Investigación

Consecuencias de comer basura: misterio médico

Aunque la recurrencia del hecho se evidencia en las aceras caraqueñas, los perjuicios del consumo de basura y alimentos dañados pasan por debajo de la mesa. Muy pocos se han detenido a pensar ¿qué pasa luego de la ingesta descompuesta? Expertos alertan las consecuencias a corto y mediano plazo, mientras el Ministerio de Salud calla y el hambre azota

Fotografías: Andrea Hernández
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A María* no le da pena aceptar que come de la basura. Lo hace a diario mientras deambula por las calles de La Candelaria, en Caracas. Esta vez, fanfarronea del durazno en casi perfectas condiciones que consiguió en una de las bolsas que esperaban la llegada del aseo. Todos los días sale de Cúa, se monta en el ferrocarril y consigue en las papeleras la comida que no tienen los gabinetes en su hogar. La joven de 16 años hace jactancia de hallar, como ese durazno que ya guardó, el bocado que la mantiene en pie, o en vilo. “Yo sé que no es lo más sano, pero es lo que hay y se consigue. Huesos de pollo, frutas, vegetales. Siempre olemos antes para ver si nos lo podemos comer o tomar”.

El desabastecimiento y la crisis económica la empujaron a la lamentable búsqueda. Recuerda así las primeras veces de la vergüenza: “Se sentía chimbo, porque nunca había hecho eso. Me sentía mal, me daban cólicos, no salía del baño”, dice entre risas aún con el tufillo ácido de la putrefacción. La joven forma parte del escenario plañidero que se despliega al caer la tarde en las calles caraqueñas. Huesos, pellejos, cualquier resto vale para un 15,7% de la población venezolana que encuentra en la basura su fuente de nutrientes, de acuerdo con el informe La Alimentación en Venezuela –realizado por la encuestadora More Consulting y presentada en la Asamblea Nacional (AN) por la Comisión Permanente de Desarrollo Social Integral.

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Los corolarios se manifiestan por dentro y por fuera. El dolor de estómago que una vez sintió María es solo la punta del iceberg. Y más allá de lo obvio o consabido, trastornos gastrointestinales, alergias, fiebres y diarreas, como suscribe Observatorio Venezolano de Salud (OVS), una interrogante relampaguea: ¿por cuánto tiempo puede mantenerse una persona cuya dieta la basa en un grupo alimenticio que no aparece en manuales de nutrición: la porquería? “No he conocido ningún investigador en el país que se haya dedicado a estudiar las consecuencias, sino más bien se ponen a estudiar cómo resolverlas”, apaga la luz Bethania Blanco, directora de la Fundación Bengoa. Oscurantismo y miedo, no hay registros ni estadísticas. Irresoluto problema, el consumo de desperdicio no es objeto de estudio académico. La poca frecuencia del hábito llevaba a su desinterés clínico. “A nosotros en ningún libro de Medicina nos enseñaron qué sucede si una persona consume basura, porque era algo muy raro. Es algo que no debería pasar”, explica Julio Castro, infectólogo y profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

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Marianella Herrera, quien preside el OVS, tampoco elucida con el empirismo científico necesario en estos casos. Al contrario, ratifica la inexistencia de números, pero desliza: “En períodos de ayuno, la persona resiste dependiendo de sus reservas energéticas. Puede llegar al colapso en dos o tres meses. De que se pueda acostumbrar, se puede acostumbrar. El tema es cuánto tiempo es capaz de resistirlo”. Y mientras tanto, las moscas zumban sobre el hongo.

La práctica implica un contacto con gérmenes que corrompen la integridad de los nutrientes ingeridos. La directora de la Fundación Bengoa explica que las bacterias prefieren alimentos de origen animal. “Las frutas se ponen ácidas, pero no hacen tanto daño como la cantidad de bacterias que puede crecer en el pollo y los pellejos, aunque hayan estado cocidas antes”. Además de la diarrea, Blanco resalta a la salmonella dentro del cuadro de enfermedades. Adquirida o no por comer de la basura, sus repercusiones devienen en fiebre alta, dolor abdominal, diarrea, náuseas y vómitos. Incluso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda su carácter mortal, del que ya fue víctima Aníbal Chávez, alcalde de Barinas fallecido el 17 de julio.

