Crónica

Emigrar para dar a luz: la odisea de Marjory Campos

Una venezolana de 34 años atravesó el continente suramericano para garantizarle una mejor vida a su hijo. Embarazada de ocho meses, viajó desde Caracas hasta Córdoba, en Argentina, para parir en una tierra donde la salud no fuese un lujo y los anaqueles tuvieran productos que se puedan pagar

Texto: María Laura Chang | Fotografías: Cortesía
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«Esto de ser mamá no es nada fácil», expresa como para pedir paciencia. Se sienta, y parece que acaricia al bebé por la espalda. Éste, finalmente, se aquieta. «Todavía, a estas alturas,  no asimilo la magnitud de lo que hice. La verdad es que me sorprende el revuelo que ha tenido mi historia», dice para empezar.
Para Marjory Campos, de 34 años, el hecho de cruzar sola el continente con una panza de ocho meses; el hecho de emprender un viaje de 8 mil kilómetros, para el que debió tomar varios buses, taxis, caminar tramos a pie bajo la lluvia y hasta dormir en colchoneta mientras esperaba el final de una tormenta de nieve; no fue gran cosa, ni merece gran atención. 11 días de travesía en transporte terrestre desde Caracas hasta Córdoba (Argentina) para, un mes después, dar a luz a su hijo.
–Quizá, más adelante, entre en conciencia de lo que pasó– comenta honestamente.
Pero por los momentos, habla de su aventura con una naturalidad llamativa. Cuenta, que fue precisamente su hijo lo que la motivó a emprender ese largo periplo que implicaba además dejar a medias sus estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Central de Venezuela y toda una vida digna. Garantizar lo básico para el cuidado de un pequeño se volvió imposible para una familia promedio y es por ello que tomó la decisión de reunirse con su hermana, que se había ido con su esposo a Argentina en febrero, para poder planificar el parto allí y optar por una nueva vida de migrante.
No pudo tomar una mejor decisión, reflexiona tanto tiempo después. Hoy, su bebé es un pequeño sano y ha recibido toda la atención médica requerida. En Argentina la salud pública no solo destaca por su calidad, sino por su gratuidad. La tranquilidad que le brinda esto, además del pleno abastecimiento de los supermercados y farmacias, vale cualquier sacrificio.
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La travesía
El 18 de junio Marjory salió desde el pueblo aragüeño donde residía con su familia, Villa de Cura. Se despidió de su pareja, de sus padres y hermanos y llegó a Caracas a encontrarse con una cuñada. Había comprado su pasaje en Rutas de América, una línea de transporte terrestre que aún sostiene tarifas en bolívares para viajes internacionales.
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Al día siguiente, tomó el primer bus que la llevó hasta San Antonio del Táchira, a la frontera con Colombia. Arribaron el 20 de junio, de madrugada, y debido a las restricciones, todos los pasajeros debieron bajarse y atravesar el puente a pie.
Marjory llevaba para entonces una camisa ancha y un suéter grande que disimulaba la redondez de su embarazo. Como era primeriza su panza no era tan visible y para evitar algún comentario o cuestionamiento por parte de los oficiales de migración, decidió esconderla como pudo. Tenía a la mano, por si acaso, el informe médico. Un fuerte chaparrón apareció de repente y empapó a los cientos de venezolanos que hacían cola para cruzar la línea limítrofe.
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La mujer le confesó entonces a un compañero de viaje su estado y él la ayudó con el equipaje. Cruzaron migración y en un par de horas, hicieron la fila y sellaron el pasaporte.  Siguieron la marcha en un nuevo autobús que atravesó la nación vecina. «En Colombia todo bien. El trato de la gente, de los choferes fue muy bueno. Me gustó el paisaje. Los retenes, que son como las alcabalas en Venezuela, son todo lo contrario: policías muy cordiales, con un trato fraternal y ameno, de mucha camaradería», recuerda.
