Política

El desprestigio al desertor para matar al mensajero

En Cuba se le llama “El tratamiento” a la destrucción moral de los desertores, algo que en Venezuela se utiliza cada vez con más frecuencia. A Christian Zerpa lo acusan de acoso sexual, a Luisa Ortega Díaz la tachan de mafiosa y así con todos los que se van a cantar. Es una forma de desacreditar a los traidores para evitar que sean escuchados

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La deserción como fenómeno político existe desde tiempos inmemorables. A partir de los centenares de soldados romanos que fueron perseguidos y castigados en la antigüedad, hasta el caudillismo venezolano del siglo XIX, donde la figura de los disidentes era vapuleada por las hordas del mandón de turno. Son conocidos los casos de acoso a los desertores de la dictadura de Gómez: el mismo representante de Venezuela en los Estados Unidos para la época, Santos Dominici, terminó en las filas de la oposición exiliada del gomecismo, por no reconocer la reelección del dictador y la constitución de 1922.

Marcos Pérez Jiménez tampoco dudó en calificar de indeseables a sus disidentes, sobre todo después de las elecciones de 1952, cuando no dejó en paz al presidente del otrora Consejo Supremo Electoral, Vicente Grisanti, por haber renunciado tras un aparente fraude.

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Con el pasar del tiempo, el desarrollo de la propaganda y de los medios de comunicación, la práctica mutó, la destrucción moral de la persona se convirtió, entonces, en la defensa de los gobiernos autoritarios: anular al mensajero para generar desconfianza sobre su sano juicio, cuando salía a denunciar las atrocidades del monstruo que vivía dentro del Estado. Una costumbre que, más allá de ser constante en algunos gobiernos, ha sido típica de los extremismos colectivistas, empezando, sin duda alguna, por el del zar rojo Joseph Stalin en la extinta Unión Soviética, y replicada más tarde por las dictaduras de latinoamericanas, cuyos casos más conocidos provienen de la Cuba revolucionaria de Fidel Castro.

DeserciónChavista-cita6“Aunque siempre se hace leña del árbol caído, se desmerecen no las críticas, sino a sus voceros y si, además, estos parten con una baja credibilidad, el mandato está medio hecho”, asegura el politólogo y profesor universitario Guillermo Tell Aveledo. Es una forma de desacreditar a los traidores de la revolución ante la opinión pública.

De pedófilos, asesinos y mafiosos han sido calificados hombres y mujeres que, por alguna razón, decidieron retirarse de las altas tribunas de poder, donde en cierto momento, ellos también juzgaron o vilipendiaron a otros camaradas y coterráneos de partido. Nunca esperaban estar delante del podio, tal vez frente a un juicio inventado por presunta traición a la patria.

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La memoria como rectora de la historia

“Olvidar el pasado” podría ser un mantra de autoayuda cuando no existe un interés político detrás, ordenado desde algún buró partidista. Así, muchos regímenes totalitarios se han encargado de hacer borrón y cuenta nueva en su gesta por instaurar un sistema más justo para los ciudadanos o, como ocurre casi siempre, a la medida del traje del líder carismático. La intención no sólo es marcar un hito en el tiempo, sino también evitar las comparaciones con el pretérito, pues se hacen menos vulnerables si no se les recuerda lo que existía antes del acto revolucionario.

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Ya lo comentaba el autor de 1984, el británico George Orwell, cuando satiriza a los soviéticos con los animales de un rancho inglés en Rebelión en la granja: “Llegó una época en que ya no había nadie que recodara los viejos días anteriores a la Rebelión, exceptuando a Clover, Benjamín, Moses el cuervo y algunos cerdos”.

Inés Quintero, directora de la Academia Nacional de la Historia, asegura que el interés con el pasado en este tipo de regímenes es legitimar la ruptura por la que llegan al poder. “Lo que se trata de argumentar es que todo lo anterior fue fatal y sus acciones se hacen necesarias para rectificar los errores del pasado, es para establecer una ruptura entre el pasado y el presente, un quiebre en el tiempo, un antes y un después”. Diferencia la política de la historia, porque señala que una cosa es un proyecto político y otra muy diferente es un proceso histórico: el primero depende de la legitimidad y perdurabilidad del segundo.

