Íconos

Antonio Ochoa: el venezolano que rediseña China

Ochoa, que a duras penas machuca el mandarín, apostó por China y la hizo su casa. Desde entonces se ha encumbrado como uno de los arquitectos occidentales más reputados del país. El comunismo de Mao es hoy una entelequia. Por doquier se ve el desarrollo y la prosperidad. Prueba de ello son las edificaciones del complejo habitacional de la Gran Muralla, del que fue parte del proyecto

Fotografía: Cortesía Angela Oráa
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Hace más de 20 años, el venezolano Antonio Ochoa partió a China con la intuición de que aquella era una nación a punto de reventar en materia de creatividad e inversiones a gran escala. Hoy es uno de los arquitectos extranjeros más reconocidos en este gigantesco país. Su presencia ha apalancado la masiva llegada de talento internacional para trabajar en proyectos de infraestructura ambiciosos y millonarios: un complejo habitacional al lado de la Gran Muralla, y Ordos, una ciudad entera levantada en un concurso internacional en la zona de la Mongolia Interior. Su más reciente obra, la enorme torre de oficinas de Changyou.com, una empresa dedicada al desarrollo de juegos online, le valió una reciente reseña en la i-D Magazine.

Ochoa es testigo de la asombrosa reconversión del gigante oriental en el comunismo de mercado. Se levanta todos los días a leer la prensa venezolana y confiesa que entiende el mandarín pero que no puede leer los ideogramas locales.

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-¿Por qué China?
– Mi padre fue dirigente estudiantil y se exilió acá a finales de los años 60. Estuve de visita en China muy pequeño y luego regresé. En aquel momento el gobierno no tenía relaciones con ningún país del mundo, salvo con los del área socialista. Necesitaba técnicos, traductores, mano de obra en muchas áreas. Reclutaban simpatizantes de la causa china en todo el mundo. Mi papá, con mi madre, trabajó como traductor. Yo tenía entonces 11 años. Luego vino la pacificación en Venezuela, los movimientos guerrilleros de izquierda se legalizaron, y yo volví a Caracas después de veinte años. En las vacaciones de 1990. Mi hermano vivía allá. Fue quien me dijo que viniera. Era un país a punto de reventar, en expansión, con muy poca infraestructura y había mucho por hacer. Yo era profesor de la Universidad Simón Bolívar. Había muchas oportunidades como arquitecto; acá no tenía siquiera proyectos, era simplemente un profesor.

-¿Qué diferencias hay entre la China de Mao y la de capitalismo de mercado?
– Todas. Del cielo a la tierra sería decir poco.

– Parte de su obra está inscrita en la noción de hotelería, turismo. Proyectos vinculados con el confort, impensables para el comunismo clásico.
– Así es. Cuando yo llegué no había casi nada privado. Todo comenzaba, pese a que el proceso de reforma económica que inició Deng Xiao Ping llevaba ya diez años. Los servicios estatales eran, además, una desgracia con toda la terrible carga de la era del socialismo. No había la menor idea de progreso y una pésima atención. Comenzaron a enfrentarse a los servicios otorgados por los privados y las cosas cambiaron rápidamente. Cristalizó la idea del Estado contralor y promotor. La mentalidad de la gente cambió por completo. En China todo, todas las transacciones y relaciones funcionan en base al dinero.

– ¿Cómo definirías tu estilo? ¿Es vinculable a alguna escuela concreta? ¿Pudiste acoplarlo sin problema a las exigencias locales?
– En el proceso de estos 18 años sí ha existido mucha confrontación con la cultura y la mentalidad de ellos. Diría que más bien a la no cultura. Ese es un fenómeno muy especial. Pese a que ellos tienen tradiciones muy arraigadas y milenarias, en los 50 años de revolución socialista se creó una especie de vacío. Hay una generación que nace y está produciendo sin continuidad previa. Con Mao la revolución produjo una ruptura generacional muy severa respecto a lo anterior. Todo está ahora prácticamente naciendo de la nada. Las personas de 50 y 70 años son llamados “la generación perdida”. No pudieron salir adelante jamás. El mercado les llegó después.

-¿Es China hoy un país abierto al extranjero, interesado en lo que viene de fuera, en nuevas propuestas?
– Sí, claro. Pero esta es una sociedad que apenas se está asentando. Hay una clase trabajadora emergente, pero sin rituales estandarizados. Hay personas trabajando en edificios ultramodernos y todavía viven con los padres, heredados del comunismo y defecan en una letrina en un pasillo en un baño compartido. Gente vestida a la última moda y es súper elegante que vive con elementos pre-modernos, de hace 50 años. Este país está montado en un tren. Está cambiando a altas velocidades.

-Hablemos de tu estilo personal…
– Parto de la idea de que no tengo estilo. Tengo un lenguaje, una forma de asumir el diseño. Desde esa perspectiva, puedo decir que me gusta trabajar con el mínimo de elementos. Detesto las cosas recargadas. Tampoco soy un cultivador excesivo del minimalismo. Trabajo de una manera muy sencilla, con pocos elementos, con trazos fuertes. Además, muy adaptables a las circunstancias. Ese es nuestro rol como profesionales. Yo no puedo trabajar igual en China que en Venezuela. La arquitectura y el diseño tienen que amoldarse a las circunstancias.

– Tu presencia fue una de las palancas del proceso de apertura chino: ese cuyos resultados se vieron en los años 90.
– Sí. Por eso, sin ningún ánimo de arrogancia, puedo afirmar que soy un arquitecto al que conocen todos los arquitectos chinos. Si no han visto mi cara, al menos han escuchado mi nombre.

-¿Están yendo a China otros arquitectos en este momento?
– Muchos. Con oficinas establecidas. Yo trabajo incluso con otros dos venezolanos en mi oficina.

– ¿Cómo es tu relación con Venezuela estando tan lejos?
– Con el Internet. Mi contacto es diario. Lo primero que hago en las mañanas es leer la prensa venezolana.

-¿Cómo se expresa el comunismo en China, pese tener una sociedad que se mueve a partir de lo que diga el dinero?
– El Partido Comunista es el único permitido. Se siente cuando se expresa una disidencia, cuando alguien se pronuncia. Hace poco soltaron a un artista plástico importantísimo, que por cierto es amigo mío, Ai Wei Wei. Estuvo secuestrado como por cuatro meses, nadie sabía de él, a causa de sus expresiones políticas. No se siente la presencia del poder en la vida diaria si no te metes en política. La vida diaria transcurre normalmente; no hay un ambiente especialmente represivo. Todos sacan pasaportes, todos viajan. El que se quiera hacer millonario puede hacerlo. Eso sí, no te metas en política.

– ¿Hay algún nivel de referencia sobre la existencia de Venezuela en China?
– Chávez hizo de Venezuela un país popular. Todo el mundo conoce al presidente. Al principio lo admiraban, ahora se burlan. Antes les parecía que se enfrentaba a los americanos. Ahora los taxistas se ríen, dicen que está loco. Chávez, las misses y la fama de las mujeres hermosas son el referente criollo.

– ¿Cómo está tu chino? ¿Puedes hablarlo con toda la fluidez necesaria?
– No he estudiado chino. Lo he aprendido por oído. Me desenvuelvo bien, normalmente. Pero ni lo escribo ni lo leo. Soy analfabeta con los caracteres. Afortunadamente, en las calles hay cosas en inglés como la convocatoria a las Olimpíadas. Usan los caracteres en letra latina. Tienen los dos sistemas. Con la letra latina ya uno se puede orientar. Es irónico: firmo contratos en chino y ni siquiera los entiendo.

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