Política

El escrache venezolano: humillando al enemigo

El hartazgo del majunche, del escuálido, del oligarca, del expatriado toma un nuevo cariz: el reclamo cara a cara y cuerpo a cuerpo. El país hace aguas y la revolución bolivariana se hunde, por eso hay quienes optan por increpar directamente al que sienten culpable o cómplice del caos. Lo entienden como protesta legítima aunque se acumulen las voces que condenan la práctica. Fuera del país es más evidente, donde no hay escoltas ni las “chapas” pesan

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Antes se hacían “cacerolazos” incluso en restaurantes cuando algún alto funcionario del Gobierno pisaba el local. Pasó poco, pero pasó. También, con los llamados “enchufados” que se paseaban por espacios comerciales. Aún Roque Valero recuerda cuando le tocó ser abucheado en Los Naranjos hace cuatro años. Pero hace varios años que tales episodios no se observaban, bien sea porque los funcionarios evitan acudir a ciertos lugares sin antes asegurarse cierta privacidad o porque el miedo ante la cantidad de escoltas se impone.
Pero en 2017 el hartazgo se impone. Además, en otros países  las condiciones cambian: no hay escoltas ni el “chapeo” tiene influencia alguna. Por eso hay quienes han optado por enfrentar a quienes crean son responsables de la debacle nacional. Mientras el drama nacional se profundiza, el hambre campea y la sangre corre, no pocos opositores en el destierro, forzado o voluntario, optan por vociferar el reclamo a personas que pisan las mismas calles y a las que se le atribuye participación o responsabilidad en los daños al país por tres lustros acumulados. Una suerte de “echar en cara” su culpa; que no se quede sin saberlo nadie.
Los venezolanos han asumido como propio el “escrache” como práctica y como vocablo, heredándolo de Argentina donde en la década de los años 90 se propulsó desde la agrupación de Derechos Humanos HIJOS para denunciar la impunidad de los genocidas de la dictadura indultados por el gobierno de Carlos Menem. Su eco se replicó en otras naciones de la región, como Chile, Perú, Uruguay y hasta en España, décadas después de la muerte del autócrata Francisco Franco.
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Pero en Venezuela nunca hubo tales reclamos. No hasta ahora, en tiempos polarización, represión, discursos excluyentes y crítica situación económica, con no pocas víctimas. Hay quienes buscan crucificar, figurativamente, a quienes por acción u omisión estén detrás de los casi 6 mil asesinatos ocurridos tan solo en el primer cuatrimestre del año y de la escasez de insumos y medicinas que ha causado muertes evitables, además de la galopante e impune corrupción. Algunos asumen que no hay institucionalidad que ataje a los culpables y por eso optan por la propia mano, por la exposición, por el repudio moral y público.
Así, se han visto cacerolazos, gritos, interpelaciones al aire libre, expulsiones de locales comerciales, siempre fuera de las fronteras venezolanas. Le pasó en Australia a Lucía Rodríguez, hija del alcalde Jorge Rodríguez, cuando una mujer la conminó a hablar, entre gritos, porque “por culpa de tu papá hay gente muriéndose”. Y de nuevo a esa familia cuando el alcalde de Libertador caminaba por la acomodada zona de La Condesa en la capital azteca acompañando a sus vástagos -migrantes en ese país-, y al lado de su propia madre. Su respuesta fue golpear el teléfono que lo registró y luego huir, mientras su progenitora le gritaba «marico» al indignado que alzaba su voz.

