Investigación

Chávez no vive, pero su mito aún...

Hugo Chávez fue un mito que se construyó a sí mismo. Un hombre que gustaba hablar de él en tercera persona. “Tú, hombre, tú, mujer, eres Chávez”, exclamaba en sus discursos. Repetía que él no era él, que él era un pueblo. Antes que socialista, Chávez fue un gran chavista

Fotografía: Alejandro Cremades / AVN / Prensa Presidencial
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Aquello no solo se lo pedía el cuerpo. La propia revolución que impulsaba requería el engrandecimiento de su imagen. “Todo proyecto con aspiración totalitaria y pasión por el poder busca disminuir la voluntad e individualidad de la gente que compone la masa, y todo movimiento de masas va por lo general apareado al culto a la personalidad del líder”, evalúa el psicólogo Axel Capriles.

Capriles explica que “la manipulación psicológica consiste en el desplazamiento de la individualidad de las personas, convirtiéndolas en masa, hacia la individualidad del líder que se constituye en el gran hombre”.

El sociólogo Trino Márquez destaca que el difunto Presidente creía firmemente en el ideal del Estado revolucionario. «En el cual se funden el Estado, el Gobierno y el partido en una unidad indisoluble dentro de la que desaparecen todas las fronteras entre un ámbito y otro». El académico recuerda que esta concepción leninista terminó siendo adoptada «por caudillos comunistas que alimentaron el culto a la personalidad y contribuyeron a la construcción de su propio mito». Bajo esta premisa, el hijo dilecto de Sabaneta de Barinas compartiría un lugar en los altares de la megalomanía mundial junto a Joseph Stalin, Mao Zedong, Kim Il Sung y Fidel Castro.

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Márquez resalta: “el culto a la personalidad y la subordinación incondicional al líder único fueron prácticas que estimuló continuamente”. A la par, apoyándose en el uso de los medios de comunicación y sus infinitas cadenas, llegó a ser un invitado permanente en todos los hogares de la República Bolivariana. “No era solo omnipresente sino omnisciente. Opinaba sobre lo humano y lo divino. Se convirtió en el centro del país, nada podía decidirse sin que contara con su aprobación, con él la concentración unipersonal del poder alcanzó niveles nunca antes conocidos”, agrega el experto.

El comandante irrumpió a cañonazos en la escena pública en 1992. Desde ese año, subraya el politólogo Ángel Álvarez, “ha sido la figura central de la política venezolana. Le dio cara al ‘vengador anónimo’, al ‘hombre de la etiqueta’ que una cierta élite quiso instrumentar y transformó más bien en símbolo de redención para las masas”.

“Chávez acabó con la política como actividad de acción racional colectiva y negociada, y la reemplazó por mitos, leyendas, cuentos, canciones y pasión desbordada en quienes lo amaban y lo odiaban”, enfatiza Álvarez, quien asevera que este socialista “privatizó la política” e impuso la “adoración cuasi-religiosa de sí mismo y la distribución de sinecuras a manos llenas”.

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A la medida

Al analizar al personaje, el psicólogo Capriles concluye que se trataba de “un hombre con trastornos narcisistas de carácter que vivió en un estado de posesión por el arquetipo del héroe”. En ese sentido, lo asemeja a “los iluminados que de tanto en tanto entran en la escena pública y se convierten en depositarios de la locura colectiva”.

“Enfermo de grandiosidad, necesitado de adoración, sintiéndose realmente la encarnación de Bolívar y de los héroes muertos, Chávez se abocó a la construcción de su culto aprovechándose de un pueblo muy herido, con grandes carencias, que necesita sentir que alguien lo protege”, expresa el analista junguiano.

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Esas características habrían sido la mejor arcilla para el gran alfarero de La Habana, según Capriles. “El héroe Chávez no fue tan solo una construcción individual. Vino también programada clara y definitivamente desde Cuba, donde conocen a la perfección los mecanismos de psicología de masas y culto a la personalidad”, apostilla.

Detrás de esos ojos que miran desde los edificios de la Misión Vivienda y los jingles pegajosos que sacudían todas las campañas electorales, asomaba en realidad “la herramienta central del movimiento político chavista, que buscó convertir a su líder en la encarnación del pueblo para destruir todos los balances institucionales que podían frenar el poder”, advierte el especialista.

Pesada herencia

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El líder de la revolución bolivariana fue un galán con chequera. “La presencia nacional le ayudó a proyectarse mundialmente. Los altos precios del petróleo fueron su mejor aliado. Utilizó el crudo para inflar su propio ego y sus indudables condiciones histriónicas fueron potenciadas por la inmensa masa de petrodólares que ingresó durante su mandato”, observa Márquez.

Como ya se ha dicho hasta la saciedad, Maduro no es Chávez. Consciente de ello, el hijo intenta guarecerse bajo la sombra del padre para evadir los dardos que le disparan desde todos los flancos. “A los herederos de Chávez, especialmente al presidente Nicolás Maduro, no les ha quedado otra alternativa que exaltar la figura del caudillo. El afán por compararlo con el Libertador es una desmesura que se explica por la falta de carisma, legitimidad y popularidad de quienes lo reemplazaron”, indica el director de Cedice.

Márquez sostiene: “mientras más desastrosos son los resultados concretos de la gestión de Maduro y menos gente los respalda, más alaban la figura del comandante desaparecido”.

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Sin embargo, considera que todo ese esfuerzo será en vano. “Chávez no fue un estadista de talla continental. No dejó una obra material o intelectual que merezca ser reconocida por las futuras generaciones. Se dedicó a destruir la democracia que surgió después de 1958 y en esa labor fue muy exitoso, pero lo que dejó a cambio fue una nación corroída por la corrupción y empobrecida en el plano material. A los verdaderos mitos se les conoce por lo que construyen, no por lo que destruyen”, razona.

Álvarez estima que la adoración irá languideciendo hasta apagarse. “Para un Gobierno con poco que distribuir, sin imagen con qué compensar a la del líder fundador de la iglesia chavista, que para colmo no tuvo una muerte heroica como la de Jesús en la cruz o la de El Che en la montaña, es difícil conservar tanto el mito como la lealtad”, expone.

Maduro se refiere a Chávez como el “Cristo de los pobres” y hasta la Conferencia Episcopal Venezuela pegó el grito en el cielo cuando escuchó que en un acto del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), una militante roja rezó el “Chávez nuestro”. “Respetando el afecto que muchos venezolanos sienten por el difunto. Es preciso recordar que el Padre Nuestro forma parte del patrimonio sagrado de la Iglesia Católica y de todas las Iglesias Cristianas, en el mundo entero. No es lícito modificarlo, manipularlo, instrumentalizarlo. Los católicos exigimos que se respete el Padre Nuestro”, respondió en esa oportunidad el cardenal Jorge Urosa Savino.

Para Capriles, el chavismo apela a la creación de una “religión de Estado” para llenar el vacío y superar la dependencia del líder ausente. “La adoración de los héroes muertos está en el trasfondo de muchos cultos mágicos y religiosos, y es sostén de las líneas de poder autocrático”, sentencia.

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