Perfil

Humberto Campins: el protector de la civilización

Un venezolano cuyo apellido vagabundea literalmente por el espacio, el astrónomo larense Humberto Campins colabora con la NASA en Osiris-Rex, una misión que tomará muestras de un asteroide potencialmente peligroso para la Tierra dentro de 160 años

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Imagina que eres un zancudo y haces una visita de cortesía al aplauso que te aniquilará. Al villano invitado de Batman. Osiris-Rex, una sonda que la NASA enviará al espacio en septiembre de 2016 y en cuya misión participa una eminencia venezolana en añicos de cataclismos cósmicos, alargará un piquito y tomará una “muestra de sangre” —estirar la metáfora— de 101955 Bennu, asteroide de medio kilómetro que presenta 0,037% de probabilidades de impactar contra la Tierra entre 2175 y 2196. Por eso le han puesto el nombre de un dios de muerte. Pero los dioses egipcios no son monótonos: Osiris también propicia la regeneración.

Si es que alguien pierde tiempo pensando en ellos, los asteroides suelen ser concebidos como un basurero de escombros atravesado entre Marte y Júpiter. “Lo entiendo perfectamente. ¿A quién le va a interesar una roca flotando en el espacio? ¡Qué fastidio!”, se confiesa como una especie de humilde robot Wall-e el astrónomo Humberto Campins Camejo —Barquisimeto, 1954—, inmortalizado ya como el único venezolano vivo cuyo apellido deambula por el cosmos a 17 kilómetros por segundo: en el asteroide 3327 Campins, bautizado en su honor en 1985.

“Pero aunque no es tan espectacular como los anillos de Saturno, resulta que esa roca flotando en el espacio es de mucho interés científico, además de práctico. Puede ser una amenaza para la Tierra si está en una órbita en la que se cruza con ella. Ha ocurrido en el pasado y queremos tratar de evitarlo para que la civilización no desaparezca. Pero además, contiene recursos minerales que son mucho más fáciles de extraer allí que de la Tierra, debido a la escasa gravedad —nota posterior: asteroide es el nuevo petróleo; el pasado 19 de noviembre, de hecho, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley que podría abrir la puerta a su futura explotación minera. La tercera razón es que un asteroide podría aportar información de cómo se formó el Sistema Solar”, diserta desde Orlando el profesor de Astronomía y Física de la Universidad del Centro de Florida, que ha formado parte del Comité para Usos Pacíficos del Espacio Exterior de las Naciones Unidas. Hace ciudadanía para el planeta.

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Asteroides con esteroides

El 101955 Bennu no es de los que integran el popular cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter —como 3327 Campins—, sino de las peligrosas bolitas de pinball que andan dando vueltas entre la Tierra y el planeta rojo. Ya hubo una misión anterior japonesa —Hayabusa— que en 2005 recolectó muestras de una de estas rocas, pero esta vez Osirix-Rex va por un asteroide rico en carbono, es decir, de los que podrían sustentar la teoría de que fue una de estas metras siderales la que trajo los elementos orgánicos que dieron origen a la vida. Aunque también haya sido una —de al menos 10 kilómetros de diámetro: asteroides con esteroides— la que probablemente redujo los dinosaurios a meros efectos especiales de una película de Spielberg.

Como punto de referencia, el meteorito hasta ese momento indetectable que estalló sobre Chelyabinsk, Rusia, en febrero de 2013, de apenas 20 metros, provocó una explosión equivalente a 30 bombas de Hiroshima e hirió a más de 1.500 personas, sobre todo por trozos disparados de cristales rotos. Tan chiquito que nadie lo vio llegar: una afrenta para expertos como Campins.

Los posibles planes de protección abarcan desde el envío de explosivos nucleares hasta el desvío muy sutil de la trayectoria del intruso —“intrusa la Tierra que se atraviesa”, dirá él— a través de la gravedad de un cohete u otro asteroide más pequeño —el método que más cautiva la imaginación del eminente venezolano—, un chorro de iones o rayos láser a lo Mazinger Z e inclusive un baño de pintura negra que absorba la luz solar: el denominado efecto Yarkovsky —la modificación que ocasionan los rayos de nuestra estrella en el movimiento de los cuerpos pequeños—, una de las variables que analizará Osiris-Rex.

El impacto de la fantasía

“La gente decía: es totalmente fantasiosa, ¿cómo un presidente de Estados Unidos va a ser negro?”, sonríe el larense al recordar su película favorita de ciencia ficción: ¿cómo no? Impacto profundo (1998), con Morgan Freeman, un clásico sobre un cometa enfilado a la Tierra. Menos exitosa en taquilla, pero científicamente más rigurosa que su gran rival de temática similar de aquel verano, Armagedón. “Tenía muy bien asesoramiento. Me gustó bastante. Por supuesto, 2001: Odisea en el espacio, que vi de adolescente, La Guerra de las Galaxias y Viaje a las Estrellas también han tenido mucha influencia en mí. De manera muy interesante, el éxito del filme Misión Rescate ha coincidido con el hallazgo de pruebas claras de la existencia de agua líquida en Marte”.

