Ciudad

Agarra tu camionetica, La catira con clase

“El medio es el mensaje”, afirmó Marshall McLuhan. Lo que este no concluyó es que en los medios de transporte también hay. Las populares camioneticas de Caracas se encargan de desplegar mensajes en sus ventanas. Van desde llamados a santidades, demonios, esposas y familiares a apodos jocosos. Visibles para todo aquel que transite por la hostil y bien amada capital

FOTOGRAÍAS: DAGNE COBO BUSCHBECK
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La identidad empieza por el nombre. Tienen distintos tamaños, colores y formas, pero no hay manera más certera de diferenciarlos de entre el montón que poniéndoles nombres. Los autobuses que recorren la ciudad se posan en las vías luciendo distintas imágenes con mensajes característicos, según las consideraciones de sus dueños. Sirven de lienzo para recuerdos, rezos o incluso irreverencias que a muchos causan gracia.
Conocidas también como ‘camionetica’, esta forma de transporte público automotriz se encarga de transportar a cientos de caraqueños. Si bien existen líneas de autobuses, usualmente más nuevas, que forman parte de los gobiernos locales, todavía existen aquellas que pertenecen a particulares. En estos pequeños buses suelen verse mensajes curiosos. En una puerta o en una ventana. Algunos, incluso, no se quedan con lo básico y cubren enteramente el vehículo con imágenes de todo tipo. Cada unidad termina convirtiéndose en el reflejo de su dueño o conductor.
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Segundo Morillo lo sabe. Maneja un autobús grande, de 20 puestos, con un llamado único en la parte trasera: “El rey escorpión”. El nombre no se lo dio él, así estaba cuando lo compró. Decidió no cambiarlo. Lleva ya unos siete años con él. “Es que la gente me empezó a llamar ‘El rey escorpión’. Yo no sé qué es eso o quién habrá sido, pero ahora ese soy yo”, afirma orgulloso y con una sonrisa de oreja a oreja.
No solo personalizan al dueño, también cuentan su historia personal. Es el caso de Alberto Montilla. Tiene 40 años de edad, de los cuales 20 los dedicó a trabajar como chofer de camionetica y actualmente tiene tres años como propietario. El suyo es un vehículo sencillo, con 18 puestos, sin colores o decoraciones, desgastado, pero con buen funcionamiento, así afirma él mismo. Lo único que lo distingue es el rótulo que acompaña la parte trasera del autobús: “El Miguel”.
Montilla se sienta en el puesto del conductor con una angustia evidente; esa mañana fue víctima de un atraco mientras recorría Gato Negro. Empezó el día con miedo y sin dinero. Lo ocurrido le afectó el doble. Mira hacia la parte trasera, donde se lee “El Miguel” y aclara: “Es que ahí fue donde mataron a mi chamo, a Miguel. Lo mataron para robarlo en Gato Negro, apenas tenía 15 años”. A través de su transporte busca recordar y hacerle homenaje a su sangre. “Es la manera de honrarlo en mi día a día”, agrega Montilla.
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Son muchos los que se valen de los autobuses como medio para expresar, honrar o doler a sus muertos. Muchos de estos, por no decir una gran mayoría, sufrieron accidentes viales y otros fueron víctimas del hampa. Heiner Román conduce otra unidad. Tiene la misma edad y aproximadamente el mismo tiempo que Montilla como chofer. A los lados del autobús que maneja se distingue un CARETABLA mientras que en la parte superior lleva escrito en mayúsculas FIRST CLASS. “‘Caretabla’ era el nombre de un amigo del jefe que lo mataron. Él fue el que lo ayudó a montar el negocio, es una forma para agradecerle su ayuda”, explica Román. Sobre el FIRST CLASS, aclara que no es más que una forma de distinguirse entre la competencia. “No tenemos nada lujoso en esta vaina”, admite un joven que lo acompaña entre risas.
Distinguirse es importante. Los conductores aseguran que con los mensajes particulares o hasta nombres para el vehículo los clientes los pueden encontrar con rapidez. Es una forma de asegurar clientela, aunque también ayuda a cubrirse sus espaldas. “Uno sabe que cuando pasa La catira con clase esa la manejo yo y si no estoy yo manejando es que la robaron”, explica Luis Rojas, conductor cuyo nombre es, efectivamente, La catira con clase. Al ser avance —es decir, quien se encarga de servir de conductor a un dueño particular— no conoce la razón del nombre. No obstante, decoró el interior de la unidad con una muñeca rubia y detalles amarillos.
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La fe en ruedas
Venezuela, como la mayoría de los países de América del Sur, es creyente. Católica, evangélica y hasta protestante. También eleva ruegos y rezos a la santería. El sincretismo religioso se descubre en la adoración y veneración a figuras como María Lionza o José Gregorio Hernández. Es parte de la idiosincrasia del venezolano exteriorizar sus creencias. Cuando no basta con medallas o la costumbre de ‘prenderle una vela al santo’, son muchos los que se valen de otros medios. Las camioneticas suelen ser la plataforma predilecta.
Cuando no se hace mención a un familiar o amigo cercano, los santos cobran protagonismo. No es difícil encontrarse con Jesús en Caracas. Destacan Santo Niño de Atocha y Santa Bárbara. Incluso, hay quienes se valen de su vehículo para proferir alabanzas a Satanás. Hay de todo un poco en la villa y en el valle. Reinaldo Díaz es una de esas personas que decidieron bautizar su autobús en honor a una deidad. Como propietario, su unidad muestra en letras cursivas y negras Virgen del Carmen. “Siempre hay que estar protegidos. La virgencita me cuida a mí y a la unidad. En este trabajo siempre están los choros pendientes de uno y el camino también se pone peligroso” explica.
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Cuando pega la crisis
Los rezos no valen cuando el dinero no rinde. Obvio que las camioneticas no se escapan de la crisis económica. Si bien todavía se observan unidades pintorescas que recorren la ciudad, también se puede ver el desgaste evidente de las mismas. No solo es un tema de repuestos, también se observa la opacidad de los colores perdidos, las imágenes que se destruyen con el paso del tiempo y una resignación a invertir y recuperar los adornos perdidos.
William García tiene 25 años. Recién empezó como transportista. A su cargo tiene un autobús de 18 puestos. No tiene nombres o imágenes que lo decoren, solo una frase en el vidrio trasero: “El camino andamos…”. Las letras comienzan a despedazarse, los colores se han perdido, pero la frase se mantiene: “Bueno, si hay camino se anda, pues”, se resigna. Su padre es el sueño. Al preguntarle si considera necesario hacerle unos retoques al rotulado o volver a hacerlo, niega con la cabeza: “No vale, eso está carísimo”.
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“Ese va a andar hasta que no pueda más”, admite el conductor Jesús Eduardo Viloria. Su camioneta se desdoró y curtió, apenas puede abrir la puerta. Muchas de las ventanas carecen de vidrios. El nombre de sus hijas adorna precariamente el vidrio trasero, pero al igual que García asegura no querer arreglarlo. “El rotulado está costando 600 mil bolívares. Ni de vaina”, indica.
Un mensaje para cubrir la parte trasera y delantera del vehículo puede costar mucho más que un mes de trabajo. Atrás parecen quedar los días donde los autobuses exornaban el caos y el tráfico. Unos que otros mensajes aún quedan, se pasean, pero los nuevos autobuses no parecen poder continuar lo que se había convertido costumbre. Cultura sobre rueda también devaluada.]]>

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