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Más que justificar el programa del partido con la historia, los plumarios e intelectuales oficiosos del régimen se encargan de ser rectores de la memoria colectiva, determinar qué es parte de la historia y qué no y, de ser posible, de inventar personajes, tramas y traiciones para darle cuerpo a las acusaciones, no sólo contra el enemigo interno –encarnado en los desertores y posibles seguidores–, sino también en el enemigo externo, una de las tantas características que la teórica judía Hannah Arendt identifica dentro de Los orígenes del totalitarismo como clave de estos regímenes. “Todas estas medidas tenían el objetivo utilitario de proteger a los miembros contra la persecución y a la sociedad contra la traición”, dice la autora del libro publicado en 1951, durante su estadía en Estados Unidos.

Casos emblemáticos

A lo largo de la historia, son numerosos los casos que destacan de los desertores, pero el de León Trotsky es, sin lugar a dudas, el más famoso de todos. Después de haber sido cabecilla principal de la Revolución Rusa en 1917, su manifiesto desencuentro con Stalin lo obligó a vivir una odisea de desprestigio por toda Europa hasta llegar a México, donde fue asesinado por el español Ramón Mercader, un empedernido agente estalinista. El escritor cubano Leonardo Padura narró parte de su historia en El hombre que amaba los perros.

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Otro fue el caso de Arnaldo Ochoa Sánchez, quien fue acusado de narcotráfico por el régimen castrista y fusilado en Cuba el 13 de julio de 1989. Con este hecho, la izquierda latinoamericana se escindió, incluso hubo notables pronunciamientos por parte de la intelectualidad que hasta hacía meses, en el caso venezolano, habían firmado una lista en apoyo al dictador cubano para que asistiera a la segunda toma presidencial de Carlos Andrés Pérez.

El historiador Elías Pino Iturrieta, uno de aquellos firmantes, rememora el momento: “Uno va cambiando cuando considera que las circunstancias te lo imponen. En esos tiempos, yo escribí un artículo larguísimo, de ruptura con todo lo que tenía que ver con la Revolución Cubana, se tituló ‘Auto de fe’ y lo escribí conmovido por el crimen que significó el juicio contra el general Ochoa Sánchez y todo lo que tuvo de inquisición y de horror ese proceso”.

DeserciónChavista-cita4troKwon Hyok, exjefe de prisioneros en un campo de concentración de Corea del Norte, corroboró las declaraciones de los fugados del régimen de Kim Jong II. En 1999, Hyok era agregado militar en la embajada norcoreana en la capital de China cuando fue convencido por agentes surcoreanos para que tomara el largo camino del exilio. Así lo hizo y, desde entonces, las autoridades no han podido ponerle los ganchos encima. Su historia se repite a diario en las fronteras entre las hermanas naciones de la península coreana, sobre eso conversó para el documental Corea del Norte: acceso al terror, producido por la BBC.

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Venezuela, dos décadas de revolución

En Cuba se le llama “El tratamiento” a la destrucción moral de los desertores. En la isla, hasta acusaciones de homoexualidad eran usadas para desprestigiar a quienes marcaran distancia de la línea oficial. Fidel elevó ese disgusto al rango de la purga: lastre social y agentes de corrupción moral, los homosexuales contradicen a la revolución. A Lee Lockwood le dijo, en una entrevista de 1966 recogida en Castro’s Cuba, Cuba’s Fidel, que un homosexual puede serlo “por motivos patológicos” y que es menester apartarlos de los niños y jóvenes para que no los corrompan.

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En Camagüey hubo doscientos cincuenta granjas UMAP (“Unidades Militares de Ayuda a la Producción”) para encerrar a dos mil quinientos “internos”, como narra Jorge Olivares en el libro Becoming Reinaldo Arenas: Family, Sexuality, and The Cuban Revolution. Y desde que triunfó la revolución, sus líderes “igualan a los homosexuales con la debilidad, la ineptitud, la proclividad a la traición” y juzgan que la homosexualidad es un “delito ideológico”, como escribió Carlos Monsiváis.

