Crónica

Navidad y Año Nuevo se celebran trabajando

Sin importar los campos laborales, quienes trabajan los 24 y 31 de diciembre aprendieron a pasar tiempo sin sus familias para invertirlo en sus clientes, pacientes o la ciudadanía. Con miras a una mejor Venezuela para 2017, desde bomberos hasta policías dan “el todo por el todo” mientras el resto brinda por la llegada del año nuevo

Composición fotográfica: Víctor Amaya | Retratos: Andrea Tosta
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Mientras algunos se desilusionan de solo pensar en trabajar en Navidad y víspera de año nuevo, quienes llevan tiempo en la faena le agarraron el tumbao. Las fiestas decembrinas de policías, enfermeras, bomberos y demás profesionales pasan entre la cotidianidad y la nostalgia que los embarga. Sin embargo, los días libres luego de sus guardias les hacen recordar la importancia de la familia y de un país productivo para que el trabajo no apremie, como les sucede en 2016.
Humberto Millán, al servicio de la ciudadanía
Para Humberto Millán, los incendios, accidentes de tránsito, incidentes pirotécnicos o por armas de fuego, incluso arrollamientos, entran en la categoría de “servicios”, esos que nunca faltan un 24 o 31 de diciembre. Durante los 25 años de carrera que ha forjado con el cuerpo de bomberos del Distrito Capital, Millán ha aprendido las letales características del caraqueño: las coaliciones automovilísticas son un fijo anual y ocupan el grueso de los servicios que atienden, por ejemplo. “Parece mentira, pero todos los 31 de diciembre se vuelca una gandola de cerveza”, dice entre risas. El bombero, ahora jefe del grupo de protección pirotécnica, afirma que los incendios pasaron a segundo plano en el valle capitalino “Serán 2 ó 3% de todos los casos que nos llegan”.
Millán es de los que desea que el trabajo no llueva. “No porque no quiera trabajar, sino porque el trabajo nuestro implica que alguien más sufra algún accidente”. En diciembre, él y su equipo celebran las fiestas con una cena navideña entre las 10 y 11 de la noche; la medianoche es su hora de partida, pues aunque sea jefe, le toca salir al ruedo como los demás bomberos de la zona 9 del Distrito Capital. “Nosotros hicimos un juramento cuando nos comprometimos con la institución. Estamos aquí para cumplir con nuestro deber, y así lo hacemos. No me siento incómodo. Navidad y año nuevo son como otras celebraciones en las que uno tiene que trabajar, como el día de las madres o los cumpleaños. Siempre lo he dicho, la familia también se casa con el trabajo y ellos lo entienden”.
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Aunque el bombero de 43 años se valga de las redes sociales y los artilugios digitales para sentir la conexión que dejó en casa, no se siente ausente entre los suyos. Su vocación compensa cualquier vacío emocional que la rutina no haya llenado. “Hay veces en las que uno se llena de nostalgia, pero son fechas en las que a uno le tocó trabajar para hacerle ver a la ciudadanía que está protegida”.
A pesar de recibir la Navidad y el año nuevo en un camión rojo, sabe que compensará su tiempo familiar perdido cuando llegue a casa con su esposa y sus tres hijos, “si Dios me lo permite”. Este 2017 espera vivirlo con “salud y fortaleza para afrontar la situación del país. Nosotros somos personas que estamos siempre a pie de lucha. Eso es lo que necesitamos este nuevo año, más personas así”.
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Policía de guardia, humanidad con uniforme
Carlos* no celebra el cierre de 2016. La cena que disfruta este oficial con sus compañeros en la sede del despacho de la Policía del Municipio Sucre para recibir al año nuevo no podrá llenar su estómago estragado. “Tenemos que ver qué va a pasar con eso, porque hay compañeros nuestros que han muerto por el hampa este año. No hay motivo de celebración”.
La violencia es de sus mayores miedos al ejercer su profesión durante todo el año. “Nosotros somos vulnerables a todo. Estamos propensos a morir por tener un uniforme. Lamentablemente, nuestra vida vale un arma de fuego”, dice, posando su mano sobre la funda de su pistola. Cerca de su módulo policial se han presenciado desde enfrentamientos armados hasta la explosión de una granada. En Navidades, está atento a robos en las colas de cajeros automáticos, hurtos en estacionamientos, incluso asaltos con amenazas de muerte.
