Entrevista

Con la represión incrustada en la piel

Un día que prometía ser tranquilo terminó por asestarle una herida punzante. Armando Nori, comunicador social de 28 años, vivió en carne propia lo que muchas veces capturó en su cámara: un perdigón de plomo alojado en el codo y un montón de vivencias que todavía duele. Testigo integral de estos meses de protesta

Fotografías: Alejandro Cremades
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Seis veces lo han apuntado en su vida. Sobrevivió un intento de secuestro, varios robos, encuentros con la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), colectivos, y demás. De estos momentos, solo una vez le llegaron a disparar. Armando Nori, de 28 años, con cámara en mano, sin chaleco antibalas, pero con casco y máscara antigás, sintió un golpe seco y certero en el codo derecho. Un guardia, tan solo a metros de distancia, atinó. Con su brazo ensangrentado, la adrenalina corriendo por sus venas, él solo corría.

Sucedió el domingo 9 de julio de 2017. Por su trabajo dentro de la productora Trending Tropic, Nori ha asistido como prensa a casi todas las manifestaciones de los últimos días. A través de su cámara, en video o en fotografías, ha documentado las convocatorias de protestas de la bancada opositora como parte del documental que pretenden presentar. Ha sido testigo, sobre todo, de la represión, los atropellos y los excesos de violencia, tras el lente y frente a él. Sin embargo, ese día parecía ser uno tranquilo. Junto a Manuel Ángel Redondo, quien funge de host del documental, asistió a un encuentro de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). A eso de las dos de la tarde, una vez que se acabara la actividad, un joven de la llamada “Resistencia” que los conocía se acercó a informarles que iban a tomar la autopista.
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Se acercaron a la escena. “Fuimos hasta El Rosal. Ya allí le dije a Manuel que fuéramos al puente de Las Mercedes, porque sabía que había un enfrentamiento con la GNB. Allí comencé a grabar. Grabé como 15 o 20 minutos. Era un poco más de lo mismo, pero la Guardia estaba disparando mucho y decidimos quedarnos unos minutos más debajo del puente”, recuerda el audiovisualista. Resguardados, observaron cómo un grupo de civiles que no estaba protestando comenzaba a correr para huir de la situación. Nori pretendía quedarse en su puesto, siempre manteniendo la calma. Sin embargo quienes lo acompañaban comenzaron a correr junto al resto. “Yo creo que fue el hecho de que corrí que me pasó lo que pasó”, asegura. En medio del jaleo y la vocinglería apenas habiendo dado unos cuatro pasos, lo sintió. “Sentí un golpe durísimo en el codo derecho. Estaba sangrando”.
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No paró de correr hasta acercarse a la acera en frente de un concesionario de motos. Se sentó, inspeccionó su brazo y detalló la causa de tanto dolor: un perdigón de plomo incrustado en su codo. Redondo, quien seguía con él, llamó a un grupo de Salud Chacao que se encontraban cerca. La herida, hinchada y sangrienta, preocupó a quienes lo chequearon. “Me dijeron que fuera a Salud Chacao y yo dije que no quería. No me parecía nada grave. Pero insistieron y tuve que decir que sí. En ese momento sentí un corrientazo súper fuerte en el brazo. Pensé que me lo había fracturado. Por un momento temí perder el brazo”, cuenta Nori.
El diagnóstico disipó pérdidas y daños irreparables. A pesar de haber perdido parte de la piel cerca de la herida, y el perdigón todavía en su codo, corrió con suerte. “El médico que estaba de guardia me dijo que no me podían sacar el perdigón porque estaba entre un nervio y la arteria que pasa por el brazo. Tuve mucha suerte de que no me rompiera la arteria porque pude perder el brazo o incluso desangrarme ahí mismo y morir. A pesar de que no parezca algo demasiado grave sí lo es”, afirma. Con una risa recuerda el final de aquel episodio: “De ahí nos fuimos a comer a los chinos. Después de todo, yo estaba bien”.
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Vivirlo, documentarlo y sufrirlo
Desde el año 2014 ha vivido encuentros peligrosos en las manifestaciones. De alguna manera, por su condición de periodista no puede desligarse. En las protestas de aquel año fue testigo de la violencia, en cuyo vórtice murió Bassil Da Costa. Vio cómo sus amigos fueron detenidos, se salvó de recibir un disparo de un tupamaro. Ese año asumió la tarea, junto a Melanio Escobar, de hacer seguimiento a los detenidos. “Creo que siempre he estado involucrado en las protestas. Siempre me ha parecido algo importante”, admite.
De sus recuerdos, su herida parece ser la que menos impacto le ha causado.  “Uno de los peores fue el día en que mataron a Miguel Castillo”, rezuma su tristeza. Ese día estaba cubriendo la marcha. Después de huir de varios GNB, nuevamente junto a Manuel Ángel Redondo, buscaron refugio en una oficina en Las Mercedes. “Estábamos abajo esperando a que nos abrieran porque no teníamos llave. Y Manuel me lee un tweet: ‘habían matado a un chamo que se llamaba Miguel Castillo’. Y yo pensé: ‘verga, nada más conozco a un Miguel Castillo’. Vi el video. Todavía me impacta mucho porque era él. Era mi amigo. Estaba muerto. Vi el video y lo vi. Era él”, recuerda sin poder evitar que su voz se corte, riele como una lágrima en un hilo. Sigue sumando memorias difíciles. “También con Neomar, que lo grabamos diciendo esa frase de que ‘la lucha de pocos vale por el futuro de muchos’. Una semana después lo mataron y me dolió muchísimo”, admite. Las cicatrices no están solo en el cuerpo.
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Posa su mirada en la herida vendada. Las secuelas del golpe se mantienen. Muestra sus dedos, el meñique y el anular y explica: “No los siento todavía. Puedo moverlos y el brazo también, pero hay mucho dolor. No puedo agarrar una cámara. Siento un hormigueo fuerte. No puedo abrir la mano por completo. Y el perdigón no me lo sacaron. Me dijeron que puedo pasar meses o años con el perdigón ahí adentro”. Se ríe por un momento y añade: “Pero por ahora tengo un pedazo de dictadura en mi cuerpo”.
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A pesar de los malos ratos, no siente miedo. Si acaso, un mayor ímpetu en poner su granito de arena. “No podemos dedicarnos a otra cosa que mostrar lo que está pasando en Venezuela. Llevamos tres meses en la calle en este proyecto financiando nosotros mismos y con apoyo de personas. Nos han robado cámaras los colectivos, hemos vivido de todo. Pero mientras más cosas te pasan siento que mayor es el compromiso. No quiero sonar irresponsable ni decir que hay que arriesgarse para hacer algo de valor, ni dar la vida por una imagen, pero siento que cuando una va a hacer una trabajo de peso uno tiene que entregarse mucho más”, afirma.
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Jura con ahínco y bríos que volverá a la calle. Más pronto que tarde. “No pienso alejarme de ella. Esto me impulsa más bien a seguir en lo que hago. Dentro de todo estoy bien pero uno siente una responsabilidad con la gente que murió, los detenidos, los torturados. Hay una sensibilidad social muy fuerte. No puedes quitarte eso de la mente”. Ese mismo día saldría a procesar la denuncia de lo que vivió en la Fiscalía. No se detiene. El país sigue, y él también.]]>

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