Crónica

Apocalipsis en las peluquerías

Si no te agarra el chingo, te agarra el sin nariz: las peluquerías, cuando no son víctimas del horario restringido, están azotadas por la inseguridad y la crisis. También sobrellevan el feroz racionamiento de agua. La venezolana, aunque pase más hambre que perro de gitano, continúa reservando una esquinita del presupuesto para el secado, manos y pies. El negocio de las peluquerías sigue dando la pelea

Texto: Luz Elena Carrascosa | Fotos: Fabiola Ferrero
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El negocio del salón de belleza, de ubicuidad infinita en la capital —hace unos 10 años, Caracas contaba con más peluquerías que librerías, porcentaje que tristemente se mantiene— se ha achicado. Las peluqueras, propietarias y operarias se han visto en la necesidad de rediseñar sus métodos para obtener los insumos capilares y diversos productos del ramo, además de desafiar la cuesta más empinada y salir airosas: la falta de agua y la terrorífica amenaza del inevitable fallo de electricidad en un futuro no muy lejano.

Del mismo modo, la clientela venezolana, de coquetería histórica y babilónica, dio un traspié y, sin embargo, lo tiene clarísimo: primero muerta que verse como un truño. La sesión de manos y pies arreglados y pintados por una profesional ha sido siempre un ritual innegociable. La peluquería es siempre una “parada inteligente” y de rigor para toda criolla. Para el año 2015, el ceremonial de manicura y pedicura y quizás un lavado y secado pasó de ser un procedimiento semanal a un capricho quincenal. Si bien muchas asiduas han reestructurado sus afeites y disminuido su frecuencia en lo que va de 2016, dos de los cuatro locales visitados afirman que la clientela no se ha reducido tanto como parece. Simplemente las cosas han cambiado y las clientes no acuden a que les hagan toda la latonería y pintura el mismo día.

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Una encuesta realizada entre 10 mujeres, casi todas dentro del mismo extracto social, arroja: durante lo que va de 2016 las consultadas se hacen las manos entre cada dos y tres semanas —solo un par respondió abiertamente que a veces tardan hasta un mes y que se parapetean en casa—; los pies, cada tres semanas —justamente aquellas dos de la manicura miraron al techo y confesaron con algo de vergüenza que quizás podían llegar al mes sin hacerse pedicura—. La peluquería, en cambio, solo lavado y secado, pasó a ser un lujo para ocasiones muy especiales. María, una de las manicuristas entrevistadas, forma parte de un nicho que merece una mención especial: la de los sistemas o uñas acrílicas, postizas, esculpidas, perfectísimas y con gran variedad de relieves y diseños. “Los sistemas se montan y, como todo sistema, necesitan mantenimiento cada 21 días o menos, si no se empichan”, afirma María sin reparar ni un pelo en su punzante sentencia.

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Los sistemas del este

El primer local visitado en Los Palos Grandes atendía a tres clientas un viernes a las cuatro de la tarde: una manicura, una mani/pedi y un secado. La manicurista, Jenny, contó que cada vez es más difícil comprar los esmaltes. Un pintura de uñas de una conocida marca nacional, y actualmente la más usada, cuesta 1160 bolívares. Conseguir acetona es el drama número uno. “Antes había un señor que nos la vendía pura pero dejó de venir y ahora la dueña nos la trae cuando viaja. Nos vende un poquito para poder trabajar. Si la dueña no lo hiciera, no podríamos”, dice Jenny. “Ella trae de todo: tintes, esmaltes, acetona, y hasta los tratamientos de keratina y botox”, vuelve. En mitad de la ejecución, entraron dos empleadas del local con varios botellones de agua para verterlos en un enorme tobo azul de basura. “¿Tétrico, no?”, preguntó Jenny y añadió: “cuando nos cortan el agua, trabajamos así”. En este local, la calidad de la manicura y el acabado son casi excepcionales, los esmaltes están vigentes y se nota que no han sido diluidos. Tres conversaciones acerca del recién declarado puente del 19 de abril se desarrollaban al mismo tiempo. Curiosamente dos clientas halagaron la selección musical sintonizada por internet, estilo hora loca.

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La segunda peluquería, algo más pequeña que la anterior y en El Marqués, también corre con la misma suerte en cuanto al racionamiento de agua. La única diferencia es que tienen un tanque interno. El agua para la pedicura la calientan en microondas porque no hay calentador. El local ha tenido que disminuir sus horas operativas por la seguridad y cierra hacia las cinco de la tarde como mucho. Un sábado a las dos atendían al mismo tiempo dos mani/pedi, dos secados y una clienta esperaba su turno. Aquí la calidad de pedicura es mejor que la de la manicura. Los esmaltes han sido diluidos y hacen burbujas en las uñas luego de su aplicación. En este local “montan sistemas”. Las conversaciones entre clientas y empleadas son conversaciones del sector: “el señor Antonio tiene jabón, los chinos abren el lunes o cortaron el agua muy temprano”, corea la concurrencia. Las empleadas están más concentradas en sus teléfonos y en el canal de videos HTV —que ofrecía en esa oportunidad un bombardeo de bachata como para ganar indulgencias.

