Crónica

Hospital de Barquisimeto sin signos vitales

Recorrer los pasillos del hospital Luis Gómez López es sinónimo de sortear escombros y registrar las ruinas de la salud. La infraestructura se desploma en pedazos. Y sus habitaciones hospedan las tristes historias de los pacientes que luchan no solo contra la enfermedad sino también contra el lenocinio y la negligencia de un Estado que ve cómo la pobreza y escasez de medicamentos y comida acaban con vidas

Texto y Fotografías: Carlos Iván Suárez
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Son 11:00 a.m. Gisela Molina está sentada en las escaleras del tercer piso del Hospital Luis Gómez López de Barquisimeto. Cerca de ella está una especie de altar con la imagen de la Virgen de Coromoto y José Gregorio Hernández, a quiénes se aferra para que salven a su esposo, Luis Suárez, de 46 años de edad. En enero fue diagnosticado con cáncer en la garganta. Desde entonces la rutina de la familia Suárez Molina cambió. Es de Acarigua, estado Portuguesa, pero Gisela tiene una semana en Barquisimeto acompañando a su cónyuge por la aplicación de la sexta y última quimioterapia. «Es muy difícil porque no se consiguen los medicamentos. Algunos se los dan en el Seguro Social de Acarigua. El resto hay que comprarlo como la solución que le ponen en cada tratamiento. El precio de la solución varía entre dos mil y 2500 bolívares», narra mientras hace un paréntesis a sus rezos.

Foto: Carlos Iván Suárez

Las historias en cada pasillo de este hospital se repiten. Son las mismas: reclamos, angustias, sumas y restas, más restas, preocupación, inexistencia de lo básico: agua, comida. El Gómez López es una muestra chiquita de la situación generalizada del país. Un micro mundo donde la muerte, a juzgar por los testimonios y los destrozos, está ganando la pelea. Adentro, se prestan —quizá un copretérito sería más ajustado— o prestaban seis servicios: pediatría, neumología, siquiatría, cardiología, medicina interna y cirugía. También hay una sala de quimioterapia, quizá a la que todos más le huyen.

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En una de esas camas, se encuentra un joven de 23 años de edad. Se llama Junior David Torrealba y por su sino ya no es tan junior ni primerizo. Su estado de salud es decadente. Su semblante abatido y su piel pegada al costillar lo confirman. A su lado, en una silla de plástico, se sienta su madre, Mary Luz Mendoza, venezolana profunda, de talante luchador, que no se amilana ni con el tumor de colon que consume a su retoño. “Algunos medicamentos me los han regalado pero otros no los consigo o simplemente no los puedo adquirir porque para cada quimioterapia le piden siete bolsas de solución y las he encontrado en 2600 bolívares o más”, explica Mendoza.

Junior David es el mayor de tres hermanos. Sus padres mantienen la esperanza de verlo como a cualquier joven de su edad. “Esta semana tuvimos más gasto porque aquí no dieron comida y nada más en una empanada y un jugo gastamos cerca de 1500 bolívares para él, más lo de nosotros, es peor”.

Foto: Carlos Iván Suárez

Desde Barinas, en los llanos venezolanos, llegaron al Hospital de Barquisimeto, Kelvin Arguello y su padre, Gregorio Arguello, de 62 años de edad, en búsqueda de la mejora del cáncer de colon que tiene el segundo “La atención es de maravilla pero hay dificultades aquí como la falta de aire acondicionado. El cinco de mayo le detectaron la enfermedad a mi papá. A partir de allí el gasto ha sido descomunal. Nos vinimos de Barinas porque allá es peor todo y de paso no se consiguen ninguna de las medicinas. Viajamos cada 14 días para hacerle las quimioterapias. Esta es la tercera vez y son dos días que debemos permanecer aquí. Nos ahorramos un poco es porque en Cabudare tenemos familia”.

Sin salud y sin comida

“Desde hace seis años el servicio de comida del Hospital Luis Gómez López bajó de calidad”, afirman algunos trabajadores del centro asistencial. “El mercado que hacen es para una semana y viene con fallas. En varias oportunidades se le ha reclamado a Dagoberto Ramos, dueño de Aranzazut, cooperativa que provee los alimentos, pero él sólo dice que no le han bajado los recursos. No traen azúcar porque no hay licuadora pero los cereales llevan y ahora se preparan así. Nos proveen dos litros de leche diarios para 70 pacientes. Es decir: 150 cc por cada uno”, explica una de las trabajadoras del área de nutrición que prefiere mantenerse con la identidad protegida por miedo a represalias.

Luz Marina Mancilla, jefa del departamento de Nutrición, manifiesta “pasé comunicación a la directora del hospital y a Fundasalud. Expliqué que no había comida para dos días. Le informamos a cada uno de los servicios que no hay alimentos, lamentablemente”. La triste noticia les cayó como un balde de agua fría no solo a los pacientes sino a los familiares. Durante dos días no habría bocados. Según Mancilla, siempre ha habido problemas con esta empresa que surte de los insumos para los menús “incluso en lo que va de año es la cuarta vez que ocurre”, asegura.

Foto: Carlos Iván Suárez

En el área de cirugía de las mujeres, está Yelitza Camacaro, quien cuida a su madre. “Tengo una semana aquí y lo poco que llega no alimenta bien: sopitas de arroz o un caldito de alas de pollo. Eso no es suficiente para reponerla después de recibir quimioterapias. Yo me tengo que quedar toda la semana aquí y algunos familiares me traen algo una vez al día. Lo peor es que mi mamá hoy solo tiene el desayuno y no sé qué comerá en la tarde”.

