Crónica

Avenida Bolívar: eternamente caótica y allanada

Es la principal avenida de Caracas y tal vez de Venezuela. Sin embargo, la Bolívar es un reflejo de las contradicciones constante de la capital: una ciudad que quiere ser moderna, pero siempre termina consumida por el caos circundante. La madrugada de este miércoles 29 de julio, los edificios de la Misión Vivienda allí apostados fueron allanados, el urbanismo Ojos de Chávez

Fotografías: www.caracas.gob.ve/
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Sobre los postes de luz de la avenida Bolívar están unos paneles que absorben la luz solar. Vistos así, fuera de contextos, parecen representar un deseo de modernidad sobre una de las avenidas icónicas de la capital. Pero basta bajar la mirada hacia el asfalto para escuchar a un soldado que le dice a otro algo como: “No, güón, yo lo que tengo en sendo filo, ¿oyó? Y no tengo ni pa’ una empanada”. La contradicción entre la modernidad pretendida y el anacronismo de una avenida militarizada y caótica golpea con fuerza a la vista y convierte a la avenida Bolívar en una metáfora perfecta de la gestión gubernamental durante los últimos años.

Si se sigue mirando alrededor, los edificios de la Gran Misión Vivienda (GMV) conforman una hilera de bloques, que por momentos recuerdan lejanamente a la Alemania Oriental. Al fondo, el Museo de los Niños resiste como pocos, es la única institución que todavía no ha sido tocada, el menos no de lleno, por el poder, a pesar de haber sido fundada por Alicia Pietri de Caldera, uno de los símbolos de la cuarta república, enemigo semiótico favorito del gobierno. Un poco más allá, la sombra de lo que otrora fuera el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, ahora sin nombre y sin el nivel de antes. Si se mira al frente: el enorme corredor vial, y al fondo el elevado sobre el que se ve la estatua de Bolívar civil, justo en el punto donde se instalan usualmente las tarimas para los cierres de campañas electorales.

Josefa Pérez y su esposo vivían en un refugio de La Silsa en Catia, desde 2010. Compartían un baño con más de cuarenta personas, y el espacio para dormir lo utilizaban tres familias más. Recibían un bono mensual, equivalente a un salario mínimo que, aunque no siempre llegaba puntual, permitía resolver eventualidades y comprar comida. A veces tenían que “darle alguito” a uno de dos oficiales de la PNB que custodiaba el refugio. Una vez mataron a uno. Varios de los refugiados fueron asaltados en ocasiones. Intentaron violar a una joven, que llegó una noche corriendo porque afortunadamente pudo huir de quienes querían ultrajarla. “La inseguridad se puso muy fea en los últimos meses que estuvimos allá”, dice Josefa.

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Finalmente, una tarde les llegó la noticia: las viviendas de la GMV que estaban construyendo en la avenida Bolívar, y que meses antes habían sido inspeccionadas por el entonces ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas, Ernesto Villegas, acompañado de una comisión de los propios refugiados, estaban terminadas y listas para ser habitadas. Hoy en día, a casi un año de haber recibido el apartamento, Josefa y su esposo están felices, sienten que su vida ha mejorado y que le deben todo al gobierno: “Imagínate, aquí estamos mejor. Hasta mi esposo ahora tiene trabajo”, comenta mientras explica que a su marido lo “metieron” en una cooperativa de transporte que le da servicio a empresas estatales como Movilnet. Luego de un largo rato comparando las miserias del refugio con los servicios, no siempre constantes y no siempre eficientes, de la GMV, cierra con una queja: “Lo único malo es la droga”.

El microtráfico de drogas es uno de los problemas medulares de los edificios de la GMV ubicados a lo largo de la avenida Bolívar. “Eso está lleno de marigüaneros”, comenta Rosa, otra beneficiaria de la misión, refiriéndose a la calle que va desde la estación del Metro Bellas Artes, hasta la Plaza de los Museos. “Esos que se la pasan vendiendo zarcillitos y cholas, en realidad venden monte. A veces me da miedo pasar con mi hija por allí, porque se mean en la calle o en la plaza, a la vista de todo el mundo; o te sacan un tabaco y te lo prenden ahí”. La zona, que siempre ha sido conocida como un espacio para que jóvenes de aspecto hippie vendan bisutería, productos hechos con cuero o discos de vinil que ya no se consiguen, también ha tenido siempre una fama ligada al cannabis, pero en los últimos meses se ven otras cosas. Incluso se ve al Estado, habitualmente indiferente ante esta situación, dedicado a perseguir a los microtraficantes.

