Crónica

Bachaqueros: los más malandros de las colas

Los bachaqueros y colectivos se apropian de los espacios y coartan las posibilidades de personas dispuestas a hacer filas por horas con tal de adquirir artículos al precio legal. Ante cualquier cuestionamiento, las amenazas se convierten en represalias para aquel que solo exige su derecho

Composición fotográfica: Norkis Arias
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Edward Castillo inventaba excusas en su trabajo para faltar los martes y poder acompañar a su madre a hacer las colas en el automercado Éxito de Los Teques, estado Miranda —no relacionado con la cadena expropiada de hipermercados Éxito. Desde hace varias semanas su progenitora le dictó un veto involuntario. “Cuando en la zona se enteran de que van a llegar camiones a descargar, aparecen los colectivos en motos y secuestran el local. Se meten y se llevan lo que quieren, y dejan las sobras para los que hemos estado haciendo cola por horas”, relata el joven de 26 años. Un día, la injusticia lo indujo a enfrentarse a uno de los motorizados. Le reclamaba con palabras su derecho a adquirir alimentos. La disputa se elevó a unos empujones y Edward estaba dispuesto a propinar puños, pero su adversario se alzó la camisa para dejar al descubierto una pistola. La amenaza lo hizo tragarse la cólera y desde entonces su madre le prohibió volver con ella por temor a que lo tengan fichado.

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“Violencia” no es una palabra ajena al venezolano y su manifestación práctica ahora llega a establecimientos comerciales. La necesidad se encuentra con la avaricia y la viveza, pero no se mezclan. Mientras el que necesita madruga para probar suerte en supermercados, farmacias y establecimientos “a ver si” consigue algo para comer, el vivo se aprovecha y lo amedrenta para desaparecer la “justicia” del léxico local. Esa palabra está moribunda. Revender bienes por encima de su precio legal se ha convertido en una actividad económica usual. Se ha sofisticado hasta alcanzar un estatus delictivo. Modus operandi como el del automercado Éxito se hacen frecuentes en el territorio nacional.

Antes de que se asomen los primeros rayos del sol, Alicia Ortiz ya está en la calle todos los jueves. Desde hace tres semanas, su marido la deja a las 3:30 de la madrugada en el supermercado Unicasa de El Paraíso para ver si tiene suerte y logra comprar algunos productos que ocupen los estantes vacíos de su cocina. Vive en San Martín, pero migró al sector vecino desde que en el Central Madeirense de Capuchinos presenció un intento de saqueo y dejaron de vender artículos regulados. Madruga porque antes del amanecer un hombre con cicatrices en el rostro les quita la cédula a un número arbitrario de personas que estén en la cola. Él es uno de los líderes de bachaqueros y, horas más tarde, cuando la Guardia Nacional que resguarda el recinto solicita las cédulas laminadas de los compradores, el sujeto entrega las requisadas a los presentes con las de un lote de personas que no se encuentran en el lugar. Los ausentes son bachaqueros que van apareciendo paulatinamente y se incorporan a la fila.

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“Casi nunca le protestan al tipo porque después te pueden sacar de la cola o hacer algo peor y lo que la gente quiere, bien o mal, es comprar lo que necesita”, comenta Ortiz. “A veces quita 50 cédulas, a veces 80. Depende de cuántos números vayan a repartir ese día en el mercado. Y a esas les agrega como 100 más que es la de su gente”, cuenta. Esto limita las posibilidades de compra para aquellos que lleguen a una hora más “segura” porque se les cede cupos a quienes se dedican al negocio de la reventa. El tiempo invertido también resulta perdido en ocasiones. Aunque este supermercado abre a las 8 de la mañana, es a las 11 cuando empieza a despachar los útiles con precio regulado. Ortiz señala que “a veces el que llegó a las 7 o a las 9 de la mañana pasa a las 3 de la tarde y ya no queda nada que comprar”.