Sin poder cambiarse de ropa, gran parte de los pasajeros pasaron ese tramo mojados. Marjory intentó secar algunas prendas y para ello las colocó en una baranda. De vez en cuando el conductor abría las ventanas y permitía entrar el viento fresco. Esos buses, equipados con Wifi y toma corriente, con asientos reclinables y baño dentro de la unidad, hacen dos paradas diarias pero muy difícilmente da tiempo de que todos los tripulantes puedan acceder a las duchas, por lo que el aseo personal se dificulta.
«Echamos muchos cuentos, hablamos entre todos sobre lo que dejábamos atrás y también sobre lo que esperábamos para el futuro», apunta lo bueno. No había momento para tristezas profundas. Despedirse de sus seres queridos, también significaba despedirse de los problemas que agobian a cualquier venezolano: inseguridad, inflación, escasez, desestabilidad, depresión.
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Un día después, el 21 de junio, ingresaron a Rumichaca, Ecuador; pasaron inmigración e hicieron trasbordo con la empresa San Cristóbal, subcontratada por Rutas de América. Para llegar al terminal donde estaba el bus, tomaron unos taxis desde la frontera.
El nuevo transporte hizo parada en Quito, donde muchos venezolanos se bajaron. Ella siguió hasta Guayaquil. Hasta allí llegaba el pasaje que había pagado en Caracas por Bs. 1.100.000. La compañía, además, facilitó la reserva de boletos para ir hasta Perú y desde allí hasta Argentina. Para ese momento la embarazada tenía los pies increíblemente hinchados. «Tenía tanta retención de líquido que tuve que quitarle las trenzas a los zapatos para no sentir la presión. Si doblaba los pies sentía que la piel se me iba a desgarrar». Aunado a eso, la incomodidad de orinar en esos pequeños baños mientras atravesaba esas carreteras curvas, fue un gran inconveniente durante todo el viaje. Pero de nada servía la queja, mejor pensar en el futuro.
Marjory y los otros interesados compraron por 55 dólares el tiquete con destino final: Lima. Les tocó, en ese momento, el más cómodo de todos los autobuses. «Tenía baño de damas y caballeros e incluía el desayuno y la cena. Había hasta una asistente, como una aeromoza, que estaba atenta durante todo el camino. Excelente servicio, asientos confortables, todo perfecto».
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El 23 de junio cruzaron la frontera entre Ecuador y Perú. Campos corrió con suerte, pero otros tuvieron que pagar 20 dólares por ser admitidos en el país. Parece que una de las oficiales de inmigración se aprovechó del desespero de algunos y pidió el dinero a cambio del sello. Latinoamérica comparte algunos vicios. Luego, en Chiclayo, estuvieron todo el día a la espera de un nuevo transporte que los llevaría hasta la capital peruana. «Allí en Lima tomamos la ruta de Lomas del Norte que, en teoría, iba directo a Córdoba y  luego a Buenos Aires. Salimos el 25 de junio», relata la madre.
Tanto para salir de Perú como para entrar en Chile (Chacalluta) los accesos de migración son estrictos. Marjory explica que escanearon su maleta en ambos puntos aunque solo están separados por 30 pasos. Cuando los oficiales veían mucha ropa o alimentos, revisaban todo el equipaje de los viajeros. Les tocaba también firmar declaraciones juradas de no posesión de semillas, animales, narcóticos, entre otras tareas que retrasaban el proceso.
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De nuevo en marcha, en un nuevo país, una gran tormenta de nieve paralizó el viaje. Estaban en San Pedro de Atacama, un pueblito turístico de Chile. El frío invernal congeló no solo las vías, sino los cuerpos de muchos que no esperaban tener que detenerse a medio camino. De hecho, la gran mayoría de los viajeros –para ese momento de diversas nacionalidades- no contaba con dinero para comprar alimentos.
