Salud

La delincuencia opera en los quirófanos

La historia de nunca acabar: no hay antibióticos, ni vendas, ni gasas y, lo que es peor, tampoco médicos preparados en los centros de asistencia pública. Las razones, también consabidas, saltan a la vista: sueldos de chiste e inseguridad en las salas de emergencias. Malandros y armas que amenazan: “si no lo salvas, te mato”. Héroes en silencios que, ni encomendados a Cristo, harían milagros

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En el hospital José Gregorio Hernández, también conocido como Magallanes de Catia, la emergencia no tiene aire acondicionado y el laboratorio está clausurado desde hace seis meses. Medio año, además, sin vendas y con solamente seis tipos de antibióticos en el hospital. La historia es parecida en la Vargas y en el Clínico Universitario donde los profesionales trabajan con las uñas. Sorprendente, ya que estos dos, podría decirse, son los principales centros de entrenamiento de médicos venezolanos y ambos de referencia académica en Latinoamérica. No tienen insumos y tienen graves fallas de personal. Un grupo de médicos ha creado la cuenta “medicosxlasalud” (Twitter e Instagram) para hacer sus denuncias, a ver si consiguen eco en los medios electrónicos.

Por otra parte, es cierto que los dispensarios del seguro social están mejor abastecidos y equipados. También es cierto que están siendo sometidos a —unas lentas y muy auditables— remodelaciones. Pero no es asunto de remodelar y arreglar lo que ya hay. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, Venezuela tiene un déficit de camas que se acerca peligrosamente al 50%.

No hay camas ni insumos. Y con todo, no es lo peor. Empieza a escasear, también, el principal capital de los centros de salud pública: el personal calificado. Si bien los del Seguro Social reciben insumos, en muchos casos, la falta de personal y de organización hace que se pierdan. Por miles de razones los galenos de calidad en Venezuela migran a clínicas privadas, a otros países, e incluso a otras carreras. Las condiciones de trabajo son desoladoras. A diario les toca lidiar con personal extremadamente ineficiente, técnicos que llegan tarde, enfermeras que no respetan, y los famosos camilleros, quizás el gremio más flojo del país. Se estima que un médico residente desperdicia, al menos, cuatro horas al día haciendo labores que le corresponden a otras personas. Y luego, está la inseguridad.

Carolina M. Médico cirujano

El Domingo Luciani del Llanito parece una instalación militar. Su entrada aparenta estar bien vigilada y ya es común ver algún soldadillo patrullando en sus pasillos. Se han ido colando a la surreal escena. Hasta el director viste camisas verde oliva, de esas que recuerdan la ropa que utilizaba Hugo Chávez para que a nadie se le olvidara que él había sido oficial. El director es un asimilado de las Fuerzas Armadas y, a pesar de que en efecto es médico cirujano, por su trato burdo y forma de hablar golpeada, pareciera que cree seguir en un fuerte. Como dicen, podrás sacar al hombre del cuartel…

CM.:

Al menos, la presencia de los hombres de verde nos ha dado un poco de tranquilidad, porque la inseguridad dentro del edificio ya estaba llegando al absurdo. En uno de los últimos incidentes un colega fue apuñalado por unos malandros que pretendían cobrarle peaje dentro del hospital. Insólito. Y sin embargo, lo peor, lo que me aterraba, era cuando me traían a los heridos por armas de fuego.

Recuerdo la primera vez que atendí a un herido de bala. Fue a los pocos días de haber comenzado mi rural en el ambulatorio Doctor Alfredo Machado de Catia la Mar en 2011. Se supone que en esas prácticas uno debe atender cosas sencillas. Gripes, diarreas, alguna sutura. Pero ese viernes, cerca de las 12 de la noche, estando yo sola en la guardia, un par de motorizados con muy mal aspecto se presentaron cargando al lomo una especie de trapo de carne agujereado. Frecuentemente se repite en los medios la analogía del colador para describir a los tiroteados. Es mucho más que un lugar común. La víctima era un muchacho de 17 años. Le tomé el pulso y le confirmé a los matones que tenía enfrente, dentro de la sala de trauma-shock, que su compañero no tenía signos vitales. “Vamos a buscar a ese mamahuevo”, contestó uno de ellos como si yo les hubiera dado una orden. Se fueron y me dejaron sola con el cadáver. Me duele reconocerlo, pero fue un alivio cuando me di cuenta de que el muchacho había llegado sin vida al ambulatorio. Las historias de lo que podía ocurrir si se te moría un paciente de ese tipo eran terribles. Era solo el comienzo, la burbuja de la Universidad acababa de romperse.

