Sociedad

El drama de envejecer en Venezuela

Venezuela es el peor país de Suramérica para envejecer. A la escasez de medicinas, pérdida de peso de los adultos mayores y la soledad, hay que sumar la violencia: entre enero de 2016 y marzo de 2017 se produjeron, según un informe de Convite, al menos 448 muertes violentas entre esta población

FOTOGRAFÍAS: GUSTAVO VERA
Publicidad

Son las dos y media de la tarde del primer domingo de enero de 2018. En la casa de reposo Villa Pompei, ubicada en San Antonio de los Altos, la calma se explaya en los pasillos, como si no supiera que Venezuela atraviesa la peor crisis de su historia. En el patio del edificio, cinco sillas en fila son usadas por señores mayores, que reposan como babas al sol. Unas pocas mesas son ocupadas por más ancianos acompañados de enfermeras y cuidadores: se oyen carcajadas, el ruido de las piezas de domino al chocar. Y se ven, eventualmente, algunas sonrisas llenas de sorpresa: como todos los domingos –como todos los martes, jueves y sábados– es día de visitas e hijos, nietos, sobrinos o amigos pasan a saludar.

Las religiosas que dirigen el sitio van de un lado a otro dando órdenes al personal del geriátrico. Sobre todo la hermana Delia, la directora, que con semblante serio pronuncia frases firmes en un español adaptado a sus raíces filipinas. Si solo se ven esas imágenes, si solo se ve la apacible biblioteca, el pulcro comedor y los jardines que recuerdan a una postal irlandesa, no se pensaría que el geriátrico está ubicado en el que es, según la ONG HelpAgeIternational, el peor país de Suramérica para envejecer.

Luis Francisco Cabezas es el director de Convite, la única organización del país que atiende de forma integral las necesidades de los adultos mayores. “Casi 70% de las personas mayores o son hipertensas o son diabéticas. O ambas. Y desde abril de 2011 que monitoreamos esas dos morbilidades hemos encontrado que el desabastecimiento no baja de 88%”, lamenta.

cita-5-vejez

El otro problema al que están expuestos es a la inflación. La pensión no cubre ni 10% de la canasta alimentaria. “Los adultos mayores están perdiendo 1,3 kilos de peso mensualmente. Eso tiene que ver con el hecho de que la proteína empezó a escasear en su dieta”, asegura.

Y luego, afirma, hay que hablar de la soledad y la violencia. Si antes nunca faltaba el anciano que se quejaba de que sus hijos se olvidaban de él, con la migración masiva son miles los que se han quedados solos. Lo que a su vez los hace más vulnerables hacia el hampa y los accidentes. Entendiéndose como persona mayor a todo adulto que supera los 60 años, entre enero de 2016 y marzo de 2017 se produjeron, según un informe de Convite, al menos 448 muertes violentas entre esta población. De los cuales 172 fueron homicidios culposos u otros accidentes (negligencia, arrollamientos, suicidios). Y 276, asesinatos.

448. Un número que bastaría para llenar cómodamente cinco apacibles geriátricos como Villa Pompei, en el que hay 90 residentes que no piensan en eso. Ni en eso ni en algo que tenga que ver con la crisis. Viven en un pequeño oasis. Una excepción dentro de la miseria que golpea al país.

Un lugar para descansar

La casa de reposo nació en Bello Monte. Una señora seglar cuidaba a varios ancianos en una quinta. Pero la junta directiva que mantenía el lugar –un grupo de acaudalados hombres de negocio– quiso construir un geriátrico con condiciones más óptimas. Se compró un terreno en San Antonio de los Altos. El mismo sobre el que hoy funciona el edificio de más de cien habitaciones, que bien podrían envidiar muchos hoteles.

Diez años llevó la construcción. El sacerdote que se encargaba de la vida espiritual de los ancianos se encargó de buscar religiosas para dirigir el sitio. Luego de viajar a Italia y de mucho moverse en Venezuela, escogió a la congregación de las Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús.