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El guiso en la cocina

Lo primero que dice Sonia Báez es no tener miedo a que le levanten otro expediente. Ya está acostumbrada a que lo hagan porque denuncia públicamente las decadencias por las que pasan. Ella es cocinera en este centro. Mientras licúa manualmente la sopa —que le dará como almuerzo a los pacientes del hospital— explica que ese mismo movimiento le produjo una lesión en el hombro. “Y esto es por la falta de personal. Desde hace 10 años trabajamos en condiciones pésimas. Ahora debería haber cinco personas en cocina pero solo somos dos y el hombre de limpieza. Cuando él no viene mi compañera y yo debemos limpiar y fregar, lo mismo se repite en el turno de la tarde”.

Informa que en ocasiones una obrera debe hacer el trabajo de hasta tres. “Pero como hemos denunciado esto públicamente, los jefes han tomado represalias con nosotros. Nos amenazan y violan nuestros derechos laborales”. En tanto cuenta la situación, descansa y muestra el batidor roto que usa como licuadora —la industrial tiene cinco meses dañada. “Las ollas no tienen agarraderos, el fregadero montado sobre bloques, los trapos hechos harapos para agarrar las ollas. Así cocinamos. Lo hacemos por los pacientes”. Y remata Báez: “Los directivos desmienten esta situación con todo y que nosotros tenemos recortes de periódicos y videos de todo porque la cooperativa no trae la comida con calidad ni a tiempo”.

Foto: Carlos Iván Suárez

El menú de este día a finales de julio está listo para servir: sopa, arroz, ensalada y un cambur, la bebida por cuenta de la familia porque no hay frutas ni azúcar para hacer jugos. Margori Perozo, trabaja desde hace 14 años como repartidora de comida. Sale por los pasillos con la alegría que la caracteriza para empujar el carrito. Sirve las bandejas y, aunque contagia con su salero y buena energía, no se muerde la lengua: ha sido víctima de amenazas por denunciar la situación por la que pasan.

Foto: Carlos Iván Suárez

Escasea el personal y la inversión

El personal que aquí labora lo hace con ética y mística. No escatiman en poner de su bolsillo si algo falta o por lo menos eso pasaba un año atrás. Hoy día con las dificultades que dicen tener para adquirir sus alimentos o productos de limpieza, se les dificulta colaborar con los pacientes, sus familiares y el hospital.

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Las protestas se han hecho parte del diarismo. Los titulares y tweets anegan las columnas, como los llantos a los pañuelos. Como colofón de abandono, la nómina tampoco, como el agua, como la leche, como el pan, llega. La segunda quincena de julio de 2016 desapareció igual como la primera. “Nos tienen pendientes muchas deudas, incluso del 2014, ¿cómo podemos solventar nuestra situación económica?”, se pregunta Jazmín Suárez, del departamento de estadística de salud. “Desde febrero nos suspenden la quince y al final de mes nos pagan algo. Cinco o seis mil bolívares es lo que nos dan y ya nos cansamos porque eso no nos alcanza ni para el pasaje. Un cartón de huevos vale tres mil bolívares, un kilo de queso el mismo precio, es decir, no sé cómo haremos porque también viene la inscripción de los muchachos en el colegio”.

Suárez está junto a sus compañeros de trabajo en las adyacencias del hospital, con pancartas en mano. Exige sus derechos, sin importarles el sol que puedan llevar, con ella está Dilcia Fernández, asistente administrativo del Hospital. “No tenemos comida para llevar a nuestros hogares. Algunos trabajadores no tienen para pagar el pasaje y los jefes indolentes nos exigen que vengamos todos los días, pero ellos no saben de dónde sacamos el dinero porque no nos han pagado. Quiero que las autoridades me respondan”.

Foto: Carlos Iván Suárez

Se quejan de un bono de tres mil bolívares que les prometieron para adquirir el uniforme pero también del silencio y la falta de apoyo de Alicia Nass, directora del Hospital, con quien se intentó hablar en su oficina pero no quiso comunicarse con los medios de comunicación. El lugar que alberga a personas de todo el país, pareciera no tener dolientes. Según sus trabajadores, el ascensor estaba sin piso pero un médico lo donó.

La infraestructura está en mal estado por un temblor que hubo. Al caminar por uno de los pasillos hacia la cocina se encuentra una especie de depósito, lugar donde no solo hay sillas en mal estado sino también camas clínicas. Están nuevas pero no le dan uso. Parecen cadáveres.

Foto: Carlos Iván Suárez

Inseguridad a pesar de la presencia policial

Como en muchas partes del país, la inseguridad hace de las suyas. Omar Sánchez es el dueño de uno de los kioscos que vende refrescos, chucherías y comida cerquita del Hospital. Por primera vez lo atracaron —justo la noche antes de la operación de las cordales de su hija, la tuvo que suspender porque se quedó sin plata. “Se metieron por detrás. Me llevaron como 600 mil bolívares en mercancía y 220 mil en efectivo, con lo que iba a pagar la operación… pobre de mi hija que ahora seguirá con el dolor”, dice con tristeza. “¿De dónde sacó el presupuesto ahora?”, se pregunta y vuelve: “La delincuencia nos está matando. Eso siempre pasa porque aquí se roban muchas baterías de carros”.

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En los alrededores hay un terreno vacío. Colinda con lo que otrora fueron los baños públicos del hospital, hoy día convertidos en una especie de guaridas para la delincuencia en las noches. También es refugio para indigentes porque no hay una cerca perimetral o de seguridad que impida el paso.

Hacerle una radiografía o una tomografía o exámenes de mayor profundidad a un hospital del país ya no es necesario. El mal salta a la vista de todos; menos a la de la canciller Delcy Rodríguez. Ella, como otras cabezas de este gobierno, en nugatorio al desespero colectivo, afirma en la Organización de Estados Americanos (OEA) que no hay crisis humanitaria.

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