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Cinco años fueron suficientes para que el resguardo de la ciudadanía en vacaciones se convirtiera en rutina con la cual tomar previsiones personales. Es parte de su violenta cotidianidad, al punto de ocultar su personalidad cuando la prensa toca la puerta de su módulo. “Acá damos el todo por el todo, todos los días. Trabajar en Navidad se ha vuelto ya una cosa mentalizada. Ya yo no la veo como la gente normal. Tanto uno como la familia se acostumbra a que no vas a estar en la casa. Esto es una cosa de vocación”, afirma el oficial de 28 años.
Los 24 y los 31 de diciembre son dos días más en el calendario, dice, en los que desea que “esto se acomode” para pasar sus días libres en casa tranquilo, con su esposa y sus tres hijos. “Uno tiene que disfrutar a su familia al máximo, porque no sabes si cuando salgas de la casa ese día vas a poder volver”.
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Juan Carlos Flores, con la nostalgia de copiloto
En los 15 años que el taxista Juan Carlos Flores lleva tras el volante nunca había visto una Navidad tan floja, laboralmente, como la de 2016. Sus carreras han caído vertiginosamente: hizo siete traslados a lo sumo entre las 9 de la mañana hasta las 2 de la tarde del 24 de diciembre. Recuerda que hace una década, “el 24 se movía y mientras más tarde era, más carreras hacías. Ahora, en las Navidades de este año, el trabajo fue prácticamente nulo”. La víspera de 2017 la vaticina similar en la línea de Centro Plaza donde conduce el oficio desde hace siete años.
Tres meses lleva Flores trasladando a sus clientes con un carro alquilado mientras trata de ganarle la carrera a la devaluación y acumula bolívares para pagar una cadena de los tiempos que despierte su propio vehículo. Sale de lunes a lunes desde las 6:30 de la mañana hasta las 8 de la noche, arriesgando su capital, el carro prestado y su integridad física. El taxista de 46 años ha sido víctima del hampa dos veces. La inseguridad le nubla sus días siempre que sale a la calle, “porque al final no sabes a quién estás montando en el carro. Es lastimoso, porque uno tiene que dar gracias a Dios cuando solo lo robaron”.
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Tener su vehículo dañado ha generado que trabaje más tiempo del que le gustaría, especialmente en Navidades, de las que dedica solo turnos matutinos. “Ya no trabajas tanto por el beneficio, sino por la costumbre. Lo bueno de ser taxista antes es que podías hacer varias carreras y generabas una buena cantidad de dinero. Eso lo gastabas en regalos para los chamos o en un pan de jamón. Ahora lo que hago no me alcanza ni para las cervezas. Aunque trabajes más, no ganas más, porque el dinero vale cada día menos”, se queja.
A Flores le duele que su hija de 11 años y su hijo de 16 no puedan vivir las Navidades que él vivió. Sin embargo, trabaja hasta el cansancio para brindarles una adolescencia mejor de la que tuvo. “Yo no deseo cosas banales para el 2017. Mucha salud y mucho trabajo para poder ver a mi hijo graduado de bachiller. Y que todos esos inversionistas que se fueron vuelvan al país, para que Venezuela vuelva a ser la misma y que volvamos a trabajar para vivir, no para sobrevivir”.
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Solange Barrero, ayuda que trasciende
Los años en los que tenía que atender pacientes en la emergencia del Hospital Dr. José María Vargas quedaron atrás para Solange Barrero, de 51 años. Cinco de los quince años que acumula asistiendo en las salas del servicio de Nefrología le han traído la tranquilidad que sentía perdida durante las festividades navideñas. “Antes atendía a pacientes heridos por armas blancas y de fuego, diabéticos con los valores descontrolados por no haber cuidado la bebida y la comida la noche anterior. Eran gajes del oficio. Ahora, atiendo siempre a los mismos pacientes. En estas fechas se les hace tratamiento a tres o cuatro personas, aproximadamente”.
Sus preocupaciones laborales ya no implican el mismo nivel de estrés al que estuvo sometida durante diez años. De 7 de la mañana a 1 de la tarde, Barrero trata pacientes con insuficiencia renal que necesiten diálisis o hemodiálisis. Con el mayor cuidado, los conecta a tres de las seis máquinas operativas que hay en el servicio. Hace los cambios manuales que se requieran, cuando no se tengan que conectar a catéteres o fístulas. Aunque el trabajo sea leve, sus 24 y 31 de diciembre son duros. Trabajar seis horas le basta para extrañar a su familia radicada en Barcelona, estado Anzoátegui. “Mientras uno tenga a su mamá viva, uno la tiene que aprovechar”, dice, lamentando no poder recibir el año nuevo con ella. Ser enfermera le ha resumido tiempo de calidad con los suyos, que ha sabido balancear entre permisos y gratificaciones. “El primer 31 que pasé acá me dio mucha nostalgia. Sí me gusta, pero extraño pasarlo con mi hija, mi mamá, mi hermana…”.
