Sucesos

Diego Montenegro: el homicidio del sastre

Una joya del diseño venezolano se despide del mundo terrenal a manos del hampa. El sastre Diego Montenegro, colombiano de nacimiento y venezolano por decisión, falleció el pasado miércoles 24 de agosto, dejando un legado de buen vestir, cortes limpios y mucha imaginación en la moda masculina

Fotografía: Katalina Kowalenko
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El reconocido sastre Diego Montenegro se separó el pasado miércoles 24 de agosto de su pulcritud característica. Laura Ramos, su empleada doméstica, lo encontró tirado en el suelo la mañana de aquel día cuando se disponía a laborar un día más en el apartamento del piso 8 del edificio Los Tulipanes 4, en Los Palos Grandes. Un charco de sangre bajo su cuerpo disipó sus dudas de un infarto de muerte, a pesar de que todavía se desconozca el porqué de su asesinato. “No esperaba conseguirlo como lo conseguí”, declaró para el portal El Pitazo.

Medios nacionales y regionales reseñaron la muerte del diseñador colombiano que hizo del vestir para hombres una vocación de vida. Con 58 años, Montenegro ideó incontables trajes y accesorios con los que alcanzó un estilo reconocible que marcó pauta desde los años 80. “No había nada de rebusque en lo que creaba. Era pragmático y obsesivo con la estética. Le gustaban los diseños limpios”, dice Karim Dannery, fotógrafa y amiga cercana de Montenegro. La vanguardia y la elegancia se mezclaban con cortes limpios y una imaginación desbordante. “Emanaba luz como si fuera una estrella. Era extremadamente divertido y súper trabajador. Nunca dejo de hacer ropa, ni de diseñar”, cuenta Winston Márquez, comerciante y amigo cercano del fallecido. Lo que inició como una relación comercial hace treinta años derivó en una amistad que “duró hasta que se lo llevaron”, confiesa.

En sus inicios, el sastre hacía trabajo de hormiguita: iba con sus creaciones –inicialmente para mujeres- a las tiendas más vanguardistas de la capital, como Click Clack, en el centro comercial Plaza Las Américas. El establecimiento ubicado en el antiguo centro de la moda caraqueño se convirtió en punto de referencia de sus diseños. “Vestía acorde a la época, siempre con una línea muy elegante, de costura impecable, con mucha clase. Recuerdo que me hizo mi traje de bodas cuando me casé por primera vez. Podía hacer desde vestidos de novia hasta un vestidito normal”, rememora Márquez.

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Su expansión fue orgánica, repartiendo de a poco su genialidad en la costura a través de su primera marca Kushma, en conjunto con Lilibeth de Lemus. Héctor Trejo, quien era dueño de tiendas de ropa en aquel espacio de El Cafetal, cuenta cómo hace aproximadamente 25 años lo conoció por primera vez, cuando fue a ofrecerle sus creaciones: “Lo recuerdo muy trabajador y muy honesto. El corte de sus piezas era su distintivo, sin duda. Para aquel entonces acá no traían ninguna marca como Dolce & Gabbana, ni nada por estilo. Y él llegaba con muchas telas importadas y un estilo neoyorquino que hacían la diferencia”.

Nada en el diseñador era improvisación. Una larga trayectoria en el mundo de la moda criolla lo llevó a ser reconocido como uno de los diseñadores más importantes de finales de siglo pasado e inicios de milenio. Los años 90 marcaron el inicio de sus creaciones prácticamente exclusivas para hombres, cuando dejó de trabajar en conjunto con de Lemus. Su taller ubicado en la calle Orinoco de Las Mercedes se convirtió en punto de referencia del buen estilo. “Era frecuentadísimo por sus amigos, se la pasaba lleno de artistas”, explica Karim Dannery, fotógrafa y amiga del diseñador. “En los muchachos comenzaba ese estilo del metrosexual y en Caracas casi todo el mundo hacía ropa para mujeres. Diego hacía ropa muy cuidada para hombres y eso les encantaba”.

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La fotógrafa tuvo la oportunidad de estar involucrada en varios de sus procesos creativos, de acompañarlo a sus recurrentes viajes a Nueva York, de presenciar cómo hacía digerible piezas estructuradas. “Tenía esa capacidad de ser terrenal, sobretodo de pensar en la cotidianidad. Su ropa era así: práctica, y muy acorde a la ciudad en la que estaba, a su clima, a su actividad”. La venta de la quinta en la que albergaba su taller lo llevó a transformar su negocio y su vida, hasta llevarlo a trabajar con Marcos Visconti, diseñador con quien compartió durante una década los textiles de sus creaciones.

