Íconos

De Ana María Simón a Susanita

Ni en mundos oníricos imaginó acunar vida ni mecer sueños. Ella nunca sintió el llamado de los hijos. Y, sin embargo, una noche despertó con una decisión que la trasformaría: quería ser mamá. Como sus escenarios no la abigarran, la pluma y el papel fueron medio perfecto para contar su historia. Escribió un libro: Soy de pura madre

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Ella nunca se dejó pellizcar por los goces de la maternidad. Tampoco hacía el paripé cada vez que sus amigas alumbraban su estirpe. O sea, aunque en las tablas estuviera acostumbrada a eso que lo franceses llaman el faire semblat, actriz es, no fingía alegría, tan siquiera entusiasmo, cuando un niñito le sonreía. “Y por eso no fui madrina del bebé de Érika de la Vega”, acentúa sin blandenguerías. Más bien relame su ironía. Ni hablar cuando por gases, impertinencia o enfermedad un chamito acuciaba su llanto. “Jamás me enternecieron”, remata. Y ahora el semblante gris de Herodes la derrama o escarcha. Es que los baberos, pucheros y pañales la arredraban de su ideal de felicidad: la independencia total. “Porque pensé que me anularía. Que perdería mi independencia y libertad. Yo que siempre me he valido de mí misma. Sola”. Ana María Simón nunca quiso ser mamá. Hubieron de pasar 37 años para que un palpito, un pasmo, un estallido de hormonas, saltara, desde la contracción de sus entrañas, con la resolución entre los dientes: “Yo necesito tener un hijo”. Por intuición, porque los años se agitaban por la turbulencia de un avión en picada, entendió que su paso en esta tierra de mortales, como el de todos los que no se ungen deidades, era y es efímero. No se detuvo en las telenovelas que la elevan a esos panteones de mitos criollos. Tampoco en esa voz que los micrófonos de Unión Radio acendran hasta hacerla pura en los oídos de sus fanáticos. No. Ana María solo pensó, desde su ego o no, que debía firmar con sangre su paso por este suelo. “Puede que me equivoque y mi hija termine siendo una malandra, pero yo aposté a tener una descendencia útil para el mundo. Así la crío. Poco aprecio si la gente dice que es bella o simpática, para mí es más importante que sea incorruptible”. Y por eso hace tres años, Ana María parió a Micaela. “Bueno, fue cesárea. Ahora me arrepiento. No tuve la mejor información”.

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Porque una mujer con retoño jamás se desembarazará de su tarea de educar, porque cuando el examen confirmó que su malestar de náuseas y vómitos no era por dengue sino por prole, porque lo que consultó no la informó lo suficiente, Ana María Simón redactó: Soy de pura madre, publicado por Penguin Radon House. Un libro que cuenta la historia de alguien que no quiso ser mamá. Que marca distancia, sin aspavientos meloso, con otros ejemplares porque ella nunca fue Susanita. “Yo mecía mi ‘Bebé Querido’, pero lo solté por Mafalda. Además, tampoco pienso adoctrinar a nadie. Menos hacer sentir culpable a quien toma una decisión contraria a mis consejos. Resalto que cada mujer es libre de vivir su maternidad como quiere”, suscribe quien aún hoy desdeña a esa mamá que solo habla de colegios y juguetes y compotas “Creo que un hijo admirará más a sus padres por lo que hace, por su trabajo y triunfos que por el solo hecho de ser padres. En mi libro lo que subrayo es que una nunca debe olvidarse de sí misma”, decanta sobre el vaso de la emoción, sobre un cuenco tan profundo que, no obstante, se desborda de amor. “Porque quien crece con amor crece sano”, insiste. Allende cursilerías y los finales felices de princesa de Disney, Ana María sí supo que su actual esposo, el músico Rafael Brito, cuyo mote “El Pollo”, lo nimba de simpático folclore, era el semental que la fecundaría. “Con él llegué a persuadirme de que sí era posible eso del ‘para siempre juntos’, pero terminamos y ya volví a pensar lo contrario. Luego de tres meses, y de un trabajón que hizo para reconquistarme, volvimos. Él debía ser el papá de mi hijo”. Entonces se dejó preñar.