Lucha por sobrevivir

Como una larga fila de hormigas se aglomeran las personas en las afueras del Central Madeirense de La Alameda en Santa Fe. Durante varios meses una mujer llegaba y sin importarle la cantidad de individuos, ella se colocaba de primera sin meditarlo. A quien la cuestionara le enseñaba el cuchillo que escondía en su pantalón y le amenazaba con cortarle la cara. “Voy de primera y no dices nada porque yo soy malandra”, eran las palabras con que se presentaba según recuerda Ingrid Cabrera, habitante del barrio Las Minas de Baruta. “Ya esa mujer no se aparece más por aquí. Llegó una más brava que ella y la desplazó, pero la intimidación es la misma. Es mejor dejarse colear a terminar bañado en sangre”, opina Cabrera.

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Un vigilante del Unicentro el Marqués, que prefiere mantener su identidad en el anonimato, relata que las algarabías, insultos, golpes y hasta bombas lacrimógenas son sucesos comunes en el complejo comercial. El Farmatodo, el Locatel, el Día a Día y el Central Madeirense que alberga el establecimiento garantizan que diariamente se reúna una multitud haciendo fila tanto dentro como a las afueras del centro comercial. Sobre la presencia de bachaqueros, el vigilante advierte que “eso se ve aquí todos los días. La gente duerme desde la una de la mañana del día anterior y cuando amanece, llegan los bachaqueros y les dicen que tienen gente adelante. Se ponen 20 bachaqueros de primeros, después una persona que hizo su cola, 20 bachaqueros más, otra persona normal y así. Es mejor no reclamar. Hay gente que lo ha hecho, pero terminan sacándolos de la cola. No los dejan comprar, los amenazan y si no hacen caso se caen a coñazos”, comenta el miembro de seguridad.

Se trata de la supervivencia del más apto. Unos someten y otros se dejan someter. Hay que suprimir la dignidad y aceptar la injusticia para evitar la violencia en un territorio donde reina la impunidad.

Mafia de futuro incierto

“Bachaquero” era un vocablo sin sentido hace menos de dos años en el país. Ahora todos tienen uno de confianza que funciona como dealer de alimentos, productos de higiene y medicinas. El director de la consultora Datánalisis, Luis Vicente León, asevera que 57% de los venezolanos admite recurrir a bachaqueros para comprar artículos. Considera que el “bachaqueo” es “el único sistema económico que realmente crece y se sofistica en Venezuela en este momento”. La red de revendedores es articulada y sus practicantes se clasifican en diferentes categorías. De acuerdo con León, están “1) los bachaqueros simples que revenden los productos que logran adquirir en una compra normal; 2) las personas que venden el puesto en una cola; 3) las personas que financian a otras para que hagan la cola, compren y le entreguen la mercancía para luego distribuirla; 4) los bachaqueros deluxe que le compran a los bachaqueros simples y luego aumentan el precio para venderlo por internet o te lo llevan hasta tu casa y 5) el bachaqueo de extracción, que es comprar en Venezuela para sacar mercancía al exterior y obtener moneda dura”.

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Ante el desabastecimiento, hay ciudadanos que se han visto obligados a pagar un sobreprecio por elementos escasos en los anaqueles. La necesidad es relativa a cada caso personal, pero, aunque hay gente dispuesta a pagar más por un artículo que no encuentra por la vía regular, hay otras que ni queriendo pueden costearlo. “Cada quien está buscando su trampa porque la cosa está dura, pero con la comida y remedios no deberían meterse”, manifiesta María Gabriela Bolívar, enfermera jubilada. “Yo solo tengo el ingreso de mi pensión que si no me alcanza para hacer un mercado regular, menos uno bachaqueado”, asegura la mujer de 62 años, quien jueves y domingos —como le permite el terminal de su cédula— hace parada fija en los establecimientos del Unicentro El Marqués de La California.

