Entrevista

Inés Quintero, en la Academia la criolla principal

Pese a que tiene todas las credenciales guindadas como charreteras, no hace alardes de ellas. El compromiso de esta investigadora es con el pasado, la memoria y los documentos. Inés Quintero no solo es la exitosa escritora que puso al país a leer para mirarse desde adentro sino que también es la nueva Presidente de la Academia Nacional de la Historia

Fotografías: Anastasia Camargo
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En tiempos, por lo general, de división, asombra cualquier expresión de consenso; una elección sin noes, abstenciones y demás razones se toma por proeza. Defensora de la unidad, Inés Quintero, licenciada, magíster y doctora en Historia por la Universidad Central de Venezuela, de quien el genial Luis Pedro España dijera es una “historiadora al cubo” es la dama de esta hazaña. El jueves 30 de julio, tras una votación en la que participaron los individuos de número de la institución fundada en 1888, fue electa como directora de la Academia Nacional de la Historia para el período que va de 2015 a 2017, lo que la convierte en la segunda mujer en presidir el organismo, luego de que Ermila Troconis de Veracoechea asumiera el cargo en 2003.

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No obstante el calibre de la nueva responsabilidad, la mediática profesora —le sienta bien la escena pública— anuncia que no abandonará sus libros, qué va. “El hecho de que tenga una productividad bibliográfica sostenida establece una sinergia, eso sí, organizaré mi agenda”. Y jura —cabe la palabra promesa— que, además de seguir trasteando entre documentos añosos y colarse en las fisuras siempre provocadoras de las interpretaciones, ya hablando de cargo que la subyuga, se esmerará en acercar la Historia a la cotidianidad y la sociedad a ella, de manera abierta, plural y, por supuesto, crítica. “La idea es que los estudiantes, los investigadores, los escritores sientan la Academia como su casa. Queremos, porque la Academia es un equipo, tener mayor visibilidad, mayor presencia digital”. De hecho, discurre, la curiosidad, la incertidumbre, la urgencia del presente de preservar la memoria —ya han abonado el terreno. “¿Cómo se vive sin saber que nos antecedió, de dónde venimos, cómo llegamos aquí?”.

En tiempos también de cultos y héroes alzados con poleas, de mentirijillas y atolondradas revisiones, de rumores y temores, con su voz autorizada, científica, no solo esperanzada, y de acento caraqueñísimo, Inés Quintero ataja a los incrédulos con una sentencia. “No hay manera de secuestrar la Historia”. Que no, señores. “Ninguna institución ni ninguna persona puede dictaminar ni regir ni controlar el conocimiento sobre el pasado”, pontifica sin titubeos. “Es que si tienes información, si sabes cuáles son tus referentes ¿cómo sería posible arrebatártelos?”. Acostumbrada a deambular por entre cabos sueltos, imán de toda investigación y escritura, y mudada al Centro de Caracas, le toca dirigir el debate sobre si la Historia es la Biblia o más bien punto de partida en permanente cocción para la comprensión del presente y reconocimiento de lo que somos; revisar —por qué— unos la toman como modelo para un revival o un ajuste de cuentas o fantasía vintage de aquella épica y aquella época mientras otros la recomiendan como antídoto; y asumir que su comprensión y defensa no debería ser asunto exclusivo de los historiadores sino de los ciudadanos. El debate, pues, está servido, y lo aúpa la propia Academia. No para salvarla, a la Historia, que, insiste, se sabe a buen resguardo. “Tarde o temprano aparece un testigo, un documento, una pista que ordena, que revela, que aclara”.

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Lo cierto es que la Historia, que no es la identidad sino los contenidos que juntos influyen en su talla, y tampoco es política aunque sin duda van de la mano, se alza, pues, con sus interpretaciones, matices y exactitudes no solo para mirar sino mirarse. “Una revisión sobre la fanfarrona provocación de enfoques sesgados, dogmáticos, doctrinarios será ya tema de análisis”, anuncia Inés Quintero. Que para eso se pidió a Tulio Ramírez que tome en sus manos el tema de la Cátedra Gil Fortoul que tocará ahora el polémico tema de la enseñanza de la historia. “Entender la Historia es una herramienta insoslayable para construirnos como república, para leer el presente. Acotar. Darle a los sucesos su dimensión es un deber, un objetivo, un acto de madurez. Puede ser un espejo, pero no un bis, la Historia no es consejera, pero aprendemos de ella, eso sí”.

