Semblanza

Garbiñe Muguruza, ganar sin sonrisa

Nacida en Guatire y amante de las lentejas, la tenista llegó tarde a las canchas de las faldas cortas y las ropas ceñidas, donde en cada raquetazo deja la estela de sus siete apellidos vascos, a los que se suma uno criollo pero coleado. Se alzó este sábado con el título de Wimbledon, triunfo que alcanzó sin mostrar efusividad, ondeando la bandera española

estofado, carne
Fotografía: AP images
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En los años noventa érase Arantxa Sánchez Vicario, ex número uno del mundo en tenis femenino, poco agraciada entre las poco agraciadas, célebre luego por demandar a sus papás —a la porra el quinto mandamiento— que habrían dilapidado su fortuna. Los venezolanos, siempre tan faramalleros, salieron corriendo a bautizar a unas cuantas hijas como “Arantxa”, incluida hasta la mismísima Viviana Gibelli —los cuarenta son los nuevos treinta—, sin enterarse la mayoría siquiera que en vascuence esa “TX” se pronuncia como una “CH”: Arancha, chico, no ensalives como cuando llegaba la X de xilófono en la cartilla.
En los dieces —¿se dice así?— del nuevo milenio es la Muguruza, de discreta belleza como de aplicada estudiante de los jesuitas de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), actual número 4 del planeta y campeona de Wimbledon, aunque escasa fue su emoción tras obtener el título —nació en Guatire, pero deportivamente ha elegido representar a España—, ya habrá muchos que le pondrán a sus hijas Garbiñe, sin saber qué demonios significa. Si es exótico, es bueno.
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¿Y qué quiere decir Garbiñe Muguruza, que suena casi como a campurusa o burusa? Algo así como “Inmaculada del Helechal”, o “Inmaculada de un Lugar del Montón”, o “Inmaculada de la Frontera”, según lo que concluyan las investigaciones etimológicas de uno de los lenguajes más extraños del mundo junto con el húngaro o el finlandés, idioma de extraterrestres y ponedores de bombas, concluyen los más amarillistas, dialecto de gente malhumorada, empecinada, laboriosa y cortadora de leña de la costa del Cantábrico, hasta una comedia hay sobre los trabalenguas de esta gente: Ocho apellidos vascos.
Todo vasco abertzale debe saber sus ocho apellidos paternos y maternos, cual tribus africanas. ¿Cuáles serán los otros siete de la Muguruza? Uno de ellos no es tan puro, según los cánones de Euskadi, una tierra cuyo equipo de fútbol más famoso, el Athletic de Bilbao, no acepta extranjeros o criados en otra parte de España: Blanco. Hija de un inmigrante de origen guipuzcoano vinculado a los negocios de metalurgia, José Antonio Muguruza, y de una venezolana, Scarlet Blanco, Garbiñe se asomó el 8 de octubre de 1993 a esta tierra ya no tan de gracia. Quizás de manera profética acerca de lo que venía, su mamá picó cabos y se arrancó con la pequeña a vivir a Barcelona —la de Cataluña, no la de Anzoátegui— en 1999. Paradójicamente, su padre y sus hermanos mayores, de los que aprendió a jugar tenis, se quedaron en Venezuela, y cuentan las malas lenguas que el señor José Antonio sostiene sanos vínculos comerciales con la Corporación Venezolana de Guayana. En todo caso, los Muguruza se mantienen de bajo perfil, solo se encuentran dos en las Páginas Blancas de la CANTV.
