Crónica

Cúcuta: la ciudad salvavidas de los venezolanos

Fue un paraíso de compras para cuando el “tá barato dame dos” era consigna económica de los bolsillos criollos. Hoy, su geografía devino salvavidas para muchos que emigran de Táchira, Mérida y Zulia. Pero también es la ciudad en ciernes, la que empieza a alzarse con sus posibilidades y desventajas. Es la tierra que siempre quiso ser como Venezuela y aún no lo logra

Texto: Dulce María Ramos | Fotografía de portada: Skyscrapercity | Fotografías en el texto: AFP, EFE, Festival-Cucuta, Juan Pablo Boyano
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Cúcuta es una ciudad a medio terminar, sin identidad y atrapada en las tristes circunstancias que suelen acompañar a una frontera: desamparo, hambre, desempleo y pobreza. En los últimos meses, la llamada «Perla del Norte» se ha convertido en una especie de Miami para los venezolanos. No se cruza en balsa pero sí a pie; es un pequeño resquicio para conseguir alimentos, medicinas y para algunos es la posibilidad de hacer vida en Colombia o subterfugio y atajo para partir a otros países. En fin, es una opción para escapar de la revolución bolivariana.

Cúcuta es la tierra del futbolista James Rodríguez. Su complexión urbanística es de pocos edificios, la mayoría de las construcciones son casas de uno o dos pisos. Sin embargo, desde el año 2006 en algunas zonas se pueden observar grandes conjuntos residenciales. Como toda ciudad en crecimiento, hay centros comerciales: Ventura y Unicentro parecen ser la única opción para el ocio.  El vallenato inevitablemente suena en cada rincón y los motorizados zumban como enjambres, igual que en Caracas.

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El caos siempre reina en el centro, lleno de gente, con tiendas que venden perolitos a 5.000 pesos -2 dólares-, buhoneros, cantinas, bares, prostíbulos, el famoso Centro Comercial San Andresito -lugar favorito para la gente de escasos recursos porque pueden comprar todo muy barato y antes se podía conseguir artículos venezolanos de contrabando-, y el Centro Comercial Alejandría con almacenes llenos de productos chinos.  También en Cúcuta se encontrarán barrios como El Contento, Atalaya y otros cordones de pobreza que se extienden hasta el municipio El Zulia del Departamento Norte de Santander, ahí se establece la gran parte de la comunidad venezolana y los desplazados de distintas regiones colombianas. Estas personan invaden y subsisten gracias al comercio informal y el contrabando.  ¿Cuántos venezolanos y colombianos viven aquí? Se desconocen cifras exactas, un gran porcentaje se encuentra de forma ilegal.

El cucuteño es muy parecido al gocho, siente que vive en una nación binacional por la estrecha relación geográfica, histórica y social que lo une con el estado Táchira —aunque lamentablemente en estos años de revolución la percepción del «veneco» ha cambiado.

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Ahora los venecos no son tan queridos

Viernes, cuatro de la tarde.  Darwin sube al autobús, reparte caramelos a los pasajeros e inicia su charla. «Buenas tardes señores pasajeros, soy de Venezuela. Ustedes conocen la situación de mi país y mientras empiezo mi pequeño negocito para mantener a mi familia, hoy les ofrezco estas ricas colombinas por 1.000 pesitos», presenta su tragedia también a laventa.Algunos compran, otros le regresan los caramelos, él aprovecha para dejar su tarjeta: Darwin Mora, diseñador gráfico«Todos los que se suben a vender son venezolanos.» Es el comentario del chófer. Al rato otro muchacho, también de Venezuela, ofrece galletas.

Así como Darwin, muchos venezolanos radicados actualmente en Cúcuta se dedican al comercio informal por la baja oferta laboral y las dificultades para tramitar una visa de trabajo. Los pocos afortunados en obtener un puesto relativamente estable se les ve en autolavados, restaurantes, peluquerías y prostíbulos.

