Íconos

Bob Dylan, literatura con acordes

Más de cinco décadas construyendo historias lo han convertido en referencia innegable de compositores de todo el mundo. Él mismo comenzó versionando a su ídolo Woody Guthrie hasta que se atrevió a perfilar sus propias canciones. Con ellas, cúmulo de espejos, confesiones e invenciones, se ha hecho del Premio Nobel de Literatura. El primer músico en recibir el galardón reivindica la letra hecha para partitura

Fotografía de portada: Artful Living
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Bob Dylan comenzó a escribir sus propias letras por un golpe del destino. Cuando aún se hacía llamar por su natal Robert Zimmerman, el nacido en Duluth ni pensaba levantar la pluma para escribir canciones. No le hacía falta. Su vida y su música estaban plenas versionando a Woody Guthrie. Las piezas del nacido en Oklahoma, creador de “This land is your land”, le permitían conectarse con lo humano y lo divino. “Sus canciones eran sobre todas las cosas al mismo tiempo. Eran sobre riqueza y pobreza, negro y blanco, los altos y los bajos de la vida, las contradicciones entre lo que enseñan en las escuelas y lo que en realidad ocurre. Él estaba diciendo en sus canciones lo que yo sentía pero no sabía cómo expresarlo”, le dijo en 2004 a Robert Hillburn cuando además admitió que no era solo la lírica sino la voz de Guthrie y hasta el golpeteo en su guitarra lo que impactaba su alma.

No era su única referencia –en la galería también está Stephen Foster, por ejemplo-, pero sí la más fuerte. Reinterpretándolo, el guitarrista se hacía de una vida humilde en el circuito local de Minnesota donde era visto como una rocola del fallecido en 1967. Hasta que alguien le informó que otro cantante, Ramblin’ Jack Elliott, también lo hacía. Dylan era demasiado independiente como para ser “uno más”, así que pensó en buscar un diferenciador: su propia voz escrita.

Hasta entonces, había evitado enfrentar a la hoja en blanco. Sentía que no tenía el vocabulario suficiente ni la experiencia de vida necesaria para poder retratar realidades en palabras. Pero ya ubicado en Nueva York, de nuevo siguiendo los pasos de Guthrie que tomó esa ciudad como suya hasta su muerte, escribió uno de sus primeros temas propios: “Song to Woody”.

El ahora Premio Nobel de Literatura no cree en los academicismos ni en repeticiones. Sus propios discos, los que asegura no escuchar más nunca una vez que han sido terminados y publicados, no deberían ser, a su juicio, objeto de estudio para aspirantes a compositores. La clave está en tomar inspiración y explorar la creación propia. “Si quisiera ser pintor, quizá trataría de ser Van Gogh, o si fuera un actor, actuaría como Laurence Olivier. Si fuera un arquitecto, allí está Frank Gehry. Pero no puedes solo copiar a alguien. Si te gusta su trabajo, lo importante es estar expuesto a todo lo que esa persona ha estado expuesta. Si alguien quiere componer canciones debe escuchar tanta música folk como pueda, estudiar la forma y la estructura de cosas que han estado allí por cien años”, le dijo a Hillburn.

Es el concepto de un hombre ahora venerado que nunca quiso escribir canciones para hacer revoluciones, solo para desnudar sus ideas. “Lo que más puedo esperar es cantar lo que pienso, y quizás evocar algo en los demás. No me insultes diciéndome que soy una persona con mensaje. Mis canciones no son más que un diálogo conmigo mismo”, ha dicho.

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En paralelo, ha ocultado sus procesos y sus intimidades en cualquier otro escenario. Por eso le dijo a Robert Shelton en 1966: “Si no tuviera dinero, podría ir de un lado a otro siendo invisible. Pero actualmente me cuesta dinero ser invisible. Es la única razón por la que necesito dinero”. También es la razón por la cual suele ser elusivo con la prensa; como en 1985 cuando la disquera Columbia Records organizó varias entrevistas sobre su álbum Empire Burlesque (1984) y la retrospectiva Biograph, entonces recién publicada, y el compositor apenas recibía a algunos selectos reporteros para confesarles que cumplía el compromiso con desgano y que prefería hablar de los estrenos de Hank Williams. En el libro que acompañaba el compilado, el músico dejó por escrito: “Yo solo soy Bob Dylan cuando tengo que ser Bob Dylan. La mayor parte del tiempo quiero ser yo mismo. Bob Dylan nunca piensa sobre Bob Dylan. Yo no pienso en mí mismo como Bob Dylan. Es como dijo Rimbaud: Yo soy el otro”.

