Deporte

Fisicoculturismo: el tamaño sí importa

El fisicoculturismo es un tipo de deporte que se basa en el levantamiento intenso de pesas. Su fin: conseguir un cuerpo lo más tonificado posible. Existen varias categorías según el tamaño de la musculatura —y bueno, del hambre que pasan. No todo se trata de la rigidez corporal, también de la fuerza mental. Las estrictas dietas a las que deben someterse los atletas se pasean entre un kilo de pollo y seis huevos diarios

Fotografía: AP images | Oriana Milu Lozada R.
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Las categorías se dividen según el género, peso y estatura. En el caso de las mujeres pueden ser: Bikini, chicas con buen físico que estén definidas, delgadas y sin una gota de celulitis —mención que han ganado Sascha Barboza y Michelle Lewin; BodyFitness, mujeres más tonificadas y con el músculo marcado; Fitness coreográfico, Culturismo clásico y Culturismo que corresponden a cuerpos realmente musculosos. Los hombres compiten en: Fitness Coreográfico, Men’s Physique, Culturismo Clásico y Físico Culturismo.

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Vanessa Camacho creció en medio de pesas y proteínas. Su madre y hermano eran fisicoculturistas y entrenaban todos los días en Sweat Gym—gimnasio de Caracas, Chacao, especializado en el entrenamiento para este tipo de atletas. Las tardes de tareas dirigidas las cambió por pesos pesados. A los doce años se montó en las bicicletas y empezó a sudar con cardiovasculares. A los catorce no dudó en endurecer los brazos, piernas y abdomen. Desde entonces no ha parado. Van 15 años desde eso. Su cuerpo cuadrado delata que ella vive en sacrificio.

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Al sol de hoy tiene 19 campeonatos entre Bodyfitness y atletismo a nivel nacional e internacional. Es entrenadora, asistente en la Federación Venezolana de fisicoculturismo (FVFC) y profesora de pasarela en la misma área. Es igual al Miss Universo pero con gente papeada. No se trata de halterofilia, es saber cómo desfilar tu cuerpo”,  dice Vanessa.

Ella se pasea por Sweat Gym como si fuera su casa. Mira de soslayo la musculatura de quienes se ejercitan. A los que ella misma coreó: “¡Vamos chicos, no somos humanos, somos máquinas!”. Levantan pesas, fruncen el ceño, se ven en el espejo. Esa es la rutina. Dos y tres horas al día. Aquí lo hacen todo por el «tamaño deseado».

Francis Sulbarán lleva cinco años entrenando. Cuando se inscribió buscaba evitar las horas de cola que le agarraban para su casa. Decidió aprovechar su tiempo y quitarse un poco la piel de naranja. Vanessa Camacho la entrena desde hace tres años. Al primer mes de preparación para una competencia la hizo marcar su cuerpo y sacar eso que ella tanto estimaba: culito. En medio de las semanas rigurosas, el ex esposo de Francis llamaba a Vanessa diciendo: “Ella se va a morir, está súper mareada”. Los yeyos fueron justificándose cada vez que su figura se masculinizaba. También cuando los aplausos la coronaron en el Campeonato Sudamericano del 2013.

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No coma cuento, coma pollo

Quien piense que lo más rudo de este deporte son las rutinas de ejercicios está pelado. Las dietas son la parte que más dolor de cabeza produce, literalmente. Francis asegura que había noches depresivas llenas de lágrimas y de ansiedad. Desayunar pollo, almorzar pollo, y cenar pollo son uno de los tantos sacrificios para alcanzar la meta dorada: un título o medalla. Y bueno, para no perder todo el esfuerzo del gym.

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“El 70% del entrenamiento se basa en la alimentación. Por comer mal un día puedes dañar el esfuerzo de cuatro meses”, comenta la entrenadora. Camacho asegura que los hábitos alimenticios pueden ser extremos, pero que valen la pena para conseguir los objetivos trazados. “Los nutricionistas nos dicen que estamos locos, pero al final nosotros conocemos más nuestros cuerpos que ellos”, confirma Vanessa.

Todo depende del género, del peso y de lo que se quiera lograr. La dieta de Francis en época pre-competencia incluye: 1 kilo de pollo diario, 6 huevos , batata, arroz y diferentes suplementos. Este clan no busca hacerse famoso en sus redes sociales, tampoco negociar sus recetas. Jamás revelan al 100% sus regímenes alimentarios. Lo que sí dicen con orgullo es que comen seis veces al día y que jamás sucumben ante la tentación de morder un chocolate.

Pero el sacrificio también es del bolsillo. Entrar a una competencia es realmente costoso. Ninguna de las dos entrevistadas saca la cuenta de cuánto gastó por temor a tener que dejar este “hobbie”. Sin embargo, con la lista de productos y servicios se puede hacer un sondeo de cuánto vale el show. Además de todas las penurias obvias: un kilo de pollo al día, 30 kilos al mes; seis huevos. O sea: un cartón  cada cuatro días. También un kilo de batata semanal, arroz, glutamina, aminoácidos, creatina, diuretil, colágeno, protector para las rodillas. A esto se le suma la mensualidad del gimnasio, que roza los 2.400 Bs; la mensualidad del entrenador, precios que oscilan entre 6.000 a 15.000 bs; los trajes de baño para emperifollarse en certámenes —los que Vanessa usa cuestan 25.000 bsF—; accesorios para el día del desfile, 8.000 bs más y la pintura para el cuerpo que según su tamaño puede llegar a costar otros 6.000.

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Cuando de músculos se trata William Ortuño es hombre de excesos. Es bodybuilding, en castellano constructor de cuerpos. Él cobra a clientes y amateurs entre 10 y 15 mil por el entrenamiento. La meta es metamorfosearlos: de firi firi a gladiador. Lleva 20 años en esto. Ha optenido trofeos en México, Egipto, Guatemala, Brazil, Emiratos Árabes, Turquía y España. Confiesa que muchos hablan peste y lo acusan de loco.  “Nuestro deporte tiene mala fama por el uso de anaeróbicos. La mayoría de la gente no lo sabe pero la Federación revisa a todos los participantes antes de concursar”, comenta William. Enseguida Ortuño abre la interrogante: “¿cómo hacen esos futbolistas para durar 90 minutos corriendo a toda velocidad en una mega cancha? ¿ Apunta de pollo?”. Está consciente de los esteroides que muchos toman para ganar peso en poco tiempo. Pero no vacila en decir que los daños colaterales son irreversibles: incluyendo la obesidad mórbida. Aunque habla de una injusticia. «Muchos deportistas en muchas otras disciplinas recurren a esta herramienta fácil, pero el fisicoculturismo está más rayado que otros», concluye.

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Mientras más pesas levante un hombre, más debe comer. De igual manera el ritmo de alimentación suele ser más estable y menos cambiante que el de una mujer. “Es un deporte de momentos. Muy malagradecido. Hoy puedes verte radiante, pero si pelaste una comida, mañana el cuerpo no será lo mismo”, con seguridad dice William. La exigencia es atroz y mezquina. Mucho sudor, muchas toneladas y poca durabilidad cuando se decide descansar.

Para los fisicoculturistas cinco minutos en la tarima valen los excesos. En Venezuela, como en casi todo, la práctica se vuelve más difícil. Ni a Willian ni a Vanessa los han patrocinado en algún momento de su carrera. Pero ni el hambre, ni los sacrificios son un impedimento. Cuando les preguntan porqué lo hacen responden con tono de alivio: «por pura pasión».

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