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Por otro lado, ya es normal escuchar al cucuteño señalando al «veneco» como el culpable de todos sus males: proliferación del comercio informal, prostitución, aumento de indigentes e incremento de la delincuencia. «Una noche, llegaron unas alumnas angustiadas a la clase. Las robaron en una heladería cerca de la universidad. Fueron dos hombres en una moto y, por la forma de hablar, detectaron que eran venezolanos.  Este y otros relatos orea a diario Miguel Palacios, profesor universitario, conocido como el cronista de Cúcuta y cuya familia materna es de Venezuela.

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Sobre la situación de inseguridad, Blanca Rolón, profesora del Colegio Calasanz y de la Universidad Francisco de Paula Santander (UFPS), indicó que en la ciudad se ha reforzado la presencia policial y las cámaras: «Ya había delincuentes antes de la llegada de los venezolanos, sus homólogos colombianos tampoco son santos”. Para la docente la pobreza, el desempleo  y el microtráfico son los factores que inciden en el incremento de la delincuencia en la región, sobre esto último basta revisar el diario La Opinión, periódico local, cuyas páginas a diario registran la cantidad de detenidos.

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Aunque los cucuteños tengan la sensación de vivir en una ciudad no tan segura, cuando se revisa el último informe anual del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal, de las 50 ciudades más violentas del mundo, este año Cúcuta salió de la terrible lista. Sin embargo en los años 2013 y 2014 ocupó el puesto 33 y  47, respectivamente.

En relación a los venezolanos implicados en hechos criminales, el coronel Jaime Barrera Hoyos, Comandante de la Policía Metropolitana de Cúcuta, ofrece los registros: durante el año 2016 han capturado 102 criollos por hurto a personas y comercios, porte ilegal de armas de fuego, tráfico de estupefacientes, contrabando, extorsión,  homicidios y tráfico de migrantes.

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Una mano adelante y la otra

La otra cara de la moneda son los venezolanos que llegan a Cúcuta sin ningún amparo. Estos casos se pueden encontrar en la Iglesia San Antonio de Padua, ubicada en la calle nueve con carrera octava en el centro de Cúcuta. Todos los viernes sirven un almuerzo para los indigentes y familias de pocos recursos.  Su párroco, César Pratto, manifestó que en los últimos meses han recibido y ayudado a muchos venezolanos, además lamenta la imposibilidad de extender esta labor a más días en la semana o crear un comedor público. La institución dispone de pocos recursos.

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A pesar de la xenofobia presente en algunos sectores de la sociedad cucuteña,  otra parte de la población aún estima y se muestra solidaria:«Son parte de Colombia, son nuestra familia.»

Para el cronista Miguel Palacios este capítulo de la historia se repite. Señaló que en los años cincuenta el éxodo de venezolanos a Cúcuta fue alto también por un gobierno totalitario: la dictadura Marcos Pérez Jiménez —quien al igual que Maduro vivió parte de su adolescencia en la ciudad colombiana.

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Cúcuta le debe más a Venezuela que a Colombia

El cucuteño mayor de 30 años reconoce que su ciudad, a nivel económico y cultural, se formó gracias a Venezuela, que el gobierno colombiano los ha olvidado. «Cúcuta ha estado muy sujeta a las fluctuaciones económicas de Venezuela, los gobiernos locales no lo han visto. El cierre de la frontera fue duro pero permitió al cucuteño ver que sin la frontera podíamos sobrevivir.El comerciante se acostumbró a la dependencia con Venezuela», afirma la profesora Blanca Rolón, quien en su juventud trabajó en una tienda y se sorprendía por la gran cantidad de venezolanos que venían a comprar a su ciudad, gracias a la bonanza petrolera de los años ochenta: «El cliente venezolano era el predilecto en los almacenes.  Los empleados querían atenderlos porque no solo compraban en cantidad, también daban muy buenas propinas». La caída del Bolívar significó el cierre de negocios, personas endeudadas y el suicidio de comerciantes.

