Ciudad

El Guaire guiando al pueblo

De negación acérrima pasó a lugar. Las fotografías de los manifestantes del 8 y de este 19 de abril, apelando al río Guaire como atajo para escapar del asedio militar, obligan a la reflexión. Dejó de ser un sucio sumidero  para convertirse en un caudal de civismo, pero también es un derrotero hacia la libertad.  Los marchistas caminando sobre sus aguas hacen una metáfora que ilustra la determinación de recuperar la democracia

Fotografía: Cristian Hernández
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Hemos visto tantas imágenes de la represión del régimen a estudiantes, amas de casa, jubilados, médicos, en fin, a población civil inerme, que debe tratarse de algo verdaderamente tremendo para que nos detengamos en una nueva imagen. Hemos visto uniformados moliendo a golpes de casco a una muchacha, malandros de colectivos —y perdonen la redundancia— apuntando con armas largas a manifestantes que exigen elecciones libres, muchachos sin camisa enfrentando piquetes de uniformados, guardias nacionales arrastrando por el pelo a una reportera… la revolución ha hecho un estriptís ante los ojos del mundo y ha quedado encuera en toda su sevicia y sicopatía. A estas alturas, la imagen de una anciana que encara a un milico, la de un inválido que protesta en su silla de ruedas o la de un joven que escupe al pelotón que intenta amedrentarlo, nos conmueve, nos enfurece, pero ya no nos sorprende. Otra vez, tiene que ser una imagen… como diríamos, excéntrica, descarriada de la avenida central de la represión. Una imagen que hablando de lo mismo nos diga otra cosa, nos resuene desde otro confín, nos reclame con otro tono. Y esa imagen circuló el sábado 8 de abril, cuando un grupo de manifestantes, que se movilizaba entre el Rosal y Las Mercedes, este de Caracas, en dirección a la Defensoría del Pueblo, fue atacado con bombas lacrimógenas por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), y la Policía Nacional Bolivariana, ¡y se tuvieron que lanzar al río Guaire!
Todas las notas de prensa que reseñaron el lance subrayaron el hecho de que los manifestantes acosados “tuvieron” que meterse al río para huir. La acción de meterse en el río Guaire solo es concebible cuando se está rodeado de asesinos, porque, según la percepción generalizada, el solo contacto con las aguas del afluente es tan mortal como un encuentro con violadores de Derechos Humanos. Pero las fotografías no mostraron una procesión de zombis carcomidos por las aguas mefíticas, sino unas personas avanzando con gran vigor, determinadas a sortear el asedio. Quienes se aventuraron por el río eran jóvenes —son el blanco preferido para las emboscadas—, así que las imágenes son las de un elenco apolíneo que cruza un riachuelo inofensivo.
Humillado por un siglo de maltrato, el Guaire se ve escuchimizado y triste. Nada fotogénico. Es un chorrito embaulado, deslucido y maloliente. Poco o nada queda del alegre torrente que atrajera la atención de Alejandro de Humboldt, quien dejó constancia de que la Caracas del siglo XIX bebía de sus aguas y de que “las personas acomodadas […] creen que son muy saludables». Casi dos siglos más tarde, nadie bebe del Guaire, excepto los cadáveres que cada tanto flotan, pero sirvió de ruta expedita para la salvación de los muchachos.
En las fotos se les ve corriendo por el cauce y subiendo a zancadas unos enormes escalones. En un instante, el Guaire pasó de mala palabra, que provoca risitas incómodas, como cuando se habla de genitales infectados o de dolencias rectales, a lugar heroico. Así debemos fijarlo en nuestra percepción. Recuperar el Guaire, aliado de la resistencia democrática, deberá ser prioridad del país que pugna por surgir.
En la actualidad no es solo raja purulenta que se alude con asco, sino coartada de la corrupción. Más de un jerarca ha hecho fortuna personal con los “proyectos de saneamiento”; y debe ser enorme el dineral que se han robado en su nombre, porque el propio Banco Interamericano de Desarrollo habla, en su página web, de su apoyo a “la realización de obras en 12 subcuencas del río Guaire que habrán de captar, conducir, separar y eliminar las aguas servidas”, así como de unas “obras financiadas” por ese organismo. No hay que convencer a nadie de que todos esos recursos fueron dirigidos a cualquier otro lugar, menos al Guaire, donde pululan los llamados “garimpeiros urbanos”.
Pero hace una semana fue surcado por la flor y nata de la sociedad venezolana actual: los jóvenes que luchan por un futuro en libertad. Es la ocasión de hacer una nueva semántica de la palabra “Guaire”. De letrina a río de Caracas. Paraje donde Tamanaco le plantó cara a los españoles, sin arredrarse por el hecho de que las armas del invasor eran superiores a las indígenas.
Para salvar el Guaire lo primero es querer hacerlo. Y para eso, es preciso respetarlo, darle una oportunidad. Ahora estamos en deuda con él. Empecemos por corregir el pacto entre mirada y paisaje. Mirémoslo con piedad, con responsabilidad, con orgullo. Ya permitimos que se distorsionara su identidad. Decretamos su invisibilidad. Nos pusimos un pañuelo en la nariz para desaparecerlo. Pero cuando tocó restearse, resultó que ahí estaba; y que no es una escurridura de ácido que devora los cuerpos como pirañas radioactivas.
De negación acérrima pasó a lugar. Las fotografías de los manifestantes apelando a él como atajo salvador hizo una neolugarización, digamos, del Guaire. Es una operación que tendremos que hacer respecto de todo el territorio, por cierto. Pero ya de eso hablaremos en su momento. Hoy toca llamar la atención sobre un monumento natural que se ha ganado su derecho a ser visto como tal. La juventud libertaria, permítaseme la jerga sentimental, lo perfumó con su coraje.]]>

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