Crónica

El mal sexo en Venezuela

Tener buen sexo dispara la dopamina en el cerebro, mejora el ánimo, reduce el estrés y contribuye a fortalecer la relación de pareja. Por el contrario, la disminución en cantidad y calidad de los encuentros íntimos genera irritabilidad, frustración y conflicto. La crisis se metió en la cama pero lo sorprendente es descubrir cómo, a pesar de ello, los venezolanos resguardan sus cada vez más reducidos espacios para el placer

Autor: Dalila Itriago | Composición fotográfica: Andrea Tosta
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Llegaron a pie y sin tapujos. Con ocho años de amores, Arelys e Isaac se encontraron un viernes de julio para visitar el Hotel Piamonte. Ese que queda a media cuadra en diagonal del centro comercial Líder, donde una Kate Moss vestida de rojo escarlata exhibe un traje de 399 bolívares. El anuncio de la tienda debe ser viejo, a juzgar por los precios del hospedaje. Cuatro horas en una habitación sencilla de un día flojo, entre domingo y miércoles, vale 4.280 bolívares. Mientras que medio día, con dos horas de ñapa, cuesta 5.840 bolívares.

Los viernes y sábados la tarifa se incrementa un poco más. Las mismas cuatro horas ascienden a 4.680 bolívares, las seis horas pasan a costar 5.380 y las doce horas de amor llegan a 6.860 bolívares. Si la pareja se decide por una mini suite tiene que cancelar 7.980 bolívares cada seis horas y si paga de una vez el medio día la tarifa le sale en 8.350. Es decir, más de la mitad de un salario mínimo, establecido desde el 1 de mayo en 15.051, 15 bolívares.

Pero ni Arelys ni Isaac tenían ganas de sacar cuentas ese viernes. Quieren amarse un rato y durante ese tiempo prefieren olvidar la crisis. Están en la entrada del local y después de atravesar caminando el corredor verde de paredes de piedritas molidas, tejas naranjas y palmeras caribeñas; hacen la fila para pagar unas cuantas horas de intimidad.

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No hay un rostro que les dé la bienvenida ni les desee las buenas noches. Si acaso una voz les pide la cédula mientras abre un buzón metálico, como si se tratase de quien recibe una orden en un AutoMac. “Antes nos encontrábamos cada 15 días, ahora tuvimos que ahorrar dos meses para venir al hotel. Si quieres un culpable te lo puedo decir: se llama Nicolás de la Santísima Trinidad”, dice la mujer riéndose, al asegurar que la realidad económica del país ha logrado contener sus deseos sexuales. “Cada uno de nosotros tiene 40 años. Arelys tiene dos hijos y yo tengo otro, más una mamá que mantener. Ambos tenemos un cierto grado de madurez y comprensión, por eso controlamos nuestras hormonas”, explica Isaac contento de que por fin, y luego de esperar más de 60 días, estará con su pareja.

Se ríen cuando se les pregunta sobre el impacto de la crisis en su intimidad. Admiten que les ha afectado, pero se niegan a pensar en ello a las puertas del hotel. “¡No, no, y no! Aquí no vemos noticiero ni hablamos de la situación económica. Tú no te imaginas todo lo que tuvimos que hacer para venir y encima ponernos a hablar de lo que nos mortifica. ¡Aquí venimos a relajarnos!”, asienta Arelys.

Zenaida y José también llegaron a pie. Igualmente dijeron estar dispuestos a pasarla bien. Él con jeans rajados y franela azul turquesa. Ella igual de jeans y top rosado. Menos locuaces, simplemente se reían y respondían a dúo: “Cómo vamos a hacer. Si nos ponemos a pensar en los problemas no podremos hacer nada allí adentro”.

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La santísima trinidad

El sexólogo y psiquiatra Rómulo Aponte duda de que realmente los aprietos queden detrás de la puerta de los hoteles. Sin embargo, considera que los venezolanos hacen su mejor esfuerzo para evitar llevar las preocupaciones a la cama. Explica Aponte que el sexo es muy vulnerable al estrés y al sufrimiento, tanto en hombres como mujeres. Por ende, en un país donde hay tantas dificultades para lograr lo mínimo necesario para vivir, con escasez de alimentos para preservar la salud y carencia de medicamentos para restituirla, el placer se convierte en un derecho expropiado.