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El cronista Miguel Palacios señala que el esfuerzo de los cucuteños por poseer una economía propia, sin depender de los venezolanos, ha sido infructífero.  De hecho según la revista Dinero, los índices más altos de desempleo y trabajo informal en Colombia se registran en Cúcuta.  La profesora Rolón destacó que entre los años 2007 y 2009  la economía de Cúcuta se reactivó gracias a los famosos raspacupos. Lo que comprueba la dependencia o sujeción bolivariana. Este movimiento en la frontera daba la sensación de que Cúcuta era una la ciudad barata para vivir. «¿Cómo sobrevivía un cucuteño con un salario mínimo colombiano? Fácil, con los productos de contrabando que venían de Venezuela», revela el enigma.

Y quizás más allá de los problemas sociales y económicos, el gran dilema de alguien que vive y crece en una frontera, es tener la certeza de sus verdaderas raíces e identidad.

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En el Museo Norte de Santander se exponen mapas y fotos que reflejan la evolución de Cúcuta y su relación binacional con el estado Táchira.  En unas hojas de papel bond, pegadas en una pared, se puede leer lo escrito por los visitantes ante esta pregunta: ¿Cómo quieres que sea Cúcuta en el año 2050? La mayoría desea que su ciudad tenga una identidad. «Tenemos dichos y palabras que son muy venezolanas: chamo, chola, chao.  Suena el himno y yo me sé la primera estrofa.  Mucha gente tiene las dos nacionalidades,  yo como profesora nunca sentí esa necesidad, pero el comerciante y el que tiene familia en Venezuela sí.  Es cierto que no tenemos identidad propia, nos creemos venezolanos sin serlo, somos colombianos pero no reaccionamos ante nuestras necesidades.  En Cúcuta se ve la colombianidad cuando juega el equipo de fútbol». 

Ese sentimiento reflejado en las palabras de la profesora Rolón es el de muchos cucuteños, entre ellos el periodista Iván Gallo, coordinador editorial y columnista de la revista digital colombiana Las 2 orillas: «Recuerdo que me hacía el enfermo para quedarme en casa viendo Alegre despertar por Venevisión. No había televisión por cable, así que era tanto el fervor por lo venezolano que nos aprendíamos primero el «Gloria al bravo pueblo» que el «¡Oh gloria inmarcesible!”. “Los cucuteños somos más venecos que colombianos.  Desde Guillermo Dávila en Sábado Sensacional pasando por Salvador Garmendia y Uslar Pietri», remata.

La falta de identidad va de la mano de la desesperanza. Si bien ahora los venezolanos aspiran llegar a Cúcuta para iniciar una nueva vida, los jóvenes cucuteños apenas se gradúan del colegio emigran a las grandes urbes, como Bogotá Bucaramanga o Medellín. Para ellos su ciudad  no tiene futuro ni progreso. «Si quieres hacer plata contrabandeando, Cúcuta es el lugar ideal.  Si tienes una vocación humanista, te tienes que ir de ahí», indicó Gallo, quien a los diecinueve años se mudó a Bucaramanga para estudiar historia, actualmente vive en Bogotá.

Sobre su percepción de Cúcuta, el periodista Gallo ha sido muy polémico, a inicios de este año escribió un artículo para la revista digital Las 2 orillas afirmando que la ciudad «es un peladero», su texto provocó álgidas discusiones en las redes sociales y medios de comunicación.

«La perla del Norte», con sus limitaciones y problemas, con sus defensores y detractores, representa hoy una opción para el venezolano que cuenta con pocos recursos económicos y necesita buscar alternativas para alcanzar una mejor calidad de vida, algunos con la ventaja de tener familiares ahí o la doble nacionalidad, otros se arriesgan sin más esperanzas.

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