Investigación

El hampa le robó a la UCV veinte años de investigaciones

Pesan más 20 años de conocimiento científico perdidos que unas cuantas computadoras. Lo primero no se recupera tan fácil como lo segundo. En el Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela los rateros han cargado con ambos en al menos 24 asaltos. Los maleantes atemorizan a estudiantes y trabajadores, y a secciones como la de Inmunología la dejaron de manos atadas, en tiempos en que enfermedades que se creían erradicadas despuntan con fuerza

Fotografías: Andrea Hernández
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Sobre la pared pintada de verde todavía están grabadas las huellas de los ladrones. Las marcas están junto a la oficina de Parasitología del Instituto de Medicina Tropical (IMT) de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Están ahí desde marzo, cuando en una de sus incursiones los rateros se apoyaron en el muro intentando forzar la puerta de esa sección. No lo lograron, pero la tentativa tuvo consecuencias: de las tres computadoras dispuestas en el área para que tres profesores realizaran sus investigaciones solo queda una. No porque se las hayan llevado, sino por lo costoso de restituir los equipos. Los médicos optaron por salvaguardar los aparatos y turnarse en el desarrollo de la ciencia.

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La precaución no es exagerada. Desde diciembre de 2015 hasta mayo de 2016 asaltaron el instituto en 16 oportunidades; y desde mayo hasta septiembre ocho atracos más se suman a la lista. Los del IMT ya no son laboratorios. Son bunkers diseñados para evitar la intromisión de extraños. Puertas de seguridad, rejas reforzadas o ambas. Lo que no se llevaron, ahora permanece resguardado. No dicen dónde, la cautela guía los pasos de los médicos.

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La asepsia de la ciencia adquiere nuevos niveles cuando la investigación no se realiza con entusiasmo sino con miedo. Los pasillos por los que deberían caminar unos 900 estudiantes están vacíos. Después de las 3:00 pm se acaban las clases y todos se encierran en sus oficinas, esperando a un compañero valiente que se atreva a salir. En el IMT se anda en grupo, o no se anda.

Belkisyolé Alarcón de Noya, directora del instituto, subraya que en el asalto del 6 de marzo de este año los ladrones cargaron consigo más que equipos: “Nos hemos quedado sin la información acumulada durante 20 años. Muchas cosas tenían respaldo, otras no”. Fotos, tesis, historias de pacientes e investigaciones que hacen del IMT el instituto de referencia nacional en el diagnóstico y tratamiento de padecimientos como mal de chagas, leishmaniasis cutánea y visceral, ecología parasitaria y toxoplasmosis.

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Cuando ocurrió ese robo la sección de Entomología realizaba una investigación en Catia y en Filas de Mariche. Evaluaban la efectividad de ciertos insecticidas frente a diferentes vectores, en particular del aedes aegypti —el zancudo que transmite el dengue, el chikungunya y el zika— para determinar cuál era el manejo del problema en las comunidades; pero las muestras fueron perturbadas y el cronograma de actividades se trastocó, un retraso innecesario ocasionado por el hampa.

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Ese es un ejemplo entre cientos. En una de las computadoras que se llevaron estaba el respaldo de una tesis, cuya autora ahora vive en Bolivia. El documento buscaba explicar por qué si cualquier persona se puede infectar con chagas, solo algunos desarrollan la enfermedad. La investigación hacía un planteamiento genético; pero los malandros cargaron consigo datos que todavía no habían sido analizados. Otras pruebas para determinar si hay características genéticas que puedan causar predisposición a desarrollar daño cardiaco al sufrir de chagas también deberán repetirse.

Archivos de investigaciones emblemáticas de la institución se perdieron con el hurto: El IMT describió por primera vez en Venezuela los efectos del parásito sparganum proliferum, el noveno caso descubierto en el mundo. Además de investigaciones de perros infectados con chagas. Y así, la lista podría seguir y seguir.

