Entrevista

Axel Capriles: "Estamos en una sociedad desvergonzada"

A propósito de la segunda edición de su libro La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo, Axel Capriles, psicólogo y doctor en ciencias sociales, vuelve a un tema que lo obsesiona. Se trata de un arquetipo que parece no abandonar a la sociedad venezolana, peor, que acucia su descomposición: el pícaro, el lanzado, el que no respeta valores ni instituciones por ser hijo de la malhadada viveza criolla

Fotografía: Sergio París
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La viveza criolla tuvo en Antonio Arraiz quizá a su mejor retratista. Cuentista venezolano de Barquisimeto, se inventó los Cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo para mostrar en un lenguaje infantil su anhelo por la justicia social, donde la liebre busca superar las trabas y amenazas del poderoso, el felino, el de las garras y los colmillos. Eran los años 40 cuando el ensayista, preso político y embajador ante la ONU y fundador de El Nacional imaginaba a la fauna como actores sociales de un entorno donde el débil, astuto y sagaz, podía romper los incordios de “los de arriba”.
Poco sabría el fallecido en Nueva York en 1962 que los arquetipos dibujados por su pluma terminarían sirviendo de espejo a toda una sociedad, atrapada en esa “viveza criolla” tan aplaudida como denostada. La misma que ha otorgado a los individuos capacidades de adaptación al caos, al realismo mágico de la Venezuela contemporánea, que les permite hasta escalar posiciones y alcanzar preeminencia social. Aguas abajo, también, el “vivo” logra superar las trabas que la decadente estructura burocrática pública y privada pone a jugar a diario, por muy pequeña que sea.
Por eso el venezolano se debate entre tíos tigres y tíos conejos, en una jungla de cemento, sí, pero también de pranes, revoluciones, guarimbas y demás escenarios tan propios, tan evocadores del sempiterno “así somos”. Es lo que ha estudiado Axel Capriles desde hace más de tres décadas cuando volvió a su tierra para, luego de su formación temprana en el extranjero, cursar estudios universitarios en Caracas. Entonces, “no había seguridad institucional, sino que todo era un arreglo, un contacto, para poder hacer cualquier gestión. Me molestaba muchísimo que no hubiera un procedimiento estandarizado para que todo fluyera”.
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El resultado de sus pesquisas y observaciones encontró en los personajes de Antonio Arraiz un buen paradigma, muy arraigado en el ser venezolano. Lo deja claro en su libro La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo, estrenado hace casi una década y reeditado ahora por Ediciones Punto Cero como demostración de la parálisis —quizá retroceso— de una colectividad imbuida en miseria y pérdida de derechos sociales y políticos. En sus páginas da cuenta de cómo el arquetipo del pícaro se ha transfigurado en héroe, en éxito, en logro al conseguir burlar las ineficiencias nacionales y salir airoso de los retos de una burocracia hipertrofiada y superar, a la vez que lo profundiza, un estado permanente de «individualismo anárquico», el sálvese quien pueda diario.
Aunque el texto abunda en diagnóstico, Capriles sabe que hay soluciones posibles y las comenta a Clímax, aunque con una salvedad: actualmente «no veo a las élites enfocadas en ello, no hay centros de pensamiento donde se esté evaluando o diseñando hacia dónde debería caminar la sociedad».
El nuevo prólogo comienza diciendo que liberarse del pasado no es fácil, y pareciera que Venezuela entró al siglo XXI pareciéndose al siglo XIX. ¿Se nos olvidó el pasado y nos condenamos a repetirlo? ¿Tenemos un apego al pasado?
—Hubo una fe, sobre todo en las élites políticas, de que con el cambio del sistema político era suficiente para llevar adelante al país sin tomar en cuenta al sustrato ideológico que había debajo y que tenía un peso muy fuerte en nuestra cultura. Estuvo de cierta forma tapado durante 60 o 70 años por el petróleo. Esa riqueza petrolera nos permitió comprar civilización, desarrollo social en muy poco tiempo, sin realmente haber llevado a cabo un proceso de evolución de la conciencia. Yo creo que los complejos históricos son tremendamente pesados. Implican un trabajo social de ciudadanía, de todo tipo educación especialmente informal, que no estuvo presente en el siglo XX. Pasamos a ser unos grandes consumistas, pero las formas de educación quedaron básicamente iguales. El siglo XX se caracterizó por ser pacífico, de convivencia de acuerdos y repentinamente ha surgido un venezolano que desconocíamos, polarizado, en continuo conflicto y con una violencia que asombra.