Los bomberos y otras personas del poblado, los ayudaron. Hicieron colectas para las comidas y brindaron a las mujeres y niños colchonetas y un techo caliente para pasar las noches. Los hombres se quedaban en el bus, que igual contaba con calefacción. «A pesar del trayecto y del trajín, pude disfrutar de este pueblo tan hermoso», refiere la venezolana. Sufrió su primera quemada de fosas nasales y piel por respirar viento congelado y exponerse a la resequedad del frío, pero eso no le impidió apreciar el hermoso paisaje. Para ello se envolvió en par de abrigos de lana que le permitieron hacer frente a temperaturas cercanas a los 0 grados. Quizá por el clima o por el tiempo, llegó a Marjory la primera angustia y sentimientos de añoranza de todo el viaje. Recordó a su familia, esa que había dejado y se lamentó por vivir esa gran experiencia, sola. A los suyos les escribía por redes sociales aprovechando la débil señal de Wifi.
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El 28 de junio pudieron continuar el trayecto y llegaron a Jama, frontera entre Chile y Argentina. Con emoción exacerbada, la futura madre esperaba la hora de encontrarse con su hermana en Córdoba. Así ocurrió al día siguiente.
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Nueva vida
La alegría de ver a Melanny de nuevo, servía para olvidar el trago amargo de dejar al resto de sus seres queridos en tierras venezolanas.  Los días subsiguientes se dedicó a ir al médico para controlar su embarazo y también a conocer su nuevo hogar: el barrio Pueyrredón.
Para su sorpresa, todos aquellos exámenes que había pagado con tanto esfuerzo en su tierra, se los hicieron sin costo en el hospital. Incluso pruebas que ella ni había escuchado antes. Un mes más tarde, las continuas contracciones le avisaron que daría a luz.
Era 8 de agosto.
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—La atención en el parto fue excelente. Había especialistas en todas las áreas. Incluso entró mi hermana conmigo, por ser un familiar directo. Es otra cosa muy distinta. Aquí tienes las medicinas, el suero, no hace falta comprar nada porque todo te lo dan. Como no me bajaba la leche, inclusive me dieron mamaderas para alimentar al niño ese primer día— refiere.
A Enzo, así fue bautizado, ya le pusieron todas las vacunas que necesitaba y además  le hicieron los estudios pertinentes. Marjory asegura que la gran mayoría de los argentinos, reciben a los venezolanos con los brazos abiertos. «Son muy amables, colaboradores. Tienen lo que se ha perdido en mi país: valores. No tienen esa malicia, te dan las cosas sin esperar nada a cambio y eso es hermoso. Además, la comunidad de venezolanos acá cada día está creciendo y nos ayudamos unos a otros. Vemos quién está llegando y si necesita algo corremos a ayudar».
Pese a la suerte de poder emprender una nueva vida, la venezolana aún tiene un acento triste. No niega el dolor que le causa lo que pasa en su país. Ver esos supermercados llenos con paquetes grandes de comida y contrastarlo con la miseria que veía en Caracas y otras ciudades, le afecta. «Da impotencia ver tanta comida y saber que tu gente está pasando hambre». El llanto se entremezcla con el sonido de su voz. «Todo esto lo había a mi país y ahora no, ¿Cómo pasó esto? ¿Hasta dónde hemos llegado?»
Ella espera que entre todos puedan reunir el dinero para que el padre de Enzo llegue a Córdoba a conocer a su hijo. Por los momentos, la madre hace postres o comidas típicas venezolanas y las vende para aportar algo a la casa que comparte con su hermana y cuñado. La tranquilidad que vive ahora, nadie se la quita. «No tenemos lujos, pero vivimos bien. Yo voy a hacer cursos de pastelería quizá después me animo a estudiar gastronomía. Además, voy a continuar con los idiomas, que ya empecé en Venezuela porque eso abre muchas puertas para la carrera». Enzo es argentino.
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