Investigación

Buhoneros vs. bachaqueros: el poder del comercio

Los informales que aprovechan la vía pública para lograr su sustento han visto florecer una nueva rama del negocio: la venta de productos regulados. Unos los ven como arribistas, buscadores del dinero fácil, el dorado del comercio callejero; y los otros se asumen como iguales

Fotografías: Alejandro Cremades y Oriana Lozada
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En Caracas no hay buhoneros. Al menos así no se consideran quienes disponen de la vía pública para ofrecer cualquier tipo de producto o mercancía. Si bien son negocios que no pagan impuestos ni alquiler de local comercial, sí cumplen con las respectivas vacunas a la policía local y, en algunos lugares como Petare, el pago por el puesto a quien gobierne tal o cual acera. Pero no hay buhoneros, tampoco vendedores informales ni bachaqueros. En las calles de Caracas lo que abundan son los «comerciantes». Así se ven ellos, no les lleve la contraria.

Pasadas las 4 de la mañana comienza la jornada. Es una rutina asumida. “Al que madruga…”, piensan a ratos, pero el madrugonazo no es por fervor religioso sino impulsado por el deseo de hacer dinero, lograr la ganancia, el pan nuestro de cada día. Tomás —identidad protegida— vende donas en Plaza Venezuela desde hace 9 años. «Aquí hay buen movimiento. Igual yo monto las rejillas en esta carreta con ruedas para poder moverme», dice. No muy lejos de allí está la distribuidora de dulces que cada madrugada lo recibe, junto a otras decenas de vendedores informales, para entregarle producto fresco. «Las que tienen más salida son las rellenas de arequipe. No siempre vendo todo el lote en un día, pero para tener variedad hay que buscar más donas a diario», agrega.cita4

Tomás no quiere ofrecer otra cosa. «Yo ya sé cómo funciona esta venta, qué prefiere la gente, me conozco a los distribuidores y también a los policías de esta zona, que no se meten con uno. Ellos también se comen su dona y dejan que uno trabaje aquí», afirma. El «donero» no se siente amenazado y asegura que con las ganancias diarias, y luego de reinvertir, «me queda suficiente, uno tampoco puede ser avaro ni querer convertirse en millonario de la noche a la mañana». Se refiere a quienes venden productos regulados, vistos por él y por otros como «bachaqueros», que buscan el dinero fácil. «En Plaza Venezuela no hay de eso, pero sé de gente que vendía por aquí y se fueron para poder bachaquear donde sí los dejan”.

A la salida del Metro Parque Carabobo, también en Caracas, María —identidad protegida— no madruga porque no vende comida. Su negocio es ofrecer medias y camisas también tobilleras, largas, escolares, pantys. Su puesto, una improvisada manta sobre cartón fácil de disponer —y de recoger cuando toque— es su sustento. Entre 150 y 240 bolívares fuertes puede recibir, como mínimo, al vender un par de medias, dependiendo del tipo. Eso sí, ella trabaja jornada completa, entre 9 o 10 de la mañana y hasta las 8 de la noche cuando las colas para el transporte público disminuyen.

María asegura que la mayor diferencia ente ellos y los bachaqueros es la mayor salida de productos. «Antes nosotros vendíamos la mercancía, pero ahora está muy cara. Ellos, como tienen productos regulados que no se consiguen, venden rápido», dice. Sin embargo, sostiene que no cambiaría sus telas por jabón en polvo, desodorante o papel de baño. «¿Y si me meten presa? Prefiero vender tres o cuatro pares de medias al día que meterme a bachaquera», suelta con firmeza. Su miedo es justificado. Ha visto decenas de operativos de la Guardia Nacional en la zona «pero contra los bachaqueros. Cuando ellos vienen nos recogemos también, claro, pero no se meten con nosotros».

Capacidad de adaptación

En Caracas tampoco hay bachaqueros. O al menos quienes son vistos como tales reniegan del calificativo. En Petare, tan solo a algunos pasos de dos funcionarios de la policía municipal para quienes el decreto presidencial firmado en octubre de 2014 prohibiendo la venta de productos regulado pareciera no existir, se ubica el puesto de Ángela —identidad protegida—, una mesa donde hay afeitadoras, toallas sanitarias, papel de baño, gelatina para el cabello y jabón en polvo. A su lado, una compañera vende leche y café, incluyendo el Venezuela, con Hugo Chávez estampado en el paquete ‘hecho en socialismo’. «Este puesto es de mi mamá y ella está aquí desde hace 9 años. Antes vendíamos frutas, pero eso ya no da», dice la muchacha que apenas sobrepasa los 18 años y se acompaña por su hija, una niña que juega con una calculadora. «Nosotros estamos aquí todo el día y nos repartimos. Yo vendo pero mi mamá es la que consigue los productos. Se los dan en el mercado de Coche. Ella no hace cola sino que allá consigue directo lo que llaman una bolsa, que son como combos de productos regulados. Si te lo dan en 500, aquí lo vendemos al doble porque hay mucho gasto», afirma la vendedora que tampoco se ve ni como buhoneroa ni como bachaquera. «Aquí todos somos comerciantes», afirma tajante.

