Economía

La repartición de los bonos, dominación por el bolsillo

TEXTO: MARÍA CORINA ROLDÁN | FOTOGRAFÍAS: AVN
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El atractivo del carnet de la patria aumentó. Ya no se trata solo del acceso a los servicios que el Estado pueda proveer, sino de un auténtico ahorro mediante subsidios y, más aún, la posibilidad de percibir dinero en efectivo. Lo que se anunció hace un año como un sistema articulador de las misiones se ha convertido en esposas para una sociedad dispuesta a amarrarse a un poder que al menos prometa sobrevivir

Corría el día lunes en una oficina del Ministerio de Finanzas. María Victoria* llegaba tarde a su jornada laboral después de un retraso notorio en el Metro de Caracas. Notó gran algarabía entre sus compañeros, ninguno parecía trabajar, se preguntaban entre ellos “¿a ti te cayó?”, “¿ya revisaste?”, “no me carga la página”. Las asignaciones pendientes se acumulaban. Montañas de papeles y tareas por resolver. A nadie le preocupaban.

Se sentó y prendió su computadora cuando Yuleika, la empleada de mantenimiento, se le acercó a preguntarle si podía prestarle el equipo para llenar los datos que piden para el bono. Apenas despuntaba el día y ya María Victoria iba cargada por lo vivido en la calle, por lo que respondió de manera reactiva: “Yule, ¿qué bono?, hay toneladas de trabajo y a nadie parece importarle. No puedo prestarte la computadora. Si van a jugar animalitos que al menos no sea en la oficina”.

“Pero, doctora, disculpe, el Presidente asignó un bono de 500 mil bolívares a los funcionarios por el carnet de la patria y tengo que llenar unos datos ahí en una página. Realmente lo necesito, con eso no compro el Niño Jesús de mi hija, pero al menos podría comprar para hacer unas hallaquitas, así sean pocas…por favor, ayúdeme”, le rogó. Era diciembre de 2017.

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María Victoria no tenía el carnet de la patria y tampoco lo quería. Seguía firme en su convicción, pero entendió a Yuleika. Prestó su computadora por, al menos, cuatro horas laborales.

El 23 de noviembre de 2017 el presidente Nicolás Maduro anunció en cadena nacional que otorgaría 500 mil bolívares para ayudar a las “madres de la patria”. La bonificación llamada “Niño Jesús” representaba tres veces el monto de un salario mínimo, y lo recibiría una cantidad limitada de funcionarios públicos mediante el carnet de la patria.

Mucho se dijo desde entonces sobre tal decisión. Que se fomenta aún más el parasitismo de la sociedad, que se buscaba recolectar data de los “usuarios” del carnet supuestamente perdida tras un hackeo al sistema, que simplemente era una medida populista más para “apaciguar” los ánimos caldeados que se sentían en las calles del país empujados por el hambre y la precariedad de los bolsillos ante la descontrolada inflación.

El primer bono fue lanzado faltando semanas para que comenzara un año electoral. Desde entonces, ha aumentado tanto la cantidad de “regalos”, como el dinero asignado. Se anunció el “Bono de Reyes” también por 500 mil bolívares; el destinado a mujeres embarazadas, que aumentó a 700 mil; mismo monto que corresponde al Día de la Juventud, de discapacitados y de carnavales. Ahora, en abril de 2018, se depositará el bono Independencia, por 1 millón de bolívares. En todos los casos, el monto es mayor al salario mínimo mensual de 392.646 bolívares y casi iguala al ingreso “integral” que incluye el bono de alimentación hasta alcanzar 1.307.646. bolívares.

Con el primer depósito, centenares de venezolanos accedieron a registrarse para recibir en el siguiente lote y redondear al menos una quincena. Ya no es parasitismo, sino necesidad. La hiperinflación, que anualizada hasta marzo de 2018 superó el 8.878%, según datos de la Asamblea Nacional, afecta cualquier salario, cualquier ingreso del tamaño que sea y, por consiguiente, pega en todos los estómagos.

Este no es el primer régimen que implementa una tarjeta de racionamiento u otorga “dádivas” para cubrir aspectos relacionados con la base de la pirámide de Maslow: salud y alimentación. El internacionalista Luis Daniel Álvarez considera que el objetivo es “controlar las necesidades básicas, el primer eslabón que son las necesidades fisiológicas, la comida; que la gente dependa cada vez más de la estructura del Estado”.

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Hungría, en el año 1951, fue el primer país en tener una dictadura de izquierda que implementara la tarjeta de racionamiento inspirado en aquella que utilizaron los países europeos durante la Segunda Guerra Mundial. La escasez había llevado al pueblo húngaro a un estado de supervivencia, lo que trajo como “única solución” el mecanismo recién extinto en 1948 tras los duros años de guerra. El escenario fue “perfecto” para controlar y manipular a la sociedad a raíz de sus necesidades, por lo que se generó un sentimiento paternal en la colectividad que lograba sobrevivir al ser “obediente”.