Un par de meses después de aquel incidente, un sábado por la noche, ocho personas irrumpieron en la sala de trauma-shock con un chamo, también de 17 años, con tres heridas de bala en la cabeza y otras desperdigadas por todo el cuerpo —tórax, piernas, y brazos. Aunque ya para mí ese tipo de emergencias era como tratar una gripe, me puse muy nerviosa por el grupo que me rodeaba pegando gritos y tirándome del brazo. Me sentía como una enana entre esa gente. Logré sacarlos de la emergencia con la promesa de hacer lo mejor posible. “Si este chamo se muere, tú también,” me dijo uno de los familiares. Cuando volteé me di cuenta de que el joven yacía muerto. Mientras una de las enfermeras llamaba a Polivargas, yo actuaba como si estuviera tratando de hacer lo que había prometido, lo intubé, le puse una vía, hidratación, etc. Afuera había una turba, era un malandro muy querido, y yo no podía salir a dar la noticia sin protección. Le empezaron a dar golpes a la reja del ambulatorio hasta arrancarla, lanzaban las sillas, gritos. Finalmente, los Polivargas entraron por la parte de atrás con armas largas. Intimidaron a la gente y pude hablar con el padre de la víctima. Se fueron. Llamamos al director del ambulatorio y se reía. “Cosas que pasan”, dijo. Al día siguiente me tocaban varias consultas y no pude. Las piernas se me iban. Pasé dos días en cama. Casi renuncio al rural.

Se han venido tomando medidas de seguridad. De acuerdo al general de división Carmelo Hernández hay 483 milicianos a cargo de la protección de distintos hospitales en el país desde 2011. Como nueva estrategia del novísimo Estado Mayor del Sector Salud, se ha planteado repotenciar estas fuerzas. Pero no es suficiente. Recientemente, cuatro hombres armados entraron al José María Vargas de la Guaira en busca del médico que atendió a un paciente que había muerto. En la puerta había un par de milicianos —sin armamento ni entrenamiento alguno— que corrieron a esconderse en las escaleras de emergencia. Con suerte, los matones no encontraron al profesional en cuestión. Igual acto de desaparición hicieron los castrenses en los Magallanes de Catia, cuando un Policía Nacional se enfrentó a unos delincuentes que perpetraban un atraco masivo dentro del hospital. Y la noticia más triste, la de la enfermera de la Maternidad Concepción Palacios —también custodiada por la milicia— que, tras ser atacada por dos pacientes, murió a causa de los traumatismos y una aguja que le quedó alojada en el pecho.

Ariadna F. Especialista en medicina interna

AF.:
—En la noche la emergencia se reserva para los abaleados —me dijo el especialista cirujano— si te llega una apendicitis la dejas para mañana.

—¿Y cada cuánto hay emergencias? —pregunté refiriéndome a los heridos de bala.

—Todos los días. Tranquila que por ahí vienen. Bienvenida al Periférico de Coche.

Y llegaron. Pero eventualmente creas una resistencia especial a estas situaciones. Una concha, o más bien, una costra. Vi muchas cosas en Coche. Aprendí sobre el ruleteo que le da la policía a los malandros heridos para que lleguen muertos al hospital. Siempre es lo mismo cuando oyes que una sirena se enciende cerca. Llegan todos con un escándalo. “¡Está vivo! ¡Está vivo!” Un show. El paciente tiene rato muerto. Luego llegan las madres llorando a sus hijos que, por supuesto, son todos unos santos.

Pero mi umbral de frialdad fue superado una vez que llegó uno con un tiro en la cabeza y que teníamos que referir porque no había neurocirujano. Llega la policía y la mamá empieza a gritar. “¡Me lo van a matar!” En efecto, se acerca el policía, reconoce al muchacho, y me dice que es un malandro que se les escapó en un enfrentamiento.

—Mire, no doctora, ese paciente estaba en un enfrentamiento porque violó a una mujer frente a su marido policía. ¿No nos puede ayudar con este casito?

—Haremos todo por salvarle la vida, pero hay que trasladarlo.

—Sí doctora, pero trasladarlo al piso de abajo.

