Ciudad

Elisa Silva, lo social no excluye la belleza

Venezuela fue distinguida en la XX Bienal de Arquitectura de Chile a través del proyecto Sembrando Ciudad de Fudep Venezuela, Citibank y Enlace Arquitectura. Sus ideas modifican vidas en Caracas, con el foco puesto en los barrios y su incorporación a la vida urbana de la capital, siempre con la necesaria bisagra social

FOTOGRAFÍAS: HÉCTOR TREJO
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El proyecto Sembrando Ciudad, iniciativa de costura urbana suscrita por el equipo de Fudep Venezuela, Citibank y la firma Enlace Arquitectura, quedó entre los cuatro finalistas en la Vigésima Bienal de Arquitectura y Urbanismo en Chile, en la categoría de Activismo, que se acaba de celebrar en Valparaíso. Cónclave de colegas, urbanistas, paisajistas y estudiosos de las circunstancias sociales de la región, la agenda de debates se concentró en el insoslayable tema de la carencia de vivienda entre aquellos que no tienen recursos, los sin techo, los tantos que hay, asunto de implicaciones humanas, políticas, socioeconómicas y vitales que comprometen el futuro de todos, no solo de un sector de la población. Luego de una semana de deliberaciones, proyecciones audiovisuales, charlas y exposiciones, los curadores coincidieron en que urge una respuesta integradora que incluya, también, a quienes instalados en el riesgo, en asentamientos inestables, sobreviven en la cuerda floja.

Llamada Diálogos Impostergables, la cita chilena —zarandea desde el nombre mismo a quien quiera oír— permitió el intercambio de experiencias y concluyó que es asunto imperativo resolver con creatividad el desafío que los (nos) impele y conmina; los expertos tienen que saber cómo. También la Bienal devino en llamado a los que detentan el poder para que tomen decisiones constructivas, no apenas admitan parches o financien opciones enclenques y provisorias. Es inviable —un absoluto y criminal desaguadero—, la producción provisoria de cubos ciegos o cajas de fósforo de mal ver y de pésima calidad, aislantes y tristes, que no solventan la segregación; al contrario. Problema de múltiples aristas, incluyendo sustentabilidad y promoción de ciudadanía, es apremiante descartar, asimismo, el pantanoso, castrador y cebado brazo del populismo que opera, cuando menos, de manera confusa. No. Nada de dádivas, que en realidad derivan en tramposas formas de cobro.

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Sembrando Ciudad tiene que ver con lo que se asume como ideal: el hacer en equipo, desde la toma de conciencia. Suerte de laboratorio de imaginación y de experiencia de participación y gestión comunitaria. Es un proyecto vivo, en progreso, en el que participan los lugareños, en este caso los habitantes del barrio La Palomera de Baruta, donde tiene lugar una de las experiencias que fuera premiada. Plan ejecutado por Fudep, cuyo patrocinio corre por cuenta de la Citibank Caracas y en alianza con Enlace Arquitectura, los resultados saltan a la vista.

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Zona de construcciones apiñadas a orillas de las calles zigzagueantes que siguen la topografía de subidas y bajadas de los cerros del sureste de la ciudad, hay desde hace pocos meses, por ejemplo, una larga calle cuya acera permanece despejada como nunca antes. Pespunteado su trazo por el inesperado color de las tapas de plástico incrustadas en el cemento, según el diseño de Enlace Arquitectura y los habitantes, el brocal además se abre en un descanso hasta convertirse en singular plazoleta. Ahora libre de desechos insalubres, e intervenida con bancos que invitan al reencuentro y al uso del espacio público —ejercicio democrático por excelencia—, es territorio ganado para los niños y referente de acupuntura social, a la sombra de los árboles sembrados. “La siembra es múltiple, pues”, entiende Elisa Silva.

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Arquitecta que deja en reposo lo colosal para impulsar con filigrana la inclusión y la convivencia, desde lo aparentemente minúsculo, no por ello resulta menos contundente su afán; ella misma, menuda, es una fajada hacedora. Promotora de interposiciones paisajísticas y urbanas neurálgicas, las que producen un efecto liberador en el entorno, reafirmación y ciudadanía, La Palomera se alza como territorio modélico de mejoría en la calidad de vida, en el que han trabajado los estudiantes de servicio comunitario y alumnos de Elisa Silva de la cátedra de Diseño y Artes Plásticas de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Simón Bolívar, que entienden desde ya, desde antes de recibirse, que la ciudad es un hecho político y que la arquitectura, en ella, es la huella más patente de la vida en sociedad. Que no es apenas una obra, aunque sea icónica, sino el conjunto, y el vínculo que propicia, y su influencia. Que la arquitectura es una cosa líquida que nos retrata, que nos pertenece y nos salpica.

