Perfil

El Troudi y sus puentes sobre aguas turbulentas

Resuena en las filas del chavismo por poner los pañitos de agua caliente en el problema de vialidad. El Troudi es ingeniero pero parece más bien ideólogo. El también aspirante a la Asamblea Nacional, celebraría la curruña cubana y las misiones sociales. “El aditamento más efectivo contra la inoperancia del estado corrupto y burócrata heredado de la cuarta república”, según él

Publicidad

En el país de los ciegos —un territorio escuálido que deja de votar rojo— Haiman El Troudi es considerado como uno de los de visión más nítida: el rey. Autor de ensayos, textos y una decena de libros en los que explica las supuestas bondades de la doctrina en la que está zambullido —género ficción—, y considerado por sus pares como “culto, ágil de mente e inteligente”, así como también pragmático y fundamentalmente comprometido con los argumentos marxistas, es el nuevo bombero que debe salir a apagar el incendio, como si él mismo no fuera del clan de los que van con un soplete o tuviera rabo de paja. Ingeniero que ha construido su pensamiento bebiendo en las fuentes del dogma —ese cuyos fieles adhieren como epifanía multiuso porque podría arrojar luces sobre las incógnitas sociales, políticas, económicas, culturales, espirituales, deportivas, laborales, existenciales, maritales y demás con la misma velita prendida— apura las obras demoradas —y las improvisaciones insensatas— que cree deberían ayudar a pasar, como convincente alegato propagandístico, el examen del 6 de diciembre.

Podría pasar por mormón —al final los dogmas se tocan— este poeta en camisa —editó dos poemarios— que lleva gusto en evangelizar y pretende armar el andamiaje socialista con las rígidas palabras del recetario. Asimismo sucumbe a la tiesura del hormigón —todo dictador adora el hormigón—, y en ello ha trabajado duro últimamente. El candidato a diputado del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) por el estado Miranda —por tal anhelo dejó la presidencia del Metro el hasta hace nada también ministro de Transporte Terrestre— decidiría la colocación de columnas absurdas en el río Valle. Las que darán sostén a un canal extra a la autopista, un despropósito con forma de parche antiecológico que privilegiará al automóvil —en carro va solamente 20 por ciento del que se moviliza—, que ya arrasó con la vía para bicicletas y que subraya, a ojos vista, el desatino urbano: ojalá los ríos, como dice la norma, tuvieran espacio amplio de riberas, para seguridad y belleza.

Ignorando el cuestionamiento que reciben las salidas —no soluciones— que suscribe y que serían la respuesta oficialista al problema profundo de la vialidad —añádanse los raros puentes de guerra que proliferan—, mientras Maduro lo menciona en las cadenas como el que está resolviendo esto o aquello, se reúne con los obreros de la estación Bello Monte un día antes de que entre en servicio sin intentar una pomposa inauguración ni hacer proselitismo en la zona: conversa rápido y ¡zas! se va. Acaso porque más de uno le habría repetido lo que dice el arquitecto, profesor y pensador urbano Marco Negrón: que al ritmo que va el subterráneo no lo terminarán nunca. Sí, víspera de las elecciones se han echado una apuradita en la Línea 5, por años en lentísima ejecución. Un día estarán en funcionamiento las cinco estaciones, entre ellas, ay no, la Hugo Chávez. Que hará conexión con la vengativa Montecristo.

Persuadido de sus razones —unos desconfían del que duda, otros del que nunca lo hace— se cree a sí mismo de una pieza, un privilegiado. Ha dicho que sus padres, de raíces árabes, se afanaron en darle a él y a sus tres hermanos una formación de principios. Los que asocia con ser socialista, la ideología de las premisas que, a lo largo de la historia, han influido como contrapeso y han servido de espejo y contraste, y cuya puesta en escena, asimismo, está asociada irremediablemente con el error y el horror. La utopía que en su condición de tal encuentra allí su excusa, su estrategia, su tragedia: nunca habría habido comunismo, dicen sus pares, solo hambre, ripostará la platea; la anticlimática promesa del cielo en la tierra, que se aferra con hoces y martillos al poder, y ahí envejece.

La que aquí, luego de 17 años desmontando el país, se viene a menos. Las encuestas dicen que 80 por ciento de los jóvenes no quieren saber nada de socialismo: good bye Churchil. Las nuevas generaciones se identifican solo con la segunda parte del aforismo del estratega inglés que corresponde a los más de 40; pero algunos impertérritos, entre ellos El Troudi, que suma 45 —nació el 16 de junio de 1970— se mantienen rezagados. Son los que creen paradójicamente que la utopía marxista es cosa de tiempo, y mientras la esperan como a Godot, la imponen. Nacido en Barinitas, pronto abraza la causa de la dictadura del proletariado y en la Universidad de los Andes (ULA), donde estudia la carrera, pronto se vinculará a los movimientos que enarbolan la justicia y lo enlazan con lo que hoy, ah pues, se asocia con destrucción de la institucionalidad, punto de quiebre democrático, y caos.