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Sin embargo, mientras se sienta útil, se siente completa: “Mi función es que el paciente se vaya bien de las sesiones. Así estoy brindando algo de mí por su salud y a veces son agradecidos. Ya uno crea una familiaridad de tantas veces que vienen y, por estas fechas, te regalan chocolates y tarjetas”. Su guardia se hace más llevadera entre adornos y cenas navideñas, aunque las de este año tengan hamburguesas como plato principal y no hallacas, pan de jamón y ensalada de gallina. “La cosa está difícil, pero uno hace el esfuerzo como puede”. Y como puede, lejos de su familia, recibirá otro año junto a otra enfermera y el médico de turno, alargando la vida de quienes sufren.
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Paulo Gil, con el tanque full de optimismo
Una Navidad y una víspera de año nuevo no son problemas para Paulo Gil, gasolinero de la estación de servicios PDV de El Cafetal. Con una sonrisa amplia, se queja poco de sus guardias matutinas en las celebraciones decembrinas. En los 10 años que acumula en la estación de servicios caraqueña, Gil reconoce que la gente de la zona “se porta a la altura. Acá siempre se recibe un buen trato y los clientes le dan propina a uno”, dice entre risas.
“Si antes me dejaban como 8 bolívares de propina por llenar un tanque de 2 bolos, ahora me dicen que me quede con el resto de un billete de 50 por llenar un tanque con gasolina de 91”, explica. Mientras Gil siente multiplicar sus ingresos a pesar de la inflación, sus días transcurren entre la tranquilidad que le brindan la zona y su horario de trabajo.
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Como todos sus días, llena los tanques con combustible de 91 y 95 octanos entre las 7 de la mañana y las 2 de la tarde. No hay mayores perturbaciones en la labor ni en el vaivén ágil  del hombre de 39 años. Igual sucede los 24 y 31 de diciembre: “Hay poco movimiento. La mayoría de los clientes no llegan a echar gasolina en estos días. Después en la tarde me reúno con mi familia”.
Más que clientela, un mejor sueldo o una labor que ejercer sentado, Gil desea para este 2017 salud. “Eso es lo más importante, como dicen por ahí, para mi familia y a todos lo que uno quiere”.
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Funcionarios electos acompañan a su equipo
Henrique Capriles Radonski lleva 16 años en la función pública ejecutiva. Desde 2000 cuando asumió la Alcaldía de Baruta, hasta esta navidad 2016 -su última como gobernador de Miranda en su segundo período- se fijó una rutina: cenar los 24 de diciembre con quienes hagan guardia. «Es una tradición que he establecido en mi vida, aplicando una frase de la Madre Teresa que siempre tengo presente: el que no vive para servir, no sirve para vivir. Esa es mi vocación».
El gobernador de Miranda asegura que en Nochebuena disfruta de una cena austera, «donde no hay licor ni nada de eso, no hay abundancia como en el país tampoco la hay. Yo me voy rotando de estaciones de bomberos con los funcionarios que están de guardia. Este año fue en San Antonio de los Altos, el pasado fue en Higuerote«. Capriles afirma que su familia «conoce mi vocación de vida», y agradece que este año pudo compartir con su padre y su madre luego de recibir la Navidad con los uniformados.
Para el 31 de diciembre, Henrique Capriles espera también compartir con los funcionarios que reciben el año nuevo en sus comandos. «No tengo claro qué haré, pero estaré trabajando, organizando todo, porque 2017 es un año que pintta muy difícil y hay que arrancar desde el primer día con mucho trabajo y mucho esfuerzo».
El alcalde de El Hatillo, David Smolanky, siempre cena en Nochebuena con los funcionarios de guardia de Polihatillo. «También voy a una misa de aguinaldos y cada año roto la iglesia; para luego compartir con mi familia». En su cuarta Navidad como jefe municipal, Smolansky asegura que sus parientes no ven la agenda como un sacrificio, ni resienten su ausencia. «Ellos incluso apoyan para esa cena y se sienten parte de todo porque es un momento especial del año».
El 31 de diciembre la ocasión es más pública, porque el de Voluntad Popular encabeza la celebración de año nuevo y la llegada de enero en la Plaza Bolívar de El Hatillo, con una fiesta que ya considera una tradición «que comenzó con esta gestión».

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