Nutrida la concurrencia en Diálogos Impostergables, convergieron en él señeros profesionales: Sandra Iturriaga, de Chile; Alejandro Echeverry, de Colombia; Inés Moisset, de Argentina; Ana María Durán, de Ecuador; Cazú Zegers, de Chile; Pedro Évora y Pedro Rivera, de Brasil y uno de los archirreconocidos promotores de la arquitectura social, Alejandro Aravena Mori, de Chile —ganador en 2016 del Premio Pritzker el principal de arquitectura en el mundo—, profesor de Harvard en cuyas aulas bostonianas, vale decir, estudió su maestría en arquitectura Elisa Silva. Autor de la idea de las casas que van siendo, es decir, viviendas modulares que pueden crecer horizontal y verticalmente y comienzan con las estancias básicas de cocina y dormitorios. Son muchas las ONG, fundaciones y compañías de diseño internacionales que se han decantado por aquella propuesta de la casa inconclusa y portátil, que de manera fragmentaria va en aumento según las necesidades de sus habitantes y sus posibilidades. Refugio prometedor que se estrena como tramitación en proceso de techo propio, la casa queda en manos de su dueño que es, a la vez que habitante, el autor de esta obra plegable, mutante y de tamaño a convenir. Casas caracol, viajan, se montan, se transmutan.

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De ellas se habló en Valparaíso así como las pares femeninas de Elisa Silva dejaron constancia de la aún enseñoreada discriminación de género, no solo en esta área acotada desde el sur de Mississippi y hasta Cabo de Hornos. Silva dictó cátedra sobre la formas de realizar el trabajo en comunidades deprimidas, desde la participación; explicó el trabajo desplegado por su firma, ese que, por ser premiado, recibía a los participantes en el salón de entrada; y fue interpelada por el proyecto CABA, Cartografía de Barrios de Caracas. Con arquitectos, diseñadores, promotores, constructores, y analistas de temas sociales compartió la experiencia investigativa desplegada con su equipo en todos los barrios de la ciudad.

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Estudiosa de los vínculos que teje la arquitectura en la trama social y devota del espacio público, Silva contó el esfuerzo descomunal de levantamiento topográfico y demográfico, ese relato arqueológico de lo invisibilizado, que es CABA. Exposición itinerante e interactiva de reconocimiento y sentido de pertenencia que a finales de 2016 tomó con mapas descomunales las paredes y pisos del centro cultural Los Galpones, entre otras galerías y escuelas del país, ahora asombró en Valparaíso. CABA, que es también un libro, vademécum más bien sobre los barrios desbordados. En sus páginas hay 134 mapas, 80 tablas, 75 gráficos, 23 diagramas, textos narrativos, analíticos y una data en la que se demuestra la evolución de los asentamientos espontáneos en Caracas en los años 1966, 1984, 2000 y 2014, con fotos que pasman.

Si La Palomera, en trámite de registro y aun publicación en ciernes, es praxis y costura con efectos integradores —Elisa Silva con las agujas en la mano—, todos los barrios de Caracas son el objetivo de un ambicioso estudio, el recogido en este libro biblia, cuya realidad abismal está desagregada con datos pormenorizados. CABA es un censo, sin dudas, que se sirvió, así como del puerta a puerta, de la inspección en escala macro realizada desde el espacio aéreo, rastreo que derivó en revelaciones sobre ubicación, número de casas y la población de habitantes, así como una explicación de los sistemas de urbanización que estructuran casi la mitad de la población urbana.