La hermana Delia cuenta la historia en su oficina. La casa abrió en 1992 y recién un año después cuatro religiosas que trabajaban en la Escuela Hogar Sagrado Corazón de Jesús, en Caracas, fueron destinadas a Villa Pompei. Entre ellas estaba la hermana Delia y la hermana Domitilda, las únicas dos que persisten desde entonces.

cita-4-vejez

El hogar se mantiene con el aporte de la junta directiva y con una mensualidad en bolívares que pagan los familiares de los residentes, y que equivale a unos 20 dólares al cambio paralelo. Pero ni así se salvan de la crisis. La enfermera Anaí Fernández dice que antes los ancianos comían mejor. Entrada, plato principal, postre y algo más. Hoy, aunque nadie pasa hambre, la abundancia es un borroso recuerdo. “Por primera vez en los 25 años que llevo aquí tuvimos un déficit económico en diciembre. Un déficit de 11 millones. La directiva se encargó de ayudarnos”, explica la hermana Delia.

25 personas conforman el personal de servicio, que también vive allí. Por eso la atención –y porque los cuidadores y enfermeras se pagan aparte– es tan completa.

Celia Josefina González, de 75 años, ha vivido cinco años allí. “Estoy bien: tengo una habitación con balcón. Tengo todo lo que necesito. No hace falta cocinar porque hay un comedor. La comida es muy buena y está incluida dentro de lo que pagas. Se vive tranquilo. Están los jardines, las áreas verdes, que son bellísimas. Hay salón para la televisión, hay una biblioteca, una sala de estar, un salón para el yoga. Hay un profesor de bailoterapia. Acá han hecho verbenas buenísimas, ¡pero buenísimas! El trato de las hermanas es muy bueno pero rígido, porque imagínate: si no, una vieja como yo, que es malcriada…”, ríe.

Mayanin Matos fue profesora de yoga terapéutico en Villa Pompei. La mayoría de los ancianos participaban en la clase. Los que estaban en silla de ruedas solo hacían algún estiramiento y movían las extremidades superiores. “Yo les hacía una fiesta. Mis clases consistían en que alcanzaran un nivel de contentamiento”, dice Mayanin. “Los que se lograban involucrar, terminaban con una sonrisa. Y al menos por un momento los sacaba de su situación, de sus dolores: se sentían bien”.

“Recuerdo una señora que estaba en silla de ruedas, que decía que tenía 90 años. Ella decía: ya yo estoy vieja, ya yo no puedo hacer eso, yo estoy cansada, ya yo no tengo para qué vivir. Hablaba a los gritos. Yo la dejaba tranquila. ¿Cuál fue mi sorpresa? Que una vez yo llegué un poquito tarde y la conseguí a ella, sentada en una silla, en el medio del salón, dando la clase: y ahora suban los brazos y así. Y todos los abuelitos hacían lo que ella decía. Yo no sé cómo llegó a la silla, se supone que ella no se paraba de la silla de ruedas”, rememora la maestra.

Pese a las variadas actividades extracurriculares de Villa Pompei, Mayanin cree que deberían hacerse más cosas. Pero es complicado: hay que pagar profesores, pues cada vez son menos los que pueden hacer servicio comunitario. Preocuparse por cosas como esa en un geriátrico venezolano, no obstante, es un lujo. La mayoría de estas instituciones en el país, para Luis Francisco Cabezas, son “depósitos de personas”, dado que no hay quien las fiscalice. En La Castellana, por ejemplo, fallecieron en 2015 ocho ancianos en un geriátrico que se incendió. Algunos, afirma Cabezas, debido a que estaban amarrados a camas y sillas.

cita-3-vejez

Los familiares

“En Venezuela no hay geriatras, no hay formación para cuidadores domiciliarios”, dice el director de la ONG. En Convite, apoyados por el gobierno de España, han formado cuidadores. Y todos los días reciben llamadas de familias solicitando sus servicios. Antes el problema de una mujer o un hombre ocupado era no tener con quién dejar al hijo. Ahora es no tener con quién dejar a los padres.