Es un ejemplo de cómo lo suyo nunca fueron las listas de éxitos, aunque las haya navegado, ni los conciertos masivos. Es un artista que no quiso ser una celebridad. Quizá por eso es valorado mucho más como un intelectual, galardonado con el Premio Nobel de Literatura “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”.

De hecho, la secretaria permanente de la Academia Sueca, Sara Danius, dijo que “si miramos miles de años atrás, descubrimos a Homero y a Safo. Escribieron textos poéticos para ser escuchados e interpretados con instrumentos. Sucede lo mismo con Bob Dylan. Puede y debe ser leído”. Desde Estocolmo, agregó que Dylan es “un gran poeta en la tradición en lengua inglesa, muy original” y que durante 54 años “ha seguido actuando y reinventándose a sí mismo, creando una nueva identidad”.

Pero Bob Dylan nunca quiso ser la voz de una generación. Se convirtió en eso apenas por dejar salir lo que su corazón latía, sin ganas de quedarse amarrado a un tiempo, a un evento o si quiera a una época social. “La cultura popular usualmente se acaba muy rápido. Es lanzada a la tumba. Yo quería hacer algo que permaneciera junto a las pinturas de Rembrandt”, le dijo a Hillburn hace 12 años cuando también admitió que su búsqueda inicial lo hizo leer afanosamente a Edgar Allan Poe, Lord Byron, John Keats, John Donne, Allen Ginsberg y Gregory Corso, Francois Villon.

Por eso sorprendió a propios y extraños cuando decidió electrificarse y cambiar objetivos, para luego cantarle a la espiritualidad, a lo divino, y después volver a reflejar lo humano, con sus luces y sombras, las más oscuras, hasta llegar a Frank Sinatra y al reconocimiento de su admiración por la música de Tin Pan Alley interpretada por La Voz, con sus últimos dos discos de canto tosco. “Una canción es una experiencia. No hay necesidad de entender las palabras para entender la experiencia. Intentar entender el significado completo de las palabras puede destruir el sentimiento de la experiencia como un todo”, explicó en alguna entrevista que registra su club de fans oficial.

Sí es cierto que sus poemas son las crónicas de un hombre que ha amado y ha perdido, como también lo es que cuando habla no revisita las historias propias o ajenas que vierte en cada composición. Al contrario, deja notar cómo el oficio le permite convertir su vida, ideas, observaciones e imágenes poéticas en canciones. “Todas mis canciones podían estar mejor escritas. Esto es algo que me preocupaba antes, pero ya ha dejado de hacerlo. Nada es perfecto, y por eso no tengo por qué esperar que yo lo sea”, también ha admitido el hombre al que le publicaron las líricas de su emblemática “Blowin’ in the Wind” –que escribió en 10 minutos apenas- en la revista de folk Broadside, en mayo de 1962 cuando apenas cumplía 21 años y en pleno fragor de la Guerra de Vietnam.

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Bob Dylan recibe el primer Premio Nobel de Literatura otorgado a un músico. Quienes lo defienden, usarán de ejemplo “Visions of Johanna”, “Jokerman”, “Only A Pawn In Their Game”, “Chimes of Freedom”, “Hurricane”, “Desolation Row”, “Positively 4th Street”, “It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)”, “The times they are a-changing”, y tantas otras piezas que reflejan musas, antihéroes, derrotados, víctimas, victimarios, sucesos, protestas, política, psicodelias, personajes shakesperianos, en clave folk, blues, country y rock. También, pudieran recurrir a esa trilogía de Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, publicados en apenas 15 meses consecuencia de un período altamente productivo. Entonces, Dylan escribía canciones tan rápido que hasta evitaba dormir temeroso de perder un nuevo poema, y al mismo tiempo leía tanto que siempre había tiempo para una página más. Así construyó su catálogo de cinco décadas que combina lo intelectual con lo popular, que también le ha valido un Premio Príncipe de Asturias a las Artes, un Óscar, diez Grammy y un Pulitzer.

Otros no soportarán que el reconocimiento sea dado a quien no ha escrito libros de manera prolífica –ha firmado dos: Tarántula (1971) y Crónicas vol. 1 (2001)-, aunque ya en 2015 el Nobel haya ido a parar a manos de Svetlana Aleksiévich una periodista, autora de entrevistas, crónicas y reportajes, y mucho más atrás, en 1953, a Winston Churchill.

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