Humor

El chasco de volar en aerolíneas venezolanas

He aquí la crónica de vuelo de un viajero criollo, cualquiera y sin aparente riqueza, que osa tomar un avión de la aerolínea Santa Bárbara. Para salir bien parado es menester un crucifijo y el encendido deseo de llegar a buen término al destino anhelado. Retrasos, mala atención y servicio y el odio irrefrenable a Cheverito son apenas algunas de las penurias de la travesía

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Un Boeing 727 aterrizó sobre la pista de Maiquetía. Sus arcaicos asientos no tenían siquiera la tela higiénica blanca para apoyar, sin remordimientos, la cabeza del respaldar. Algo que nadie echa de menos, excepto cuando el avión no lo tiene. Abrochados a la prehistoria, los pasajeros del vuelo S3 1341 de Santa Bárbara Airlines, procedente de la Ciudad de Panamá, tocamos tierra criolla y nos santiguamos agradeciendo que la mártir que le dio nombre a la aerolínea le echó una “ayudaita” al piloto

los televisores que colgaban del techo, ignoraban que en el vuelo convivían dos generaciones de pasajeros que desconocían las virtudes del VHS que los acompañaba. De haber existido audífonos a bordo, seguramente serían en forma de estetoscopio como los que solía repartir en la extinta Pan-Am. Algo que Titina Penzini llamaría “tipo vintage demodé”, en un rotundo esfuerzo por ser positiva.

Cuando un vuelo agendado para aterrizar en el popular aeropuerto del litoral a las 5:30 de la tarde, es reprogramado, sin explicación alguna, para tomar tierra a las 2:00 de la madrugada y termina pisando su destino final a las 4:30 de la mañana, es motivo suficiente para dedicar un tiempo al agradecimiento divino. Hasta Cheverito saca su estampita e invoca a Santa Bárbara Teyde.

Un vuelo a la venezolana dejó de ser un viaje, para convertirse en una cruzada que incluye: la humillación de una incisiva revisión en aduana, volar en algo menos seguro que un albatros y cargar con una maleta que se llenó con lo que se pudo escarbar del escueto cupo CADIVI. Pero lo peor, es la sumisión del venezolano a la interminable espera. Dos horas en la cola de un aeropuerto se transformaron en once. Con las demoras, Venezuela está más lejos de Panamá que de Alemania.

El socialismo prometido del país nos tiene viviendo con el slogan de la salsa de tomate Heinz como mantra: “Lo bueno se hace esperar”. Pero el que tiene ojos sabe desde que comienza a subir temeroso por la autopista Caracas-La Guaira, que el Gobierno Nacional invirtió más en vallas de Nicolás Maduro que en alumbrado, asfalto y seguridad. El periódico que acompaña la travesía, constata que la espera por un avión es solo problema del 1% de la población. En portada la gente hace cola por medicinas, toallas sanitarias, harina y futuro. Hasta en las altas esferas la espera parece ser la norma.

Llegar a Venezuela después de un viaje, es darse cuenta de que el país está como ese avión de Santa Bárbara, un mamotreto que requiere urgentemente de barniz, modernidad y progreso. No basta rezar un “Chávez Nuestro”, hacer como Cheverito e irse por carretera ─quien por lo visto tampoco sabe lo que es salir de Venezuela por Cúcuta─ o insistir que la estampida de las líneas aéreas del país, fue por culpa del Mundial de Fútbol. Venezuela requiere con urgencia de una nueva flota comandada por una tripulación que no busque excusas baratas y deje a sus pasajeros varados y en espera. Hay una razón por la cual no existe una aerolínea llamada Demoras de Venezuela aunque aparentemente, esa parece ser la que más clientes tiene.

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