Las dádivas otorgadas lograron un ambiente de conformismo y, especialmente, agradecimiento. La misma táctica fue utilizada por el régimen castrista de Cuba bajo el nombre “cartilla de racionamiento” en 1963 y el régimen izquierdista de Polonia entre 1976 y 1989. Para Álvarez,  la consecuencia de esta estrategia es tener a una población sumisa y obligada a depender del Estado. “Además, el mercado negro que se teje alrededor de los rubros. Mientras haya escasez a los ciudadanos le venden un poco o le adjudican un poco, sí existe un mercado paralelo controlado por gente cercana al gobierno, que es la que puede conseguir los alimentos”, agrega el internacionalista.

Un año de limosnas

El carnet de la patria está por soplar su primera velita. Un año desde que comenzó su aplicación formal luego de ser anunciado por Maduro en diciembre de 2016. Entonces, no estaba claro el objetivo de portar el documento. Se acumulaban las dudas y las contradicciones. Primero se dijo que servía para articular los registros entre las misiones sociales, también para “mejorarlas”, según Maduro. Luego, que se usaría para “levantar un mapa de la realidad territorial y social del pueblo” y así aumentar la capacidad de “despliegue” del gobierno, como anunció José Reyes, coordinador nacional del Frente Francisco de Miranda.

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Pero después comenzaron las confirmaciones del alcance real del sistema, especialmente cuando se develó que toda la acción gubernamental se haría con ese mecanismo. Desde la entrega de los alimentos a través de los CLAP, hasta la organización partidista. En julio de 2017, Héctor Rodríguez, jefe del Comando de Campaña Constituyente Zamora 200, señaló que chequearían “carnet por carnet de la patria para ver quién acudió a conocer cómo se vota”, cuando el PSUV hizo su simulacro.

Diciembre cerró con Maduro afirmando que  “de ahora en adelante todo se hará a partir de este carnet”, convirtiendo al instrumento en uno de exclusión. Así lo confirma la propia propaganda oficial que reza que “todas las viviendas que se entreguen, a partir de la vivienda número 1.900.000 hasta la de 3 millones, se harán a través del sistema carnet de la patria”. Resaltan las estadísticas de quienes recibieron juguetes navideños, medicamentos por el 0800-Salud-Ya, atención en el plan quirúrgico nacional, inclusión en el programa de parto humanizado, pensiones de vejez, cupos universitarios y trabajos por el Plan Chamba Juvenil.

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Aunque pueda pensarse que los bonos y demás dádivas son lanzados en vísperas electorales, con un fin estratégico que lleve a una victoria en las urnas, es un error pensar que es su único objetivo. Tampoco se trata solamente de tener una sociedad dependiente. El director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila (UMA) y especialista en Comunicación Política, Felipe González Roa, opina que los bonos, “más que una estrategia económica, más que un paliativo social ante la crisis, tienen un objetivo fundamentalmente político”. Detalla que se crea una estructura clientelar, se aprovecha la escasa oportunidad de innovación y sustento propio y se juega con la esperanza al implementar una dinámica tipo lotería. Hoy te puede tocar a ti. “Lo obtiene alguien de la localidad, alguien de la zona donde vivimos, el gobierno deja en claro la posibilidad de en algún momento se va a extender a todos”, explica González Roa. “Así, las personas van a estar mucho tiempo cautivas”, remata el académico.

La exclusión

–Buenos días, usted se ha comunicado con el 0-800-Salud. ¿En qué podemos servirle?

–Buenos días. Quisiera saber si tienen disponibilidad de Algoren. Padezco del corazón y debo tomar un tratamiento de por vida.

–Sí lo tenemos en disponibilidad. Hay de 5, 10, 20 y 40 miligramos. Deme unos minutos para tomar sus datos. ¿Podría indicarme el número que se encuentra al reverso de su carnet de la patria?

–No, señora, no tengo carnet de la patria…

–En ese caso no podremos darle la medicina, señora. Lo siento.

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“Lo siento. ¿Lo siento? ¿Qué es esto? ¡Por fin me atienden y me salen con esto! ¿Quién es ella para decirme que no puedo tener mi medicina porque no tengo el carnet de la patria? ¿Acaso las necesidades ahora se miden por tus ideologías? ¿Hasta qué punto llega mi dignidad? ¿Queda algo de dignidad?”, expone iracunda Lorena Reyes*.

Álvarez se enfoca en los excluidos del sistema y, más aún, en los que temen serlo. Cree que estos “beneficios” llevan a la población a respaldar al gobierno ya no por convicción sino por supervivencia, a sabiendas que “el otro camino es el hambre y la muerte”.

Del lado del poder, se apela a la paternidad ante la adversidad. Nicolás Maduro lo explicitó el 15 de enero, activando un arquetipo manido por la izquierda: “Soy el protector del pueblo de Venezuela, de los humildes, de la juventud, de los trabajadores, de las mujeres, protector del legado del comandante Hugo Chávez”.

*Los nombres fueron cambiados a solicitud de los entrevistados

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