De allí que saque sus cuentas de manera sencilla: si la salud de los venezolanos está en riesgo, es difícil creer que un hombre y una mujer enfermos puedan ser buenos amantes. “La sexualidad humana no es un encuentro de penes y vaginas, vaginas y vaginas, o penes y penes, de acuerdo a la orientación sexual de cada quien. Detrás de los órganos hay hombres y mujeres que piensan, sienten y se comportan de manera determinada en un contexto social”, señala el especialista.

De manera didáctica Aponte explica que la sexualidad humana depende de tres factores: la dimensión física, la dimensión social, que tiene que ver con la calidad de vida, el entorno, los altos índices de criminalidad, el desempleo, el alto costo de la vida, el déficit de viviendas, entre otros; y la dimensión psicológica.

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Es allí cuando se pregunta: “¿En qué piensa un venezolano sometido a presión? ¿Cómo logra tener el cerebro lleno de fantasías eróticas si tiene sus bolsillos vacíos, debe conseguir una cantidad insuficiente de alimentos para cubrir sus necesidades calóricas básicas, y además está asediado por el hampa? La respuesta es sencilla: la sexualidad del venezolano está altamente afectada pues en este país, que hoy tenemos, su calidad de vida está erosionada”.

De la experiencia de su trabajo diario, Aponte asegura que cada vez son más los hombres y mujeres jóvenes que visitan los consultorios de sexólogos buscando ayuda. Sostiene que un hombre estresado eyacula rápido o lo hace antes de penetrar a su pareja. Mientras que una mujer preocupada tiene impedimentos para excitarse. “Son motivos frecuentes de la consulta. La ansiedad es un factor determinante de sus frustraciones sexuales, genitales. Hay bajo deseo sexual y dificultad para el orgasmo en las mujeres, y se registra eyaculación precoz y disfunción eréctil en los hombres”, indica.

No es un asunto irrelevante. El buen sexo dispara la dopamina en el cerebro, mejora la autoestima y el ánimo en las personas, baja el estrés, facilita el amor y preserva la vida. “Los buenos amantes se aman más y viven mejor”, añade el especialista. En contraste, cuando las relaciones íntimas no son gratificantes, la persona manifiesta situaciones de irritabilidad, frustración, conflictos maritales, infidelidad y discordia.

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En el país no hay estudios ni cifras confiables sobre el desempeño sexual de los venezolanos, pero Aponte afirma que los encuentros íntimos son cada vez menos frecuentes y de peor calidad, de acuerdo a lo que aprecia en su consulta privada. A nivel general asegura que 30% de los hombres, sin distinción de sus edades, sufre eyaculación precoz mientras que 40% de quienes tienen más de 40 años presentan disfunción eréctil. En las mujeres, 30 % no logra el orgasmo y más del 40% registra bajo deseo sexual. Aclara que los jóvenes también son vulnerables a estos padecimientos, pues no basta la salud física para garantizar la salud sexual. Insiste que se trata de una tríada que de modo indisoluble incorpora la dimensión psicológica y social.

Puertas afueras del hotel

Una flauta dulce suena en medio de una venta de perros calientes, en la Avenida Francisco de Miranda. Es Caracas y sus contrastes. Es Sandra Mora, de Naty y su Orquesta, que se desliza en la mesa plástica de Rocko´s Burguer, el carrito de comida rápida de William Chacín e Hilda Prieto. La pareja de 30 y 23 años de edad, respectivamente, vende a las afueras del hotel y asegura que solo han entrado allí para pedir el baño prestado. “Me han dicho que las habitaciones son bonitas y que tienen hasta restaurante”, comenta la chica quien vive junto al joven y su pequeña hija Sofía, de tres años de edad, en El Llanito.

Ambos dicen estar tan apretados económicamente que no les queda dinero para ese tipo de lujos. No tienen ni les atrae mucho la idea de ir a un hotel pero aclaran que hacen lo imposible para que la estrechez no detenga sus encuentros amorosos. “Uno en ese momento tiene que dejar los problemas afuera de la cama y compartir con su pareja. De pronto un día vemos una porno, otro día quieres que te consienta, que te de besitos, que te haga un masajito en la espalda. No hacemos todo el tiempo lo mismo porque si no nos aburriríamos. Es cuestión de relajarse y olvidarse de todo. A veces puede pasar que estoy cansada y de verdad no quiero —atiendo a la niña, llevo una casa, estudio y trabajo: eso agota—, pero a un hombre nunca hay que decirle que no. Ellos siempre quieren. Entonces tengo que hablarle con cariño porque hay muchas mujeres en la calle que pueden tener su pareja e igual quieren rochelear”, reflexiona esta merideña atípica que colabora con una periodista intrépida contándole parte de su intimidad.