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En La Candelaria, frente a su puesto con productos de la cesta básica que ofrece a precios exorbitantes con respecto al «justo», Andrea —identidad protegida— asegura que bachaqueros y buhoneros es lo mismo. “Porque todos estamos en la calle. Dicen que lo que nosotros hacemos es ilegal, pero más bien nosotros abastecemos a las personas, les ahorramos las colas y les tenemos todos los productos». Para ella, vender en la calle, ser comerciante informal, ha sido un modus vivendi desde otrora. «Antes trabajaba vendiendo lo que consiguiera: películas, discos, camisas». Pero desde hace meses su rama cambió porque «ya no hay nada para vender, todo cuesta muy caro y la gente no quiere comprar nada. Cuesta mucho vender cosas» que no sean productos escasos en los anaqueles.cita3

La jornada de Andrea también comienza temprano, pero no de madrugada. Aunque no se le vea en su punto habitual de venta, no quiere decir que no esté trabajando. La mañana es para proveerse de los productos que, además, tienen buena salida por lo que necesita reponerlos. «Yo no hago colas sino que le compro a revendedores. Por eso es tan caro. Yo no le pongo el precio», afirma quien aparece por La Candelaria después del mediodía con regularidad, y con precisión suiza a la hora pico de la tarde, cuando la gente regresa a casa entre 5 y 8 pm. Es el público que está dispuesto a comprar lo que haga falta al precio que haga falta, y le prodigan a Andrea ganancias de hasta 4 mil bolívares en «un día bueno».

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En Petare trabajan con cierta tranquilidad. Son tantos los informales, que cualquier operativo para detener la práctica se encontraría con una multitud difícil de controlar. Según las autoridades de extranjería, hasta enero pasado ya habían sido deportados a Colombia 190 personas que se dedicaban a la reventa de productos. Fue la última cifra dada al respecto. Pero Andrea se ríe del asunto y dice que en esa zona del municipio Sucre «no se han llevado a nadie, por aquí hasta los policías nos compran».

La nueva economía

La economía informal es reina en Caracas desde hace décadas. Las imágenes de los bulevares capitalinos convertidos en mercados persas fue parte del paisaje urbano en los años 90, pero aún hoy se ven por temporadas. Sin embargo, con el tiempo, a la buhonería se le tomó en serio. Organizados y con deseos de ser respetados, los informales protagonizaron desde protestas hasta acuerdos con los Gobiernos. Entre otros resultados, se erigen «mercados populares» donde les han sido asignados puestos. En Petare, por ejemplo, en 2014, se inauguró el nuevo terminal de La Urbina cuya estructura incluye 803 puestos donde los buhoneros seleccionados se instalaron a vender —y ahora también ofrecen artículos básicos. La idea era despejar la redoma de Petare para los peatones. El resultado es que hay comercio en el nuevo mercado y, también, en las aceras. Por cada buhonero reubicado, apareció otro en la vía pública.

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El bachaquerismo es un fenómeno nacido en la quinta república. La dificultad para conseguir productos básicos en los comercios formales le ha dado gasolina a las redes de venta no reguladas, y con precios que superan por mucho lo establecidos en Gaceta Oficial. Por ejemplo, un paquete de pañales puede llegar a costar Bs. 600, un kilo de detergente en polvo Bs. 130, un desodorante en barra Bs. 75, un kilo de harina de maíz 80 bolívares, y un paquete de toallas sanitarias pequeño Bs. 150.

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Carolina es compradora en Petare. Busca pañales y aprovecha para comprar café. «No me dan los tiempos para hacer tanta cola, esperar que toque mi número de cédula y andar de un lado a otro a ver dónde se consigue. No me queda más remedio que venir a Petare y comprar aquí, haciendo el sacrificio de pagar más, aunque me da rabia hacerlo». Según Luis Vicente León, el bachaqueo se ha convertido en el empleo más importante del país porque lo hacen los más pobres para vender los productos 5 o 10 veces más caros a las clases medias y altas que evitan hacer filas. «Es una redistribución de ingresos. 65% de la gente en la cola frente a un Mercal o un supermercado son revendedores, están trabajando».

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