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El Teleférico de Caracas perdió su magia

El sistema se inauguró –incompleto– el 19 de abril de 1956. El complejo pasó años en un limbo, hasta que fue cedido a una empresa privada que le inyectó la energía para ponerlo en marcha. El sueño duró solo ocho años: el gobierno de Hugo Chávez lo expropió en 2007 por supuestas faltas en el contrato. A 10 años de su nacionalización, los avances no han sido muchos, mientras que el Hotel Humboldt y el tramo hasta el Litoral siguen esperando funcionar

Fotografías: Valeria Pedicini
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Hace mucho tiempo que la gruesa y blanca capa de hielo de la pista de patinaje del parque Waraira Repano, en lo alto del sistema teleférico de Caracas, perdió su consistencia. Grandes tramos del piso helado se descongelan poco a poco. El usual frío que invadía el ambiente espeluca y refresca menos. Pero aúnun pequeño grupo se aventura a calzarse los viejos patines que se alquilan a 5.000 bolívares por apenas 15 minutos.

A Estefanía Salazar también se le derritió el entusiasmo al ver la escena. Recuerda con nostalgia la primera vez que se montó en el teleférico cuando tenía 14 años, en 2003, luego de insistirles a sus padres decenas de veces. Entonces se quedó sin palabras cuando el funicular consiguió altura y vio Caracas a sus pies. Lo tiene vívido en la memoria: la alegría, el frío, las fresas con crema, las caminatas con sus padres y los moretones en las piernas que se ganó por caerse innumerables veces en la pista de hielo. Sin importarle los golpes, ese se convirtió en su lugar favorito.

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14 años después, Salazar subió de nuevo para que su pequeña hija fijara las mismas sensaciones. Pero no fue así. La pista de patinaje más que moretones causa salpicaduras, el paso al Humboldt está bloqueado por una reja, ya ni su fachada puede ser disfrutada, y una vez que se está arriba son pocas las opciones de esparcimiento.

Un deshielo no solo de propuesta sino de promesas. Una magia que se prometió en 1999 y que se terminó de esfumar hace una década. Un complejo turístico que nació hace 60 años con ambiciones grandilocuentes en lo alto del cerro El Ávila. Pero el sistema de guayas y funiculares ha tenido una vida azarosa e intermitente. A finales del siglo XX, la firma de una concesión privada auguraba mejores derroteros, luego del último cierre de 1987. Así, la pista congelada se cacareó como de las atracciones más llamativas y rentables del sitio desde su reapertura en 2000, según lo plantearon los gerentes de la Inversora Turística Caracas S.A., quienes estuvieron a cargo de la remodelación total del parque y operaron por ocho años con el nombre de Ávila Mágica.

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El anhelo de consolidar un proyecto turístico innovador terminó de desvanecerse en agosto de 2007 cuando el expresidente Hugo Chávez condenó a los concesionaros –filial del Grupo Mezerhane y el Fondo de Valores Inmobiliarios de Venezuela–, los acusó de violar el contrato y expropió las instalaciones. A 10 años de esa nacionalización pocos son los atractivos que han sobrevivido a una década de gerencia roja rojita.

Años de magia y productividad

Gustavo Stolk ingresó a la plantilla de trabajadores de Inversora Turística Caracas S. A. a finales de 2002 como Gerente General. Su labor consistía en vigilar la construcción de lo que estaba a medias desde varios lustros atrás –uno de los requisitos de la concesión. La nueva empresa había recibido los derechos exclusivos de explotación de manos de la Corporación Venezolana de Turismo (Corpoturismo), en un contrato que duraría 30 años. El consorcio no escatimó en recursos, materiales o trabajadores. Lo importante era un resultado de gran calidad, teniendo en cuenta la seguridad de los visitantes, según el Gerente. “Que todo funcionara a la perfección”, jura Stolk.

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Lo primero fue reconstruir el primer tramo del recorrido del teleférico, desde la estación Maripérez, en la Cota Mil, hasta la subestación El Ávila, en la cima de la montaña. Para ello, fue contratado el Grupo Doppelmayr, una empresa austriaca y líder mundial en fabricación de sistemas colgantes. A la compañía se le compró el sistema completo y, con su asesoría, se colocaron nuevos tendidos eléctricos, torres de control, sistema de cables, cabinas y motores. Lo único que se mantuvo fue el trazado original. Los antiguos funiculares, revela Stolk, estaban en precarias condiciones y la mayoría se encontraban almacenados en las estaciones. Las guayas de repuesto importadas también se acumulaban en patios ignorados. Por eso le dijeron adiós al sistema que por años protagonizó lamentos y no pocas denuncias.