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En un operativo reciente, un miembro de la banda El Greñúo y Pan de Leche, un jíbaro muy conocido en la zona, fueron capturados por la PNB; ya antes, la banda El Greñúo, dedicada al jibareo de drogas, había sufrido otro golpe similar. “Aquí siempre ha habido monte, todos vienen a comprar, incluso mucho sifrino que viene a los museos se compra su tabaquito, pero ahora se ve el perico y la piedra pareja. Esto se puso feo”, comenta un anónimo de la zona, vendedor de libros usados.

Un sueño incumplido

Así como el saneamiento del Guaire, sobre la avenida Bolívar ha habido muchos planes, casi todos inconclusos. Los paneles solares de los postes de luz, fueron parte de un plan de refacción ecológica que el gobierno había comenzado y que tuvo su cénit con la sustitución de millones de bombillos regulares por focos incandescentes. Sin embargo, la avenida Bolívar muestra una cara que nada tiene de amigable con el medio ambiente. El puente que da hacia parque Carabobo está seriamente dañado. El mercadito popular ubicado casi al final de la avenida está lleno en sus alrededores de envoltorios de ropa y restos de comida. Frente al terminal del Nuevo Circo, en cambio, se aprecian unos bustos que rinden honores a figuras revolucionarias como Sandino, el Ché, José Artigas y Salvador Allende, entre otros, todos acompañados de la bandera de sus respectivos países; es tal vez la única bandera de Estados Unidos que el gobierno exhibe con orgullo.

Más atrás, la antigua plaza de toros del Nuevo Circo, tomada desde 2008 por el Núcleo Endógeno de Desarrollo Cultural, quienes no quisieron hablar para este reportaje. Un poco más al frente, el nuevo Museo de Arquitectura, una estructura modesta y bien pensada en su espacio interior, pero coronada con una fachada de espanto, que fue motivo de burlas al momento de su inauguración. Durante días intentamos, también, obtener alguna declaración de esta institución, pero los esfuerzos fueron infructuosos.

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En enero de este año, el alcalde de Caracas, Jorge Rodríguez,  acompañado de la Alta Comisionada para la Paz y la Vida, Isis Ochoa y de los arquitectos Andrea Tanco y Marcos Coronel, anunció que la avenida Bolívar sería un “corredor para la amenidad urbana”. Lo dijo mientras daba el pistoletazo inicial al Concurso Nacional de Propuestas de Espacios Públicos Amenidades Urbanas , una convocatoria hecha por la alcaldía para recopilar propuestas de cara a mejorar los espacios públicos de la ciudad capital, enfocados en la avenida Bolívar, sobre la cual se delimitaron varios sectores adyacentes a los edificios de la Gran Misión Vivienda para que fueran convertidos en espacios amenos para el disfrute de la ciudadanía. El concurso, dirigido exclusivamente a colectivos de mínimo tres miembros, otorgaba unos premios para el desarrollo de los proyectos presentados que iban de los 270.000,00 para los ganadores del anteproyecto, 90.000,00 para los mencionados y 30.000,00 para los participantes, siempre en bolívares.

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Independientemente de estas iniciativas, la avenida Bolívar sigue mostrando esa contradicción que existe en toda la capital del país: una ciudad que quiere ser moderna, pero sobre la que se impone el caos ciudadanos al cual, hasta ahora, parece no encontrársele solución por mucho que se insista en proyectos civilizadores.

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Todos los nombres de este reportaje fueron cambiados a petición de los entrevistados, quienes exigieron esto como condición para declarar, ya que temen a quienes “controlan” los edificios de la Gran Misión Vivienda (GMV).

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