Literatura

Adalber Salas, cuerpo entre escombros

La ciencia de las despedidas es el noveno libro del poeta venezolano Adalber Salas. Recientemente publicado por la editorial española Pre-Textos, esta breve pero no menos estremecedora compilación es la historia sentimental de los escombros, del desencanto y de la ironía. Un tránsito por enfermedades y submundos que dejará a más de un lector con la lengua acalambrada

Fotografía: Susanna Bozzetto
Publicidad

Adalber Salas es un poeta de fuerza y contundencia, de tradición y futuro. Salas (Caracas, 1987) fue merecedor en 2015 del XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita con Salvoconducto. Ha traducido, entre otros, a Marguerite Duras, Charles Wright y recientemente a Yusef Komunyakaa, en específico el libro El emperador de los relojes de agua, publicado por Pre-Textos. Justamente, de mano de la prestigiosa Pre-Textos y también en 2018, nos llega su noveno libro de poemas, La ciencia de las despedidas. Un poemario feroz, melancólico, hermoso, doloroso y contundente.

escombros2La ciencia de las despedidas es una historia sentimental de los escombros, o también, una historia sentimental de los cuerpos en tránsito en / entre y hacia los escombros. Y digo tránsito, porque al final, eso somos: cuerpos en tránsito hacia las diferentes formas del desastre. Nos vamos de las debacles o creemos que ya han pasado y no hacemos más que encontrarnos otras debacles que caen sobre nuestros cuerpos. A lo largo de toda nuestra vida y en momentos más o menos intensos también.

Este breve, pero magnífico libro de Salas, comienza, justamente, con una partida. Estamos allí, en un aeropuerto —que tiene mucho de aséptico hospital— y con un pasaje de ida que busca salirnos de la debacle de un país. Allí, con nuestro cuerpo, aquello que necesitamos poner a salvo en la partida, o mejor, en la huida. Sí, el cuerpo es lo que necesitamos llevarnos prontamente. La ciencia de las despedidas abre con ese cuerpo que protegemos y cubrimos y que, de algún modo, intentamos negar, o disimular o superar. Dice el poema:

Aeropuertos, hospitales, la misma pulcritud
áspera, la misma luz encanecida, como si
toda esa blancura pudiera
eclipsar los cuerpos que van y
vienen, cancelar los fluidos que se excretan,
el sudor blando
que a fin de cuentas es el único testimonio
de nuestro paso por aquí.
Ni un solo órgano hecho
para esta fuga. Apenas el cuerpo recortado,
incómodo de tan nítido, reconociéndose
a duras penas en el número del vuelo, en
la puerta de embarque, el aire flaco con el que
nos atragantamos en el preoperatorio.

Comienza entonces el viaje de este libro, su narración, las historias del cuerpo y del lenguaje que intenta o se anula ante la experiencia de los lugares. Adalber Salas abanica un espléndido Aleph borgesiano de escombros y de imágenes poderosas, surrealistas, pero surrealistas de tan verdaderas, de tan insólitamente de este mundo.

En ocasiones, su lenguaje es el de la calle, el de la jerga, en otras es apropiadamente elevado. El cuerpo es el centro entrecruzado por esos lenguajes. El cuerpo —y el libro— se abarca en la poesía, en el tono narrativo e incluso en el texto reflexivo. Nada en estos distintos lenguajes choca o hace ruido; todo construye, disculpen la licencia, un cuerpo que palpita en imágenes, en narraciones y en la armonía de lo poético. Acá una reflexión delicada que estremece, una imagen que nace desde el cuerpo mismo:

Es cosa rara, la sombra. Pertenece al cuerpo, brota
de él, pero no está hecha de la misma
materia sorda, sino de su distancia, su falta:
es el cuerpo a contracorriente. Aparece sin
aviso, cuando la luz nos golpea y derriba
algo en nosotros, algo que no hace ruido
al caer, que permanece en el suelo, humillado.

Los poemas de La ciencia de las despedidas son un juego de alternancias entre la infancia, el migrante, el horror de la guerra, los lugares tan cerca y tan lejos y las narraciones mínimas. En algunos poemas, los que se abren a lo narrativo, hablan los muertos, o no los muertos, más bien los cuerpos de los muertos, sus huesos, sus órganos expuestos o abaleados en un autobús en medio de la nada de la noche. En los poemas de la infancia escuece el padre, de la madre, los museos de historia natural. En los poemas de la guerra los cuerpos estallan, son torturados, sometidos a los campos de concentración… Y siempre hay escombros y siempre el cuerpo se tensa en la dinámica del poema. El cuerpo experimenta, y la escritura del poema busca meterse y comprender y transmitir algo de esa experiencia. Pero el lenguaje, para quien lo ama y lo corteja, te convierte siempre en extranjero:

La lengua que hablo está hecha de preguntas
defectuosas, de frases truncas, recurrentes.
Cada día tocan la puerta pidiendo algo
de comer, amenazando con romperme los dientes.
No sabe bien de dónde proviene; tampoco
le interesa: lengua materna, lengua paterna,
todo es lo mismo para ella.