En la restauración estaban incluidos los espacios físicos y la construcción de un parque temático a lo largo de la caminería que cruza como vena el filo superior de la montaña y estaría repleta de restaurantes, puestos de comida, lugares de entretenimiento, parques infantiles, baños públicos y diversos tipos de atracciones. También se preveía la construcción de un casino de grandes dimensiones, la recuperación del emblemático Hotel Humboldt –que apenas tuvo actividad continua durante sus cuatro primeros años desde su apertura en diciembre de 1956 y en más de seis décadas apenas ha acumulado nueve de servicio activo–, y la culminación y activación del tramo de teleférico hasta el Litoral, en el estado Vargas, el llamado “Teleférico Fantasma” desactivado desde 1977 cuando una cabina quedó colgando, zombi, en la estación Loma de Caballo. Los planes no se cumplieron.

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Stolk justifica lo faltante. Dice que los pendientes son resultado de la crisis económica que afectó al país en 2002 y 2003, tiempos de paro cívico y conflictividad sociopolítica. Subraya que en este período hubo una serie de intervenciones de la policía del municipio Libertador en el Teleférico de Caracas, por su ubicación estratégica, donde había edificios de transmisión que atendían no solo a zonas privadas de la ciudad, sino a instituciones del Ejército. El tercer obstáculo, afirmó, fueron las hogueras forestales. “Teníamos una concesión de 30 años y no fue fácil: cuando había incendios se restringía el acceso, había que renovar los contratos, las normas ambientales. Hubo un reconocimiento de que todos esos factores existían y que lo que faltaba se estaba demorando más de la cuenta”, cuenta.

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Las amenazas de intervención estatal comenzaron en 2005. Hasta que el 2 de agosto de 2007 el sistema Teleférico de Caracas pasó nuevamente a manos del Estado, a través del Ministerio para el Turismo (Mintur) y la compañía Venezolana de Teleféricos C.A. (Ventel). 21 años restantes de la concesión se quedaron fríos. La entonces ministra Titina Azuaje argumentó que el contrato fue revocado por incumplimiento de sus cláusulas. Además, le exigieron a la empresa, propiedad de Nelson Mezerhane, 19 millardos de bolívares que, según la funcionaria, le adeudaban al Estado.

A Gustavo Stolk y Nelson Mezerhane también se les acusó de daños ambientales en el Parque Nacional El Ávila. En 2006 empezó un juicio que aún continúa. “Decían que el sistema teleférico estaba contaminando las cabeceras de las quebradas, que se estaban vertiendo materiales tóxicos en el parque nacional. Eso no es cierto, hasta ahora no se ha podido probar o demostrar”, se defiende el primero de los imputados. Explica que además se les culpó de ocupación ilícita de El Ávila. “No podía ser una operación ilícita porque contaba con todos los permisos de las instituciones del momento”, precisa Stolk.

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El que reparte, se lleva la mejor parte

El primer cambio del Sistema Teleférico de Caracas fue su nombre: en octubre de 2007 fue rebautizado como Waraira Repano. Desde entonces en el complejo hay una lucha de poderes por la gerencia y la ideología política se hizo pan nuestro de cada día.

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Daniel Uzcátegui entró a trabajar en el lugar en el año 2012 como gerente de alimentos y bebidas, cuando ya la administración socialista cumplía su primer lustro. “Llegué antes de que la rosca empezara”, desliza sin reparo. “Los que entran curricularmente son una molestia para ellos porque no están sometidos a ninguna ideología”. Desde entonces, otro gallo canta. Ahora son los sindicatos quienes deciden, casi a dedo, quiénes entran. El parque, durante los dos años que Uzcátegui estuvo trabajando en el servicio gastronómico del centro turístico, funcionaba gracias a tres organismos: la parte operativa a cargo de Sistema Waraira Repano; las ordenes administrativas eran de Ventel; y Mintur tenía la última palabra. “Cuando hay tres cabezas queriendo controlar lo mismo, es un problema. Muchas manos ponen el caldo morado. Terminaron sometiendo a la parte operativa”, denuncia.

Desde entonces, para Uzcategui, el deterioro ha sido evidente: “Cada vez que se pasaba un presupuesto, se diluía en el tiempo. Se desaparecían recursos, lomitos enteros, neveras, cocinas industriales. Ahí todos entran a aprovecharse”, asegura el ahora taxista. Para él, de nada sirven las nuevas tarifas (3.000 bolívares para público general y 1.500 bolívares para estudiantes en agosto 2017) si al llegar arriba, no se cumplen las expectativas. “Todo el dinero perdido crea un desmejoramiento a nivel de atención al público, de los servicios e instalaciones. No ha habido control ni una buena gerencia turística”.

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Diversión limitada

Las colas para subirse a los funiculares se extienden por todas las instalaciones de la estación de Maripérez. En época vacacional se necesita más de una hora para alcanzar las cabinas y subir hasta El Ávila. Al llegar arriba, es la cara del fallecido Hugo Chávez quien recibe a los visitantes, sonriente.