En Venezuela hay casi tres millones de adultos mayores. La mayoría en una situación desfavorable. Su presencia dentro de las familias puede suponer una situación de estrés. Si una madre tiene un niño pequeño y un adulto mayor en casa, pero solo un plato de comida, ¿a quién debe dárselo? Según los estudios de Convite, en situaciones tan tensas, la madre es la primera sacrificada: el niño representa el sustento del futuro y el hombre, por lo general, es el sustento actual de la familia. Ambos deben comer. Pero el segundo sacrificado es el adulto mayor, ese que ya no es un miembro productivo económicamente y que –por gastos en medicinas y médicos– es uno de los que más egresos produce.

Carolina tiene poco más de 40 años, es madre soltera. Su papá está internado en Villa Pompei y ella aún lidia con el desprendimiento: “Soltar a los hijos es un proceso: es dejar que quienes eran uno de tus motivos importantes de vida vayan saliendo al mundo, sin ti. Pero soltar al padre, ya anciano, también es un proceso muy duro. Es como darse cuenta de que ya no tienes tu soporte”.

“Hay culpa. Hay mucho señalamiento. La gente te ve diferente. Aunque yo pienso que ha ido disminuyendo. Pero sí te ven mal. Hay un doble discurso: te reclaman y reprochan, pero no se involucran, no te ayudan, se mantienen a distancia. Nadie te echa una mano para cuidarlo. Pienso que el proceso de la vejez y la decadencia es muy duro para quien tiene que atender a ese anciano. Mi papá cuando estaba afuera vivía muy ansioso: entraba y salía de la casa. Iba de un lado a otro dentro del apartamento. Eso hacía que viviera asfixiado: tiene problemas respiratorios. Desde que está aquí, está mucho más tranquilo. No siente esa angustia. Las casas de retiro son un medio para darle calidad de vida. A él y a mí, claro”, dice.

cita-2-vejez

Un hombre se suma a la conversación: “Mucha gente se ha ido del país. Los que nos hemos quedado tenemos que lidiar con todo: con nuestros problemas y con los de los familiares que siguen acá. Con adultos mayores, con personas enfermas, con niños con condiciones especiales. Con todo”.

El país envejece

En una de sus columnas en El País, la escritora Leila Guerriero expresa su molestia cuando alguien llama “abuelo” a una persona que no es de su familia. Siente que es una forma de restar vida al anciano y postrarlo a una condición senil. Abre un debate: ¿para qué quieren las sociedades a los viejos? ¿Los quieren?

Entre el 2016 y 2017, Convite registró 11 homicidios perpetrados de familiares hacia adultos mayores. Cuesta no pensar en la frase irónica de una canción de Cuarteto de nos: “A mi madre, internada, la maté ayer con un fierro / porque me salía más caro el asilo que el entierro”. La locura del país genera diversas consecuencias. Se ven familias que mandan a los adultos mayores a hacer la cola para comprar comida: aunque estén seniles o con problemas para permanecer de pie. Entre 2016 y 2017, hubo 13 fallecidos por causas relacionadas a la escasez de alimentos, dos de los cuales murieron en colas.

Carolina cuenta que conoció una muchacha en cuya casa se comía una semana con su sueldo; otra, con la pensión de su mamá; la siguiente, con la pensión de su papá. Y la cuarta semana o no comían o se conformaban con una arepa más vacía que sus bolsillos.

cita-1-vejez

Dos enfermeras de Villa Pompei, Anaí Fernández y Judith Corrales, hablan de familiares que abandonan ahí a sus abuelos. Desde los que solo se olvidan de visitarlos y vuelven a tener noticias de ellos cuando mueren, hasta los que dejan de pagar y la casa de reposo tiene que hacer magia para costear los gastos del anciano.

Viejos encerrados en una habitación por los familiares, o expulsados de sus casas. 168 asesinados en un año mientras los robaban. 62 víctimas de arrollamientos. En promedio –un promedio que va en ascenso– 11 adultos mayores padecen muertes violentas por mes. Y lo que nadie dice: el famoso “país joven” que era Venezuela está envejeciendo. La tasa actual de natalidad, según Convite, es de remplazo: mueren dos personas y nacen dos. El país se olvida de sus ancianos aún cuando esa población, que hoy es poco más de 9%, en unos años representará entre 13% y 19%. Con tanta migración joven, las canas adornarán el país.

Publicidad
Publicidad