno represivo y dictatorial y también critican los errores de un sector que llaman oposición. De manera dramática y a veces divertida, muestran el hambre, corrupción y violencia del país pero también pedazos hermosos del venezolano.

¡La pluma es más poderosa que la espada! Los sueldos no alcanzan. Prácticamente todo el ingreso lo usamos en comida porque lo primero es mitigar el hambre. Lo demás se corre a un segundo plano: la salud, adquirir ropa nueva, irse de vacaciones. No es prioritario arreglar el sofá hundido ni cambiar la nevera que casi no enfría. Todo los días rogamos porque el carro no eche vaina.

De carne compramos hígado y corazón; sardinas y cazón que todavía cuestan menos y algo de muslo de pollo. Buscamos las “verduras” en el desastre y locura de la playa del Mercado Mayor de Coche porque allí son más baratas; salimos de allí muy cansados. Si la cosa sigue como va, solo comeremos vegetales, sin granos. La harina de maíz y de trigo solamente se consiguen muy caras en el mercado negro.

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El 3 de mayo, en una jornada de protesta, asesinaron a Armando Cañizales, miembro de la Orquesta Sinfónica Juvenil. Veo a mi hijo muy triste. Armando fue alumno de la Escuela de Judo a la que pertenece. Trece días después, mataron a quemarropa a Diego Arellano, un muchacho biólogo amigo de la casa. Ese día, Salvador me dijo con los ojos aguados de indignación, que no quiere dar clases. Le digo que inclusive con esta guerra hay que seguir haciendo la vida ucevista. Me explica que sí irá a clases pero la dedicará únicamente a conversar con sus alumnos sobre lo que sucede y por qué está pasando, a decirles que no se queden en casa, que protesten y que se cuiden.

Cuídate tú también, mi flaco y noble caballero sin más armadura que la palabra. Nos agrada la comida vegetariana pero somos carnívoros; nos encanta la carne mechada, un rico pebre de pollo y filete de merluza. Ojo: no hablo de bistec, pargo, yogurt, natilla, jamón de pavo, champiñones, postres, etc. Hace mucho que renunciamos a esas “exquisiteces”, pero desde hace seis meses no cocinamos ni lo primero.

Con ironía, pienso en aquel verso: He renunciado a ti. No era posible… Nos hemos empobrecido violentamente, volviéndonos a la fuerza vegetarianos; yerbateros, pues nos curamos con bebedizos; y las cinco A: anacoretas, ascetas, austeros, abstinentes y abstemios. No adquirimos bienes terrenales, nos la pasamos en penitencia y desdeñamos placeres como el de unas cervecitas frías. Salvador salió temprano a dar clases en la UCV. Luego iría a un Taller de Primeros Auxilios en protesta; y después a su clase del Doctorado.

bicicleta

Lo vi apretándose más el cinturón porque toda la ropa le queda grande. Tomó a “Rocinante” y se marchó contento, – Yo no le acataba el pliegue, / yo no le miraba el hueso.

Con sobresalto pensé cómo será la desesperanza en los hogares humildes. Tengo cansada el alma. Decidí ir a una oficina de la UCV donde informan sobre intercambios con Universidades de otros países. Salí con algunas posibilidades y se las pasé a mi hijo, esperanzada, para que se fuera del país. Las miró, me miró, sonrió y dijo: «Mina, yo no quiero irme; aquí siento que estoy haciendo cosas donde aporto algo, como en el teatro, en mis clases, cuando voy a las marchas; como ustedes me enseñaron».

Entonces me reconocí en las madres de los hijos infinitos: “Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro y el corazón afuera”; todos esos jóvenes que cabalgan junto al Primer Jinete, el de la Victoria, quien sobre su caballo blanco lleva solo como arma un arco. A ellos les fue dada una corona, para ser vencedores, para vencer, aunque por el hambre tengan que apretarse el cinturón.

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