¿El venezolano es un individuo naturalmente anárquico que necesita un proceso de evolución social para deslastrarse de ese pasado y entrar a un siglo XXI con solidez social?
—Tendríamos que eliminar la palabra «naturalmente». El carácter es moldeable. Venezuela tuvo una de las guerras de independencia más sangrientas de Occidente, y quedó totalmente arrasada y con toda su institucionalidad destruida, así como su élite más o menos ilustrada. Entonces quedó un país en manos de militares, de gente que había nacido y crecido en la violencia. Eso cambia radicalmente en el siglo XX, cuando se conoce la paz y comenzamos a mezclarla con un proceso de enriquecimiento progresivo. Lo que en esos dos siglos no hubo fue el cultivo de la convivencia civil. No tuvimos mucha preocupación por las formas de educación, por la estructura familiar, y te das cuenta que la de la Venezuela de hoy es sumamente complicada: una sociedad matricentrada, de elementos masculinos que pasan y salen, que viven en zonas de hacinamiento. Todo esto va creando un tipo de personalidad que se expresa a través del arquetipo del pícaro. La idea de estudiar la picaresca me viene de ahondar en los temas que estaban constantemente en la opinión pública venezolana desde el año 1978 cuando empiezo a leer sobre la picaresca y veo el reflejo diario del país. Y cuando investigas en el tiempo ves que es algo permanente. El mismo éxito del libro demuestra que es un tema que la gente sigue viviendo.
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Reeditar este libro casi 10 años después de su estreno puede ser una experiencia agridulce, porque es demostración de que la realidad no cambia.
—Yo sentí que en algún momento estaba cambiando, que la astucia como herramienta para la subsistencia en Venezuela había perdido su eficacia. Con el chavismo hubo una vuelta atrás, volvimos quizá más atrás de donde estábamos y otra vez la picardía, la viveza criolla y la astucia vuelve a ser el principal valor y el principal órgano de adaptación de la sociedad venezolana.
La mayoría del orgullo venezolano pareciera enfocarse en logros militares, independentistas, de tiempos muy pretéritos, pero no a la idea de que en el país se construyó una república democrática, donde el poder civil apaciguó al militar y se crearon instituciones. ¿Hubo poca valoración de eso por parte de la propia sociedad y de una generación que lo estaba viviendo en tiempo presente y eso evitó un apego a una forma republicana de entendernos como país?
—Sí. Durante todo ese período del nacimiento de la democracia, Venezuela era ejemplo de desarrollo en América Latina, no solamente material y de infaestructura sino en términos de educación. Teníamos una de las mejores educaciones públicas de la región, con la mayor cantidad de escuelas primarias. Estudiar en un liceo público era un honor. Lo mismo en términos de salud pública. Fueron muchos logros no valorados. El orgullo venezolano tiene dos características: remitirse a la naturaleza, a lo que viene dado y no a lo construido, el Ávila, las playas, pero nadie habla de esos logros ciudadanos; nadie habla del sistema de educación o el vial que fue de avanzada como no existía ni en Europa; nadie habla de un concierto, de una obra literaria, de una producción artística. Es una psicología volcada a lo natural. Por otro lado, es un orgullo existencialista: el orgullo de ser venezolano. Pero orgullosos de qué, nadie sabe, es simplemente por serlo, no fundamentado en logros como sociedad, en desarrollo o convivencia o bienestar social.
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¿Por qué no se llegó a considerar esos logros civiles como parte de una heroicidad venezolana que sustituyera al pícaro como héroe?
—Por la misma circunstancia de la guerra de independencia que están en la forja de la nacionalidad. Va a ser una mentalidad militarista la que toma el poder y va a tener influencia sobre el resto de la sociedad. Y no ha habido un esfuerzo de las élites por levantar esas otras virtudes, las civiles. El modelaje siempre fue desde el héroe guerrero.