Las opciones para el esparcimiento son pocas. Hay un caricaturista que cobra 8.000 bolívares por persona que aparece en el retrato; un pensionado canta serenatas a los enamorados por “una colaboración”; la pista de hielo no es concurrida: 15 minutos a 5.000 bolívares no es rentable; el pequeño parque infantil no se da abasto para todos los niños que visitan el lugar durante un fin de semana. Unas cuantas personas vestidas de magos hacen trucos frente a la multitud y son los que se roban la atención de casi todos los asistentes.

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La mejor alternativa es comer. Casi 30 pequeños negocios de comida y algunos restaurantes se reparten la oferta de productos. Hamburguesas, sándwiches, perros calientes, cachapas, arepas; fresas con crema, alfajores, chocolate caliente y suspiros. Eso sí, hay que ir mentalizados para desembolsillar unos cuantos bolívares.

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Edys Santana lleva alrededor de un año trabajando en El Ávila. En el kiosco de madera donde pasa sus días comparte la atención con su esposo e hija, todos habitantes de Galipán. Afirma que el negocio tiene sus altas y sus bajas. Ha tenido sus buenos momentos, pero 2017 no es uno de ellos. “En las últimas semanas han aumentado las ventas, todo desde la segunda semana de agosto –época habitual de vacaciones escolares–. Antes no había nada de gente. Las ventas han mejorado, pero nada comparado con otros años”, describe.

Para Alejandra Reyes la visita al teleférico es una buena opción para sus dos hijos pequeños, pero sabe que si va a subir a El Ávila en funicular va a gastar mucho dinero. Una escapada familiar le costó más de 150.000 bolívares pues el recorrido no es suficiente. “Si no fuese por los kioscos de comida, el sitio no tendría vida. Creo que por la ilusión de niño uno lo veía todo bonito, pero ya no es igual”, opina Manuela Jaramillo.

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Los grandes pendientes

Lo que empieza mal, dicen, termina mal. El Sistema Teleférico Litoral Caracas-Macuto, que prometía una conexión de 7,5 kilómetros entre la estación Maripérez, en Caracas, con el estado Vargas en tan solo 45 minutos, sigue sin tener un buen desenlace. Ha sufrido de 30 años de abandono, y se pierde la cuenta de los anuncios de restauración que se han hecho de este proyecto.

Titina Azuaje, Alejandro Fleming, Andrés Izarra y Marleny Contreras han hecho sucesivas promesas desde el Ministerio de Turismo. Así, además de anunciar desembolsos de recursos ofrecen fechas de puesta en marcha del sistema. El viaje colgante de El Ávila hasta el Litoral debería ser una realidad desde 2010. Y en cuanto a los recursos, una cosa dicen los funcionarios y otra la Memoria y Cuenta del Ministerio de Turismo de 2015. Según el documento, la “Instalación y puesta en marcha del Sistema Teleférico Litoral II”, se hace con una inversión de 3.825.386.738 bolívares. Aún no se ve el queso.

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El otro elefante blanco sobre El Ávila es el Humboldt. Unas rejas prohíben a los visitantes acercarse hasta el edificio de casi 60 metros de altura. Una pequeña carpa, además, hace las veces de garita de seguridad improvisada. A un lado, unos bloques de construcción parecen los vestigios de una obra a la que todavía le falta tiempo para ser terminada.

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Hasta hace algunos años, los visitantes podían llegar hasta sus márgenes, fisgonear dentro de sus ventanales, admirar la fachada y las formas sinuosas de sus techos en arcos diseñados por el ingeniero Oscar Urreiztieta. Ahora tres personas con cara de fastidio ni se inmutan ante la pregunta de si se puede acceder hasta el hotel. La respuesta es tajante: “No”. ¿Cuándo se podrá visitar? Uno de ellos contesta que no sabe pero se transa en que la clausura será total hasta su completa restauración. “Eso va lento”, agrega el otro, sin ánimo.

El Humboldt es la gran promesa de todas las gerencias que han estado a cargo del teleférico, incluido Ávila Mágica. Desde hace más de 45 años nadie se ha podido hospedar en ninguna de las 70 habitaciones del lugar, repartidas en 14 pisos. Tampoco es posible admirar el lobby, la pista giratoria de la discoteca o la fosa de la primera piscina aclimatada que se instaló en Venezuela. Los anuncios de restauración y apertura también fueron mascullados en boca de Titina Azuaje, Pedro Morejón, Alejandro Fleming, Andrés Izarra y Marleny Contreras.

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Una historia de juramentos incumplidos que no se queda a nivel ministerial. El 29 de abril de 2016, Nicolás Maduro visitó el Hotel Humboldt para inspeccionar las obras de recuperación. “Vinimos a supervisar porque hay que acelerar para culminar, porque este es un polo turístico internacional, y también nacional porque por primera vez estos espacios le pertenecen a nuestro pueblo”, dijo el jefe de Estado al prometer inaugurarlo en el primer trimestre de 2018. Exactamente un año más tarde, el 24 de abril pasado, transmitió de nuevo desde el lugar y aprobó 22.454 millones de bolívares para finalizar la reconstrucción del Hotel Humboldt, que prometió para este mismo 2017.

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