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La antigua bellezza

Otro centro visitado en La Florida y antiguamente adalid del negocio, la Peluquería Pippo, es sin duda una clásica muestra del deterioro generalizado del ramo y del país. Pippo, pionero del negocio de la belleza en cadena, abrió su primer salón a mediados de los años 50 del siglo XX, en el centro de la ciudad y lo replicó seis veces en diferentes domicilios de Caracas. Actualmente solo mantiene el local de La Florida.

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Antes que Sandro’s y que cualquier otro con nombre italiano, Pippo tuvo la visión de conjugar su negocio conceptual y estilísticamente con la movida disco italiana y la furiosa decadencia de los años 70 y comienzos de los 80. El lugar quedó atascado en la década cuando Madonna cantó por primera vez su “Like a virgin”; todo el instrumental y mobiliario están en desuso y suspendidos en el tiempo. El salón genera cierta morriña y puede que hasta un arrebato místico traiga en espejismos a Lupita Ferrer y Doris Wells, antiguas clientas, estrechando un abrazo en alguna esquina. Y aunque Pippo fuera ciertamente el entrepreneur más audaz y con los mejores estilistas de la ciudad —manejó 60 por local en sus épocas de mayor gloria—, en estos momentos abre con cuatro empleados: dos de “toda la vida” —un estilista old school muy dulce, una peluquera bastante amable y dedicada—, una cajera con mucho carácter y una manicurista y, por supuesto, el gran Pippo, que regenta cuando no cabecea.

Tenían agua durante el fin de semana, pero guardaban una reserva en tobo, azul también casualmente, porque han trabajado sin gota alguna y han tenido que lavar con potecito de arroz chino. La peluquera reveló que Pippo dejó de trabajar con químicos hace mucho porque usaba los mejores tintes del mercado y la incertidumbre de los distribuidores hizo imposible mantener una compra constante, inalterable y segura. “Solo los aplicamos si las clientas los traen”. Un sábado a las 3:30 de la tarde solo una clienta se secaba luego de haber sido lavada. Desde la vitrina, cinco cabezas de maniquí salvajemente maquilladas y teñidas, y que con seguridad aullaron las estridencias de la estética milanesa, juran que han visto tiempos mejores.

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Boleíta: el brillo de la seda

Escondido en un nuevo centro comercial y empresarial en Boleíta está el último salón de belleza visitado para esta crónica. La cantidad de oficinas y empresas alrededor ha sido un factor determinante durante sus dos años y medio de vida, además de ser la única peluquería. Siente la crisis, a veces leve a veces menos, pero no llega a ser fatal. No ha sido susceptible aún al horario restringido ni a los cortes de agua, quizás por estar emplazado en este edificio de business. Pero como todos presentan sus quejas: “acetona es lo más difícil, amiga. La compramos por galón a un distribuidor y la calidad no tiene nada que ver con la de antes. Los esmaltes hay que comprarlos donde los veas porque no se consiguen con tanta facilidad. Las cremitas para manos y el aceite son más fáciles de adquirir”, dice Yurvany, manicurista y experta en sistemas. En este local la manicure es de calidad profesional, montan acrílicas y ofrecen café. Los temas de conversación entre empleadas y clientes variaron desde la entrega de números en el Excelsior Gamma a dos cuadras, películas de Cantinflas y hasta Dilma Rousseff, entre chequeo de Instagram, Facebook y comadreo, hasta que comenzó el programa “Quién tiene la razón”.

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Las keratinas, botox y brillos de seda, los procedimientos que alisan y abrillantan desde cabelleras ligeramente rebeldes hasta los afros más corpulentos, aún se consiguen y continúan siendo tan solicitados como antes. Según Nelly, encargada y peluquera estelar, “como hay poca ‘pelolindo’ natural, no hay venezolana que le haga un fo a una keratina”, no hace burlas. También cuenta que muchas mujeres han aprendido el arte de aplicar los procedimientos en casa y que sufren los riesgos de una mala ejecución. Otras invierten la quincena. “La lavada en casa es cada vez más común, pero en otros salones, aquí se hacen todo porque estas mujeres no tienen tiempo de nada”.

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Nelly asegura que sabe que están de lujo porque en la mayoría de los establecimientos en Caracas están operando como “peluquería de pueblo, puro tobo”. No sabe explicar qué pasará con el negocio con todas las limitaciones vigentes. “Habrá que ver qué es lo que va a inventar el Presidente”, dice como a la merced de las decisiones de un gobernante enloquecido de cualquier distrito apocalíptico.

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