DeserciónChavista-cita3En Venezuela el desprestigio se utiliza cada vez con más frecuencia. Luis Velásquez Alvaray, Eladio Aponte Aponte, Franklin Nieves. Los nombres se acumulan. Son santos «hasta ayer». Cuando escapan, pasan a engrosar una lista de delincuentes que cada vez suma más integrantes en la narrativa oficial.

El caso más reciente es el de Christian Zerpa, magistrado de la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia, que huyó a Estados Unidos y fue acusado, al día siguiente, de acoso sexual. Al respecto, el comunicado emitido por Maikel Moreno, presidente del TSJ, sobre la salida de Zerpa es bastante expreso: “Muchas mujeres presentaron sus renuncias o debieron ser reubicadas en otras áreas de la Institución ante su aberrante conducta, que solo puede obtener el desprecio y rechazo de la sociedad”.

Moreno va más allá y busca extender un cerco alrededor del desertor: «quien se preste para reivindicar la oscura psicopatología de este exfuncionario, debe obtener el rechazo de todos los que hemos sido garantes de los intocables derechos de las mujeres».

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Con menos descaro, también ocurrió con Rafael Ramírez, expresidente de Pdvsa, a quien confirman desde el poder como un corrupto; con Luisa Ortega Díaz, la fiscal en el exilio, a quien tachan de “mafiosa” pues «extorsionaba a mafias a cambio de dólares», según su sucesor en el despacho. Hasta entonces nadie sabía que tal cosa ocurría.

Y así con todos los disidentes que se van a «cantar». Siempre las acusaciones surgen una vez abandonado el barco. Esto cuando no terminan recluidos en una cárcel, como sucedió con Raúl Isaías Baduel, responsable del retorno de Hugo Chávez en 2002, o con Miguel Rodríguez Torres, exministro de Interior y Justicia.

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Lo mismo ocurrió con la jueza Raleáis Tovar, quien dictaminó el arresto del líder opositor Leopoldo López, y tiempo después huyó el país denunciando amenazas a su vida y miedo a perderla; con el denominado “chavismo crítico”, que emergió durante la oleada de protestas del año 2017 y donde se encontraba Gabriela Ramírez, exdefensora del pueblo. Henri Falcón fue buen gerente y gobernador hasta que decidió separarse del anbsolutismo del PSUV, entonces fue traidor, ineficiente, corrupto. Todos fueron expiados por el aparato propagandístico del chavismo y oficialmente se emitieron declaraciones que buscaron destruirlos moralmente.

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“Al desertor del marxismo se le llamó ‘revisionista’, pero con el derrumbe de las ideologías duras, cayó en desuso el arma contra el revisionismo y la descalificación tomó una connotación más moralista: pedófilos, corruptos, etc”, explica Américo Martín, desertor de la guerrilla venezolana de finales de los año sesenta. También asegura que en la Venezuela del siglo XXI existen tres tipos de arrepentimientos políticos: los ideológicos, inspirados en la decadencia del modelo socialista, y los causados por los altos niveles de corrupción, a favor o en contra. “El uso de epítetos descalificadores prolifera sin que hayan cismas, pero lógicamente hay muchos más cuando se apartan del dogma o se crítica el liderazgo”.

DeserciónChavista-cita1En los sistemas marxistas-leninistas del pasado las deserciones fueron tratadas como crímenes medievales. “Ese aire religioso se expresó en la expulsión y maltrato a los revisionistas del dogma intocable, por decisión inapelable del liderazgo oficial. El trotskismo, el zinovievismo y el bujarinismo en la Unión Soviética. Imre Nagy en Hungría fue ahorcado y Alexander Dubček derrocado y humillado”, apunta Martín, quien se opuso fervientemente a los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. No olvida su pasado como militante de la izquierda armada, pero reconoce que, si bien en las democracias liberales estos cambios de parecer también se producen, no menoscaban a los disidentes.

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“Hubo algo parecido en los 40 años de democracia, pero mucho menos grave, porque cuando la Fiscalía y la Contraloría no funcionan y los medios están policialmente amordazados, desaparecen los factores que inhiben a los corruptos”, finalizó.

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