El Gobierno muestra los dientes de la represión ante una población civil que encara una dictadura. Sus fuerzas uniformadas, armadas, militares o no, disparan, irrumpen en hogares, causan destrozos, amedrentan, asesinan gente. Pero la rebelión no tiene vuelta atrás
La orden es amedrentar. El ciudadano declarado en rebeldía –y con la claridad política de expresar su desobediencia en forma no violenta- es una fuerza imbatible. Quizá la misma gente no sea del todo consciente de su poder, pero el régimen sí. El régimen sí tiene consciencia cabal de la capacidad de un pueblo decidido a desconocer una autoridad deslegitimada por sus constantes violaciones a la Constitución y a los derechos humanos.
Por eso los voceros del Gobierno se empeñan en regatear las formidables dimensiones de las protestas, diciendo en los medios del Estado que las enormes multitudes no son tales. Y por eso han desatado la cruel represión con la que ya el mundo asocia a Maduro, que ha matado 90 personas en las calles y se ha expresado con cruel encarnizamiento en algunas comunidades, como las Residencias El Paraíso, conocidas como “Los Verdes”, donde los militares irrumpieron, el 13 de junio, sin orden de allanamiento e ingresaron en muchos apartamentos haciendo destrozos y sembrando el terror.
El miércoles de esta semana, encapuchados entraron abruptamente en instalaciones de la ULA Trujillo y dispararon, saquearon y robaron a quienes corrían despavoridos por los pasillos de la universidad. En el Centro Comercial Américas, de Maracay, los policías ingresaron con violencia para sacar a rastras jóvenes manifestantes.
Y el lunes, en Los Palos Grandes, urbanización situada al este de Caracas, unas dos decenas de guardias nacionales recorrieron las calles con sus motos haciendo exhibición de su talante de chafarotes. El ruido de las motos alertó a los vecinos, que se asomaron a los balcones para ver el enjambre de uniformados transitando a contravía del flechado, ocupando toda la carretera y haciendo, pues, alarde de que son los dueños del país, de las calles, y que los ciudadanos no tienen ningún derecho ni pueden atreverse a transitar cuando ellos andan por allí. Inmediatamente, los vecinos empezaron a gritarles: “Asesinos”, “Abajo la dictadura, “Fuera Maduro”. En medio del barullo, uno de los guardias se detuvo y lanzó una bomba lacrimógena contra un edificio. Si había niños, si había ancianos, si había enfermos, al carajo, las bombas están para eso, para arrojarlas contra la población civil que está determinada a luchar contra la dictadura.
Minutos después se sabría que la Guardia Nacional Bolivariana había asesinado el menor Fabián Urbina con un disparo de bala en el tórax y había dejado heridos, también de bala, a otros seis muchachos. Es evidente que, después de matar al adolescente, salieron a recorrer las calles para amedrentar, en previsión de que la gente saliera a protestar por el crimen.
Momento en que Guardia Nacional Asesina a Fabian Urbina (17 años). Reverol y Maduro Asesinos! Habrá justicia! pic.twitter.com/JswbArV7xd
Son tropelías sin cuento, sin límite, sin control. Con órdenes o sin ellas, las fuerzas represivas y sus cómplices, los colectivos/paramilitares actúan conforme a la línea trazada por el régimen: la protesta debe acallarse a toda costa. La gente debe interiorizar el terror e inhibirse de manifestar su disconformidad. El país debe arrodillarse frente a la minoría ilegítima que ha secuestrado el poder y, como han dicho observadores internacionales, nos ha hecho rehenes a punta de pistola.
Pero los hechos demuestran que, lejos de acobardarse, los venezolanos están cada más vez dispuestos a la rebelión pacífica. A dónde estarán dispuestos a llegar para reducir el coraje de un pueblo y una dirigencia que no han demostrado no tener vuelta atrás…
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