En el libro se plantea la diferencia en las consideraciones de la picardía en Venezuela y en otros países como México o Suiza, donde el pícaro es hasta mal visto y no celebrado como aquí. ¿Existe una picardía muy venezolana? ¿La viveza es así de criolla?
—No. En República Dominicana, por ejemplo, es muy parecido. En toda la costa colombiana también hay el mismo culto. Lo que tal vez caracteriza más al venezolano es que muy pegado a la viveza criolla está el arquetipo del alzado, del altanero, esa rebeldía continua en las formas de relación social.
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Pero ese arquetipo del «alzao» se enfrenta a la imagen de una sociedad atrapada en colas por comida y que no sale a plantar cara a lo que desde el poder se ha instituido. ¿Esa idea de que Venezuela es un cuero seco, que se pisa por un lado y se levanta por el otro, sigue vigente o alguien encontró la manera de humedecer ese cuero para relajarlo?
—O logró la manera de que el cuero siguiera levantándose pero fracturado. Nosotros tenemos en Venezuela protestas y levantamientos todos los días, pero no hay nada unido, no hay una ilación en el descontento. En esa ruptura de los sistemas de coherencia y unión de una sociedad es donde ha medrado el poder para poderse mantener, y es allí donde se han aprovechado de la misma idiosincrasia porque el pícaro es anárquico, de evasión continua de las normas, pero al mismo tiempo es un individuo que no lo hace por principios ni por enfrentarse al poder. Ese individualismo nos ha convertido en respondones en lo particular pero sometidos en lo colectivo.
¿Ese impulso de la picardía individual nos impulsa a lucrarse de la situación, o pasar agachado por beneficio propio?
—Efectivamente. La lucha implica un ideal, una visión con un valor ético, moral, entorno a algo virtuoso. El pícaro no tiene ideales, no tiene objetivos excelsos. Es una psicología de supervivencia. Por otro lado, implica una organización hacia algo, pero el pícaro es adaptación de emergencia.
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Se supone que Tío Tigre es la fuerza, la autoridad dominante, y Tío Conejo es el astuto que intenta burlarlo. En Venezuela el Gobierno pudiera ser más bien el Tío Conejo, pero uniformado de Tigre, con la fuerza de aquel.
—El cuento es el arquetipo. No es una figura o la otra. Son figuras que van unidas y tienen que ver la una con la otra. Es el tipo de relación social que se establece la que ejemplifica de manera extraordinaria los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo. El Gobierno empieza a poner regulaciones al acceso de la comida, y en ese caso es el Tigre queriendo mandar, y el Tío Conejo es el bachaquero que busca cómo resolverse y aprovecharse de la situación. Pero ambos son, a fin de cuentas, el mismo, son parte de un mismo sistema de adaptación social, de convivencia. No debemos verlo por separado sino como un intercambio constante de personajes, porque el bachaquero Tío Conejo cuando logra crear su red de bachaqueros y le vende a otros… se constituye a su vez en un Tío Tigre. Hay una sustitución de roles.
Su estudio plantea, como lo hace Jorge Volpi en El insomnio de Bolívar, que la construcción de un tejido institucional pudiera acotar el alcance de esa viveza criolla, de la picardía. ¿Cómo resolvemos la diatriba del huevo y la gallina? ¿Cómo esperar que una sociedad que se regodea de esa picardía produzca instituciones que la regulen?
—Y cómo esperar eso si para tener éxito social tienes que encarnar el carácter social dominante. ¿Cómo puede una élite o las personas que la población lleven al poder pensar en transformar una sociedad de la cual se es heredero? Ese es el gran problema. Tiene que haber una voluntad política de transformación de la sociedad y tiene que ser una acción en todos los niveles. Tienes que, desde el poder, trabajar sobre la división de poderes, la creación de instituciones sólidas permanentes, pero al mismo tiempo hay que trabajar sobre los valores sociales para poder ver en esas instituciones algo positivo. Para ello hay que apelar al propio beneficio que eso le representa a cada quien. Si las personas se dieran cuenta que respetar un poco más las leyes de tránsito le darían una vida mucho más apacible, habría un cambio. Para eso tiene que haber un grandísimo programa de desarrollo social sostenible.]]>

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