También le ocurrió a Tarek William Saab, apenas días después de la declaración pública de su hijo en la cual pedía fijar posición que marcara distancia de la represión. El entonces titular de la Defensoría del Pueblo lo vivió en Líbano durante una ponencia en un evento internacional sobre Derechos Humanos, interrumpida por dos mujeres que alzaron su voz en reclamo por la violación de los mismos en Venezuela.
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Al embajador Mario Isea le llamaron “asesino” en Madrid. Al delegado venezolano en Suiza, César Osvelio Méndez, le gritaron “corrupto” en un supermercado; mientras que el exministro de la Banca Pública Eugenio Vásquez Orellana fue expulsado a gritos de un local en Miami, donde reside. Un evento de la embajada venezolana en la capital española fue cercado por una manifestación, un gerente de Pdvsa fue interceptado en una panadería madrileña; y en Barcelona fue encarada la ex ministra y dirigente del PSUV Mary Pili Hernández.
El “escrache” venezolano es particular, y ocurre a destiempo, en comparación con experiencias latinoamericanas. Explica el psicólogo social y politólogo Ricardo Sucre que tales prácticas suceden generalmente una vez que los regímenes autoritarios culminan y la sociedad regresa a la democracia. Pero Venezuela sigue bajo el mando de Nicolás Maduro, la égida chavista y las formas del socialismo del siglo XXI. “Las motivaciones van más allá de mostrar un desagrado o de buscar justicia. El venezolano ha tomado una posición mucho más violenta, generado por odio y frustración. La intencionalidad es la agresión”, añade Sucre apuntando que el objetivo de los reclamos ya no son solo los funcionarios actuales o retirados sino sus familiares.
Sucre explica que la frustración mal canalizada es una respuesta a “18 años de lenguaje violento por parte del Gobierno, replicado también por la oposición. Se generó un espiral de violencia: la violencia llama a la violencia”. El especialista determina que con el “escrache” el objetivo es muy claro: destruir al otro. “Figurativamente, claro está, pero se busca acabar con alguien mediante la deshumanización, a través de la humillación”, dice.
La psicóloga social Colette Capriles coincide: “Se trata de una sanción moral”. Explica que surge como un mecanismo de retaliación, de venganza, en el que los ciudadanos, de manera espontánea e instantánea, buscan castigar ante una impunidad generalizada. “Es una catarsis emocional que no posee una articulación política”, suma. Es una reacción más que una verdadera acción.
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La venganza del expatriado
El blanco del escrache en Venezuela no es solo uno. Pocos se salvan. Ser un “ex” del Gobierno no garantiza protección. Tampoco haber sido aliado desde el sector privado. Boliburgueses y enchufados por igual son llevados al patíbulo junto a familiares y relacionados. Es la hora del “linchamiento político”, como lo denomina el sociólogo Amalio Belmonte. Toda persona a la que pueda atribuírsele acciones de corrupción, injusticias, negligencia o complicidad está incluido dentro del “escrache”. Son los acusados de gozar de privilegios groseros y de disfrutar de lo arrebatado a otros, a quienes padecen la revolución bolivariana. “Estas personas poseen los privilegios que cientos de venezolanos perdieron, no han vivido y no vivirán si se mantienen las cosas como están. Te consigues con que ellos tienen una serie de privilegios que contrastan con tu realidad. Las personas los ven como representantes del dolor que sufren”, explica Belmonte.
La población ataca al que sabe que no vive la misma realidad crítica del venezolano común. Aquellos que cuentan con oportunidades impensables para el venezolano de a pie, como estudios en el extranjero, viajes internacionales, propiedades cuantiosas y espaciosas o disfrute de lujosas experiencias.  “Como los mecanismos institucionales son muy débiles, estos no pueden intermediar. El ciudadano decide sustituir el argumento y la ley por la humillación y la acusación. No se trata de razonar, sino de destruir, de inculpar”, afirma el sociólogo y secretario de la Universidad Central de Venezuela.
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Es, sobre todo, una situación que surge en el extranjero. Los expatriados son protagonistas, pues coinciden con los que vestían de rojo rojito y ahora se pasean por el globo sin portar las insignias del chavismo. “Los inmigrantes sienten que les quitaron el país. Fueron despojados de su tierra. No es el mismo sentimiento de aquel que sale de su país para buscar una nueva vida, como sucedió tras la Segunda Guerra Mundial. El venezolano siente un dolor muy profundo porque el ideal del país perfecto que saben podría existir no se ajusta a la realidad y por esto, se van”, explica Capriles. Indica que la indignación elevada, mezclada con el dolor de partir y la frustración de sentirse lejano, los lleva a recurrir una forma de acusación mucho más frontal e incluso violenta.
La raya
El “escrache” también es digital. Cada vez más cuentas anónimas en redes sociales se dedican a develar datos, ubicaciones y círculo social de ex funcionarios del gobierno y empresarios que negociaron con él desperdigados por todo el mundo. Es particular el caso, por ejemplo, de la plataforma @VVPeriodistas, dedicada en las últimas semanas a publicar continuamente información de altos funcionarios públicos y militares, además de datos sobre familiares y hasta amantes. Lo develado suele ir acompañado de fotografías obtenidas en las cuentas personales en redes sociales de los señalados, donde se evidencian lujos y placeres.
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Una de sus víctimas apareció con el resto de su familia acusados de hacer negocios con el Ejecutivo. Fotografías de sus viajes, sus casas y su vida diaria se hicieron públicas. “Yo sí entiendo que persigan a quienes han robado, a quienes han hecho casos de corrupción, pero no metas en un mismo saco a quienes sí han trabajado con el Gobierno, como muchos otros empresarios, solo porque sí. Mi papá no defiende al Gobierno. Mi papá solo trabaja para ofrecer los productos. Solo porque no tenemos la publicidad de empresas como Polar a nosotros nos acusan pero a ellos no”, afirma el joven, protegiendo su identidad
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El estudiante, quien asiste continuamente a las movilizaciones opositoras, jura que su familia sigue invirtiendo en el país, creyentes del potencial nacional. No habla de apoyos, de bandos, sino de objetivos claros: el “escrache” debe estar reservado para aquellos que poseen las riendas del poder. “Yo creo que es necesario para funcionarios activos, para militares, todas esas personas que se aprovechan internamente y que apoyan al Gobierno pero que tienen familiares afuera que no viven la realidad del país”, sentencia.
Dice comprender las razones, pero teme que la humillación pierda proporciones y se conduzca a la violencia. “A mí solo me da miedo que un día la gente me vea en la calle y decidan atacarme como le pasó al señor que lo confundieron con un ministro. Me da miedo que la violencia llegue al punto en que te ataquen porque sí”, admite. Se refiere a lo ocurrido en Caracas el 19 de mayo, en el Centro Comercial Ciudad Tamanaco, donde un hombre fue golpeado al ser confundido con un dirigente oficialista. Se dijo que era Hermann Escarrá, también Maikel Moreno. Miraron mal.