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Los cuerpos de quienes consumen alimentos en descomposición arrostran la desnutrición. María, al igual que sus compañeros que evaden miradas, muestra el costillar a través de su franela de espalda descotada. La directora del OVS asevera que el impacto depende del tiempo y el tipo de consumo. “Una persona que busca en la basura está ingiriendo una comida incompleta. No hay balance de nutrientes y existe un desgaste de su masa muscular”. Según su pronóstico, el problema nutricional es severo cuando la emaciación —severa pérdida de peso— del paciente es evidente y sus huesos se muestran tras la piel tal como son.

Futuro contaminado

Durante el embarazo, las enfermedades vienen por partida doble cuando se come de la basura. “La desnutrición materna tiene un impacto importante en el crecimiento fetal, con enfermedades crónicas que pueden desarrollarse  en él a futuro”, alerta la directora del OVS. La desnutrición de la madre traerá un retardo en el crecimiento intrauterino del feto y su déficit nutricional. Además, el niño está más propenso a padecer obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares. “Parece mentira, pero tener bajo peso al nacer incrementa las probabilidades de desarrollar estos padecimientos”, aclara Herrera.

En el Hospital J. M. de los Ríos, la médico pediatra especialista en nutrición y desarrollo, Ingrid Soto recuerda cómo una madre acudió al hospital con un caso de intoxicación por consumo de basura hace mes y medio. “Fue terrible. Vino a la consulta llorando porque tuvo la necesidad de ir a un pipote de basura para alimentar a su hijo, que estaba desnutrido”. La también jefe de Servicio de Nutrición, Crecimiento y Desarrollo del hospital asegura que, además del retardo en el crecimiento intrauterino, el niño que se nutra de la basura podrá sufrir de problemas escolares: “Tendrá fallas de concentración y de memoria a la larga. No podrá rendir en sus estudios”.

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Yeison Rivero ya no se enfoca solamente en ir al liceo. A sus 12 años se siente con la responsabilidad de complementar la comida que escasea en su casa, en San Agustín. Mientras su madre hace colas por productos regulados, él recorre desde la esquina Ferrenquín hasta la avenida Fuerzas Armadas olfateando restos comestibles. Con dos de sus primos —nueve y ocho años—, consiguen desde pedazos de empanadas hasta vegetales enmohecidos. “La cosa está ruda. A veces no puedo dormir por lo que veo en la calle y de pensar que tengo que salir otra vez a buscar”, gimotea.

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Lixiviado: el líquido de la podredumbre

Aunque parezca inofensivo, el líquido que los desechos destilan, que corre por las calles y las manos de quienes aprovechan los restos, es contraproducente para la salubridad pública e individual. Cuando traspasa los sólidos que se encuentran en las bolsas de basura, se convierte en lixiviado, un compuesto dañino para el cuerpo humano. Con su concentración elevada de contaminantes orgánicos e inorgánicos -que incluyen ácidos húmicos, nitrógeno amoniacal, metales pesados y sales- impacta de forma corrosiva en el estómago e intestinos, incluso puede carcomer los asfaltos más duraderos. “Es más de lo mismo, todas esas cosas están relacionadas. La existencia de un líquido contaminado es peor por la tendencia a contaminar todo lo que está a su alrededor. Es un problemón porque la gente puede agarrar una botella impregnada de lixiviado, meterse las manos en la boca y enfermarse rápidamente”, dice Herrera.

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Los problemas se incrementan cuando la falta de higiene entra en escena. La directora de la Fundación Bengoa glosa que cuando existe una virosis, como la diarrea, lavarse las manos es fundamental. Sin embargo, la precariedad en la que pueda vivir el individuo afectado incide en la propagación del mal. “Es un virus que viaja por aire, ese es el problema”, dice. La OMS indica que la diarrea causada por infecciones es frecuente en países en desarrollo, además de ser la principal causa de mortandad y morbilidad en la niñez en el mundo. “780 millones de personas carecen de acceso al agua potable, y 2.500 millones a sistemas de saneamiento apropiado”, especifica en su página web. En Venezuela, el Ministerio de Salud se reserva actualizaciones. Mientras, decenas de personas, como Yeison y como María, siguen en su rutina diaria, sorteando animales y encontrando qué masticar.

*Nombre ficticio a petición de la entrevistada

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