¿Y por qué la Muguruza, que en 2014 derrotó en el Roland Garros a la mismísima Serena Williams, que en 2015 llegó a la final de Wimbledon, el torneo que se juega de punta en blanco, para finalmente obtener el triunfo en el 2017 contra la propia hermana de Serena, ha escogido jugar como española y no como venezolana? Es que se cae de cajón. El tenis, falsamente concebido como deporte exclusivo de ricos por los fundamentalistas de la repartición de la pobreza, languidece desde hace unos cuantos años en la patria de Nicolás… Pereira, número 74 del mundo en 1996, y de María Alejandra Vento, puesto 29 del planeta en 2004. Baste decir que el principal exponente actual de la raqueta en el escalafón profesional, Ricardo Rodríguez, se encuentra extraviado en la casilla 409, y entre las damas, Andrea Gámez, aparece recién en la 310. Muguruza, número 4 del mundo e integrante de una de las mejores parejas del orbe en la modalidad de dobles con la canaria Carla Suárez —el malpensado que las mira en una foto identificará a la agresiva y la delicada en otro tipo de matchs, los sáficos—, tiene en la mira la medalla de oro de los Juegos Olímpicos Río 2016.
Y ha vivido la mayor parte de su vida en España —aunque se le vea en traje de bañito en pleno rustiqueo en Cuyagua en alguna foto que circula por ahí en Internet. La españolita, por supuesto, se muestra muy políticamente correcta cuando le ha tocado hablar de ese espinoso asunto de seleccionar entre patrias. “Me identifico mucho con la gente de Venezuela, en gustos generales, en música, en la comida…De los vascos, con la mala hostia, quizás. Enemigos me voy a crear, tome la decisión que tome. Soy una ‘ciudadana del mundo’” (sic), declaró en agosto de 2014 al diario El Mundo de España. Y es muy modosita en cuanto a eso de los novios. “El amor me va a desconcentrar y la carrera tenística dura solo unos años”, remató. Y lo de qué se siente estar aceptablemente buena dentro de un traje pegadito de lycra color chillón: “si tienes una buena imagen, mejor que mejor. Tampoco hago mucho caso de eso. La ropa ceñida es porque es más cómoda, mejor para los movimientos en la cancha”. Y el periodista ibérico ilustra, entre paréntesis, su actitud a la defensiva: (timidilla).
Muguruza
¿Y hasta dónde puede llegar la Muguruza, ya no como venezolana, sino como “hispano-venezolana”, como se consuela nuestra no menos languideciente prensa? A los 22 años de edad, Garbiñe-Inmaculada no ha llegado precisamente muy jovencita a la élite del tenis femenino, una máquina de triturar estrellas fugaces que con frecuencia empiezan a despuntar en la adolescencia más temprana. ¿Qué faldas han trascendido realmente como ases del deporte universal, tan famosas como sus colegas varones capaces de propulsar la pelotica peluda a 263 kilómetros por hora? Los nombres son contados: las hermanas Serena y Venus Williams, perlas negras en un deporte blanco, la checa Martina Navratilova —una de las primeras atletas de alto perfil que habló abiertamente de su homosexualidad—, la alemana Steffi Graff y las rusas más famosas por ser tenistas que están buenas que por buenas tenistas, María Sharapova y Anna Kournikova. Solo el tiempo dirá si  el mucho más discreto encanto de la Muguruza habrá progresado en el circo cruel del tenis profesional hasta convertirse en una nueva número uno o si fue solo una gota de sudor en una toalla rumbo a la centrífuga.
Quizás la explicación de porqué la Muguruza se convirtió en “nuestra hispano-venezolana” y no “nuestra venezolana”, de que optó por defender al país del himno sin letra y no a las siete estrellas que ahora son ocho, al guapetón del rey Felipe VI en vez del bigotudo Nicolás Maduro, es tan extremadamente simple como la respuesta que dio en chat con los lectores digitales de un portal tenístico castizo. “¿Cuál es tu comida favorita?”, deslizó en su teclado o pantalla táctil un anónim@ cibernauta en Industriadeltenis.com, y Garbiñe soltó con la simplicidad de un hacha vasca: “¡Las lentejas!”. ¿Y dónde es posible hoy conseguir algo tan fantásticamente elemental como un plato de lentejas en la patria de Bolívar? Parafraseando a Desorden Público: “¿dónde están las lentejas, que yo no las veo?”.]]>

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