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¿Cómo hacen para cuidarse, con unos preservativos tan costosos y unas pastillas anticonceptivas desaparecidas? Con absoluta naturalidad Hilda responde: “Desde hace dos años y pico él eyacula afuera y ya. Además, después del periodo él puede eyacular adentro durante diez días y no pasa nada”.

En otro punto de la ciudad, en el Hotel Edén de la Avenida Baralt con esquina de Piñango, la intimidad cuesta menos. Una noche completa en habitación matrimonial cuesta 3.000 bolívares, la doble sale en 4.000 y la triple asciende a 5.000. A diferencia del primer local aquí hay un encargado de carne y hueso que saluda, entrega una bolsita plástica con las llaves del cuarto y una toallita mínima adentro, y ofrece cigarrillos detallados a 100 bolívares: “Este es mi rebusque”, comenta Alexander Vásquez.

El lobby es pequeño y hay una neverita con cervezas, refrescos, aguardiente San Thome y gatorades en la entrada. Vásquez recuerda que un viernes como ese, pero meses atrás, la capacidad de 50 cuartos se colmaba al mediodía, ahora durante todo el día no se llena. “Y en la semana es más muerto todavía”, dice.

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Jonathan Avanto, estudiante del quinto semestre de Ingeniería de Sistemas, de 22 años de edad, lo certifica. Vive a pocas cuadras del establecimiento y cuenta que anteriormente visitaba el hotel casi que a diario, cuando quería estar con su novia. Ahora no puede darse ese tipo de lujos. “La situación no está como para tener bebés. Yo siempre me protejo pero tuve 15 días sin condón ni pastillas anticonceptivas y durante ese tiempo no tuvimos relaciones. No, aún no he llegado al punto de tener una disfunción porque cuando vengo al hotel no pienso en los problemas. Es mi momento de relax. Aunque sepa que al día siguiente los problemas estarán allí, pero por lo menos tuve mi hora break”, relata el chico.

César Rodríguez no se detiene a conversar con la periodista. “A mí no me pica ni coquito. No quiero hablar, yo tengo hambre y estoy apurado”. No es el único que protege su intimidad. María Flores, de 25 años de edad, es la novia del encargado del hotel. También tiene su historia y también la defiende.

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Esta maracucha llegó hace dos años al local porque le habían comentado que los precios eran bajos y, dentro de la furia de la ciudad, ofrecía algo de seguridad. Visitaba Caracas porque tenía que hacer unos cursos en el área de Seguridad Industrial. Luego vendría a traer a su mamá al Hospital de Clínicas Caracas. La señora tiene mieloma múltiple, o cáncer en la médula. “Estuve seis meses viniendo cada 15 días para mis cursos. Así lo conocí. Después empezamos a salir. Antes me decía que pagáramos la habitación entre los dos, ahora él la paga solo. Si fuera por él lo haríamos todos los días, pero lo hacemos dos o tres veces por semana, cuando puedo dedicarle un tiempo porque primero está mi madre”, cuenta la joven a la entrada del hotel, mientras su pareja cobra y entrega la bolsita plástica con la toalla adentro, en un gesto casi mecánico.

Es alta, robusta y muy simpática. Afirma que la situación la ha afectado, como a todo el mundo —menos a César, el huésped que pasó corriendo sin ganas de hablar— porque antes salía más con su pareja, había recursos para viajar, conocer otros sitios, comprar accesorios, ropa y perfumes, pero igual se esfuerza por mantener un equilibrio. Resume con sencillez que ella cuida de su mamá, su novio y su entorno.

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Como lo explica Rómulo Aponte: “El venezolano se esfuerza por preservar los resguardos eróticos para aliviar los sufrimientos derivados del entorno ingrato y compensarlo con los placeres de la intimidad”. En palabras de María: “Puedo estar nostálgica pero la vida continúa y yo tengo que cuidar a mi mamá, a mi novio y a mí. La vida continúa y no puedo echarme a morir. Cuando voy a compartir con Alexander me voy a desahogar, a desestresar, a liberar. Allí solo me concentro en mi necesidad de mujer”.

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