La colaboración definió la relación laboral que Montenegro mantuvo con Visconti hasta el día de su muerte. La individualidad fue uno de sus pilares en sus respectivos quehaceres, aunado a la atención permanente de tendencias nacionales e internacionales. La superación era su pan de cada día, apuntando a la perfección en sus creaciones conjuntas. “Siempre trataba de hacer un buen trabajo, cada vez más profesional, más curado”, explica. Para ellos, su trabajo era equivalente a diversión, a jugar a crear combinaciones nuevas: “Nos divertíamos siempre buscando una manera de alcanzar esas innovaciones y plantear conceptos nuevos en nuestro trabajo. Veíamos algún programa o estábamos en alguna fiesta y siempre observábamos lo que usaba la gente, lo que necesitaba y de ahí creábamos las piezas”. El creador de la marca de carteras recuerda la armonía lúdica de la combinación dinámica que tenía miras a expandirse este año a Santo Domingo.

Su carisma lo llevaban a desarrollar relaciones de forma natural, sin esfuerzos. La empatía, así como sus cortes limpios, eran distintivos del colombiano de nacimiento. Quienes lo conocían concuerdan con ello. Márquez recuerda cómo Montenegro, uno de sus mejores amigos, “se mezclaba con una élite de artistas importantísimos del país. Salía con fotógrafos y artistas”. Para Visconti, con quien trabajó en la última década, era “amigo de todo el mundo. Muy sociable, muy dado con todo el mundo. Siempre con el ánimo por encima. Era incansable del buen humor, de la alegría, de vivir el día a día, de las ocurrencias que tenía. Nunca nos quejamos de la vida”.

“Su generosidad infinita, con un sentido del humor agudo y negro, lo hacían ser sumamente atractivo. Estar con él era diversión garantizada. No discriminaba al hacer amistades, podía ser amigo del barrendero o del ministro”, explica Dannery, quien encontró en él una amistad incondicional desde el primer momento, “como si fuera amor a primera vista”, ríe. Su vitalidad lo acompañó hasta el último momento, dejando volar su imaginación y plasmándola en diseños de alta costura, a pesar de que rozaba los años dorados. “Aunque era un hombre que estaba a punto de cumplir 60 años, se veía muy joven, se le notaba una frescura en la cara que no muchos a su edad tienen”, explica su amigo Trejo, con quien acumuló más de dos décadas de amistad.

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Nacido en Cali el 31 de mayo de 1958, el diseñador emigró con menos de veinte años a Venezuela, cuando su familia huía del conflicto armado que se desataba en el país hermano. Su amiga Dannery recuerda como su afición por la moda se evidenciaba desde joven, cuando era oyente en clases de arte. Allí conoció las dos pasiones de su vida: el vestir y el amor, representado en Marianela Corrales, economista y madre de su única hija.

“Era un hombre muy familiar. Amaba infinita y apasionadamente a su hija Marisela y a su exesposa, con quien tenía una relación muy cercana y de gran respeto y admiración. Ambas eran muy importantes en su vida”, explica la fotógrafa. El nacimiento de su futura nieta, quien se llamaría Lucía, era el motivo por el que Montenegro viajaría a Santo Domingo, y luego a Washington DC, Estados Unidos, tal como lo reseñó la prensa. Dannery presenciaba cómo convertirse en abuelo lo emocionaba, lo llenaba más de vida: “Era su tema recurrente, su meta inmediata y su tema diario de conversación”.

Teniendo a su hija y la mayor parte de su familia residenciada en Estados Unidos, la tentación de emigrar no le quitaba el sueño, aunque se colaba en sus pensamientos. “Podría ser que iba a intentar pasar más tiempo entre Estados Unidos y Venezuela. Buscar, a fin de cuentas, pasar largas temporadas fuera, pero nunca desarraigarse. Él quería muchísimo a esta ciudad. A pesar de que llegó siendo un adolescente, estableció relaciones profundas con la ciudad y su gente. Como todos, tenía una relación de amor odio por el tema de la inseguridad y era amargo en algunas ocasiones, pero le encantaba estar acá”.

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