En el piso de abajo se encontraba la morgue. Como dije, vi muchas cosas en Coche. La dirección del hospital era un desastre. No había gasas y el quirófano no funcionaba. Al informarle de esto a la directora, la mujer no tenía idea. Sí, eventualmente la botaron. Al final, aunque no teníamos insumos, atendíamos a todo el mundo. Un día nos llegaron cuatro chinos, una grúa cayó sobre ellos y todos presentaban politraumatismos severos. Los atendimos, por supuesto, ni media palabra de español y todos con cédula.
No había estructura. Nadie quería ser jefe de servicios del hospital porque es la posición que menos paga.

Otra razón de la deserción de los médicos es el pírrico sueldo que perciben. A partir de septiembre aplicaría el aumento de sueldo a los médicos del sector público —una fracción de 50% en septiembre y un 25% adicional a partir de enero de 2014—. 75% de aumento decretó Nicolás Maduro de forma magnánima para nuestros galenos. Para poner en perspectiva la insignificancia de dicho aumento vale entender que, de acuerdo a números de la Federación de Médicos de Venezuela —FMV—, un médico residente percibe alrededor de Bs. 3.200 y un especialista 5.800, antes del ajuste, por supuesto. Cuando ingresa un nuevo médico residente, el primer pago de salario puede demorarse hasta cinco meses. Por otra parte, un médico interno, puede percibir alrededor de Bs. 10.000 mensuales. Entiéndase que el cargo de médico interno es el que reservan para los MIC, los Médicos Integrales Comunitarios graduados de la Universidad Bolivariana. Se les paga a través del Ministerio de Salud, y normalmente son puestos a la orden de un médico residente que, entre sus responsabilidades adicionales, tendrá también la de entrenar a un MIC que le dobla en salario.

Andreína C. Interna de pregrado sexto año

AC.:
Algunos compañeros se burlan y, a sus espaldas, por supuesto, les llaman “micos”. Yo, en cambio, tengo sentimientos encontrados. A pesar de que entiendo la figura del MIC como una cuestión propagandística del gobierno y, a pesar de que algunos son prepotentes y no escuchan consejo, otros me producen una gran ternura al verlos estudiar, trabajar, y entender que sus conocimientos son muy limitados y su educación una gran farsa. A estos últimos trato de ayudarlos. Les enseño a suturar, a intubar, o a poner una vía. Pero hasta ahí. No puedes poner a alguien que no sabe escribir bien a diagnosticar y recetar a un paciente. Estamos cansados de atender personas que han sido mal recetadas por ellos y les han causado graves daños. En algunos casos, incluso la muerte.

En el hospital José María Vargas de la Guaira muchos especialistas han ido renunciando. Los que quedan es por pura vocación. De resto van quedando los residentes con sus hordas de MICs. En su mayoría, los médicos integrales son de origen muy humilde y bien entrados en edad. Les meten en la cabeza que serán médicos de verdad y los sientan a ver horas de video en sustitución de clases con profesores. Es la oportunidad de convertirse en médico pero facilito. Se entrenan en distintos sitios. A los más ineficientes, sus compañeros los excusan diciendo que se entrenaron con médicos cubanos. La MIC que tengo asignada dice que muchos de esos médicos cubanos ni son médicos. Dice que traían cualquier cosa, fisioterapeutas, por ejemplo.

Una vez a la semana, los MIC nos acompañan en la revista académica. Es tal cual como en las series americanas. La coordinadora hace una ronda de preguntas con la historia de un paciente y coletea el piso con nosotros. Damos diagnósticos, intercambiamos opiniones, y discutimos. La coordinadora, en un intento por incluir a los MIC, los presiona y les hace preguntas también. Supimos que la llamaron quienes los coordinan —a los MIC— en el Ministerio, para ofrecerle plata para que no les siga preguntando.

El estado Vargas, a través del voto, ha demostrado, una y otra vez, su incondicional apoyo a la opción del gobierno. Los CDI abundan en sus cerros y pueblos, son atendidos principalmente por médicos cubanos —los que quedan— y MICs. Y, sin embargo, con todas las emergencias que hay en Vargas, los CDI están vacíos. Por el contrario, los ambulatorios y hospitales públicos se encuentran abarrotados de gente de todo tipo, incluso aquellos que se presentan con sus gorras rojas y franelas con ojos de mirada sospechosa, implorando, a todo gañote, que no los atienda un matasano, que, por favor, los atienda un médico venezolano.

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