Aunque parece que se repite, y muchos sospechan que es un designio, una fatalidad, que todo está escrito —“pero si más bien se escribe cada día”—, Inés Quintero entiende la validez de las comparaciones, con el estudio de las circunstancias y el contexto siempre cambiante, como manera de mirarnos; pero no la ve como un boomerang. Sí ocurre que hay tópicos que reflotan, que no se superan, por ejemplo, el 12 de octubre o el fusilamiento de Piar o el 18 de octubre o el 23 de enero o, sin dudas, Simón Bolívar. “!Cuántos debates no ha producido aquí y en el mundo su gesta, su mito, su trayectoria. Parece infinito. Lo ideal sería acotar su genio y figura al hombre que fue, lo que hizo, su inmortalidad, y también su época. Estaremos mejor en el país cuando tengamos claro qué somos y qué podemos hacer sin apelar al dictado, al corsé, de una epopeya que nos hechiza y de alguna manera, por la manera de verla, nos limita. El asunto es más profundo a la vez que más desafiante y tentador: seguir”.

Por cierto, cuando fue oradora de orden en 2010 sobre el 19 de abril —pertenece a la Academia desde 2005— cerró así su discurso: “…y me ofrecen a mí la oportunidad de recordar a quienes, hace doscientos años, tuvieron el arresto de echar a andar una república de ciudadanos y reconocer también el valor, el coraje, la constancia y el ineludible compromiso demostrado por todos aquellos venezolanos que, desde esa fecha hasta el presente, han estado dispuestos a defender, a proteger, a fortalecer y a enriquecer las prácticas republicanas”. Es decir, tiene claro el imaginario criollo, sus maravillas, su alcance; reconoce el arrobamiento ante la audacia de los fundidos en estatua ecuestre. Pero no quiere hierro, espada, un Damocles. “La lectura sobre la saga libertaria puede ser fascinante aunque siempre diferirá de la nuestra encantada la de un peruano ¿verdad?”.

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Autora de libros que se venden como pan caliente —la gracia de su estilo tendrá que ver con el aumento en la lectoría, amén del apremio vernáculo por acercarse al pasado— Inés Quintero cuenta con originalidad temas inexplorados, salpimentados con pormenores colaterales que pinchan la imaginación. Quien no reverencia las formas agarrotadas de la ortodoxia ha tomado la pluma para dar cuenta de las excentricidades de un marqués tropical o de los romances y filiaciones monárquicas de la hermana de Simón Bolívar. Entre sus títulos: El ocaso de una estirpe, La conjura de los mantuanos, La criolla  principal, El último marqués, El sucesor de Bolívar, La palabra ignorada, El fabricante de peinetas, último romance de María Antonia Bolívar. Se refocila en los detalles inéditos y se le nota el gusto en narrar, darles nueva vida a episodios que parecían inamovibles bajo el barniz heroico. Barniz que será sacudido.

Con el país entre ceja y ceja, se propone una gestión proactiva, lubricada por el pensamiento y la palabra, signada por el intercambio y con foros y talleres de actualización que darán de qué hablar y en qué pensar. “Aquí hay tesoros por difundir, aquí y ahora”, dice sobre materiales seductores bien conservados y sobre los que se producirán, aun cuando las fuentes al momento puedan parecer poco confiables y sea sin duda óbice la prensa domeñada. “Uno sabe, el historiador no de ahora sino el que quiera ocuparse en diez años sabrá qué puede leer en El Nacional y qué extraer de El Correo del Orinoco”.

–         ¿A quién absolverá la Historia?

—La historia no absuelve. No es para eso, su afán es comprender, ni justifica ni condena. Es. Y tampoco la escriben los vencedores, no. Creo que de ella nos ocupamos los historiadores.

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