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Que a Sandra Bullock se le estire de manera infinita la provisión de oxígeno en la fantasía de Gravity es solo una pequeña concesión. “Es muy importante mantener a la gente informada de lo que estamos haciendo. A la larga, nos debemos al financiamiento público. La mayor parte del dinero para exploración espacial viene de los gobiernos, son los únicos capaces de hacer una inversión a largo plazo con mucho riesgo. Una buena película, en donde se combina el entretenimiento con un buen contenido científico, es la mejor manera de vender lo que hacemos”, se sincera uno de los siete hijos de Humberto Campins Macías (1911-1998), el dermatólogo portugueseño que ganó el Premio Nacional de Medicina en 1950 y que protegió en el pequeño Humberto el amor por una vocación aparentemente menos práctica: era un niño de siete años y ya acudía al capítulo larense de la Sociedad Astronómica de Venezuela bajo la tutela de Blanca Silveira (1905-1989), una especie de Stephen Hawking en versión guara que, a pesar de estar confinada en una silla de ruedas, fue una de las pioneras de la observación de la noche luego de la pirotecnia crepuscular. A los 10 años, bajo el cielo despejado de Sarare, quedó irremediablemente infatuado por uno de los cometas más espectaculares de la historia contemporánea, el Ikeya-Saki de 1965.

Mi nombre en un grano de arroz

“He tenido amistades con escritores de ciencia ficción. Antes disponía de más tiempo para la lectura por placer. Estoy en una época de trabajo muy intenso, pero con oportunidades tan interesantes, que para mí no es un sacrificio”, desliza quien cronometra la conversación en minutos rigurosos, como el cálculo de la trayectoria de una sonda espacial. Ha transitado menos de un tercio de su órbita vital en Venezuela: a los 18 años se marchó a estudiar a Estados Unidos con una beca del Conicit: “Estoy sorprendido de mi buena fortuna. ¿Quién hubiera creído que un muchachito de Barquisimeto tendría la oportunidad de participar en la vanguardia de su campo? He participado en una edad de oro de la exploración espacial. Para mí nunca fue una meta que le pusieran mi nombre a un asteroide. Fue una sorpresa muy agradable que me dieron unos colegas para reconocer mis contribuciones sobre asteroides y cometas. He tenido el privilegio no solamente de dar clases, sino de haber trabajado en investigación con estudiantes, entrenando a gente joven en áreas muy útiles para la sociedad en general. Pero lo que he tenido es una gran suerte: haberme dedicado a lo que más me gusta, la astronomía. En el fondo eso lo que siempre me guía”.

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Es bastante probable que, en algún momento de los próximos años, se convoque a una rueda de presa para notificar un hallazgo que modificará el curso de la historia humana —y obligará a pronunciarse al papa Francisco—: vida en otro planeta, no a través del avistamiento de un platillo volador o de la observación con un telescopio, como se suponía antes, sino del análisis indirecto de los componentes del espectro lumínico de estrellas lejanas. “Como científico tengo que aferrarme a la evidencia: hasta ahora no está claro”, golpea el mazo Campins. “Ojalá que sí. Yo diría que las probabilidades son altas. Soy un poquito escéptico, pero al mismo tiempo muy optimista acerca de la posibilidad de encontrar vida fuera de la Tierra. Aunque sea una vida de bacterias y microbios. Debería haberla. El reto es identificarla. ¿Qué pasará? Lo averiguaremos cuando lo hagamos. ¿Estaremos preparados? Creo que sí. Tenemos tanto tiempo imaginándonos eso, en el ámbito de la fantasía, la ciencia ficción… Nos vamos a acostumbrar, y va a haber tanto que aprender de ese descubrimiento, que creo que va a ser muy positivo”.

La mayoría de las películas tiende a anticipar un porvenir aciago: calentamiento global, sobrepoblación, inteligencia artificial rebelde, agotamiento de recursos, invasión extraterrestre. ¿Quedará alguna civilización para defender en 2175? Humberto Campins prefiere ser como Volver al futuro 2, que en 1989 concibió un 2015 no tan desastroso. “Soy optimista acerca de que el ser humano va a tener la inteligencia de no envenenar nuestro propio medio ambiente, ni hacer de nuestro planeta un sitio inhóspito. A pesar de que hay cierto nivel de competencia, la colaboración entre científicos de muchos países en proyectos como Osiris-Rex es admirable. No diría ya utopía, sino realidad. Tal vez sirva de modelo para proteger al planeta del calentamiento o ante la inevitable, pero muy probablemente predecible, llegada de un gran asteroide”. ¡Ah, universo!, dijo un barquisimetano.

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