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Proyectos truncados

Así como hay muestras que deben volverse a tomar, hay datos que no se van a recuperar nunca más: historias médicas de pacientes, fotos, evaluaciones, seguimientos. Sin rastro de duda, todos en el instituto afirman que los más afectados por los atracos son los pacientes. El servicio de consulta externa permaneció cerrado por un mes. Del 10 de marzo al 10 de abril. La puerta de esa área quedó destrozada. Cuando reabrieron tuvieron que hacerlo con una sola computadora, lo que suma minutos a la espera del enfermo. Antes, con cuatro computadoras se podía atender a cuatro personas en simultáneo. La única que tienen ahora la obtuvieron gracias a una donación. Las historias permiten no solo ver la evolución de los pacientes crónicos, sino comparar la sintomatología de un padecimiento hace 20 años y la actual. Eso no se puede recuperar. Habrá que volver a empezar.

Rebeca Milne, estudiante de tercer año de Medicina, cursa en las aulas del instituto Parasitología. Asevera que una de las áreas más afectadas fue Malariología: “Había guardadas historias de pacientes con malaria en Caracas, que es una zona no endémica. Son cifras que el Gobierno no quiere que se sepan porque es una enfermedad que estaba erradicada, que además se asocia a climas más calientes, así que llama la atención que se estén reportando casos aquí”. Esto se explica porque pudieron ser picados por el zancudo en zonas como Guarenas o La Guaira. Pero los datos se perdieron y si algún médico tiene intención de estudiar el fenómeno, habrá que empezar de cero.

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No sufren solo quienes vienen a tratarse a la capital. Virginia Plaza trabaja en el proyecto SOS Telemedicina. El objetivo es brindar una segunda opinión a médicos que prestan servicio en zonas remotas de Venezuela, para lo que utilizan, además de la computadora, videocámara, audífonos y teléfonos IP para garantizar la conexión. Este año sumarían al estado Lara entre los beneficiarios; pero el plan se truncó con el asalto de marzo. “Teníamos una oficina muy bonita en el primer piso y ahora tenemos que estar hacinados en el segundo piso”, dice. Ahí, en un salón prestado apretaron seis computadoras, cuando requieren diez puestos de trabajo, porque su área original fue una de las más afectadas. Como el espacio no es suficiente, tuvieron que pedir un lugar en otro edificio de la UCV para el editor de la revista Vitae —la primera publicación electrónica de la Facultad de Medicina— y guardar el resto de las máquinas en un depósito. “Por temor sacamos todo”, afirma lamentando que “difícilmente podremos volver a comprar los equipos que se llevaron”. Los recursos para ese proyecto se lograron gracias a la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación, pero ahora, en Lara, tendrán que conformarse con recibir educación a distancia.

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Plaza se contaba entre quienes aprovechaban el servicio de transporte de la UCV. Vive en Cúa, el autobús salía a las 4:30 am y ella a las 5:30 am amanecía en la universidad. En las noches, cuando se le hacía muy tarde, también utilizaba el servicio. Su ruta salía a las 9:30 pm. No lo hacía todo el tiempo, y ahora no lo hace nunca. A más tardar a las 4:00 pm procura marcharse de la institución. “Veníamos a trabajar con entusiasmo, y ahora pasan cosas como que los  vigilantes hacen las rondas y un grupo de hombres en la montaña que va al Jardín Botánico les gritaban cosas. Retándolos. Vivimos en una zozobra permanente”.

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Por qué Medicina Tropical

El edificio de Medicina Tropical está frente al de la Secretaría de la universidad. Cientos, sino miles de estudiantes y egresados pasan frente a la estructura todos los días, cuando van a retirar los documentos que deben legalizar y apostillar, si lo que pretenden es emigrar. Al otro lado está otra dependencia de Medicina, el Instituto de Inmunología.

Hasta abril, la UCV había denunciado ante el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas 43 hurtos en distintas instalaciones del Campus Universitario, pero en ninguna de sus áreas los hechos se han repetido tanto, y con tanto ensañamiento. En Medicina Tropical ha ocurrido que reponen un equipo, gracias a una donación, y al día siguiente lo vuelven a hurtar.

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El corrillo dice que puede haber complicidad interna, en especial de los vigilantes. Desde junio de este año, cuentan con un servicio de seguridad privada que paga un benefactor, que se niega a dar a publicar su identidad. Los 3.000 bolívares mensuales que le asigna la universidad al instituto, que no compran un kilo de azúcar en el mercado negro, tampoco alcanzan para reponer equipos, ni para reparar puertas. Por eso el lugar se mantiene con los ingresos propios, resultado de sus asesorías, y por el cobro de algún examen que en el pasado cercano hacían gratis.