Colette Capriles condena que se considere tal práctica como una forma de protesta política. “El ‘escrache’ surge de personas que no están orientadas políticamente. Esto solo trae consecuencias negativas para la bancada opositora. Es un lenguaje de odio que políticamente no sirve para nada. Para la comunidad internacional esto solo muestra a una oposición vengativa que no puede prometer una transición hacia un sistema de gobierno democrática y estable”, dice la especialista. La también profesora de la Universidad Simón Bolívar asienta la tesis de que este tipo de acciones solo puede ayudar al Gobierno a desacreditar a sus adversarios. “La justicia no va a venir ahorita. Ahora es el momento de construir el camino del cambio. La justicia vendrá después”, concluye.
El asunto no para, como el debate sobre su idoneidad. Liderazgos opositores han condenado la práctica, mientras el chavismo habla de “odio”. El propio Jorge Rodríguez develó en VTV a la persona que le hizo un “escrache” a su hija, relacionándola con Lilian Tintori, mostrando fotografías de infancia y exponiéndola públicamente. Ojo por ojo. Es el mismo canal “de todos los venezolanos” donde se emiten los “mazazos” que informan “patriotas cooperantes” develando detalles de la vida privada de más de un opositor. Diente por diente.


Lo cierto es que la mecha ya está encendida. Coinciden los expertos: es una práctica que ha tomado fuerza. Mientras se suman los días de protesta, hacia el centenar, en medio de una fuerte represión y una activa resistencia, las acusaciones no pierden vigencia. “La población no tiene miedo de recriminar a quienes han obrado mal. El miedo se ha perdido. Se ha internalizado la lucha por la libertad propia”, remata Amalio Belmonte.
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