Julián Figueroa secunda a la sexagenaria. Los precios por productos aumentan aceleradamente, mientras que el sueldo del ciudadano común sigue siendo insuficiente para saldar todos los costos y mantener una vida modesta. Él admite que “al principio les compraba a los bachaqueros. Un bulto de arroz salía en seis mil o siete mil, ya va por 25 mil. Y así es con la harina, la pasta, la azúcar. El dinero no rinde para invertir en todo eso. Hace poco me vendieron una paca de pasta en 13 mil y aproveché. Me falta todo lo demás, pero estoy tranquilo porque tenemos para comer por un tiempo”.

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Puede que el bachaqueo tenga los días contados debido a sus altos costos y bajo poder adquisitivo del grueso de la población. O, por el contrario, experimente un auge por el agudizado desabastecimiento. El Gobierno nacional ideó los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap) como una forma de acabar con la escasez. Es un sistema de repartición de alimentos que nada tiene que ver con el aumento de su producción, la verdadera raíz del problema. Los comités están conformados por una mujer, por las Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UbCh), el Frente Francisco de Miranda (FFM) y consejos comunales de las comunidades, quienes serán los encargados de suministrar bolsas con productos. Para el economista León los Clap son “una vía totalmente distinta a la que se necesita para resolver el problema. Es un mecanismo ineficiente y corrompible que parece más de control político que de solución del problema económico. Los Clap no aumentan la cantidad de arroz, ni de harina, ni de trigo, ni de azúcar, ni de pollo que hay en el país. Lo que estás haciendo es distribuir la escasez agregando ineficiencia y corrupción al sistema”. Un sondeo de la encuestadora Hinterlaces indica que 79% de la población no se ha beneficiado de estas brigadas de racionamiento.

La medida es insuficiente. Por los momentos, los números no cuadran para abastecer a todo el país. De acuerdo con una investigación de la periodista Gabriela Rojas para el portal Contrapunto, “cada CLAP puede atender un máximo de 200 familias en cada jornada, aunque la mayoría reporta que su ámbito de incidencia real es de 60 a 100 familias; las cifras oficiales indican que hay 15 mil CLAP conformados pero hasta hoy se reduce a los 5 mil CLAP registrados en el sistema nacional de abastecimiento popular; al hacer una aproximación basada en las 8.209.526 unidades familiares por vivienda que indica el censo del Instituto Nacional de Estadística (INE), la capacidad inmediata de entrega de alimentos se limita a menos de 1.000.000 de familias, que representa 11% de los hogares venezolanos y significa que el otro 89% tendrá que dividirse el 50% restante de los productos disponibles en comercios y canales regulares de distribución”, pero cada día son más los locales que avisan a su clientela la suspensión de venta de bienes regulados para evitar los constantes disturbios y saqueos que se han puesto a la orden del día.

Desde enero hasta mayo, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (Ovcs) contabilizó 254 saqueos o intentos. Tan solo en mayo se produjeron 52 saqueos y 36 intentos. Esto sin contar los que van en el mes de junio, algunos de los cuales ya han dejado muertos como el ocurrido en Cumaná el 14 de junio. En el quinto mes del año se registraron 172 protestas por alimentos, lo que representa 27% de manifestaciones en rechazo a la escasez y desabastecimiento, 320% más con respecto a mayo de 2015 cuando la cifra fue de 41 protestas.

El bachaqueo, los Clap y los saqueos confluyen paralelamente en el espacio y tiempo venezolano, pero sigue existiendo una población hambrienta y necesitada de artículos que en circunstancias normales podrían adquirirse en cualquier establecimiento comercial. Los disturbios aumentan sin freno y las soluciones efectivas no se vislumbran en un futuro cercano. El caos toma solidez y la reventa de productos se juega su rentabilidad. La incertidumbre impera una vez más, mientras los ciudadanos que se mantienen bajo la norma legal son los afectados por la violencia surgida de un sistema consecuente de una distorsión económica.

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