Opinión

Carmen Meléndez y los quince kilos de conciencia

Una maestra le plantó a la candidata oficialista a la gobernación de Lara las secuelas del hambre: diez kilos menos. Fue la propia Carmen Meléndez quien contó la anécdota, como si fuera motivo de orgullo. Ella, tan oronda y maiceada

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Pocos han tenido la experiencia de hablar en un mitin. Apenas un micrófono te separa de la multitud o, al menos, esa debe ser la percepción que tiene el solitario, allí parado frente al monstruo de mil cabezas. Seguramente, al principio se sentirá pequeñito, una minucia ante aquel gentío, pero entonces suelta una frase y hete aquí que su voz sale disparada por los aires, aumentada, estentórea, retumbante. Todos pueden oírla, incluso el último, el que está allá, al final de la cuadra. El micrófono, esa flor de cáliz negro y rejillas metálicas, ha convertido al pulgarcito en un gigante. “Soy grande”, debe pensar, aunque sea por un segundo, el que reina sobre la multitud desde una tarima. Y entonces echa a hablar. Puede decir lo que sea, nadie lo interrumpe, nadie lo corrige, nadie lo despega de ese artilugio prodigioso que convierte su voz en un trueno. Y en ese hablar sin freno dirá muchas cosas que aún no tiene bien pensadas y cuya complejidad no ha meditado lo suficiente.

Esto es lo que parece haberle ocurrido a la almiranta Carmen Meléndez, candidata a la gobernación de Lara, quien este lunes se dejó arrebatar por el delirio del perifoneo proselitista y contó una historia que la deja desnuda en la tribuna.

“…me decía una profesora en Carora”, dijo Meléndez, en la juramentación del Comando Zamora 200 en Barquisimeto, “’yo he rebajado 10 kilos, pero he aumentado 15 kilos de conciencia, porque nadie me va a venir a engañar’”. Esta estremecedora narrativa venía, de acuerdo al planteamiento de la almiranta Meléndez, a probar el hecho de que los larenses ya no quieren ser “gobernados por Henri Falcón, que tiene 16 años mandando, primero como alcalde y luego como gobernador”.

Lo más probable es que al bajar del estrado, ya liberada del hechizo del micrófono, Meléndez haya caído en cuenta de la perversa trampa que ella misma se había levantado alrededor, del horror del que quiso aprovecharse como cotillón publicitario. Una docente, miembro, por tanto, de uno de los gremios peor remunerados y más castigados de Venezuela, le habló de su adelgazamiento involuntario. Le habló, pues, de sus carencias, de su hambre. Y, con toda seguridad, le estaba hablando también de la desnutrición de los niños y los ancianos de la familia. Esa maestra o profesora estaba haciendo un ejercicio de franqueza que, con toda seguridad, le estaba costando mucho. No es fácil mostrar el hambre.

Acto seguido, la maestra, quizá hasta hacía poco chavista fervorosa, le dijo también que al perder peso había ganado otros kilos, más todavía, pero de conciencia. Conciencia de la realidad, naturalmente. Por muy fanática que fuera esa maestra, ¿cree por un instante que el hambre que ella y su familia están pasando es culpa de un gobernante local? ¿Ignora un maestro quién persiguió a los productores nacionales, quién confiscó fincas y haciendas, quién obligó a las industrias de alimentos a huir de Venezuela, quién destruyó Agroisleña e impidió que los agricultores recibieran insumos? ¿Puede alguien confundirse con respecto al causante del llanto por hambre de un ser amado?

No. La profesora sabe muy bien quién puso los retortijones en su tripas, quién le arrebató la arepa al hijo y quién tiró al piso el plato de arroz, producto que Venezuela exportaba después de saciar la demanda nacional, hasta la llegada de Chávez al poder… Con los arrestos que da la desesperación, esa maestra le echó en cara a Meléndez esos quilos kilos de conciencia que la realidad la obligó a ganar. Y no lo hizo con cualquiera.

Carmen Meléndez es militar y, como tal, ha desempeñado los más altos cargos de la república, algunos de los cuales distinguidos por la colosal cantidad de millones manejados en sus despachos. En 2003, Chávez la nombró jefe de la Oficina Nacional del Tesoro del Ministerio de Finanzas. Dos años después, el 17 de septiembre de 2005, la designó, además, directora del Fonden, un fondo al que se destinarían los recursos excedentes generados por la venta de petróleo. Las cuentas de Fonden eran un secreto, incluso para el Banco Central de Venezuela. En ambas posiciones estaría hasta el año 2007, cuando el ministro Rodrigo Cabezas nombró su propio equipo y sustituyó a Meléndez por Alejandro Andrade, quien luego huyó a los Estados Unidos, donde vive como multimillonario y se dice que colabora con las autoridades norteamericanas, a las que habría aportado valiosa información.

En fin, Meléndez ha tenido y tiene mucho poder. Es preciso haber sufrido mucho y haber cobrado toneladas de conciencia para atreverse a decirle en la cara a quien fuera Tesorera de la Nación en los astronómicos tiempos de Chávez que, mientras los huesos quedaban pelados, un discernimiento frío iba cubriendo los ateridos miembros.

Quién sabe si al alejarse del podio, la ex ministra de la Defensa, constituyente y sancionada por los Estados Unidos, habrá tenido un destello de su contradicción: si una pérdida de peso viene con un aumento en conciencia y esta operación es tan deseable y revolucionaria, por qué ella se muestra tan imperturbable en la conservación de tan abundante sobrepeso.

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