También hay escenas con políticos en un país que va en picada, pero también en un país imaginariamente perfecto donde todo lo políticamente correcto es una forma más del horror. Todos ellos no hacen más que fracasar, que llenar su cuerpo de pastillas para continuar, de supuestos respetos ajenos para persistir. Tales políticos son también los que sin piedad arrojan los cuerpos de los ciudadanos fuera de sus fronteras.

Escombros1Están las ciudades, los sitios, las regiones, la gran geografía del mundo. Llega, en ocasiones, un rumor de la poesía, entre otros, de Montejo. Un diálogo, digamos. Pero nadie se engañe, La ciencia de las despedidas es, una vez más, la poesía del escombro y, por supuesto, la del desencanto, la de la ironía. Su tristeza no cree en nada y sonríe a media asta. Montejo nunca estuvo en Islandia, la voz del poema de Salas nunca ha estado en Tubinga, última tierra de Hölderlin, ni siquiera ha estado en esa palabra (Tubinga) que no sabe cómo nombrarla, así como Montejo nunca supo anotar el llanto del tordo y la voz de los árboles. El poema VII invoca, entre paréntesis, a Islandia. Pero la nieve de esta Islandia no es amable, no es deseable, como en Montejo:

Me costó años descubrir que la nieve
es la forma menos amorosa del sueño.
Tardé en comprender que
detrás de su blanco sólo hay más blanco,
un hambre plana que nadie ha sabido
dibujar, una mano furtiva que hurta
transeúntes desprevenidos cuando nadie la ve.

Están también los famosos nombres de algunos cuerpos que se destacaron por su eterna contienda entre la vida y la muerte: Odiseo, derivado en mendingo; San Juan el Bautista y su cabeza; Lázaro, que también hizo un viaje a la muerte y que regresó de ella y anduvo dando tumbos, putrefacto:

Sale del sepulcro tropezando,
encandilado; la mortaja se le ha caído y los
testigos del milagro pueden ver su carne
oscurecida por la podredumbre, estriada de gusanos,
el mapa de otro mundo. El hedor es insoportable.
Todos se cubren la nariz, algunos vomitan. Lázaro
parpadea bajo el brillo contumaz, le arde
la mirada reseca, no puede enfocarla. Nadie entiende
para qué ha sido traído de vuelta, pero
los periódicos están encantados con la historia.

Están los fármacos, ya se dicho, la intervención, el tratamiento, la enfermedad, el dolor profundamente físico, la ciencia somete al cuerpo mientras éste se despide cada día en fríos consultorios, en frías salas de hospital:

Diagnóstico:
Síndrome nefrótico.
Glomerulonefritis membranosa (estadio I-II).
Se requiere descartar la eventualidad de glomerulonefritis membranosa secundaria, por ello se refiere al paciente para evaluación de endoscopia digestiva superior e inferior. Así mismo, se le refiere para realización de biopsia renal percutánea.
[Órganos como peces que nadan
en un agua ciega. Criaturas sin
testigos, viviendo lejos del
imperio rabioso de la mirada.
Temen descubrir la costa de este
mar subterráneo, orilla desnuda
y encandilada, cuchillo cenital.
Más allá de la piel, la luz:
la forma más acabada del miedo.]

Al final, ningún lugar es un lugar seguro. Al final, en todo lugar el cuerpo va viviendo su muerte y contando una historia que el lenguaje poético se arriesga a recoger, que Adalber Salas ha intentado narrar y poetizar.

libro adalber

La ciencia de las despedidas termina con la vuelta al aeropuerto. El viaje recomienza, o quizás no nos hemos ido. Nos vamos, pero no sabemos adónde. Estamos allí, con nuestros cuerpos, nada más esperando que alguien nos venga a decir cuál es la ciencia de la vida, cuál es, al final, la verdadera despedida entre toda la debacle que a los cuerpos no toca vivir:

¿Motivo del viaje? Porque yo ya no soy
yo ni mi casa es ya mi casa.

Publicidad
Publicidad