“CABA es la huella rescatada de la historia visual de los barrios”, dice la arquitecta. Y es el relato infinito de hallazgos, entre ellos, la narrativa del incesante crecimiento territorial y demográfico de los poblamientos no planificados de Caracas. Venezuela, en ese sentido, supera a todos los países en la región. En la Bienal de Chile así como se habló de ciclones y de materiales resistentes, del rescate de largos ríos, verbigracia el Mapocho, y de sus orillas, convertidas a todo lo largo en 42 kilómetros de espacio público, caminerías y amables ciclovías —ay, el Guaire, nuestro Dolores del Río, 33 kilómetros en veremos—, también quedó retratada la circunstancia particular de la vivienda informal. Los representantes de Valparaíso dijeron que los asentamientos no planificados ocupan 3 por ciento de la ciudad; los de Río de Janeiro, que en su caso, 8 por ciento; y los de Medellín, 18 por ciento. Silva aseguró que las barriadas constituyen 26 por ciento de Caracas.

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“El barrio ha sido la solución al sostenido déficit de vivienda, pero no construye tejidos urbanos eficientes, equitativos y sostenibles”, consigna Elisa Silva, desde una aproximación profunda, desprejuiciada y sin catalejos. “Los mapas hasta ahora no consideraban como ciudad, en sus levantamientos topográficas, a los barrios, y estos requieren intervenciones sociales, infraestructura, equipamientos, espacio público, transporte, cultura y fuentes de productividad para que puedan ofrecer buena calidad de vida”.

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Del país en el que acaba de celebrarse en la Universidad Simón Bolívar la semana de la arquitectura, promovida por los propios alumnos, con propuestas que ponen el ojo en el desarrollo social, y de la Venezuela donde el día del arquitecto fue celebrado por primera vez con una charla, en vez de con brindis, Elisa Silva habló en las jornadas sureñas, además de La Palomera y de Petare, y del incremento de viviendas informales construidas en los márgenes citadinas, del auge de lo urbano y de la avasallante migración del campo a las ciudades —más de 90 por ciento de los venezolanos viven en zonas urbanas—, propensión mundial que vivimos en casa al pie de la letra.

Con un currículo que incluye la refacción del piso con adoquines del Bulevar de Sabana Grande, el primer lugar en el Concurso para el Parque Metropolitano Maracay, ser finalista del concurso Parque Verde La Carlota, ganar el Concurso Inparques para el Módulo Guardaparques, y el Premio Walking Visionaries Vienna 21 Walk por el proyecto Puerto Encantado en Higuerote, y varios libros más, junto con la Fundación Espacio, como Idea Proyecto Obra y Espacios Sucre, así como varias publicaciones con CAF, con el Graham Foundation Grant 2017, el premio Wheelright de la Universidad de Harvard 2012 y el Premio Roma 2005, quedó encantada con el encuentro y ¡con el edificio sede de la bienal! el Parque Cultural de Valparaíso, “muy hermoso y moderno”. Pero en Chile, el tema de las obras icónicas no fue tan siquiera rozado.

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Que sigan alzándose jirafas infinitas de hormigón, más fascinadas por la proximidad con la Luna que con la propia Tierra y que deslumbren sin duda las construcciones de estreno de Dubai, no disuaden ni desmienten la tendencia cada vez más consensual de la llamada arquitectura social.

No significa este giro que se descarta en lo sucesivo lo despampanante o lo audaz —aunque además de una escalera al cielo también califica como audacia un puente al barrio—, o que se sacrificará, en aras de lo funcional, la belleza que suele identificar una obra monumental; nadie abjura de las piezas icónicas que, como la Torre Eiffel, el hotel Humboldt o el Empire State, aun ponen babas en las comisuras de los labios de los mortales que sienten atracción por la imposible volumetría, aun cuando provoquen tortícolis. No. Es más bien un acuerdo ecuménico que promueve la creatividad de manera que la escena tenga menos carencias, que la sustentabilidad supere a la subvención y que la humanidad se nivele, desde la participación ciudadana, hasta ser más integrada.

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Elisa Silva pone a la orden su conocimiento, su herramienta de trabajo, su voluntad, que es inmensa, para la colcha de retazos del tejido social. Por cierto, en el barrio El Calvario, de El Hatillo, desde el sábado 2 de diciembre, donde hubo guataca y cercanía, Enlace Arquitectura sombreó las callejuelas del barrio en siete esquinas tras suspender de un faro a otro una suerte de tramado de colores hecho con fibras de plástico de colores, que penden como celosías que colorean el cielo. Seguro tendrían la bendición de Cruz Diez.

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