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“Es muy fácil meterse al instituto. Nuestro pecado es estar a los pies del Jardín Botánico. Inmunología, al contrario es un edificio completamente cerrado. La belleza de nuestra arquitectura se convirtió en nuestro talón de Aquiles. Los ladrones se aprovechan de los bloques que producen esos contraluces bellísimos y los utilizan como escaleras, por ejemplo. El instituto es muy frágil”, señala Alarcón de Noya. Agrega que han tenido buena relación con el CICPC en el curso de las investigaciones, pero aún no identifican a los delincuentes. No obstante, en sus laboratorios los esperan de nuevo, pero por su propio bien. En medio del saqueo, los maleantes abrieron hongos con efectos patógenos y posiblemente se contaminaron. En un cartel pegado en la entrada de la sección de Micología, los conminan a asistir a la brevedad a un centro de salud. Un mensaje para ser leído en la siguiente incursión.

Víctimas por doquier

Al Laboratorio de Biología Molecular de Protozoarios tampoco entraron porque habían reforzado su reja ya en 2011. Para entonces, el historial del IMT ya se salpicaba con uno que otro asalto. El profesor Hernán Carrasco pagó la reja con sus propios recursos porque estaba “cansado de llegar los lunes sin saber si iba a encontrar laboratorio”. Eso se podía hacer hace cinco años. Ahora, en 2016, el costo de una protección de este tipo supera el millón y medio de bolívares. Pero lo que se llevan no pertenece a los profesores. Es patrimonio de la nación. “Trabajas para ellos y te roban. En Inmunología quedaron de brazos cruzados. Eso desmotiva, los estudiantes tampoco piensan en especializarse, sino en irse del país”, dice la profesora de Parasitología, Ana Bruces.

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La consecuencia es que nada basta en Medicina Tropical. Por ejemplo, a principios de año se robaron el cableado del aire acondicionado, que está por la parte externa del edificio. Lo repararon a medias. Trabajan mediodía con aire y el resto del día lo dejan descansar. Así que allí se investiga sobre la epidemiología del chagas, su transmisión, las zonas donde hay más riesgo de transmisión y la evolución clínica de la enfermedad con una gota de sudor literalmente corriendo por la frente.

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Es lo de menos cuando se piensa en la seguridad personal porque los asaltos crecen, además, en gravedad. Antes de mayo nunca habían agredido físicamente a personas. Eso cambió el domingo 17 de julio cuando Carrasco fue como casi todos los fines de semana a trabajar. Salió un rato en la tarde y cuando regresó a bordo de su carro no se dio cuenta de que un vehículo desconocido lo seguía. Los asaltantes se bajaron a sus espaldas, y no les resultó suficiente llevarse el carro y el resto de las pertenencias del médico, sino que también lo atacaron y le rompieron la cabeza. El científico, pese a todo, sigue yendo todos los días a trabajar. “Si nos vamos nos entregamos”, lanza quien piensa que hay que seguir defendiendo la institución, investigando y formando recurso humano. Lo que no hace más es ir los fines de semana y quedarse hasta tarde. “La universidad está en manos de la delincuencia, y la autonomía, lamentablemente, les dio un refugio seguro”, señala. También opina que la solución del problema amerita un cambio de autoridades.

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En 2017, el IMT cumplirá 70 años de fundado y nunca ha habido tan pocas razones para celebrar. El posgrado nacional de Parasitología que se dicta desde 1996 y se abre cada dos años, en 2016 no recibió nuevos estudiantes. Y así como se perdieron las historias médicas también se perdió el respaldo de otras investigaciones emblemáticas, como la del primer caso diagnosticado del brote de chagas agudo de transmisión oral, ocurrido en diciembre 2007 en una escuela de Chacao. Situación que se repitió en 2009 en Chichiriviche de la costa, también en una escuela. Si algo así vuelve a ocurrir, la diferencia será que ahora la Universidad Central de Venezuela no tendrá tan a la mano los hallazgos que permitan definir cómo controlar con rapidez la enfermedad.

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