Quien sentado al borde del precipicio vivirá el vértigo del fracaso, de los días contados, del despachurramiento de la dialéctica suponiéndose más venezolanista que nadie, pretendiendo rehacer el paisaje atolondrado con mañas añosas y paños calientes, desubicado en el tiempo —se impone la ecología, la libertad, se desdeña el odio—, y confundiendo urbe y ubre y ogro con logro, imagina un futuro que no será, sus cofrades lo volvieron leña.

En la ULA perteneció a un movimiento de nombre sugerente Desobediencia Popular, e igualmente formó parte de un bloque universitario llamado UNIDAD 92. También organizó Estudiantes Bariniteños ULA y al grupo COMPA que trabajó conjuntamente con otro movimiento social llamado colectivo de trabajadores comunitarios (CTC). Su hoja de vida será parte del árbol aquel de las tres raíces, un híbrido de cepa de laboratorio y frutos de pastiche. Durante el gobierno de Chávez fue director del despacho de la presidencia, ministro de Planificación y Desarrollo, secretario del Comando Nacional Maisanta durante el referéndum presidencial y consigna en su página web los otros tantos cargos públicos de tronío por los que ha pasado: fue gobernador principal ante el Banco Mundial, gobernador alterno ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), director de Relaciones Nacionales de la Presidencia de la República, director y asesor de los ministerios de Planificación, Educación Superior y Comunicación e Información y ¡uf! representante por Venezuela ante el Consejo Ministerial del Fondo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para el Desarrollo Internacional.

Fundó y fue director del Centro Internacional Miranda 2007, donde coordinó el programa de investigación sobre el Socialismo del Siglo XXI —la teoría apasiona a quien también es jugador de basquetbol— en las elecciones regionales de diciembre de 2012. Fue el jefe de campaña de Elías Jaua, candidato oficialista a la Gobernación de Miranda. Y llegamos a ese punto neurálgico, esa incomodidad persistente, ese antojo distante y esquivo llamado Miranda. Representando a ese estado quiere llegar a la Asamblea Nacional (AN), a ese espacio codiciado porque es poder pero desdeñado en la esencia marxista. “Es natural que los intereses de la revolución tengan primacía sobe los derechos formales de la Asamblea… pues hay discordancia entre las elecciones y la voluntad del pueblo”, diría Vladimir Lenin, en 1918, ante la Constituyente electa en 1917, según recuerda el historiador Guillermo Aveledo Coll.

Miranda es un territorio que ha sido inalcanzable. Que un cambio de color traiga la disolución del resentimiento, el fin de la imposible discordancia, el término de la inoperancia y en cambio un viraje milagroso permita la construcción del mejor de los puentes, este sí fundamental, el de la convivencia. Como también suelta Aveledo “¿Quién dice que el PSUV no podría, acaso una vez perdido, replantearse su radicalismo como en un momento dado lo hiciera Acción Democrática?”.

No está Haiman El Troudi, por ahora, en ese punto, ojalá pronto. Entretanto, algunas frases lo dejan en evidencia: “Las campañas de desestabilización denunciadas por el Gobierno buscan inocular el miedo en los ciudadanos”. O: “La guerra económica la vamos a ganar, que no se llame a engaño quien quiera seguir en sus pretensiones de apostar a la inestabilidad, al desasosiego, al desabastecimiento de los productos”. O: “Chávez encontró un gobierno en bancarrota, tuvo que administrarse con austeridad en medio de un creciente clamor popular y expectativas cada vez más numerosas. Tanto el pueblo como sus gobernantes no habían logrado la claridad ideológica necesaria para interpretar el momento político y su rol ante la historia”.

De su libro Ser capitalista es un mal negocio que dedica a A Hamad El Troudi, su padre, “quien me sembró talantes y valores”, y a Fidel Castro, “compañero de siembras compartidas”, este extracto que es una perla del antagonismo, de la hipérbole, del mundo al revés. “Pero claro. ¿Tú no recuerdas que tuve de ministro del Interior a Luis Miquilena? El fue uno de los que articuló un férreo cerco en torno mío… Y tuve de ministro en la Secretaría de Gobierno nada menos que a Alfredo Peña. Y aquí venía Cisneros a almorzar con Peña. Hasta que me fui dando cuenta (sic) que me habían montado un cerco. Entonces yo era un muchacho, pero uno va madurando. Un general amigo, un sabio, el general Pérez Arcay, me dijo: ‘Hugo, tienes que graduarte de viejo. Aunque tengas 40 años debes ser un viejo, tienes que aprender rápido, no puedes esperar llegar a viejo, madura ahora’”. El me ayudó a abrir los ojos…”

Publicidad
Publicidad