Yo entré en un letargo muy raro. No me di cuenta de que me estaba engordando como un rinoceronte. Cuando vi fotos no pude dejar de preguntarme: ¿cómo “El Pollo” se seguía acostando conmigo? La mayoría de los hombres le dice a las mujeres embarazadas que están bellas.

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La barriga

“Yo no salí embarazada. Yo me deformé y en mi deformidad crecía una niña. Engordé 33 kilos. Tener barriga es una desgracia”, juzga sin impugnación. Y remata: “una debería pode escoger los bebés por Amazon y que te lo manden por Fedex”. Y en ese vaivén de sentimientos, de cambios que la sorprendían frente al espejo, de padecimientos que la tumbaban —verbigracia: dolor de caderas, hueso púbico, espalda, piernas, calambres, várices, pies hinchado y una ringlera de síndromes más— Ana necesitaba de una compañía que la escoltara en todo el proceso. “Gracias a esa ausencia entendí que una embarazada necesita compañía. Cuando la editorial me ofreció la oportunidad tuve claro entonces qué quería hacer: un libro que coqueteara con lo científico de manera amena y que tienda la mano sin escarmentar a nadie”.

—¿Qué tiene Soy de pura madre de diferente?

—Yo procuré que fuera el libro que yo hubiese querido leer cuando estaba embarazada. Cuando me dijeron que era positivo salí a comprar 25mil mamotretos: cómo darle de comer a un hijo, cómo dormirlo temprano. Leí una cantidad de ejemplares, ya los regalé, que en muchos casos resultaron muy útiles. Pero hay dos vertientes que descubrí que no quise replicar. La primera: publicaciones muy científicas que explican de forma muy fría y arisca. La segunda: madres completamente enajenadas y adoctrinantes que si no haces lo que ellas consideran correcto, vas a la paila cinco. Yo me casé durante mi embrazo de sentirme juzgada. La mamá por muy informada que esté no debe hacer caso omiso a su intuición.
Con mi libro yo no quería abordar el tema ni como los primeros, porque no soy científica, ni como las segundas, porque soy tolerante. No quiero imponerle nada a nadie. Hice un libro para que una primeriza encuentre la anécdota de una mamá en ciernes. De una persona que no quería ser mamá, que no le fue tan bien en el embarazo y, sin embargo, es feliz. Además, como soy una esteta loca, cuidé mucho el diseño y cómo presentaba la lectura. Por eso el magnífico diseño de Jefferson Quinta, la fotografía es de Pablo Costanzo y las bellas ilustraciones de Miguel González, hacedor de la muñequita que está presente en casi todas las páginas. Su nombre es Ela.

¿No es muy pretensioso creer que alguien va a comprar el libro sólo porque parte de una experiencia personal. La vivencia de una embarazada más? Al final el lector necesita datos. ¿Cómo se los diste?

Sí, para zanjar ese asunto, y en mi afán de ofrecer una guía práctica para una madre primeriza y para quienes la rodean, por eso el subtítulo es “La autobiograGuía de 9 meses y un parto”, usé una figura científica pero cercana: “Doula”. “Doula” es una mujer que te acompaña durante los nueve meses, “Doula” es una mujer que orienta y da las opciones. Es una asesora sin regaños. Aconseja. Esta figura es muy consultada en Estados Unidos y en Europa. Entonces, recordé, gracias a un sueño, a Adriana Lozada. La fundadora de Urbe. Ella en Nueva York se dedica a esto. Fue mi “Doula”. Es la colaboradora principal del libro. Pero sobre todo me quitó el miedo e hizo que creyera en mi instinto.

Cuando se le pregunta si Micaela tendrá un hermanito, responde tajante: “eso sí que no va”. En Ana María, una sentencia, por retruécanos o azares, no siempre es realidad. Quién sabe. Amanecerá y veremos.

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